Meditación reparadora de los Primeros Sábado – 3er Misterio Luminoso del Rosario

Publicado el 11/05/2015

3er Misterio Luminoso del Rosario: El “Anuncio del Reino invitando a la conversión”

 


 

Introducción:

 

Vamos a dar inicio a la meditación reparadora de los Primeros Sábados, atendiendo al pedido hecho por Nuestra Señora en sus apariciones en Fátima. A través de los tres pastorcitos, María pidió que comulgáramos, rezáramos un rosario, hiciéramos la meditación de uno de los misterios del Rosario y nos confesáramos en reparación por las ofensas cometidas contra su Sapiencial e Inmaculado Corazón. Para quien practicase esa devoción, Ella prometía gracias especiales de salvación eterna.

 

Meditaremos el 3er Misterio Luminoso del Rosario: El “Anuncio del Reino invitando a la conversión”. Consideraremos cómo Nuestro Señor nos invita a renunciar a nuestros egoísmos y apegos, y así encontrar la verdadera alegría, que es la paz de Nuestro Señor Jesucristo.

 

Composición de lugar:

 

Imaginar a Nuestro Señor Jesucristo en el Templo de Jerusalén, acompañado de sus discípulos, sentado junto al cofre donde eran depositadas las donaciones de los judíos para el servicio divino.

 

Oración preparatoria:

Padre nuestro, Ave María y Gloria.

Evangelio de San Marcos (12, 38,44)

 

41 Estando Jesús sentado enfrente del tesoro del templo, observaba a la gente que iba echando dinero: muchos ricos echaban mucho; 42 se acercó una viuda pobre y echó dos monedillas de muy poco valor. 43 Llamando a sus discípulos, les dijo: «En verdad os digo que esta viuda pobre ha echado en el arca de las ofrendas más que nadie. 44 Porque los demás han echado de lo que les sobra, pero esta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir».”

 

I – Contraste entre egoísmo y generosidad

 

Poco antes de este episodio, Nuestro Señor había alertado a sus discípulos a respecto de la mentalidad farisaica, hecha de falsedades y apego a los bienes terrenos.

 

La impresión producida por las últimas palabras del Maestro debe haber sido grande. ¿Cómo podía la pobre viuda haber dado “más que todos los otros”, si estos echaban grandes cantidades de monedas de oro, mientras que ella depositó apenas dos moneditas de valor insignificante?

 

Para aclarar su enseñanza Jesús explica: la viuda hechó en el cofre todo cuanto “poseía para vivir”, mientras los ricos dieron de lo que les sobraba.

 

Al hacer esta comparación, Cristo no pretendía condenar los ricos sino elogiar a aquella mujer por el hecho de nada haber guardado para sí, en un gesto magnífico de desapego total.

 

1- Dios conoce las intenciones del corazón:

 

Nuestro Señor contrapone el episodio de las limosnas a la denuncia hecha antes contra los doctores de la Ley. En ambos casos, vemos en las actitudes de los personajes la exterioridad, pero no lo interior. Sin embargo, “la mirada de Dios no es como la del hombre, pues el hombre mira para la apariencia, mientras que Dios mira para el corazón” (I Sm 16,7). Ese mirar divino siempre nos acompaña, nada se le escapa. Nuestra vida, nuestros actos, nuestro comportamiento, son juzgados con una precisión absoluta por la mirada de Dios, la cual penetra en el interior de todos y analiza el fondo de las almas, sabiendo perfectamente lo que pasa en cada una.

 

Comparando la disposición de espíritu de los maestros de la Ley con la de la viuda, Jesús quería dejar patente la existencia de dos extremos: el de la generosidad y desapego, en contraste con el egoísmo y el amor desordenado a sí mismo.

 

El apego en el cual un rico esté vuelto para sus riquezas monetarias o en el caso del pobre que puede estar relacionado a sus pocos bienes.

 

Aunque poco, renunciar a todo por amor a Dios es un acto de desapego que revela la grandeza de alma de la pobre viuda.

 

2- Somos de Dios o somos de nosotros mismos

 

Nosotros también debemos ser generosos para con Dios, dado que Él ha sido la propia generosidad. Se trata, esto sí, de comprender que todos nuestros bienes –e inclusive nosotros mismos- son propiedad de Dios.

 

La Liturgia nos presenta hoy una opción entre dos polos: el de la generosidad total o el del egoísmo total. Escogemos uno y odiamos el otro, o vice-versa. Somos de Dios enteramente o somos enteramente de nosotros mismos. En el medio término, nadie queda.

 

¿Cómo aplicar este principio a la vida de quien es llamado a constituir familia y tiene, por lo tanto, el deber de estado de proveer del mejor modo posible a los suyos? La respuesta es simple: Ese “dar todo” no significa deshacerse literalmente de las propias posesiones, sino tener, en relación a ellas, una actitud de tal desprendimiento que las posesiones no se constituyan en amarras que impidan la elevación de nuestras almas hasta las cosas celestes. El problema no es tener o no tener bienes, sino en estar o no apegados a ellos.

 

II – En la generosidad encontramos la perfecta alegría

 

1 – Cristo, ejemplo de entrega a Dios:

 

El ejemplo supremo de dar, dar de sí y darse por entero, lo encontramos en la epístola de San Pablo a los Hebreos (Hb. 9,24-28). El Padre Eterno resolvió entregar su Hijo para rescatar la naturaleza humana, extraviada por el pecado. Y el Hijo, queriendo dar de Sí, y darse por entero, por amor a nosotros, asumió un cuerpo sufriente, sujeto a todas las complicaciones de la vida en esta Tierra. “De hecho, él se ha manifestado una sola vez, (…) para destruir el pecado con el sacrificio de sí mismo.”(Hb 9,24).

 

Ahí tenemos el ejemplo divino invitándonos, según nuestros deberes y responsabilidades, a dar no solo de aquello que nos sobra, sino a dar todo. Fue Dios quien nos creó y redimió y por eso a Él le pertenecemos. Todo es de Él y todo debe volver a Él. Y así como el sol, el agua o los árboles, si fuesen pasibles de felicidad, estarían completamente felices por el don generoso de si mismos, también nosotros encontraremos nuestra perfecta alegría en el dar, dar de nosotros y darnos por entero.

 

2- Remedio para nuestras miserias y amparo contra las tentaciones:

 

Consideremos bien esta verdad: cuando alguien da de sí, su egoísmo acaba siendo sofocado en beneficio del servicio a los otros. Servir – ya sea dando un buen ejemplo, un buen consejo o prestando algún auxilio – repara nuestras faltas y al mismo tiempo nos aparta del pecado. Un modo de adquirir fuerzas para enfrentar las tentaciones es hacer la donación de nosotros mismos, es decir, desapegarnos de nosotros mismos.

 

Por el contrario, quien se cierra en su egoísmo, no estará preparado para el momento siempre presente de la tentación, pues basta que existamos para ser foco de solicitaciones para el pecado, como dice San Pedro: “Sed sobrios, velad; vuestro adversario, el diablo, como león rugiente, ronda buscando a quien devorar.”(I Pd 5.8).

 

III – Conclusión: La felicidad en la generosidad

 

Nada trae más felicidad a un alma que devolver a Dios aquello que Le pertenece. La justicia consiste en “dar a cada uno su derecho”. Ora, si de Dios vienen todas las cosas que fueron creadas y están a disposición del hombre, este es deudor de todo cuanto de Él recibió. El préstamo hace parte de los acuerdos entre los hombres. Quien presta queda a la espera de la devolución del bien prestado y quien tomó el préstamo tiene obligación de devolverlo a su dueño. Pues bien, si esto es así en el relacionamiento humano, no podemos olvidarnos: ¡Todo lo que tenemos no es sino prestado por Dios! Desde nuestra vida, hasta nuestras capacidades y cualidades, pasando por todos nuestros bienes. Así seremos libres, pues sólo es realmente libre quien es justo y pone en las manos de Dios todo lo que de Él recibió.

 

El mundo moderno, por haberse hundido en el egoísmo, corre detrás de la felicidad donde ella no se encuentra. Proclamando que la libertad consiste en entregarse a la saña de las pasiones y de las malas inclinaciones va a buscar la felicidad en el vicio, en el pecado y en cuántas locuras, donde encuentra, no la felicidad, sino la frustración, la depresión y, por veces, las enfermedades. De esa manera, el egoísmo, castigado por Nuestro Señor en el Evangelio de hoy, ya es castigado aquí en la Tierra, siendo aun merecedor de la pena eterna.

 

La verdadera alegría está en la generosidad virtuosa, pues es en ella que el hombre cumple enteramente su finalidad de “conocer, servir y amar a Dios en este mundo, de modo a ser elevado a la vida con Dios en el Cielo”.

 

Oración Final

 

Oh María Santísima, que nos disteis el perfecto ejemplo de entera entrega a Dios haciéndoos la humilde esclava del Altísimo y fiel cumplidora de su voluntad, volved nuestro corazón semejante al vuestro: libre de egoísmo que nos aparte de los caminos del Cielo y siempre generoso para servir y amar a Dios, dispuesto a retribuir todo lo que de Él recibimos. Amén.

 


 

Notas bibliográficas:

Basado en Mons. João Scognamiglio Clá Dias, EP, Revista Arautos do Evangelho

n.131, novembro 2012, p.11-17

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