Oh Corazón dulcísimo de Jesús!, el más santo, más tierno, más amable y bondadoso de todos los corazones. ¡Oh Corazón víctima de amor!, eterno gozo del Empíreo, consuelo del mísero mortal y esperanza última de los desterrados hijos de Eva: oíd, benigno, nuestras súplicas y lleguen a Vos nuestros gemidos y clamores.
En vuestro amoroso seno, dulce y cariñoso, nos acogemos en la presente necesidad, como confiado se acoge el niño en el regazo de su querida madre, convencidos de que hallaremos en Vos todo cuanto actualmente precisamos; porque vuestro amor y vuestra ternura para con nosotros sobrepasan sin comparación los que tuvieron y tendrán todas las madres juntas para con sus hijos.
Acordaos, ¡oh Corazón entre todos el más fiel y generoso!, de las magníficas y consoladoras promesas que le hicisteis a Santa Margarita María Alacoque de conceder, con generosidad y liberalidad, especiales auxilios y favores a todos los que recurriesen a Vos, verdadero tesoro de gracias y misericordia. Vuestras palabras, Señor, han de cumplirse: antes pasarán el Cielo y la Tierra que vuestras promesas dejen de realizarse.
Por eso, con la confianza que le puede inspirar un padre a un hijo suyo muy querido, nos postramos ante Vos, y con la mirada fija en Vos, ¡oh amoroso y compasivo Corazón!, humildemente os rogamos accedáis propicio a la plegaria que os hacen estos hijos de vuestra dulce Madre.
Presentad, ¡oh amabilísimo Redentor!, a vuestro Eterno Padre las heridas y llagas que en vuestro cuerpo sacratísimo recibisteis, en particular la del costado, y nuestras súplicas serán escuchadas y nuestros deseos satisfechos. Si lo quisierais, decid solamente una palabra, ¡oh Corazón Omnipotente!, y en seguida experimentaremos los efectos de vuestra virtud infinita, porque a vuestro imperio y voluntad se sujetan y obedecen el Cielo, la Tierra y los abismos.
Que no sirvan de obstáculo nuestros pecados y las injurias con las cuales os ofendemos, para que dejéis de compadeceros de los que claman a Vos; sino más bien, olvidándoos de nuestra ingratitud y perfidia, derramad con abundancia sobre nuestras almas los inagotables tesoros de gracia y misericordia que en vuestro Corazón se encierran, para que después de haberos servido fielmente en esta vida podamos entrar en las moradas eternas de la Gloria, para cantar, sin fin, vuestras misericordias, ¡oh amante Corazón!, digno de suma honra y gloria, por los siglos de los siglos. Amén.
(Manná do Cristão, São Paulo: Of. Gráfica da Ave Maria, 1923, p. 181-183)