Madre bondadosísima de Aquel que ha dicho: “No son los que están sanos los que tienen necesidad de médico” , y en otra ocasión: “Perdonad setenta veces siete” , ¿cuándo podrán nuestras caídas agotar vuestro poder y la ternura de vuestras solicitudes y cuidados?
Vais a buscar al pecador que todos han rechazado, lo abrazáis, lo reanimáis y le dais calor, y no descansáis hasta que lo habéis curado
Yo también soy vuestro enfermo, salvadme: “ Sálvame, porque yo te pertenezco” (Sal 119, 94). Este será mi grito de esperanza todos los días que dure mi destierro. Mientras más me acuerde de mis caídas pasadas, más me acordaré de Vos, que habéis tenido el poder y la bondad de levantarme de ellas; y mayor será mi seguridad de que no me abandonaréis mientras dure mi convalecencia.
Y al fin en el Cielo, ocupando tímidamente mi sitio, entre el número de quienes os deben su salvación porque en medio de sus miserias pusieron en Vos todas sus esperanzas, seré vuestra gloria, como un enfermo es la gloria del médico que lo ha salvado de las puertas de la muerte, no una vez, sino muchísimas.
Entonces —y éste será el mejor fruto que haya producido la gracia—, mis faltas mismas serán el pedestal de vuestra glorificación y, al mismo tiempo, el trono de las divinas misericordias que quiero cantar eternamente: Misericordias Domini in aeternum cantabo (Sal 89, 2).
¡Cantaré eternamente el amor del Señor!
(P. Joseph Tissot, El arte de aprovechar nuestras faltas . Madrid, Ediciones Palabra, 2005, p. 159)
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