Según una bella y muy razonable tradición, en el momento en que la Santísima Virgen, meditando en la figura del Mesías profetizado en las Sagradas Escrituras, completó en sí la imagen que debería formarse sobre el Mesías, fue en ese momento en que el Arcángel San Gabriel se le apareció.
Así, la primera tarea de Nuestra Señora fue concebir en su espíritu cómo sería el Redentor.
¡Qué santidad debería tener la Virgen María para, con éxito, imaginar la fisonomía, la mirada, el timbre de voz, los gestos, el caminar, el reposo del Hijo de Dios!
Y que alma era necesaria tener para después de esto, recibir esta sentencia de Dios: “Dedicaste tu mente a desvendar este misterio y lo hiciste con tanto amor y tan acertadamente que yo te digo: “¡Ese en quien pensaste, tú lo generarás!”.
¡Premio maravilloso como nunca hubo ni lo habrá igual en la Historia!
Él dijo de sí mismo para quienes fueran fieles: “Yo mismo seré vuestra recompensa demasiadamente grande” (cf. Gen 15, 1). Nuestro Señor Jesucristo es tan perfecto que hasta para Nuestra Señora, Él fue el premio demasiadamente grande.
(Extraído de conferencia de 2/2/1985)