El Corazón de Jesús, tomado en su significado propio y natural, es el símbolo sensible de esta devoción cuyo objeto espiritual es el amor inmenso del Verbo Encarnado.
Considerando su esencia, la devoción al Sagrado Corazón de Jesús es tan antigua como el cristianismo. Considerando su forma actual, data de fines del siglo XVII.
¿Cuál es su finalidad? Amar y honrar al Corazón de Jesucristo, inflamado de amor por los hombres y ultrajado por sus ingratitudes, y ofrecerle una reparación por las injurias que recibe, especialmente en el Santísimo Sacramento.
Se trata de una devoción admirablemente fecunda en frutos de salvación y destinada a regenerar el mundo.
Doble objeto
En todas las devociones o fiestas relativas a la humanidad santísima de Jesús hay siempre un doble objeto: uno sensible y secundario que le da su nombre a la devoción o conmemoración, y otro espiritual y principal.
Por ejemplo, los objetos de la fiesta de la Santa Cruz son dos, estrechamente unidos: uno sensible que es la Cruz misma; otro espiritual, que es Jesús crucificado, obrando el misterio de la Redención a través de la Cruz. El motivo espiritual comunica su dignidad a la Cruz y la hace merecedora, por su unión a Jesús, de la singular veneración que le tributa la Iglesia con toda solemnidad.
Lo mismo sucede en la devoción al Sagrado Corazón.
El objeto sensible, secundario, es el Corazón de Jesús tomado en su significado propio y natural, su corazón de carne semejante al nuestro, que da nombre a la devoción. En tanto, el objeto espiritual y principal es el amor inmenso cuyo símbolo y órgano es el Sagrado Corazón.
En todos los pueblos el corazón simboliza al amor
El corazón físico, material, participa ampliamente en los sentimientos y afectos del alma, es su activo colaborador y recibe de su parte impresiones muy vivas. Es la sede y órgano principal de los afectos sensibles. Ha sido considerado por todos los pueblos como símbolo del amor, la más tierna prenda que pueda darse de un afecto íntimo y genuino.
Es en él donde el alma, esparcida por todo el cuerpo, funda su morada predilecta, donde hacer sentir la influencia más profunda de su santidad. En él habita el Espíritu Santo de modo más especial y sensible. También la Iglesia tiene al corazón como la reliquia más preciosa de sus santos.
Cuando aplico estas verdades al Corazón de Jesús, ¡qué digno se muestra al recibir nuestro culto y nuestros homenajes!
Así pues, la devoción al Corazón de Jesús es muy legítima y muy excelente si se considera en su objeto sensible y secundario.
Y lo es todavía más cuando se la examina en su objeto espiritual y principal: el amor infinito de Jesús por los hombres.
(Trechos de “L’Ami du Clergé”, junio de 1880)
La mensajera del Sagrado Corazón de Jesús
El mensaje del que fue portadora mostraría a la humanidad, de un modo jamás imaginado, la insondable intensidad del amor de Dios por cada uno de nosotros.
Cuando Margarita sólo contaba cuatro años de edad, comenzó a sentir la inclinación de decir varias veces: “Oh Dios mío, te consagro mi pureza y te hago voto de castidad perpetua”. Cosa sorprendente para una niña de esa edad, que no sabía siquiera el significado de esas palabras, como diría más tarde en sus memorias.
Era el extraordinario comienzo de la historia de esta alma, en que la gracia divina actuaba para hacerla pertenecer solamente a Jesús. Así podría cumplir admirablemente una misión crucial en beneficio de la humanidad: ser la mensajera del Sagrado Corazón.
Lucha entre la vocación y la atracción de la vida corriente
Margarita nació el 22 de julio de 1647 en Borgoña, Francia. Su padre era juez y notario real, pero hombre de pocos bienes.
Cuando la niña tenía 8 años de edad el padre falleció, y la familia debió enviarla a la escuela de las clarisas de Charolles. Pero una extraña enfermedad la redujo a un estado de postración tan aguda, que al cabo de un tiempo su madre la llevó de vuelta a casa. “Pasé cuatro años sin poder caminar”, diría después. Viendo la ineficacia de los medicamentos, recurrió a la Virgen de las Vírgenes y le hizo el voto de entrar a la vida religiosa si le concedía la salud. Fue atendida con rapidez, restableciéndose por completo.
Sin embargo, al cumplir Margarita los 17 años, su madre y hermanos determinaron que debía contraer matrimonio. Dejándose llevar por el amor filial, la joven empezó a participar en los diversiones de su edad –cuidándose de no ofender a Dios– y a acariciar la idea del casamiento, puesto que ya contaba con varios pretendientes. En su interior se libró una larga e intensa batalla: por un lado, la atracción de la vida corriente susurraba que la fundación de un hogar era incluso un deber de piedad filial, que le permitiría amparar mejor a su enferma madre. Por otro, la voz de la gracia le recordaba el voto de castidad perfecta hecho en la infancia junto a la promesa de hacerse esposa de Cristo. “No importa, eras muy niña para entender lo que decías, así que tales promesas no tienen valor. ¡Ahora eres libre!”– era la respuesta que venía a su mente enseguida.
El cruel combate de alma duró algunos años. Pero, sensiblemente ayudada por Nuestro Señor, la vocación religiosa terminó por prevalecer: en 1671 ingresó como postulante al Monasterio de la Visitación de Paray-le- Monial.
¿Santa o visionaria?
Margarita fue bendecida con experiencias místicas desde la infancia, pero las más importantes sucedieron en el convento a partir del 27 de diciembre de 1673, cuando comenzó a recibir una serie de revelaciones del Sagrado Corazón de Jesús, que la encargaba de difundir su devoción.
Las tres superioras que se sucedieron en el gobierno del convento cada seis años quedaron convencidas de la santidad de aquella religiosa y la autenticidad de las revelaciones que recibía. Aun así, sufrió la terca oposición de la comunidad, que la tenía por una excéntrica visionaria. Su principal apoyo vino de san Claudio de la Colombière, joven sacerdote jesuita que durante un tiempo fue el confesor de las monjas y declaró la veracidad de las visiones.
San Claudio fue enviado a Inglaterra como confesor de la duquesa de York, esposa del futuro rey Jaime II, y allá predicó por primera vez la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, logrando varias conversiones entre las damas de la nobleza. Sin embargo, fue perseguido a causa de un complot anticatólico y pasó un tiempo en prisión. Regresó a Francia con la salud minada, pocas veces pudo encontrarse con santa Margarita, y murió muy pronto. Su partida de este mundo no abatió a la religiosa, cuya persevercia, docilidad, espíritu de obediencia y caridad acabaron por vencer las oposiciones hasta hacerla cumplir su misión, comenzando por introducir en 1686 –primero para un pequeño círculo de su propio convento– la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús. Ésta se extendió con rapidez a otros monasterios de la Visitación y desbordó al exterior de la congregación.
Después de vivir consumida en amor al Sagrado Corazón de Jesús, santa Margarita María Alacoque murió el 17 de octubre de 1690 a los 43 años de edad. Fue canonizada por Benedicto XV en 1920. Su cuerpo se halla bajo el altar de la capilla del convento donde vivió, y los peregrinos obtienen insignes gracias rezando en ese lugar.
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