Cuando era un niño, la simple presencia de San Conrado entre sus compañeros ahuyentaba a los que decían palabras inmorales. Este santo, por ser enteramente abnegado, era un hombre puro. El completo desapego de nosotros mismos es la condición de nuestra perseverancia y de la fecundidad de nuestro apostolado.
El verdadero rostro de los Santos, de Schamoni, encontramos algunos trechos biográficos sobre San Conrado de Parzham.
Mi libro es la Cruz
Conrado de Parzham, en el siglo Johann Birndorfer, nació el 22 de diciembre de 1818, en Parzham, cerca de Passau, Alemania, descendiente de una piadosa familia de campesinos. Cuando aún era niño, sus colegas hablaban cosas menos dignas, y, al verlo aproximarse, exclamaban: “Callémonos que ahí viene Juan”. Ya sentían respeto por la majestad de Dios, y en las tareas del campo, en pleno calor estival, rehusaba cubrir su cabeza porque al estar continuamente en oración, creía que sólo podía rezar con la cabeza descubierta.
San Conrado de Parzham
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A los 31 años, teniendo certeza de su vocación religiosa, abandonó casa y herencia y entró como hermano lego en la Orden Capuchina. Después de los votos, el hermano Conrado fue destinado al convento de Altötting, junto al cual hay un santuario de la Virgen, visitado anualmente por millares de peregrinos. En tal monasterio, que en el ambiente del campo no encuentra un momento de reposo, el cargo de portero es sumamente difícil. El Hermano Conrado cuidó de la portería del convento por cuarenta y un años, y, aplicándose en su misión con tacto y atención, tuvo inalterable paciencia, siempre lleno de deferencia, humilde, servicial, piadoso, laborioso. Nunca fue visto malhumorado. Jamás pronunció una palabra inútil. Así, se convirtió en un predicador silencioso que infundía respeto a los visitantes, convertía a los pecadores, consolaba a los afligidos y ayudaba a los pobres.
Una vez escribió a un amigo: “Mi regla de vida consiste en amar, sufrir y maravillarme en éxtasis y oraciones por el amor de Dios para con nosotros, pobres criaturas. Nunca termina ese divino amor. Nada hay que me detenga en mis ocupaciones y me mueva a apartarme de mi unión con Dios. Mi libro es la Cruz, me basta mirar hacia ella y saber en cada ocasión cuál ha de ser mi conducta”. Tres días antes de morir, renunció a su cargo de portero, falleciendo el 20 de abril de 1894. Murió por lo tanto a los 76 años.
La Revolución va progresando hoy como un cáncer
Es muy interesante la figura de este santo. Ya vi en libros de grabados de santos uno que reproduce su perfil, opuesto al de san León IX que era un aristócrata, hombre de gran hermosura y talento. Un varón superior, bajo el punto de vista de sus cualidades naturales, en quien incidió como un haz de luz maravillosa la vida sobrenatural y su propia santidad.
San Conrado de Parzham es lo contrario. Un humilde hermano franciscano, que en el grabado aparece muy blanco, de barba y cabellos blancos, con un fajo de llaves en la cintura, indicando así su función de portero. Con toda esa inferioridad humana en relación a un San León IX, por ejemplo, es sin embargo una figura espléndida, de tal forma que podría ser colocada como par de ese Papa Santo, pues todas las cualidades naturales se eclipsan y desaparecen cuando están en juego los valores de carácter sobrenatural.
Tenemos aquí varios datos de la vida de San Conrado que debemos considerar.
En primer lugar cómo ahuyentaba –siendo un simple campesino– a los compañeros que decían palabras inmorales. Vemos aquí una preservación de aquella época, al menos en el lugar donde él vivía. Pues hoy en día no creo que haya un santo que logre ahuyentar a los niños de colegio que hablan obscenidades. En esto se ve cómo la Revolución va progresando a la manera de un cáncer, invadiendo todo. En aquel tiempo aún había gente que se atemorizaba. ¡Hoy no hay más! El mal se muestra completamente desatado y enteramente triunfante. Es exactamente uno de los elementos que hacen necesario el castigo previsto por Nuestra Señora en Fátima.
San Conrado de Parzham
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También es digno de nota cómo era intensa la piedad del santo; rezando de tal manera y de forma tan constante que durante el tiempo de trabajo en el campo también oraba. Y por eso no quería cubrir su cabeza, porque, como estaba hablando con Dios, prefería recibir todo el calor, y permanecer en una actitud de respeto delante de Nuestro Señor.
Se observa, por un lado, la falta de respeto humano y, por otro, una piedad permanente y acendrada y un gran espíritu de mortificación. Porque el trabajo manual ya de sí es penoso; y hacerlo con el sol en la cabeza descubierta lo vuelve más difícil aún. Y a pesar de eso, conseguía concentrarse. Es una capacidad de atención y de oración dignas de nota; sobre todo para los hombres de nuestra época tan distraídos.
Un portero edificante, solícito, digno y respetuoso
Él entró como hermano lego en la Orden Capuchina a los 31 años de edad, y fue destinado como portero del convento junto a un santuario de Nuestra Señora. Y allí se volvió lo contrario de los porteros de convento que habitualmente se conocen: se quiere llamar a un fraile… pasa media hora; en parte debido a la lentitud del portero en llamarlo, en parte, a la demora del fraile en pasar al teléfono. Son dos cosas que se conjugan: displicencia y desinterés.
En San Conrado vemos lo opuesto: era un mero portero de convento, pero tan edificante, tan solícito, tan digno, tan respetuoso que todo el mundo quedaba edificado con él. Y entonces la ficha dice muy bien que, siendo solo un portero, por su acción de presencia, por su virtud, predicó una gran lección de cuarenta y un años, se transformó en un gran misionero y en un gran predicador.
Esto nos hace ver que los hombres eficientes para el apostolado, no son de ningún modo sólo aquéllos que tienen capacidades intelectuales como la de hablar en público. Éstos también pueden ser eficientes, pero la clave de su eficiencia no está en el talento, y sí en la vida sobrenatural que habita en ellos y se comunica a los otros.
Por esta razón, vemos a un simple portero, un hermano lego, haber hecho por la Causa Católica un apostolado enorme en el más oscuro de los cargos; un hombre con una ciencia muy pequeña. Apostolado de portería. ¡Cómo esto nos muestra algo de limitado, de circunscrito en materia de apostolado! Sin embargo, el éxito del brillo de ese apostolado se debe a la vida interior.
El apostolado seriamente conducido exige abnegación y renuncia completas
He aquí su pensamiento respecto de la oración constante: “Mi regla de vida consiste en amar, sufrir y maravillarme en éxtasis y oraciones por el amor de Dios para con nosotros, pobres criaturas”.
Es una ilustración de la tesis de Dom Chautard en su libro El alma de todo apostolado: Si queremos que nuestro apostolado sea fecundo, tratemos de hacerlo por amor de Dios y no por amor propio; no con el deseo de aparecer ni de ser importantes, sino considerando la Causa de Nuestra Señora y nada más. Si así hiciéremos, nuestro apostolado será un canal de gracias. Por tratar de encontrar cualquier forma de mostrarnos, por el deseo de recibir aplausos, nuestro apostolado será como un canal obstruido por donde las aguas no pasan… y las almas tendrán hambre de gracia y no serán nutridas por causa de nuestra falta de correspondencia. Esa es la abnegación entera, la renuncia completa que el apostolado seriamente conducido exige. Esto es muy duro.
Yo comprendo que para la naturaleza humana, el deseo de mostrarse es una cosa primera, elemental y vehemente como el deseo de respirar. Pero es necesario a toda costa vencer esto. Quien quiere ser un verdadero apóstol necesita ser una persona abnegada, llena de renuncia; si fuera retirada de cualquier cargo, no gime, no sufre, no protesta. Y que siendo desconocida por su jefe da gracias a Dios, porque así está imitando a Nuestro Señor que también sufrió el desprecio de los otros. Una persona, en fin, enteramente abnegada de sí misma.
Denme un hombre enteramente abnegado de sí mismo y yo les daré un hombre puro. En el fondo, las tentaciones contra la pureza provienen del orgullo, de la falta de abnegación, de la vanidad y el apego a sí mismo.
San Conrado de ParzhamRelicario de San Conrado – Iglesia del Convento de Altötting, Alemania
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Si consideramos un hombre abnegado, no sólo será puro sino un apóstol perfecto; su apostolado producirá resultados a veces sorprendentes. Pero si actuase con apego, su apostolado no daría en nada; sería una tristeza.
¿Puede haber una frustración peor para un apóstol que, habiendo dejado todo para dedicarse al apostolado, ve que su vida no tuvo fecundidad?
No tengamos ilusión ninguna: nuestra vida será estéril e infecunda, nuestro apostolado inútil, pasarán los años sin que conquistemos nada. Todo esto es la consecuencia del apego a nosotros mismos.
El completo desapego de nosotros mismos, del cual San Conrado de Parzham fue un ejemplo, es la condición de nuestra perseverancia y de la fecundidad de nuestro apostolado.
(Extraído de conferencia de 19/4/1967)