Entre las oraciones propuestas por San Luis María Grignion de Montfort para crecer en el amor mariano, destaca este bellísimo “Acto de ciego abandono y de amorosa confianza en la dulce Virgen María”.
Dulce Virgen María, creo tan firmemente que, desde lo alto del Cielo, veláis día y noche por mí y por los que esperan en Vos, estoy tan íntimamente convencido de que jamás nos puede faltar nada cuando lo esperamos todo de Vos, que he resuelto vivir en adelante sin aprensión alguna y descargar completamente en Vos todas mis inquietudes.
Dulce Virgen María, me habéis afirmado en la más inquebrantable confianza: ¡oh, mil veces agradecido por tan preciosa gracia! Residiré a partir de ahora en paz en vuestro Corazón tan puro; sólo pensaré en amaros y obedeceros, mientras Vos misma, buena Madre, os ocuparéis de mis más queridos intereses.
Dulce Virgen María, que entre los hombres, unos esperen la felicidad en sus riquezas, otros la busquen en sus talentos; que otros se apoyen en la inocencia de su vida, o en el rigor de su penitencia, o en el fervor de sus oraciones, o en el gran número de sus buenas obras. En cuanto a mí, pobre pecador, que no tengo más que mi poco amor que compartir; esperaré, Madre mía, sólo en Vos, después de Dios; y todo el fundamento de mi esperanza será mi confianza en vuestra maternal bondad.
Dulce Virgen María, los malvados podrán arrebatarme mi reputación y los pocos bienes que poseo; las enfermedades podrán quitarme las fuerzas y la facultad externa de serviros; yo mismo podría, infelizmente, tierna Madre, perder vuestras buenas gracias por el pecado; pero mi amorosa confianza en vuestra maternal bondad, ¡nunca! ¡Oh no, jamás la perderé! Conservaré esta inquebrantable confianza hasta mi último suspiro. Ni todos los esfuerzos infernales me la arrebatarán. Moriré, buena Madre, repitiendo mil veces vuestro bendito nombre, depositando en vuestro Corazón inmaculado toda mi esperanza.
Y por qué estoy tan firmemente seguro de esperar siempre en Vos si no es porque me habéis enseñado Vos misma, dulcísima Virgen, que sois toda misericordia y nada más que misericordia. Por lo tanto, oh buenísima y amadísima María, estoy seguro de que os invocaré siempre, porque siempre me consolaréis; os seré agradecido siempre, porque siempre me socorreréis; os serviré siempre, porque siempre me ayudaréis; os amaré siempre, porque siempre me amaréis; lo conseguiré todo siempre de Vos, porque vuestro liberal amor sobrepasará mis expectativas.
Sí, sólo de Vos, oh dulce Virgen, a pesar de mis pecados, confío y espero el único bien que deseo: la unión con Jesús en el tiempo y en la eternidad. Solamente de Vos, porque sois Vos la que mi divino Salvador ha elegido para dispensarme todos sus favores y para conducirme con seguridad a Él.
Sí, Madre mía, sois la que, después de haberme enseñado a compartir las humillaciones y los sufrimientos de vuestro divino Hijo, me introduciréis en su gloria y en sus delicias para alabarlo y bendecirlo, junto a Vos y con Vos, por los siglos de los siglos.
SAN BERNARDO. Acte d’aveugle abandon et d’amoureuse confiance en la douce Vierge Marie. In: DENIS, Gabriel. “Le Règne de Jésus par Marie”. 3.ª ed. Luçon: S. Pacteau, 1873, pp. 242-244