5to. MISTERIO GOZOSO La Pérdida y Hallazgo de Jesús en el Templo
Nuestra Señora pidió en Fátima la devoción de la comunión reparadora de cinco primeros sábados de mes, donde debemos rezar uno de los misterios del rosario, comulgar, meditar uno de los misterios por 15’ y confesarnos, todo en reparación por las ofensas al Inmaculado Corazón de María.
Hoy meditaremos el 5to misterio de gozo y nos basaremos en el Evangelio de San Lucas.
Antes, nos encomendamos a la SSma. Virgen, pidiendo su intercesión ante el Niño Jesús, su Divino Hijo, para obtenernos todas las gracias de tal forma que podamos aprovechar plenamente esta meditación.
41 Los padres de Jesús solían ir cada año a Jerusalén por las fiestas de Pascua. 42 Cuando Jesús cumplió doce años, subieron a la fiesta según la costumbre 43 y,cuando terminó,se volvieron; pero el Niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que lo supieran sus padres. 44 Éstos, creyendo que estaba en la caravana, hicieron una jornada y se pusieron a buscarlo entre los parientes y conocidos;45 al no encontrarlo,se volvieron a Jerusalén en su busca. Templo, sentado en medio de los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas; 47 todos los que le oían quedaban asombrados de su talento y de las respuestas que daba.48 Al verlo,se quedaron atónitos, y le dijo su Madre: “Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Mira que tu padre y Yo te buscábamos angustiados”. 49 Él les contestó: “¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que Yo debía estar en la casa de mi Padre?” 50 Pero ellos no comprendieron lo que quería decir. 51 Él bajó con ellos a Nazaret y siguió bajo su 46 A los tres días, lo encontraron en el autoridad. Su madre conservaba todo esto en su corazón. 52 Y Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y los hombres(Lc2,41-52).
I – Verdadero Dios y verdadero Hombre
La descripción de San Lucas es la más minuciosa de los Evangelios en lo que concierne a los treinta años de vida oculta de Nuestro Señor junto a sus padres, lo que hace suponer que conoció el episodio gracias al relato de la propia Virgen María.
La Sagrada Familia cumple el precepto
41 Los padres de Jesús solían ir cada año a Jerusalén por las fiestas de Pascua. 42 Cuando Jesús cumplió doce años, subieron a la fiesta según la costumbre…
Había tres fiestas —Pascua, Pentecostés y Tabernáculos— en las que los varones judíos debían acudir al Templo (cf. Ex 23, 14; 24, 23; Dt 16, 16). Cuando Jesús cumplió doce años tuvo la obligación de hacerlo también, pues como recuerda Fillion, al llegar a esa edad todo joven israelita se volvía “‘hijo del precepto’ o ‘hijo de la Ley’, esto es, quedaba sujeto a todas las prescripciones de la Ley mosaica, hasta las más pesadas como el ayuno y las peregrinaciones al Templo”.1
El trayecto de Nazaret a Jerusalén suponía varios días de viaje hecho en comitiva, en caravana, con los caminos repletos de quienes iban a cumplir el precepto en la misma fecha. Era costumbre que los peregrinos pasaran una semana en Jerusalén. Según las descripciones dejadas por autores de la época, como Flavio Josefo, la ciudad se hacía intransitable, desbordada de gente por todas partes.2
Jesús se dirigió a la Casa de Dios para rendir culto al Padre. ¡Qué magnífica manifestación de amor a la jerarquía, qué sublime relación entre las Personas de la Santísima Trinidad! ¡Cuánta alegría habrá sentido el Hijo del Hombre al cumplir aquel precepto de la Ley mosaica con motivo de la fiesta de la Pascua! Y en el Templo, viendo ofrecer al Padre el cordero, símbolo de sí mismo, debió considerar que cuando redimiera al género humano por el sacrificio cruento de la Cruz, haría realidad esa inmolación simbólica.
Muy probablemente caminó por Jerusalén y observó con ojos humanos los lugares en que padecería, y tuvo un arrebato de amor semejante a cuando dijo en la Sagrada Cena: “He deseado enormemente comer esta comida pascual con vosotros” (Lc 22, 15).
¿Lo habrá acompañado la Virgen en ese recorrido? ¿Habrán hablado de la Pasión? Ignorados por los hombres, eran un espectáculo para los Ángeles del Cielo.
Jesús no les dio ninguna explicación
43 …y, cuando terminó, se volvieron; pero el Niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que lo supieran sus padres.
Los judíos tenían la costumbre durante esos viajes, de formar dos comitivas, una para las mujeres y otra para los hombres, y los niños caminaban ya con el padre, ya con la madre. Por la noche se reunían para comer y disfrutar un poco de su compañía antes que cada cual se fuera a descansar.
Así debió ser la subida a Jerusalén y también debía ser así el viaje de regreso, con la inevitable confusión propia de una caravana que se marcha de una ciudad superpoblada. Eso explica el hecho de que solamente al finalizar el primer día, cuando se encontró con San José, la Santísima Virgen se diera cuenta de la desaparición del Niño. Entonces, afligidos, comenzaron a buscarlo entre los familiares y conocidos. ¡En vano!
Angustia de María y José
44 Éstos, creyendo que estaba en la caravana, hicieron una jornada y se pusieron a buscarlo entre los parientes y conocidos; 45 al no encontrarlo, se volvieron a Jerusalén en su busca.
Bien podemos imaginar el gran dolor de María y José, atónitos ante un hecho para el cual no encontraban explicación. Sabían que el Mesías debería enseñar su doctrina y después sería condenado a muerte. Eso los hacía desconfiar, como afirma la Glosa, que “lo que Herodes había intentado llevar a cabo en su primera infancia, ahora, encontrando ocasión propicia, lo hicieran otros, matándolo a esa edad”.3 Así pues, ¡con qué angustia lo buscaban en el camino, temiendo descubrirlo muerto!
Al sufrimiento de la duda sobre la causa de la desaparición de Jesús se sumaba la incertidumbre sobre la ocasión. ¿Cómo pudo ocurrir? Transida de dolor, la Santísima Virgen ciertamente recordaba la profecía de Simeón: “Una espada atravesará tu alma” (Lc 2, 35).
Preocupación, aflicción, angustia, sí; pero en una superior paz de alma. María Santísima tal vez llegaría a pensar que la culpable de lo sucedido era Ella, por alguna falta de amor a Dios. La separación de su adorable Hijo sería, en tal caso, un divino reproche.
Por eso estaba en la aflicción de las aflicciones y sentía la espada de dolor en el corazón. Quizá Ella y José creyeron no haber sido dignos de la custodia de aquel Tesoro, de no haber correspondido a la misión recibida. Y eso los dejaba en una gran desolación.
Avidez del Señor por dar testimonio
46 A los tres días, lo encontraron en el Templo, sentado en medio de los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas; 47 todos los que le oían quedaban asombrados de su talento y de las respuestas que daba.
Una vez constatada la pérdida de Jesús, la Santísima Virgen y San José tuvieron que esperar el alba para emprender el viaje de regreso. Cuando llegaron a Jerusalén volvió a caer la noche y, de este modo, sólo al tercer día pudieron ir al Templo. Ella sabía muy bien que era el lugar más probable para encontrar a su Hijo. Cuando finalmente lo hallaron, la Virgen Madre y San José, absortos como estaban por el sufrimiento, no se percataron siquiera de la admiración provocada por el Niño Jesús en los doctores —“asombrados de su talento y de las respuestas que daba”— como subraya el gran exégeta Lagrange: “La aprobación de los doctores halagaría a los padres, y sobre todo daría motivo a la dulce complacencia de una madre; pero María estaba inmersa en el dolor y la sorpresa”.4 El Niño Jesús estaba dando testimonio de su misión ante los maestros de la Ley, dieciocho años antes de iniciar su vida pública, como comenta San Beda: “Para probar que era Dios, les respondía de una manera sublime cuando lo interrogaban”.5 Actuando así, ayudaba a esas personas a darse cuenta de que había llegado la hora del Mesías y de la liberación del pueblo judío. Liberación no del dominio romano, sino espiritual, en relación a la salvación eterna: ¡se abrirían las puertas del Cielo!
María pregunta con admiración
48 Al verlo, se quedaron atónitos, y le dijo su madre: “Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Mira que tu padre y Yo te buscábamos angustiados”.
La admiración a la que alude este versículo puede entenderse de dos maneras. Primero, en el sentido explicado por Santo Tomás de Aquino: ellos estaban, en medio de los efectos, en busca de la causa, de la razón.6 Segundo, les causó admiración encontrar al Niño cumpliendo su misión a tan tierna edad y presenciar la manifestación que hacía de sí mismo.
María y José nos dan aquí un ejemplo de cómo proceder cuando la gracia sensible se aparta de nosotros. Ante todo evitar cualquier rebeldía; si ocurrió, fue porque Dios así lo quiso. Son los sinsabores de la vida, las tragedias, las dificultades que permite la Providencia para unirnos más a Ella. Aceptémoslo todo con la postura espiritual de los padres del Señor. Y cuando volvamos a ver a Jesús, también sentiremos admiración. En la pregunta de María no veamos una queja. Con su rectísima conciencia, ella demuestra angustia y desconcierto, queriendo una explicación para así servir mejor a Dios. También esa debe ser nuestra actitud, resignada y amorosa, frente a los problemas que nos depara la vida.
Respuesta según la naturaleza divina
49 Él les contestó: “¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que Yo debía estar en la casa de mi Padre?”
En su pregunta, que tan bien refleja la preocupación de una madre en relación a su hijo, la Virgen María toma en consideración la naturaleza humana de Jesús. Y Él, respondiendo con otra pregunta, lleva la atención hacia su naturaleza divina. Por esa respuesta —la cual, según Fillion, constituía “el programa de todo su ministerio” 7— podemos conjeturar que el Niño Jesús había instruido a la Santísima Virgen acerca de cómo cumpliría la voluntad del Padre, y que esa llamada divina superaba cualquier lazo de sangre. Quiso decirles a sus padres terrenales que su misión divina estaba por encima de los vínculos familiares. Pero con ello, ¿estaba reprochándoles a María y José el haberse comportado como sus padres? San Beda ofrece un inspirado comentario: “No los reprende porque lo buscan como hijo, sino que eleva los ojos de sus almas para que vean lo que Él debe a Aquel de quien es Hijo eterno”.8 Jesucristo tenía una misión que cumplir, y quería que sus padres terrenos comprendiesen que todo debía subordinarse al Padre Celestial.
El ejemplo de María ante lo incomprensible
50 Pero ellos no comprendieron lo que quería decir.
¿Por qué la Virgen y San José no lo comprendieron? Dios no les dio luces en ese momento para que pudieran tener así un mérito mayor, comprendiendo sólo más tarde las razones de la conducta del Niño Jesús. María no entendió las palabras de su Hijo, pero, como se aprecia en el versículo siguiente, conservaba “todo esto” en su corazón, con amor, sabiendo que había una lección en el episodio. Así debe ser nuestra propia actitud frente a todo lo que nos trasciende y que tal vez no podamos entender en nuestra vida espiritual: con paz y confianza, conservemos los acontecimientos en el corazón y meditemos sobre ellos a lo largo del tiempo, recordando la promesa de Nuestro Señor: “El Paráclito, el Espíritu Santo que el Padre enviará en mi nombre, os enseñará todo y os recordará todas las cosas que os he dicho” (Jn 14, 26). Tarde o temprano el Espíritu Santo nos hará comprender, en la medida en que ello sea útil a nuestra santificación y al cumplimiento de nuestra misión.
En este episodio el Divino Maestro nos enseña también que, a veces, alguna actitud nuestra de firmeza en el cumplimiento de un deber moral o religioso puede ser incomprendida hasta por nuestros familiares. Si esto ocurre, no nos sorprendamos.
El inmenso valor del recogimiento
51 Él bajó con ellos a Nazaret y siguió bajo su autoridad. Su madre conservaba todo esto en su corazón.
Probablemente para evitar la interpretación errónea de que para obedecer al Padre Eterno sería preciso desobedecer a los padres terrenos, San Lucas recuerda enseguida, con gran delicadeza, que Nuestro Señor pasó el resto de su vida sujeto a María y José.
Pues, como afirma San Beda, “¿qué habría de hacer el Maestro de la virtud sino cumplir este deber de piedad? ¿Qué habría de hacer entre nosotros sino aquello mismo que deseaba hiciéramos nosotros?”.915 Por tanto, Cristo aceptó que lo llevaran nuevamente a Nazaret y siguió siéndoles obediente hasta el comienzo de su vida pública, casi dos décadas después. ¿Qué significado tiene ese largo período de vida oculta? Es muy posible que exprese el inmenso valor del recogimiento. Evidentemente Jesús ya estaba preparado para cumplir la voluntad del Padre; sin embargo, después de afirmar que vino a cumplir esa voluntad, Él sigue a la Santísima Virgen y a San José, y permanece dieciocho años más en la vida oculta y recogida.
No olvidemos que el recogimiento, la contemplación y la soledad son medios excelentes para prepararnos a realizar bien nuestros actos. Nunca hubo una comunidad contemplativa mas excelsa que la de Nazaret: ¡Jesús, María y José! Imposible concebir algo mejor. Por eso el gran teólogo Fray Antonio Royo Marín recuerda que “algunos Santos Padres se complacen en decir que la principal ocupación de Jesús en Nazaret fue la dulce tarea de santificar cada queridísima madre, María, y a su padre adoptivo, San José. Nada más sublime, ni más lógico y natural”.10
Crecimiento en sabiduría, estatura y gracia
52 Y Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y los hombres.
San Agustín, Santo Tomás y la generalidad de los teólogos afirman que Jesús poseía en grado supremo, desde el primer instante de su concepción, la gracia, la sabiduría y la santidad.11 Y no se limitaba a poseerlas, sino que era en sustancia la Gracia, la Sabiduría y la Santidad misma. Mientras tanto, Cristo crecía físicamente cada año, tomando la forma de un adulto “pero sin exceder exteriormente las leyes generales del desarrollo humano”, 12 subraya Fillion. Iba dando mayores muestras de gracia y sabiduría de acuerdo a su edad. No se hacía mayor en sustancia, sino en manifestación porque, según el Doctor Angélico, “a medida que crecía en edad, hacía obras más perfectas, para demostrar que era verdadero hombre, tanto en lo referente a Dios como en lo tocante a los hombres”.13
II – Oración y doctrina
¿Qué aplicación dar a este pasaje del Evangelio en nuestra vida espiritual?
Hay momentos de nuestra existencia en los cuales tenemos la sensación de haber “perdido al Niño Jesús”, es decir, con culpa nuestra o sin ella la consolación espiritual desaparece y nos sentimos desamparados. ¿Qué hacer cuando percibimos la ausencia de gracias sensibles, de aquello que nos alentaba y sostenía para practicar la virtud? Este pasaje del Evangelio nos enseña a imitar a María y a José: ir en pos del Niño Jesús, es decir, salir en busca de la gracia sensible si ésta se retira. Cuando estemos afligidos en la aridez, debemos buscar a Jesús junto al Santísimo Sacramento. No hay nada, absolutamente nada que necesitemos para nuestra santificación personal que, si lo pedimos a Jesús Eucarístico, no acabemos por obtener. Sin embargo, no olvidemos que en el Templo Nuestro Señor estaba entre los maestros de la Ley, lo que bien puede ser un signo de la importancia de la doctrina para sostenernos en la hora de la prueba. De aquí se desprende la necesidad de una buena y sólida formación doctrinal.
Tenemos que tomar las mismas precauciones de alguien que prepara un largo viaje y se provee anticipadamente con documentos, ropas adecuadas y todo lo demás; en nuestro caso, rezar mucho y conocer bien la doctrina, a fin de estar preparados para atravesar los períodos de aridez. Si hemos arraigado bien los principios en el alma, cuando sople el viento de la prueba, las hojas estarán firmes en el árbol de la fe.
1 FILLION, Louis-Claude. Vida de Nuestro Señor Jesucristo. Infancia y Bautismo. Madrid: Rialp, 2000, v.I, p.211. 2 Cf. FLÁVIO JOSEFO. Guerra de los judíos, apud FILLION, op. cit., p.212. 3 GLOSA, apud SANTO TOMÁS DE AQUINO, op. cit., c.XXI, v.42-50. 4 LAGRANGE, OP, Marie-Joseph. L’Évangile de Jésus-Christ avec la synopse évangélique. Paris: Lecoffre – J. Gabalda, 1954, p.47. 5 SAN BEDA, apud SANTO TOMÁS DE AQUINO, op. cit., c.XXI, v.42-50. 6 Cf. SANTO TOMÁS DE AQUINO. Suma Teológica. I-II, q.32, a.8. 7 FILLION, Louis-Claude. Nuestro Señor Jesucristo según los Evangelios. Madrid: Edibesa, 2000, p.88. 8 SAN BEDA, op. cit. 9 Idem, v.51-52. 10 ROYO MARÍN, OP, Antonio. Jesucristo y la vida cristiana. Madrid: BAC, 1961, p.274. 11 ) Cf. SAN AGUSTÍN. Sermo LVII, n.4; In Ioannis Evangelium. Tractatus CVIII, n.5; De Trinitate. L.XV, c.26, n.46; SANTO TOMÁS DE AQUINO. Suma Teológica. III, q.7, a.12. 12 FILLION, Nuestro Señor Jesucristo según los Evangelios, op. cit., p.86. 13 SANTO TOMÁS DE AQUINO. Suma Teológica. III, q.7, a.12, ad 3.
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