Bajo la égida del “Buen Consejo” – Parte II
Hna. Juliane Vasconcelos Almeida Campos, EP
La vida del Beato Esteban Bellesini consistía en ser “tutto a tutti”5: todo para todos, empezando por sus novicios. La fuente de energía inagotable de todo esto era un continuo estado de oración y una ardiente y filial devoción a su querida Madre del Buen Consejo.
Víctima de su propia caridad
A principios de 1840 una peste que se extendía por toda Italia comenzó a hacer estragos en la ciudad. Incansable en la atención a los enfermos el P. Esteban sustituía a otros ministros de Dios que se mostraban tímidos y medrosos, yendo a donde lo llamasen.
Con tanto trabajo, su salud ya estaba bastante debilitada. Tuvo dos caídas que le hicieron una herida en la pierna y tuvieron que llevarlo a la cama con fiebre. Pero tan pronto como mejoró, siguió con la labor de atender a los enfermos, hasta que la peste también tomó cuenta de él.
El día 2 de febrero, festividad de la Purificación de Nuestra Señora y la Presentación del Niño Jesús en el Templo, su estado de salud se agravó. A la hora de la Misa solemne, el superior no sabía si ausentarse de sus funciones en la iglesia e ir a acompañarle en su tránsito, que parecía inminente. Pero el enfermo le dijo que no se preocupase; sólo cuando todo terminase entonces comenzaría su agonía.
Le había implorado a la Madre del Buen Consejo que su muerte tuviese lugar en la fiesta de la Purificación. Llegado el momento, pidió que le encendieran una vela bendita, le dieran sus gafas y cogió en sus manos un manuscrito voluminoso, escrito de su puño y letra, y empezó a recitar las oraciones. Rezó la novena de la Purificación y quiso iniciar el Rosario y la Coronilla de Nuestra Señora de la Correa. El P. Francieri, que le asistía, le aconsejó que no se cansara y él le respondió: “¿Qué? ¿Hoy que voy a presentarme para besar los pies de María Santísima, voy a hacerlo sin haber rezado su Corona, la Coronilla y sin haber hecho la meditación habitual?”6
Cuando acabó de rezar, cruzó los brazos sobre el pecho, apretando fuertemente un crucifijo. Había puesto dos imágenes de la Madre del Buen Consejo en la cabecera de su lecho, en el lado izquierdo, y hacia allí fijó su mirada. Mientras se cantaba el Magnificat en la iglesia, entró en agonía y poco después expiró.
Obediente en vida y después de la muerte
A la mañana siguiente se hicieron las exequias, con la iglesia repleta y toda la gente deseando tocar el cuerpo y conseguir alguna reliquia. Por la tarde se le enterró en la tumba común de los religiosos, detrás del coro, sin ataúd ni distinción especial.
A los siete meses fue exhumado. Del sepulcro no salía ningún mal olor. Su cuerpo estaba flexible, completo, excepto su nariz; la carne estaba fresca, la llaga de la pierna se hacía destacar y la venda que la envolvía aún estaba rojiza. El cadáver, que debería ser colocado en un cajón de madera demasiado pequeño para contenerlo, se movió solo y se encajó perfectamente. El Cardenal Pedecini, que estaba presente, exclamó: “El padre Esteban, como fue siempre obediente en vida, se ha mostrado obediente incluso después de muerto”.7
Volvieron a sepultarlo, pero esta vez en un sepulcro expresamente abierto en la nave de Nuestra Señora del Buen Consejo, entre los altares del Espíritu Santo y la Asunción. Y entonces empezó una ola de milagros. Pío IX introdujo el pedido de la causa de Beatificación y en 1873 se hizo un reconocimiento de su cuerpo que se encontraba aún incorrupto. Más tarde, sus despojos — no en buenas condiciones ya a causa de unas filtraciones de agua en la antigua sepultura— fueron trasladados a una capilla construida en su honor, en la misma Basílica Santuario. Fue beatificado el 27 de diciembre de 1904 por San Pío X.
La Madre del Buen Consejo quiso mantener a su lado, en la vida y en la muerte, a aquel que vivió marcado por la égida del “Buen Consejo”, ejemplo y estímulo para una verdadera devoción a Ella. ²
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