Mucho más importante que hacer una obra imponente es edificar por el ejemplo. He aquí la lección sacada por el Dr. Plinio de la vida de la Madre Thérèse-Camille de l´Enfant-Jésus
El 24 de julio de 1784 recibía el velo en el Carmelo Mademoiselle Camille de Soyécourt1, hija de la más alta nobleza de Francia. Sin embargo, la joven era débil y sufría, según los médicos, de una enfermedad incurable de corazón, que todos juzgaban le impediría permanecer más de seis meses en el convento. No obstante, ella no solamente sobrevivió muchos años, sino que sin lugar a dudas su personalidad tuvo notable importancia, aunque desconocida, en la conservación del Carmelo de París durante la Revolución Francesa.
Familiares guillotinados
Madre Thérèse-Camille
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En 1792 su convento fue invadido y las religiosas dispersadas. La Hermana Camille liderando su grupo, se instaló en una casa, firmemente decidida a mantener vivo el espíritu carmelitano. Denunciada, la pequeña comunidad fue arrestada. Cuando obtuvo la libertad, Mademoiselle de Soyécourt se refugió en la casa de su familia, pero por poco tiempo, pues sus padres y dos hermanas fueron encarcelados.
Después de numerosas peripecias se fue como empleada de una hacienda. Durante todo ese tiempo no dejó de cumplir lo más rigurosamente que pudo los preceptos del Carmelo: ayunaba, recitaba el Oficio en las horas debidas y se confesaba con gran dificultad, semanalmente, con un padre refractario.2
Un día tuvo la noticia de la condena a muerte de sus familiares, todos guillotinados. Supo entonces que su hermana había dejado un hijo, aún pequeño. A pesar de su dolorosa situación, la Hermana Camille fue tutora de su sobrino hasta su muerte.
Expulsada de la hacienda donde trabajaba, pues la muerte de sus padres terminó revelando su identidad, la religiosa mendigó algún tiempo. Habiendo encontrado a una Hermana de su convento, decidió restablecer su Orden. Con el dinero de las limosnas y el auxilio de padres refractarios obtuvo la capilla de un seminario, recomenzando los oficios religiosos.
Copiaba y distribuía la Bula de excomunión de Napoleón
Terminado el Terror, Mademoiselle de Soyécourt, entonces una figura alta, pálida, grave y suave, decidió recuperar para su sobrino y para su convento la fortuna de sus padres. Causaba espanto a los notarios y hombres de la ley la presencia de esa mujer paupérrima, hablando de millones, de venta de tierras y de compra de inmuebles.
Pero consiguiendo integralmente lo que deseaba, la religiosa llamó junto a sí a sus Hermanas dispersas. Y el convento carmelita de París reinstaló su comunidad. Ahí vivió 45 años más, no sin problemas. Por ejemplo, en enero de 1811, Fouché fue informado de que una señora carmelita, superiora del Carmelo, se ocupaba activamente en copiar y distribuir la Bula de excomunión del propio Emperador. Por eso fue presa en un lugar bien distante del convento, lo que no le impedía atender a su comunidad, haciendo visitas enteramente disfrazada y pasando de ese modo delante de los guardias con toda seguridad.
La Restauración la sacó de ese exilio. Cuando sus dificultades morales parecieron disminuir, comenzaron las físicas. Su cuerpo se volvió casi diáfano por causa de los ayunos y penitencias. A los 85 años dormía aún sobre una tabla, a pesar de la gota dolorosísima y los dolores de estómago que no le permitían reposar. Mantuvo, no obstante, como siempre en su vida, un inalterable buen humor y su proverbial intrepidez. Repleta de dolores falleció en 1849, a los 92 años de edad.
Vida llena de inusitados contrastes
Me gustaría que nos colocásemos delante de esta biografía2, no desde el punto de vista de quien simplemente la lee, sino de quien la vivió. Y así, ver todo cuanto le fue sucediendo a ella como propio de una vocación, con un objetivo muy definido, en el cual ella se adentró con todo el empeño de su alma.
Ella entra en el Carmelo, se forma, y podría esperar llevar una vida como la de Santa Teresa de Jesús o de Santa Teresita del Niño Jesús; o sea, transcurrida entera en el Carmelo, con éstas o aquéllas dificultades, pero dentro de la vida carmelitana. Con certeza, ella debe haber tenido mil apetencias sugeridas por la gracia para eso.
¿Qué sucedió, sin embargo? En vez de poder llevar esa vida, explota la Revolución Francesa y la Hermana Camille va a la cárcel. Supongamos que haya pensado en la hipótesis del martirio: “Voy a dar mi vida, me haré santa. Está bien, acepto con el mayor gusto”. Conformidad… Sin embargo, fue puesta en libertad.
Ella, que esperaba vivir solo para Dios, se transforma en jefe de familia, aunque soltera, y queda tutora de un sobrino.
Habiendo sido una joven rica, pierde la fortuna. Los padres van a la guillotina y ella se convierte en criada de una hacienda, o sea, una trabajadora manual. Ella que diera su vida a la Iglesia – de noble pasa a religiosa –, pasa a ser criada de una hacienda. La biografía no entra en esos pormenores, pero nada excluye la hipótesis de que haya tenido que limpiar establos y realizar otras tareas prosaicas de ese género.
Después es despedida y se ve obligada a mendigar teniendo que cuidar de su sobrino. Comienza a mendigar de un lugar para otro y, de repente, pasada la Revolución Francesa, se transforma en mujer de negocios. Comienza entonces a tocar puertas en todas las notarías para recomponer la fortuna a la cual tenía derecho.
Todo eso era completamente contrario a lo que ella quería. Sin embargo, siempre con el mismo objetivo: ser carmelita; a tal punto que reconstituyó el Carmelo. Entonces, comienza su vida normal de carmelita, pero viene la prisión que la interrumpe nuevamente. Al fin de cuentas, vuelve al Carmelo. Se diría que va a llevar una vida tranquila. Se inicia entonces otro género de pruebas.
¿Qué es la realización de una persona?
Se podría pensar: “Bien, pobrecita. Es la fase final. ¡Ahora ella va a morir y a descansar en Dios!”
¡Nada de descansar en Dios! Va a luchar aún en la tierra hasta el último aliento. Vive hasta los 92 años, siempre practicando la penitencia, siendo modelo de religiosa, aguantando enfermedades y, al final muere a una edad que con certeza nunca podía imaginar alcanzar.
¿A los ojos del espíritu moderno, cómo considerar esto? ¿Fue una vida frustrada o realizada?
Para los hombres de hoy la realización sería si ella hubiese entrado en el convento y hubiese podido llevar una vida religiosa plenamente hasta el final. Como hubo hechos que crearon grandes tropiezos en su vida y la obligaron a hacer un montón de cosas que ella no quería, cien veces durante su existencia debe haberse sentido frustrada, abandonando su vocación. Y al llegar la enfermedad, debería haber dicho: “No hay remedio. Dios me abandonó; pues ahora que podría llevar una vida normal de carmelita, comienzo a tener una existencia de enferma”.
Sin embargo, nosotros podemos afirmar que fue una vida realizada con grandeza. Y es imposible oír esa narración sin sentir la mayor admiración por ella.
Entonces nos preguntamos: ¿Qué es la realización de una persona? –Y aquí entra el choque entre el hombre moderno y el espíritu católico.
La Madre Térèse- Camille de Soyécourt, al final de su vida
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Según el espíritu del mundo, ella no fue una persona realizada pues no llevó la vida que deseaba. Tuvo una existencia enteramente diferente de aquel punto hacia el cual tendían todos sus esfuerzos. Por lo tanto, no realizó la obra que emprendió. En último análisis, la noción de individuo realizado que vemos por ahí es la de quien llevó la vida que quiso, o la de quien ganó mucho dinero, suponiendo siempre que todo el mundo quiere adquirir dinero. Ahora bien, ella no ganó mucho dinero y no llevó la vida que quiso. Por lo tanto, no fue una persona realizada.
Pero es imposible oír la lectura de esa biografía sin ver claramente que ella se realizó con plenitud. ¿Entonces, en el sentido verdadero de la palabra, qué es la realización? No es lo que el espíritu moderno piensa. La realización es, en el sentido más inmediato – no en el supremo –, la realización de sí mismo. Se ve que ella hizo efectiva la realización de una gran personalidad. Fue una persona de gran virtud que manifestó, en el esplendor de sí misma, un gran número de cualidades, incluso naturales, de las que la Providencia la había dotado. Llevó hasta la perfección mil cosas que en ella residían potencialmente. Fue como una semilla que engendró un espléndido árbol.
Entonces, realizarse en el sentido más inmediato de la palabra es alcanzar su propia perfección. Si hizo o no lo que quiso, no tiene importancia. Lo importante es haber llegado a su propia perfección.
Nunca se sintió doblegada y siempre caminó hacia adelante
Además, ella no realizó esa perfección a través de una serie de fracasos consumados, sino con una continuidad de vida. Aunque no fuese todo como ella quería, eran los planes que Dios trazó para ella. Por lo tanto, hizo la voluntad de la Providencia.
Vista parcial del Carmelo (hoy, Instituto Católico de París), Francia
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Cuando acabamos de leer esa síntesis de su vida, percibimos la obra inmensa de la Hermana Camille para la gloria de Dios entre los hombres. No fue tanto el hecho de acabar fundando un convento – lo que es una obra excelente –, sino una cosa mucho mayor: haber dejado un gran ejemplo de perseverancia, resolución, fuerza de alma, confianza en la Providencia Divina, y obediencia a los designios de Dios en las circunstancias más adversas de la vida.
De manera que, mientras su memoria sea conocida por los hombres, habrá personas débiles y en condiciones difíciles que encontrarán un mayor aliento para enfrentar las dificultades de la vida, a causa del ejemplo de esta religiosa. Y la Hermana Camille va a ser la fuerza de los débiles, la luz de aquellos que estuvieren en la incerteza y en la penumbra. ¿Por qué? Porque fue el gran ejemplo que ella dejó; esto es algo mucho mayor que hacer una gran obra.
Un gran convento es una cosa espléndida, pero si él mismo no fuese un gran ejemplo no serviría de nada. Después del culto a Dios, lo mejor que podemos hacer es edificar con el ejemplo. Nuestras palabras y acciones quedan por debajo del ejemplo. Las palabras mueven, el ejemplo arrastra.
La Hermana Camille dejó un ejemplo de fuerza de alma, y se percibe que a través de todas las incertezas de su vida, ella siempre fue fuerte. Nunca se sintió doblegada, siempre caminó hacia adelante cumpliendo su deber de acuerdo con lo que quería la Providencia, sin perder la unidad de lo que estaba realizando, mas entendiendo que, al trabajar por el pleno cumplimiento del deber del momento, ella cumplía la voluntad de Dios. En el cielo ella ve ahora esta unidad que Dios quiso; y tal vez no haya calculado que su ejemplo se irradiaría tanto y que pudiese ser tan conocido.
Se trata de una personalidad extraordinaria, de una persona que tal vez llegue a ser canonizada. Esa es la vida de alguien que va caminando ciegamente delante de las dificultades, actuando y no incomodándose con ellas. Al final viene la gloria de haber dado un buen ejemplo, obedeciendo a Dios. A mi ver, es la gran lección que esta nota biográfica nos enseña.3
(Extraído de conferencia de 17/2/1970)
1) Sierva de Dios, su proceso de beatificación abierto en 1938 está en curso.
2) Durante la Revolución francesa de 1789, la Asamblea Nacional Constituyente aprobó el 12 de julio de 1790, la Constitución Civil del Clero. Los obispos y sacerdotes que se negaron a jurar esa constitución, fueron perseguidos y obligados a emigrar. Eran ellos los refractarios.
3) No disponemos de las referencias bibliográficas.