El prodigio de la langosta

Publicado el 02/06/2017

Pero no tardó Dios en autorizar con prodigios nuestra actitud entre los indios, como lo hacía entre los civilizados. Los hombres nos condenaban precisamente por lo mismo que había de producir la conversión o ser el medio de conseguirla en los indios, pero Dios lo autorizaba. ¡Bendito sea para siempre!

Un día vino Juan de Jesús y me dijo:

 

– Madre, ¿vos muy amiga con tu Dios? Si, le respondí.

– ¿Dios a nosotros haciendo?

– Si, le dije.

– ¿Y tu Dios por qué haciendo pa matar con jambre? Nosotros muere con jambre, mucho angosta todo comiendo.

 

Es decir que Dios los había hecho para después matarlos de hambre, porque también había hecho la langosta. Juan de Jesús continuó:

 

– Si vos mucho amiga con tu Dios, si vos mucho quiere a nosotros, ¿para qué no decir tu Dios quite angosta?

 

Es de advertir, Padre, que aquella región era una verdadera nube de langostas. En los solares no había quedado ni maleza; la misma plaza vivía cubierta de estos animales hasta impedir muchas veces la vista de las personas, a corta distancia. Tenía siete años de no levantarse del circuito, de modo que había muerto mucha gente de hambre y, la miseria, en su mayor parte, se debía a esto.

 

Le dije a Juan de Jesús:

– Dios no quita la langosta porque ustedes no quieren aprender su ley.

– ¿Y vos dónde topaste Dios para decir así?

– En Medellín, le contesté.

– ¿Y Él cómo diciendo?

– Dice que Él mandando Madre y Hermanas a ensenar indio su ley, indio dice no atiende entonces

 

mejor angosta pa dejar.

– Decí tu Dios quite angosta, me dijo, en tono suplicante y agregó: Ese angosta haciendo, por eso angosta mandando, su palabra ta oyendo.

 

Es decir, como la hizo, si la manda irse ella le atiende.

– Si usted se compromete a traer todos los indios de El Pital, le dije, a aprender la ley de Dios, yo sí le digo a Él que quite la langosta.

 

El indio, después de hacerme muchas preguntas y quedar con las mayores garantías de no ser engañado, me dijo:

– Compromete indio.

– ¿Me los trae el domingo?

– Sí, me contestó, si domingo echás vos angosta.

– Convenido, le dije y se fue.

 

El domingo llegó a la cabeza de un grupo numeroso de indios e indias. Entraron, no ya humildes como antes, sino altivos y en ademán de reto. Aquello fue solemne. Pisando muy recio, dijeron:

– Vos comprometiste echar angosta, echá pues.

– Sí, les dije, pero siéntense y conversamos.

– ¡No, echá angosta alante!

– Pero bien, les dije, hay que almorzar antes.

– No almorza indio, alante echá angosta. Nosotros venió pa ver echar angosta, ¡echá agorita!

 

Nosotro no espera…

– ¿Se comprometen a aprender la ley de Dios?

– Sí, pero echá alante.

 

Vi que ya la cuestión era asunto de honor y les dije que iba a echarla. Invité a una de las hermanas para que fuera conmigo a la iglesia a pedirle a Dios la gracia. Un indio nos siguió; pero de la puerta se volvió porque ellos creían que si entraban a la iglesia, les cortaban la cabeza. Al pasar pudimos observar en la plaza, la gran nube de langosta que la cubría y que era extensísima.

 

Llegamos a la iglesia, y le dije a Dios: ¡Señor, es asunto de honor! ¡Preciso es que vean tu mano en este caso, para que la fe les entre! La hermana me dice que rezamos las letanías, yo no recuerdo esto. Sólo recuerdo muy bien que salimos pronto. Cuando salimos, ¡aquella gran nube se levantaba!

 

Los indios, muy ilusionados nos esperaban. Les dije: Ya verán, angosta no vuelve. Me miraron con semblante de la mayor credulidad y, verdaderamente, aquella plaga no se volvió a ver. Pocos días después andaba la gente asustada, preguntaba por la langosta. En toda la región no quedó una. Lo más extraño es que no se vio más ni viva ni muerta, ni huevos ni nada. Tampoco lograron los señores entendidos saber para dónde había salido, porque hasta el golfo de Urabá no había llegado.

 

Cuatro o más años después vine a advertir este prodigio, refiriéndole nuestra instalación a un sacerdote. Sí, recuerdo que a los indios se le cantaleteó el favor, para hacerles conocer el poder de Dios, al principio de nuestras enseñanzas. Más tarde, como a los siete anos, me dijo Emilianito, uno de los indios que más guerra nos dio por malito, cuando aún no se había convertido:

– Será Dios, de golpe castiga a yo, porque Él alante con boca tuya ta sacando angosta y yo comprometió su ley pa cumplir y ahora mucho pecao haciendo.

 

De modo que él sí tenía presente el milagro y por él, precisamente, se convirtió.

 

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Historia de las misericordias de Dios en un alma, Autobiografía de Santa Laura Montoya Upegui, páginas 471-473, 5a edición, agosto de 2.013, Carvajal Soluciones de Comunicación S.A.S.

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