Gravedad de mi madre y conversión de Romualda

Publicado el 09/21/2016

Tan pronto como llegué, quizás sin que las hermanas me hubieran visto, salió la vieja Romualda diciéndome, con una cara tremenda:

 

¡Seguí queriendo su Dios! ¡Seguilo queriendo…ya va a recoger tu mama también! Ese tan recogeor. Vos perdiendo tu querido…De balde quiere…siempre recogiendo su mama. ¡Mucho boba Madre! Mucho boba! Onde cielo todo recogiendo ¿pa que pues? Yo no gusta. ¡Vieja tu mama muere…ya no come!

 

Que amargura sentí, padre, al ver la vieja todavía en el mismo estado. La muerte de mi madre me parecía todavía menos dura. Con estas palabras y haciendo las caras más terribles, me acompañó hasta que entré a la casa.

 

Salieron las hermanas y me dijeron que estaba agonizando hacía tres días, que le habían dicho de mi llegada y que me había mandado a decir que no entrara antes que le llevaran la Sagrada Comunión porque no quería tener ningún gusto de la tierra antes de recibirlo a Él, por última vez; que todo era digno de posponerse…

 

De modo que habla y conoce? Les pregunté.

 

Sí, pero en la hora de comulgar, me contestaron.

 

Esperé pues hasta que le llevaron el Santo Viático y mientras tanto la pobre vieja seguía en su dura cantinela, esperando que le dijera que no quería a Dios, porque mi madre se iba a morir.

 

¿Siempre vos queriendo ese tan recogeor? Me decía con cierta clase de amenaza.

 

Si, si recoge mi mama, mejor; ¡en el cielo mejor! ¡Aquí mucho sufre!

 

Madre mucho boba, decía con desdén despreciativo.

 

En este tormento estuve hasta que me avisaron que podía entrar a ver la moribunda. Cuando le avisaron a mi madre que entraba, quiso incorporarse pero no pudo. Me dijo con la voz ya muy quebrantada:

 

Me voy hijita! Voy muy contenta. ¡No deseo sino a mi Dios! Mi alma lo siente ya… y se calló.

 

Las hermanas entre tanto lloraban y yo salí para la capilla. Me siguió la vieja Romualda, como perro que sigue la presa, pues de todos modos necesitaba oír de mis labios alguna palabrita que mostrara descontento con Dios. Tan pronto como me vio me dijo:

 

¡Vieja muere! Vieja muere! Yo sabe. No come ya, ¡esa muere! ¡Si, si, muere!

 

Acompañaba esto con cierto aire de triunfo. Sin responderle nada a la pobre viejecita, entré a la capilla y me arrodillé. Apenas lo había hecho se me acercó la vieja y me dijo:

 

¿Vos diciendo Ese, vieja no muera?

 

Sin darme tiempo para contestarle me dijo:

 

Ese no oye; tu palabra pierde! ¡Vieja va a recoger! Pierde tu palabra.

 

Sin hacerle caso a la vieja, le dije a mi Dios que mi madre era todavía precisa para el noviciado, que era preciso que le concediera la vida por otro tiempecito y que así que tuviéramos quien la reemplazara, se la daba gustosamente. Entre tanto la vieja decía:

 

¡Tu palabra perdés! ¡Ese no oye, vieja muere!

 

¡Dos tormentos, Dios mío! Salí y la vieja seguía conmigo. Encuentro a las hermanas que asustadas salían de la pieza de la moribunda y me dijeron: ¡Si viera! Acaba la hermana de sentarse, pidió leche y la tomó con la mayor facilidad y allá está conversando como si nada hubiera pasado. Entré a ver lo que era y me echó los brazos con ademán de disgusto y llorando me dijo:

 

¡Usted sí que es cruel! ¿Por qué no me dejó morir? ¡Ay! ¿de dónde usted me ha sacado?…Ay! Ya casi iba a ver a mi Dios! Por que es tan cruel?

 

¡Ay! Padre de mi alma! ¡Que sentimientos tan encontrados se apoderaron de mi alma! Ella tan triste, tan deseosa de ver a Dios y yo tan necesitada de ella…Pero al fin me dijo:

 

¡No le perdono que no me haya dejado morir!

 

Entonces le dije:

 

¿Por qué yo?

 

Porque yo lo sé; usted fue la que no me dejó morir. Ya les había dicho a las hermanas que quería morirme antes de que usted viniera para que no me atajara…! lloraba del modo más triste! Solo se calmo cuando le dije que Dios la dejaba todavía unos días para cumplir designios de su gloria.

 

Entonces con toda mi alma me someto, me dijo. ¡Si mi Dios ha de glorificarse con mi vida! ¡Pero estaba tan contenta! Ver a Dios era mi único anhelo. Ni deseaba que usted viniera…Me siento ahora más desterrada que siempre…! y lloraba como una niña! Mas, su voluntad era firme en querer lo que Dios había hecho.

 

Salí porque me urgían diciendo que Romualda estaba loca esperándome. Cuando Salí me esperaba con la cara más alegre del mundo y me dijo:

 

¡Vieja no muere…ya come! Leche bebió. Ese si oye…ya no muere…!Ese mucho oye tu palabra!

 

Bailaba la vieja de contento. Cogiéndome del ala del hábito me urgía diciendo:

 

¡Camina pa decir Ese yo no muera! ¡Ese oyendo tu palabra! Decile yo no muera.

 

Me lo rogaba con tal insistencia que la llevé a la Capilla y le dije: Dígale usted que no muera.

 

No, me decía, decí con boca tuya. Mi palabra muy revés. Boca tuya mucho oye, ¡decí que yo no muera!

 

No tuve remedio. Le dije al Señor: Que vieja Romualda no muera Señor, y secretamente le agregue: ¡Eternamente!

 

Salió la vieja más dichosa diciendo:

 

¡Yo no muere ya! Yo sabe no muere ese mucho oye boca de Madre.

 

Puso la vieja alegría en toda la casa, diciendo de su inmortalidad y de la vieja mamá de Madre. ¡Pobrecita! De allí en adelante no tuvo más rencor con Dios; creyó todas las verdades que no quería creer antes y a pocos días pudimos bautizarla; siempre que recibía la sagrada Comunión, decía delante de la hostia, en lugar del “Señor, yo no soy digna”, que le enseñaban las hermanas, decía: ¡Que no muera Señor!

 

Mi esperanza padre, es que Romualda no ha muerto eternamente, conforme se lo pedí el día que Dios hizo un milagro para convertirla. Esta vieja fue después la de fe más bella que tenía el Pital.

 

Todos los sermones de las hermanas en defensa de Dios, eran ante Romualda argumentos para no quererlo y odiarlo más. Pero cuando Él mismo puso su santa mano, aquel corazón se doblegó como junquito atacado por una ola. ¡Solo Tú, Dios mío, conviertes las almas! Y eso es precisamente lo que constituye lo más amoroso del amor! ¡Nos llamas, nos urges y nos conviertes y después nos pagas…Dios mío! ¡Cómo quisiera liquidarme por tu amor!

 

Después de esto, padre, mi madre se convaleció y pudo ayudarme en el noviciado cuatro anos. y la vieja Romualda vivió ocho más, muy cristiana y amante de nuestro Señor Sacramentado. Mi esperanza más hermosa es que Romualda está en el cielo, aunque murió después de salida de Dabeiba la Congregación y sé que llamaron al padre para confesarla y no fue. ¡Pero el Dios al que se le dijo que Romualda no muera eternamente si estaba al pie de su miserable lecho y recogería su último suspiro y con él su alma, como trofeo de su amor a los pobres y a los humildes.

 


 

“Historia de las misericordias de Dios en un alma”

Autobiografía 5ª edición Congregación de Misioneras de María Inmaculada y Santa Catalina de Siena ISBN 978-958- 57924-6- 3 Agosto de 2.013 Carvajal Soluciones de Comunicación S.A.S 3.000 ejemplares

Santa Laura Montoya Upegui, página 754

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