Espléndido ejemplo de protección maternal
Es famosa la historia de Teófilo, escrita por el clérigo Eutiquiano de Constantinopla, como testigo ocular que fue del hecho que paso a narrar. Según el padre Crasset, lo confirman San Pedro Damián, San Bernardo, San Buenaventura, San Antonio y otros.
Escenas de la historia del monje Teófilo
Catedral de Reims, Francia
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Era Teófilo arcediano de la iglesia de Adanas, en Cilicia. Tanto lo estimaba el pueblo que lo quería como obispo, dignidad que por humildad rehusó. Sin embargo, fue calumniado por unos malvados y por ello depuesto de su cargo. Quedó de tal manera disgustado, que cegado por la pasión, se fue en busca de un mago judío. Éste le puso en comunicación con el demonio, que le prometió a Teófilo que le ayudaría, pero con la condición de que escribiera de su propio puño un documento en el cual renegaba de Jesús y de María, su Madre. Accedió Teófilo y firmó la abominable renuncia. Al día siguiente el obispo reconoció la falsedad de las acusaciones contra Teófilo y le pidió perdón, y lo rehabilitó en el cargo que había ocupado. Pero el infeliz lloraba sin parar, lacerado de remordimientos de conciencia, por el enorme pecado que había hecho. Finalmente, fue a la iglesia, se postró a los pies de la imagen de María y le dijo: “Oh Madre de Dios, no quiero desesperar; aún os tengo a Vos, que sois tan compasiva y poderosa para ayudarme”. Durante cuarenta días vivió llorando e invocando a la Santísima Virgen. Una noche se le apareció la Madre de misericordia y le dijo: “¿Qué has hecho? Has renunciado a mi amistad y a la de mi Hijo y te has entregado a ese que es tu enemigo y el mío”. “Señora —respondió Teófilo—, tenéis que perdonarme y obtenerme el perdón de vuestro Hijo”.
Escenas de la historia del monje Teófilo
Catedral de Reims, Francia
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Al ver María tan gran confianza, añadió. “Consuélate, que voy a rogar a Dios por ti”. Animado por esto, Teófilo redobló sus lágrimas, las oraciones y las penitencias, sin apartarse del lado de la imagen de María. Se le reapareció la Madre de Dios y amablemente le dijo: “Teófilo, llénate de consuelo. He presentado a Dios tus lágrimas y oraciones; de hoy en adelante guárdale gratitud y fidelidad”. “Señora mía —replicó el infeliz—, aún no estoy consolado plenamente; el demonio todavía tiene en su poder la impía escritura en donde renunciaba a Vos y a vuestro Hijo; podéis hacer que me la restituya”. Y he aquí que tres días después, al despertarse por la noche, Teófilo encontró sobre su pecho el referido documento. Al día siguiente fue a la iglesia y arrodillándose ante el obispo que precisamente oficiaba, le contó entre sollozos todo lo que había ocurrido. Le entregó la impía escritura, que el obispo hizo quemar inmediatamente delante de todos los fieles, que lloraban de alegría exaltando la bondad de Dios y la misericordia de María para con aquel pobre pecador. Teófilo, no obstante, volvió a la iglesia de Nuestra Señora, donde después de tres días murió contento y lleno de gratitud para con Jesús y su Madre Santísima.
SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO. Glórias de Maria. 17.ª ed. Aparecida: Santuario, 1989, pp. 148-149.