No todos los católicos conocen a fondo esa obra maestra de cuidado maternal, que la Iglesia tiene con cada uno de sus hijos
Cierto día, Santa Teresa la Grande vio, llena de júbilo, que el alma de una religiosa que acababa de fallecer subía radiante al Cielo. No dejó de sorprenderse, puesto que era una monja de vida muy sencilla.
Después, en uno de sus coloquios místicos, Nuestro Señor Jesucristo le explicó el motivo de semejante privilegio: “Ella tuvo siempre una gran confianza en las indulgencias concedidas por la Iglesia; y siempre se esforzó por ganar el mayor número posible.”
Aquella carmelita siempre se había esforzado por ganar el mayor número posible de indulgencias…¡por eso se fue al Cielo tan pronto murió, sin pasar por el terrible fuego del Purgatorio!
¿No es acaso lo que todos queremos? Entonces, imitemos el buen ejemplo de esa religiosa.
El Purgatorio, lugar de expiación
En esta vida terrenal todos los hombres cometen pecados. “Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros” , dice el Apóstol San Juan (I Jn 1, 8).
Por lo tanto, todos tienen penas que pagar, ya sea en este mundo o en el otro.
El hombre, al pecar, contrae culpas y merece penas. Cuando el pecado es grave (mortal), la pena debida es la condenación eterna al fuego del infierno. Una buena confesión no solamente borra la ofensa hecha a Dios (la culpa), sino también libra al pecador de la pena eterna.
Sin embargo, el penitente aún tiene que purificar su alma de las secuelas del pecado, reparar la gloria de Dios ofendida y restaurar los daños a la sociedad y a la integridad del orden universal.
Esto se logra mediante una expiación llamada pena temporal (porque se limita a un tiempo, no es eterna), la que el pecador cumplirá ya sea voluntariamente en esta tierra, gracias a penitencias y buenas obras, o en los sufrimientos purificadores del Purgatorio, establecidos para cada alma según la justísima y santísima Sabiduría divina.
La existencia de un lugar de purificación luego de la muerte llamado Purgatorio, es un dogma de Fe definido en varios concilios, sobre todo en los de Florencia y de Trento. El Catecismo de la Iglesia Católica ofrece una enseñanza clara y precisa sobre este punto: “Los que mueren en la gracia y en la amistad con Dios, pero imperfectamente purificados, aunque están seguros de su eterna salvación, sufren después de su muerte una purificación, a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría del cielo. (…)
Desde los primeros tiempos, la Iglesia ha honrado la memoria de los difuntos y ha ofrecido sufragios en su favor, en particular el sacrificio eucarístico, para que, una vez purificados, puedan llegar a la visión beatífica de Dios. La Iglesia también recomienda las limosnas, las indulgencias y las obras de penitencia a favor de los difuntos” (nos. 1030 y 1032).
Perdón de la pena temporal
Aquí surge la importancia de las indulgencias, que redimen, es decir, borran la pena temporal debida por los pecados ya perdonados en la confesión, sean graves o leves.
La persona que muere en estado de gracia y gana una indulgencia plenaria, se va al Cielo sin pasar por el Purgatorio.
Las indulgencias constituyen, pues, un don de Dios en que se manifiesta la plenitud de su misericordia. Basta con hallarse en estado de gracia para que la Iglesia, nuestra Madre, nos confíe esta llave de su tesoro, llamada indulgencia.
Con ella, por así decir podemos “retirar” desde los depósitos de los méritos infinitos de Jesucristo –a los que se acrecientan los de la Santísima Virgen y de todos los Santos– para pagar no sólo nuestras propias deudas en relación con Dios, sino también las de las almas del Purgatorio.
Existen dos categorías de indulgencia: la plenaria , que redime la totalidad de las penas temporales debidas por un alma; y la parcial , que salda solamente una parte de esa deuda.
¿Cuál es el tamaño de esa parte ? Depende de la piedad de cada alma en cuestión.
Cuando alguien realiza un acto piadoso o reza una oración, Dios le concede la remisión de una parte de sus penas temporales. Si la Iglesia enriquece ese acto o esa oración con una indulgencia parcial, Dios duplica el valor de la remisión ya concedida.
Así entonces, cuanto más fervor se tenga en la oración, tanto mayor será la porción de la pena redimida.
Cuidados maternales de la Iglesia
Colocando a disposición de los fieles el tesoro inagotable de las indulgencias, la Santa Iglesia tiene por objetivo facilitar a todos la entrada al Reino de los Cielos, donde puedan vivir eternamente felices en la intimidad con la Virgen María, los Ángeles y los Santos.
Lo hace con cuidado y sabiduría divina. Por un lado, ofrece innumerables recursos para disminuir el plazo de la pena temporal. Por otro, para obtener las indulgencias, hace que los fieles practiquen actos de Fe, Esperanza y Caridad, que recen, frecuenten los Sacramentos, socorran a los menesterosos y desposeídos de bienes materiales y espirituales.
Todas éstas son obras que hacen avanzar al hombre en la senda de la santificación personal, y le acumulan un tesoro en el Cielo. Por ello, las indulgencias son una obra maestra de la Iglesia hacia todos sus hijos.
¡Que cada uno sepa sacar el provecho de este cariño de madre, tanto para su propia salvación como para la de sus seres queridos!
No olvidemos, portanto, a nuestros hermanos de la Iglesia Purgante 2 . Por la Comunión de los Santos, cualquier indulgencia puede aplicarse a beneficio de las ánimas del Purgatorio; y nadie como ellas sabe practicar la virtud del agradecimiento.
Si rezamos o hacemos sacrificios por esas almas, ellas intercederán después por nosotros, empeñosamente, ante el trono de Dios.
Condiciones para ganar indulgencias
Para poder ganar cualquier indulgencia –plenaria o parcial– es indispensable estar bautizado y hallarse en estado de gracia.
También es preciso: tener la intención a lo menos genérica de ganarla; excluir todo afecto al pecado, incluso venial, con el firme propósito de esforzarse por no cometerlos otra vez; y practicar el acto indulgenciado.
Madre extremadamente dadivosa, la Santa Iglesia pone a disposición de los fieles un gran número de actos enriquecidos por indulgencias, tanto plenarias como parciales. Más adelante hay una relación de los más comunes, los más fáciles de practicar en la vida diaria de cualquier persona. El lector interesado en una relación completa puede consultar el Manual de Indulgencias , disponible en librerías católicas.
Plenaria
Puede ganarse solamente una cada día, salvo en peligro de muerte (“in articulo mortis”), cuando es posible recibir más de una el mismo día.
Para recibir una indulgencia plenaria, además de las condiciones generales antes señaladas, es necesario confesarse, comulgar y rezar por las intenciones del Papa (un Padrenuestro y un Avemaría).
Una confesión vale para varias indulgencias en diferentes días; en cambio, cada comunión vale para ganar una sola. La comunión y la oración pueden ser en días diferentes, tanto antes como después de cumplir con la obra prescrita, pero conviene que sean el mismo día.
Las siguientes son las obras prescritas más comunes:
1 – Adoración al Santísimo Sacramento, a lo menos por media hora.
2 – Lectura espiritual de la Sagrada Escritura, a lo menos por media hora.
3 – Hacer piadosamente el Vía Crucis, recorriendo las estaciones legítimamente erigidas.
4 – Rezar el Santo Rosario de la Virgen en una iglesia, un oratorio, en familia, en una comunidad religiosa o una asociación pía.
5 – Recibir piadosa y devotamente la bendición impartida por el Sumo Pontífice a Roma y el mundo (“Urbi et orbi”); es válida la que se recibe por radio o televisión.
Junto a esos, hay más de veinte otros actos enriquecidos con indulgencia plenaria cuando se los realiza en determinados días o circunstancias. Por ejemplo, el día de Difuntos, en la primera Misa de un sacerdote, etc.
Parcial
Dentro de las condiciones generales descritas arriba, el fiel ganará indulgencia parcial cada vez que rece la oración o lleve a cabo la obra prescrita, con corazón contrito.
Por lo tanto, puede ganársela un indefinido número de veces al día, dependiendo solamente de su empeño.
Recibe indulgencia parcial:
1 – Quien, en el cumplimiento de sus deberes y en la tolerancia de las aflicciones de la vida, eleva su corazón a Dios con humilde confianza y añade una piadosa invocación, aun breve y mentalmente.
Por ejemplo, “Creo” – “Dios mío” – “En Vos confío”. Cualquiera puede repetir una invocación como esa más de mil veces en un solo día…
2 – Quien, con espíritu de fe y corazón misericordioso, hace un sacrificio al servicio de los hermanos que sufren por la falta de lo necesario. Así, darle alimento o ropa a un pobre, visitar a un enfermo, consolar a los que sufren, enseñarle a rezar a alguien, llevar de vuelta a las actividades parroquiales a algún católico no-practicante, etc., son ejemplos de buenas obras al servicio de los hermanos necesitados.
3 – Quien se abstiene de algo lícito y agradable con espontáneo espíritu de penitencia. Pueden ser actos muy sencillos, como dejar de comer una fruta, etc.
4 – Hay también un gran número de oraciones y actos enriquecidos con indulgencia parcial: todas las letanías aprobadas por la autoridad competente, el Credo, el Magnificat, la Salve, el Acordaos, el Salmo 50 (Señor, ten piedad), la señal de la cruz, la comunión espiritual, etc.
Recibe también indulgencia parcial el fiel que usa objetos de piedad (rosario, crucifijo, escapulario, medalla) benditos por cualquier sacerdote o diácono.
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