La vida de la Sierva de Dios Mariana de Jesús Torres, a quien Nuestra Señora del Buen Suceso se le apareció, fue un martirio continuo, aceptado y enfrentado por ella con imperturbable serenidad.
Gran tristeza oprimía a las monjas del Real Monasterio de la Inmaculada Concepción al rayar el día 14 de enero de 1635: su amada priora, la Madre Mariana de Jesús Torres, estaba a las puertas de la muerte. Cuando la hermana enfermera le preguntó si deseaba recibir los sacramentos, respondió con toda serenidad, como si estuviera diciendo la cosa más normal del mundo:
retrato de la Madre Mariana de Jesús representada en una pintura en el convento
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—No, aún no es hora. Los recibiré con fervor y gozo el día 16, último día de mi vida, después de daros mi testamento.
“Ha llegado el gran momento de vuestra partida”
De hecho, la mañana del día 16 pidió que llamaran a su confesor para que le administrara los últimos sacramentos. No tardó en acudir, acompañado del padre guardián del convento franciscano. Tras depositar en un improvisado altar el copón con la sagrada hostia, el padre guardián le dijo a la ejemplar monja:
—Madre Mariana, ha llegado el gran momento de vuestra partida. No debéis temer, pues cumplisteis el encargo que os dio el Padre celestial. Sin embargo, cometer errores y pecados es propio de la naturaleza humana. Por eso, para que sea más meritorio este último acto de humildad, le ordeno en nombre de la santa obediencia que pidáis a vuestras hermanas aquí presentes perdón por las faltas que hubierais cometido, dando algunos malos ejemplos.
Ayudada por la enfermera, la santa priora se arrodilló, juntó las manos en el pecho y dijo:
—Madres, hermanas e hijas queridas, os pido que me perdonéis caritativamente todos los malos ejemplos que os di durante mi larga vida.
Conmovido, el padre guardián respondió:
—Madre, vuestras hermanas e hijas os perdonan, os aman y os ruegan que no las olvidéis en el Cielo. Tampoco olvidéis a vuestros hermanos los frailes franciscanos.
Muerte suave y serena, como fue su vida
Poco después, añadió:
—En virtud de la santa obediencia, os mando que nos digáis a qué hora vais a morir, porque es muy justo que nosotros vuestros hermanos os ayudemos en este último trance.
—Mi alma saldrá del cuerpo hoy a las tres en punto de la tarde.
Llegó, finalmente, el postrer momento. Tras leer en presencia de toda la comunidad su testamento espiritual, la priora dio la bendición a sus hijas y le pidió al sacerdote que hiciera la recomendación de su alma. Cuando ésta terminó, dio un profundo suspiro y, sin agonía ni estremecimiento alguno, su alma se desprendió del cuerpo y partió hacia el Cielo mientras sus labios esbozaban una dulce sonrisa.
En ese instante sonaban en el reloj de la plaza pública las campanadas de las tres de la tarde, del 16 de enero de 1635.
Tres días después, en el momento de cerrar el ataúd, su cuerpo venerable no tenía la mínima señal de corrupción; por el contrario, estaba flexible, con las mejillas rosadas como las de una persona tomada por un sueño suave y sereno.
Talis vita, finis ita. Tal como fue la vida, así será la muerte. La Madre Mariana recibió a la muerte con serenidad y una sonrisa en los labios, de la misma manera como aceptó todos los sufrimientos y pruebas que quiso enviarle su divino Esposo a lo largo de sus casi sesenta años de vida monacal.
Confiscada en la infancia por el Rey del Cielo
Nació en 1563 en la provincia española de Vizcaya y recibió en la pila bautismal el nombre de Mariana Francisca. Dotada de notable hermosura, rara inteligencia, amenidad de trato y dulzura de carácter, era el encanto de todos los que convivían con ella. No obstante, tanto se encantaba el Rey del Cielo con esa inocente niña que le dio gran inclinación a la virtud y encendió en su corazón un amor ardiente a la Sagrada Escritura. Arrodillada ante el sagrario exclamó una vez:
—¡Oh, amor mío! ¿Cuándo llegará el día en que me uniré a Vos en la santa comunión?
Aunque en aquella época no se hacía la Primera Comunión antes de cumplir los 12 años, Mariana Francisca la recibió a los 9, el 8 de diciembre de 1572. Durante la acción de gracias tuvo el primero de sus incontables éxtasis. Vio y conversó con la Virgen Inmaculada, la cual le explicó la sublimidad del voto de castidad y le dio orden de proferirlo pronto, pues la quería como esposa de su divino Hijo. Mariana pronunció entonces el voto, según la fórmula enseñada por Nuestra Señora. Su celestial Esposo la introdujo en las vías del amor y de los sacrificios, y en adelante llevó una vida más angelical que humana.
Con 13 años participó en la ceremonia de fundación del Real Monasterio de la Inmaculada Concepción, en la pequeña ciudad colonial llamada por entonces San Francisco de Quito, hoy capital de la República de Ecuador. Su edad sólo le permitía ser aceptada como postulante. Con todo, se mostró extraordinariamente eximia en la observancia de las Reglas, hasta el punto de ser considerada, ya en aquellos comienzos de la vida religiosa, una de las más hermosas columnas del monasterio.
A los 13 años, la jovencísima Mariana participó en la ceremonia de fundación del monasterio e, incluso siendo aún postulante, se mostró eximia en la observancia de las Reglas.
Claustro del Real Monasterio de la Inmaculada Concepción, Quito.
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Con 15 años fue admitida en el noviciado. La madre priora, tía suya, la sometió a duras pruebas, con el objetivo de hacerla progresar rápidamente en la virtud de la humildad: rigurosos castigos en público, severas penitencias en el comedor, humillantes reprensiones, so pretextos varios. Nada de eso perturbaba la invariable serenidad ni la dulce sonrisa de la joven novicia.
“Tu vida será un martirio continuo”
Terminado el año de pruebas, finalmente pudo hacer la solemne profesión el 4 de octubre de 1579, cuando tomó el nombre de Mariana de Jesús. Apenas acabó de pronunciar los votos, fue arrebatada en éxtasis. Su celestial Esposo le puso en el dedo un hermosísimo anillo, adornado con cuatro piedras preciosas, en cada una de las cuales estaba escrito el nombre de los votos: pobreza, castidad, obediencia y clausura.
A continuación, le mostró la cruz, con todos los sufrimientos que Él padeció en su existencia mortal, y le dijo:
—Esposa mía, tu vida será un martirio continuo. Padecerás toda clase de tribulaciones, tentaciones y persecuciones. Serás preservada únicamente de las tentaciones contra la pureza angelical.
De su amoroso corazón salió esta humilde respuesta:
—Acepto gustosa y agradecida, como precioso don, los sufrimientos que me presentáis y os ofrezco la decisión de imitar vuestra vida. Pero soy una miserable criatura y, aunque mi voluntad está firme, temo la debilidad de mi naturaleza. Os suplico, pues, que me sustentéis con vuestra gracia.
En este breve coloquio se resume la larga vida claustral de la Sierva de Dios Mariana de Jesús Torres. Fue efectivamente un martirio continuo: tribulaciones, tentaciones y violentas tempestades espirituales la atormentaban cada día. Ninguno de esos tormentos, no obstante, consiguieron quebrantar su serenidad o borrar la sonrisa de sus labios. Así, llegando a buen término su proceso de canonización, bien podrá ser llamada la santa de imperturbable serenidad.