Meditación en la fiesta de Santo Tomás de Aquino

Publicado el 01/27/2017

Al presentarnos a Santo Tomás de Aquino como el gran lucero suscitado por Dios para esclarecer y confortar a las almas a lo largo de los siglos, el Dr. Plinio nos exhorta a pedir la intercesión del Doctor Angélico, a fin de que él nos obtenga un sentido católico y una pureza de sabiduría semejantes a la de ese santo, siempre sometidos y unidos a la Sede de Pedro.

 


 

En todos los rincones del globo la Santa Iglesia celebró (…) la fiesta de Santo Tomás de Aquino. En las basílicas suntuosas de la Capital de la Cristiandad, así como en los improvisados altares de los misioneros perdidos en las selvas, en los monasterios silenciosos de las órdenes contemplativas, así como en las trincheras de las líneas de combate, fue ofrecido a Dios innumerables veces el Santo Sacrificio, en ese día, en alabanza del gran Doctor que Él se dignó dar a la Iglesia. En los artículos de los periódicos, desde lo alto de las cátedras universitarias, a través de los micrófonos de las radio-emisoras, a través de todos los medios de los cuales dispone el hombre para exteriorizar su pensamiento, el santo recibió los homenajes de la Cristiandad agradecida.

 

No es superfluo que a un tan gran número de alabanzas el Legionario sume las suyas, aunque sean pobres como el óbolo de la viuda, que Dios recibió con agrado por la intención humilde y respetuosa con el que fue ofrecido.

 

Una inteligencia robusta y una piedad ardiente

 

Santo Tomás de Aquino fue un gran lucero puesto por Dios en medio de su Iglesia con el fin de esclarecer, confortar y animar a las almas a través de los siglos, para que resistiesen más gallardamente a las embestidas de la herejía.

 

Enfrentando con su inteligencia robusta y su piedad ardiente todos los problemas que en su tiempo estaban franqueados a la investigación de la mente humana, recorrió las regiones del conocimiento más áridas, oscuras y traicioneras, con una simplicidad, una claridad y una energía verdaderamente sobrenaturales.

 

Superando no sólo la sabiduría humana de los filósofos paganos, sino también la propia sabiduría de los Doctores de la Iglesia que lo antecedieron, compuso entre otras obras la Suma Teológica, en la cual dejó registradas todas sus victorias sobre la herejía, la ignorancia o el pecado. Su doctrina se conservó siempre tan pura, que la Santa Iglesia la señala como fuente indispensable de toda la vida intelectual verdaderamente católica.

 

Una entera sumisión a la Santa Iglesia

 

Si hubo un intelectual que nunca tuvo la menor mácula de herejía, ese intelectual fue Santo Tomás de Aquino. Su sentido católico fue prodigioso. Por un lado, él nunca colidió con las verdades ya definidas por la Santa Iglesia en su tiempo. Por otro lado, resolvió un sinnúmero de cuestiones sobre las cuales la Santa Iglesia aún no se había pronunciado y, por su solución, preparó y apresuró el pronunciamiento infalible de la Esposa de Jesucristo.

 

Finalmente, la nota característica y constante de su vida fue una tal sumisión a la doctrina católica, que, aun cuando la Iglesia llegase a definir posteriormente alguna verdad en sentido contrario al de Santo Tomás, él se convertiría inmediatamente en el paladín más humilde, más amoroso y más caluroso del pensamiento que había impugnado, y el adversario más irreductible del error que hubiese enseñado como verdad.

 

Un admirable sentido católico

 

Así, Santo Tomás realizó plenamente los tres grados del sentido católico. Hay católicos que piensan de modo diferente a la Iglesia y cuya Fe es tan débil que se someten con mucho esfuerzo y penosamente a las determinaciones que ella establece. Hay otros que no sienten reluctancia en admitir lo que la Iglesia enseña, pero delante de cualquier problema difícilmente atinan a dar con la verdadera solución, si no están informados previamente del pensamiento católico. Finalmente, el más alto de los grados consiste en aceptar prontamente y con facilidad amorosa todo lo que la Iglesia enseña, en estar tan imbuido del espíritu de la Iglesia que se piensa como Ella, aun cuando en el momento no se conozca el pronunciamiento de [Ella sobre] las cuestiones. Y, por fin, se piense de tal manera sobre los asuntos que Ella aún no definió que, cuando Ella los defina, estemos listos a modificar nuestra opinión, lo cual, a propósito, raramente será necesario, porque habremos sabido presentir en la gran mayoría de los casos el pensamiento de la Iglesia.

 

Así, si hay una virtud que debemos admirar en Santo Tomás, que debemos procurar imitar, y cuya obtención debemos pedir ardientemente a Dios por intermedio del gran Doctor, es la virtud del sentido católico.

 

Entre más unidos estemos a la viña, más savia tendremos

 

Todos sabemos cómo debemos amar la pureza, y cuál es la magnífica promesa con la cual el Señor la galardonó en el Sermón de las bienaventuranzas. Nadie ignora la dilección ardientísima con la cual el Corazón de Jesús ama a las personas que nunca se macularon con el pecado de impureza. Basta pensar en el amor que Él tuvo a Nuestra Señora y a San Juan Evangelista, el apóstol virginal, para que se comprenda qué significa la pureza para Nuestro Señor.

 

Pero si existe una pureza que, según nuestro estado, debemos conservar íntegra en nuestro cuerpo y en nuestro corazón, también existe una pureza virginal de inteligencia, que debemos cultivar celosamente y que seguramente le agrada de modo inconmensurable a Nuestro Señor. Es la pureza de la inteligencia verdaderamente católica, templo vivo e nmaculado del Espíritu Santo que nunca sintió atracción ni le dio apoyo a ninguna doctrina herética, que detesta la herejía con todo el vigor indignado con el que las almas puras detestan la lujuria, y que se preserva de toda y cualquier adhesión a un pensamiento que no sea el de la Iglesia, con el cuidado con el cual las almas castas saben mantener lejos de sí todas las impresiones impuras.

 

Nuestro Señor dijo que Él es la viña y nosotros los sarmientos. Entre más unidos estemos a la viña, más savia tendremos. Ahora bien, también se puede decir que la Santa Iglesia es la viña y nosotros los sarmientos, y que entre más estemos unidos a ella, más savia tendremos. Y como estaremos más unidos a la Iglesia cuanto más unido esté a ella nuestro pensamiento, tanto más intensa será nuestra vida espiritual, cuanto más completo sea nuestro sentido católico.

 

Obediencia incondicional al Trono de San Pedro

 

Sin embargo, no conviene que nos quedemos en generalidades. En la época de confusión en la cual vivimos, no basta con hablar de sumisión a la Iglesia. Conviene ser explícito y hablar enseguida de la infalibilidad papal. La pureza virginal de nuestra inteligencia sólo puede resultar de nuestra obediencia afectuosa e incondicional al Trono de San Pedro. Si estamos enteramente con el Papa, estaremos enteramente con la Iglesia, con Jesucristo, y por lo tanto con Dios.

 

Que en la fiesta del gran Doctor, nuestro sentido católico encuentre el apoyo de gracias siempre más vigorosas, y que estas gracias reciban de nuestra voluntad una cooperación siempre más entusiástica: esta debe ser la conclusión práctica de nuestra meditación.

 

(Revista Dr. Plinio, No. 130, enero de 2009, p. 26-29, Editora Retornarei Ltda., São Paulo.

Extraído del Legionário, No. 391, del 10.3.1940)

Deje sus comentarios

Los Caballeros de la Virgen

“Caballeros de la Virgen” es una Fundación de inspiración católica que tiene como objetivo promover y difundir la devoción a la Santísima Virgen María y colaborar con la “La Nueva Evangelización” , la cual consiste en atraer los numerosos católicos no practicantes a una mayor comunión eclesial, la frecuencia de los sacramentos, la vida de piedad y a vivir la caridad cristiana en todos sus aspectos. Como la Iglesia Católica siempre lo ha enseñado, el principal medio utilizado es la vida de oración y la piedad, en particular la Devoción a Jesús en la Eucaristía y a su madre, la Santísima Virgen María, mediadora de las gracias divinas. Sus miembros llevan una intensa vida de oración individual y comunitaria y en ella se forman sus jóvenes aspirantes.

version mobile ->