Nuestra Señora de los Dolores – Comentario del Dr. Plinio

Publicado el 09/15/2016

Don Guéranger

Presentamos a nuestros lectores un comentario del Dr. Plinio acerca de un trecho de Don Guéranger, abad benedictino de Solesmes, a propósito de la fiesta de los siete Dolores de Nuestra Señora. Así se denominaba en ese entonces la conmemoración del 15 de septiembre, que hoy se llama “Nuestra Señora de los Dolores”. Don Guéranger muestra cómo Dios envía sufrimientos a quienes ama, y cómo entre todas las almas, después de la de Jesucristo, la más amada por Dios fue la de María Santísima, que se sujetó a los más indecibles padecimientos. Refiriéndose a los Siete Dolores de Nuestra Señora, Don Guéranger explica que la Iglesia se detuvo en el número siete por el hecho de éste expresar la idea de la totalidad y universalidad, o sea, todos los dolores.

Plinio Corrêa de Oliveira

 


 

Hoy es la fiesta de los Siete Dolores de Nuestra Señora, colocada con mucha propiedad después de la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz. Esa fiesta mariana fue extendida a toda la Iglesia por Pío VIII, en agradecimiento por la intercesión de la Santísima Virgen en la liberación de Pío VII.

 

La principal prueba del amor que Dios nos tiene son los sufrimientos que nos envía

 

Son tantos los pensamientos que nos vienen a propósito del texto de Don Guéranger, que estaríamos tentados a desarrollar excesivamente dichas palabras. Sin embargo, me parece oportuno que nos concentremos solamente en dos ideas.

 

La primera es ésta: que Dios, habiendo amado con amor infinito a su Verbo Encarnado, Nuestro Señor Jesucristo, y habiendo amado con amor inferior a éste, pero superior a todos los otros amores, a Nuestra Señora, les dio todo cuanto existe de bueno. Y por eso les dio también aquella inmensidad de cruces que, en el caso de Nuestra Señora, es representada por el número siete. Siete dolores es también el símbolo de todos los dolores. Nuestra Señora podría ser perfectamente llamada Nuestra Señora de Todos los Dolores.

 

Por esa causa, si bien es verdad que todas las generaciones la llamarán Bienaventurada, a un título menor, pero inmensamente real, todas las generaciones la podrán llamar también “infeliz”.

 

Si eso es así, deberíamos comprender mejor que cuando el dolor entra en nuestra vida, estamos recibiendo una prueba del amor que Dios nos tiene. Y que mientras el dolor no entre en nuestra existencia, no tenemos todas las pruebas de ese amor de Dios. Y yo añadiría que no tenemos la principal prueba del amor de Dios para con nosotros.

 

¿Qué significa esto?

 

Hay miembros de nuestra familia de almas cuyas fisionomías veo y, después de analizarlas, me llevan a pensar: a éste le falta aún sufrir, le falta en el fondo una nota de madurez, una nota de estabilidad, una nota de racionalidad, una elevación que sólo tiene aquél que sufrió, y que sufrió mucho. Quien lleva una vida sin sufrimientos, lleva una vida en que esas notas no transparecen en la fisionomía. Y algo mucho peor: no transparecen en el alma.

 

Debemos convencernos de que sufrir es un don de Dios. Y que cuando comienzan a suceder los contratiempos – las dificultades en el apostolado, los malentendidos con los amigos o con nuestros superiores, la salud que anda mal, los negocios que salen errados, los problemas dentro de casa –, no debemos tomar nada de eso como un animal de siete cabezas. No debemos, imitando la mentalidad holywoodiana, exclamar impacientes: “¿cómo pudo pasar eso?”

 

¡No, esa no debe ser nuestra actitud! Cuando no sufrimos, es cuando debemos preguntarnos perplejos: “¿Por qué me está pasando esto: ¡no estoy sufriendo nada!?”. Pues lo normal es sufrir. A quien Dios ama, a quien Nuestra Señora ama, ¡ese sufre!

 

Dios no puede negar a un hijo al cual ama lo que le dio en abundancia a los dos seres que más amó: a Nuestro Señor Jesucristo y a Nuestra Señora. Debemos, pues, imbuirnos de la idea de que lo normal en la vida es sufrir.

 

Sin duda, debemos pedir a la Providencia que nos libre de las privaciones, de las pruebas, de las crisis nerviosas y de toda clase de cosas penosas, pero si está en los planos de la Providencia que seamos sometidos a la prueba, debemos bendecir a Dios y bendecir a Nuestra Señora, por estar sufriendo.

 

San Luis Grignion llega a decir que quien no sufre debería hacer peregrinaciones y oraciones pidiendo el sufrimiento, aunque él condiciona tal pedido a la aprobación de un director espiritual, porque se trata de una súplica muy seria. Pero dice eso porque sabe que, a quien no sufre, no le está yendo bien en la vida espiritual tanto cuanto le podría ir, y a veces le está yendo enteramente mal.

 

Todos los que quieren seguir a Nuestro Señor son incómodos

 

Bossuet tiene una expresión estupenda a respecto de Nuestro Señor Niño: “Aquél Niño incómodo”, que se aplica a todos aquellos que quieren seguir a Nuestro Señor; ellos también son incómodos…

 

A veces tengo la siguiente sensación experimental: comienzo a dar un consejo, a dar un ejemplo, a pedir un sacrificio, y en el semblante del interlocutor aparece algo que revela que mis palabras le son incómodas. ¡Para mí sería mucho más fácil contar un chiste, hacer una broma, acabar la conversación con una palmada en la espalda, y dispensar al otro de cualquier obligación! ¡Cómo sería agradable el mando si consistiese en eso!

 

Pero mandar es lo contrario. Mandar es estar exigiendo que el subordinado tome las cosas en serio, que las vea por el lado más profundo, más alto y más sublime. Que vea de frente su propia alma, que se examine a sí mismo detenidamente, trate de corregir efectiva y seriamente sus defectos. Pero, ¡cómo eso es de incómodo! Pues bien, el peso de ser incómodos es uno de los pesos más grandes que existe, y también ese debemos cargarlo.

 

Nuestra Señora tuvo un Hijo que le trajo tantos divinos incómodos. Cuando meditamos sobre su dolor, sobre la seriedad y la sublimidad de su existencia y de nuestra propia existencia, Nuestra Señora de los Dolores también se nos hace maternal y estupendamente incómoda. La resignación alegre delante de esa incomodidad, el coraje de ser incómodos en todas las circunstancias, el amar preferiblemente a nuestros amigos incómodos, que nos recuerdan oportuna o inoportunamente el deber: esas son las virtudes que en el día de los Siete Dolores de Nuestra Señora debemos pedirle a Ella.

 

(Revista Dr. Plinio No. 66, septiembre de 2003, p. 22-25, Editora Retornarei Ltda., São Paulo)

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