Oh Jesús!, desolado y a la vez refugio de las almas desoladas. Vuestro amor me enseña que es de vuestros abandonos de donde debo sacar las fuerzas que necesito para soportar los míos. Estoy persuadida de que el abandono más temible en el que pudiera caer sería no participar del vuestro. Pero como Vos me disteis la vida con vuestra muerte, y me librasteis, por vuestros sufrimientos, de aquellos que me eran debidos, también merecisteis, por vuestro desamparo, que el Padre celestial no me desamparase y que nunca estuviese más cerca de mí, por su misericordia, que cuando estoy más unida (a Vos) por la desolación.
¡Oh Jesús!, luz de mi alma, iluminad mis ojos interiores en el tiempo de la tribulación; y ya que me es útil sufrir, no tengáis en cuenta mis temores ni mi flaqueza.
Os conjuro, ¡oh Dios mío!, por vuestros desamparos, no que no me aflijáis, sino que no me abandonéis en la aflicción, que me enseñéis a buscaros en ella como mi único consolador, que sustentéis en ella mi Fe, que en ella fortifiquéis mi esperanza, que purifiquéis en ella mi amor; concededme la gracia de reconocer en ella vuestra mano, y de no desear en ella otro consolador sino Vos.
Humilladme cuanto queráis, y consoladme solamente a fin de que pueda sufrir y perseverar hasta la muerte en el sufrimiento. Ya que las gracias que os pido son fruto de vuestros desamparos, haced que su virtud se manifieste en mi flaqueza, y glorificaos en mi miseria, ¡oh Jesús mío!, único refugio de mi alma.
¡Oh Madre Santísima de mi Jesús, que visteis y sentisteis la extrema desolación de vuestro querido Hijo, asistidme en el tiempo de la mía!
Y vosotros, santos del Paraíso, que pasasteis por esta probación, tened compasión de aquellos que sufren y obtenedme la gracia de ser fiel hasta la muerte. ²
(Extraída del libro Bernadette Soubirous, del P. André Ravier.
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