Es difícil que exista mayor amor que el de una madre por su hijo. Incluso antes de nacer, ella ya lo quiere. Por eso mismo, es indecible su sufrimiento cuando lo ve desviarse por tortuosos y siniestros caminos.
Ese tema, de todas las épocas, llevó a Catherine Moitessier; condesa de Flavigny, a incluir estas confortantes oraciones en su “Colección de oraciones, meditaciones y lecturas”. El libro fue publicado
Oración por el hijo al cual dará a luz
¡Oh Dios mío!, que me designasteis para dar la vida a criaturas que deben convertirse en vuestro hijos, hijos de la Santa Iglesia, hermanos de Jesucristo, herederos del cielo, os doy gracias por haberme concedido tal beneficio y una gloria tan bella. Os imploro tornarme digna de esta elevada vocación que me concedisteis. Os ofrezco desde ya, Señor, el hijo que me disteis. Dignaos preservarme de todo accidente que pueda serle funesto, y concederme la fuerza necesaria para traerlo al mundo. Tomad, Dios mío, a la madre y al hijo bajo la protección de vuestra bondad paterna. —Que Nuestro Señor, el cual, viviendo en esta tierra, tanto amó a los pequeños, bendiga desde ya también a éste y lo marque con el sello de sus elegidos. —Que el Santo Ángel designado para su guarda lo mantenga vivo hasta el momento del bautismo, lo tome de la mano desde su nacimiento y lo conduzca hasta la hora de la muerte, sin permitir que manche el alba túnica de su inocencia. —¡Que María, Madre Inmaculada de Jesús y recurso de todas las pobres madres, se digne venir en mi auxilio! —¡Oh Dios mío! Pueda mi hijo dejar mis brazos y esta tierra solamente para encontrarse con Vos, junto a los coros celestiales de los ángeles, o en la comunidad de vuestros santos. Así sea.
Oración por el hijo descarriado
¡Oh Jesús, Salvador y Redentor de los hombres!, Vos, que en la emocionante parábola del hijo pródigo testimoniasteis una tan dulce misericordia por los hijos que se descarrían, dignaos reconducir al mío, infelizmente arrastrado lejos de Vos, lejos de mí, lejos del deber. ¡Mi pobre hijo! Oh Dios mío, yo os suplico, por las lágrimas de María Santísima, abrid sus ojos, tocad su corazón, quebrad las cadenas que lo esclavizan, dadle coraje. Que él vuelva a Vos, como otro Agustín, abrace vuestros sagrados pies como Magdalena arrepentida. Pero, si delante de vuestros ojos, a los cuales nada se esconde, ¡Oh mi Dios!, yo tuve la terrible responsabilidad por los desvaríos que deploro; Si por una negligencia o por una culposa flaqueza, yo permití que se inoculase y desarrollase en el alma de mi hijo gérmenes peligrosos; Si, más tarde, de algún modo autoricé sus desórdenes, por la liviandad de mis palabras o de mi conducta, ¡oh Señor!, ved mi arrepentimiento, el dolor que expía mis faltas. Perdonadnos a los dos, y dadnos la gracia de unirnos a Vos para siempre. Así sea. |
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