San Pedro Crisólogo, San Romualdo y San Pedro Damián. Catedral de Ravena, Italia
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San Pedro Crisólogo, que significa “palabra de oro”, así como San Juan Crisóstomo significa “boca de oro”, son sobrenombres con los que la Iglesia aclama hasta hoy la oratoria de estos grandes hombres.
Así como en el pasado, la Esposa de Cristo tuvo grandes figuras: obispos que fundaron y organizaron comunidades cristianas, padres y doctores que después consolidaron su doctrina en varias épocas de la Historia, la Iglesia contó también con excelentes oradores que produjeron obras maestras en el arte de hablar, reconocidos como tales en todos los siglos y que en su tiempo representaban la cumbre de la oratoria. Ellos, eran todavía herederos de la antigua oratoria griega y romana, pero, con el sello muy ardiente del espíritu católico, produjeron obras de una elevación de contenido y de lenguaje que los volvieron inmortales.
Debemos preguntarnos si esos dones concedidos a la Iglesia cuando ella todavía estaba naciendo, desaparecerían para siempre. Al contrario, a mi ver, los carismas se van multiplicando de acuerdo a las épocas y sus necesidades.
Podemos esperar para los tiempos venideros una gran resurrección de todos esos valores para la fundación del Reino de María, que deberá surgir después de la caída de la civilización contemporánea como está prometido en Fátima cuando Nuestra Señora anuncia todos los castigos y hace esta solemne afirmación: “¡Por fin, mi Inmaculado Corazón triunfará!” (Extraído de conferencia de 11/12/1968)