Punto de partida de la Civilización Cristiana (San Benito)

Publicado el 07/11/2020

Un joven de familia noble abandonó todo para vivir en soledad, en una gruta entre montañas agrestes. Toda la naturaleza hacía eco a los ideales, y cada vez que daba un paso ascendente en el camino de la fidelidad, los ángeles cantaban y los demonios rugían. Ese fue San Benito, árbol del cual brotaron todas las semillas, que se esparcieron por Europa, dando origen a la Cristiandad occidental.

Subiaco fue el punto de partida de la Civilización Cristiana, tomando en consideración la Cristiandad en Europa Occidental. No me refiero, por tanto, a Bizancio y a esa parte de Oriente, ni al Norte de África, pero si a la parte de la Cristiandad que después vendría a desarrollarse más, y de la cual nacerían América y todas las expansiones católicas del mundo.

“Yo me doy por entero”

Todo estaba en la siguiente situación: los bárbaros habían ocupado todo el Imperio

Romano y había restos de civilización romana; al lado de eso, paganos y bárbaros en gran cantidad, formando un caos del cual era preciso que emergiese una cosa diferente.

La Iglesia estaba trabajando empeñadamente en eso, y actuando como ella lo hace. La Iglesia no trabaja siempre por medio de grandes hombres, sino siempre con base en la gracia. El gran hombre a veces aparece, y cuando es un gran santo, humilde, casto, sale algo que vale. Entonces, en la base de la conjunción de todos esos factores, la Iglesia cumplía con su deber, predicando, enseñando a cada uno en las parroquias, diócesis, según la ordenación puesta por Nuestro Señor Jesucristo, y que ella misma, orientada por el Espíritu Santo, iba completando, acomodando las circunstancias, etc. En todo eso la Iglesia, día a día, iba haciendo penetrar la gracia en las almas que querían recibirla. Y muchas de esas almas recibían gracias. Y esas gracias las acogían mejor de lo que se recibe la gracia hoy en día.

 

Pero se podría decir que en esa situación en que la gracia soplaba por todos lados y abría algunas flores aquí, allá y más allá, algo estaba por acontecer de muy grande y de muy bonito como resultado de esa siembra medio bien recibida por todas partes. Y el resultado es exactamente el hecho de que un joven de familia senatorial, es decir, familia noble, patricia, San Benito, con un inmenso llamado divino para realizar su vocación, resolvió entregarse totalmente. La gracia le dijo: “Hijo mío, yo te quiero y te quiero por entero. ¿Quieres darte enteramente? Y él respondió: “Sí, yo me doy por entero.”

 

Pero para darse por entero, la experiencia le mostraba que no podía quedarse en aquella mezcla de barbarie y cultura romana decadente en que se encontraba Europa. Entonces se retiró a un lugar para vivir sólo. ¿Y por qué? Para ser santo. San Benito probablemente no notaba que él era el árbol del cual brotarían todas las semillas que debían ser esparcidas por Europa. Ese es el hecho benedictino. Y se fue sólo, con el fin de ser sólo de Dios y de Nuestra Señora, a un lugar completamente yermo, donde no hubiese nada que perturbase su entera entrega a Nuestro Señor, y allí entregarse a la devoción, a la meditación, a la penitencia, para que la gracia tomase cada vez más cuenta de su persona.

A través de San Benito, Dios tomó enteramente cuenta de Europa

Nosotros lo podemos imaginar joven –como consta que era–, de buena presencia, bien dotado, con los predicados de una familia senatorial, despreocupado de todo eso, no pensando en sus dotes ni como sería conmovedor en aquella gruta, o en aquel castillo de grutas, o en el silvestre palacio de grutas en que él se embreñó, donde cada gruta daba abertura a otra como en un palacio un salón da acceso a otro. No estaba pensando cómo era enternecedor ver el aislamiento de un joven de su figura, de sus antecedentes, con sus posibilidades, renunciando a todo y entregándose a Dios. Porque no pensaba en sí, sino en Dios.

En aquella soledad comenzaba, por lo tanto, una vida de virtud que haría de su alma el elemento modelador de toda una familia religiosa, que se prolonga hasta hoy y se prolongará hasta no sé cuándo. Yo tengo la vaga idea de haber leído que la Orden benedictina tiene más de dos mil santos canonizados. Y eso sin hablar de otras órdenes religiosas que son benedictinas en su origen, pero siguen la regla de San Benito en otros aspectos, interpretaciones, son otras vocaciones dentro de la Orden benedictina: trapenses, cistercienses, olivetanos y en otras ramas.

San Benito buscaba solo darse enteramente a Dios. El Creador tomaba cuenta enteramente de él, para, a través suyo, tomar cuenta completamente de Europa.

 

Pero es preciso notar lo siguiente: en esta situación, entregado a esa soledad extraordinaria, recibía la comida de otro anacoreta que vivía en una gruta encima, con quién no conversaba nunca. El anacoreta recibía alimento de un cuervo, si no me engaño, amarraba la comida en una cuerda y la pasaba para abajo, y comía lo que mandaban. Nada más. El único contacto que tenía con el mundo exterior era en cierta hora cuando veía que bajaba una cuerda. Él comía y la cuerda subía. Y nada de que los dos se quedaran mirándose, haciendo pequeñas señales, comentarios como “el tiempo está mal hoy”. Soledad total, total, total.

Grutas que oyeron el eco de sus pasos, llantos, y cánticos de alegría

En ese ambiente, en esa soledad predestinada, al espíritu humano le gusta imaginar que hasta las pequeñas hierbas, los grandes árboles, la vegetación y las ondulaciones del terreno estaban impregnadas de gracias, que tenían un presentimiento profético de lo que él debería ser. Y quién menos sabía lo que estaba por nacer era San Benito. Él tenía sus ideales, y todos los montes, valles, colinas –usando la expresión de Camoes empleada para un fin muy inferior– y pequeñas hierbas reflejaban, hacían eco de sus ideales, y los vientos cuando soplaban cantaban; y él no notaba todo eso.

Y una persona estando allá, hoy en día, puede aún encontrar esas hierbas, remotas bisnietas de las hierbas de esa época. Aquellos montes aún son los mismos y en su inmovilidad pétrea o térrea aún tienen la configuración de otrora, aquellas grutas que son las mismas que oyeron el eco de sus pasos, los sollozos, los llantos durante sus crisis, las tentaciones, las oraciones, los cánticos de alegría, etc., durante toda su vida repercutieron allí, y algo se podría sentir. Y quién va a un lugar así procura de algún modo sentir esos ecos de una historia que pasó allá.

Lugares que quedan impregnados por maldiciones o bendiciones

Esta búsqueda se da, por cierto, con historias de otra naturaleza. Voy a dar un ejemplo horrendo, que se me ocurre en este momento. Parece que Judas se ahorcó en una higuera brava, que da higos no comestibles por el hombre.

Pero imaginen que se hubiese colgado en un manzano, que estuviera dando frutos. ¿Algún hombre del mundo querría comer una manzana de ese árbol? Y si alguien tocase una de ellas, se le debería decir: “¡Vaya a lavarse las manos con agua bendita! ¡Queme esa manzana! Sepúltela en las entrañas de la tierra, donde los gusanos las van a devorar, las cenizas de esa manzana. Procure olvidar el lugar donde quedó esa ceniza. En todo caso, nunca más pase cerca. ¡Porque con Judas nada! Es un hombre cuyo nombre propio es un ultraje. ¡Llamar alguien de Judas es insultarlo del modo más pesado posible!”

Ninguno de nosotros se sorprendería saber que alrededor de ese manzano hay mal olor; cortando su tronco sale una resina asquerosa mezclada con gusanos, es la enfermedad, la maldición, la infelicidad, las tentaciones del demonio asedian a quién se aproxima del manzano de la maldición. ¿Por qué? Porque las cosas quedan impregnadas.

 

También así con las bendiciones. Una persona piensa, mirando las montañas desde aquellas grutas: “Hubo tardes en que el tiempo estaba bonito como el de hoy, y San Benito sintiendo que había pasado el día en la virtud, y auscultando los movimientos interiores de la gracia, conjeturando con probabilidad que la noche sería tranquila, sentado en el atrio externo

de esa gruta, miraba la puesta del sol y daba gracias a Dios, porque había sido un día más, aparentemente tan vacío para un hombre, pero en realidad tan lleno para él”. Entonces se visita un lugar de esos procurando hacer la recomposición.

Estos son imponderables que talvez existan en el lugar por disposición de la Providencia, y que algunas almas tienen un don para pensar. Ellas tienen más disposición, más aptitud, tal vez un poco más de gracia que las otras. Es un lado. Pero también puede suceder que algunas almas sean más poéticas, y tengan el don de imaginar las cosas como fueron, y saben que están haciendo apenas una poesía, una irrealidad por la cual pueden saborear un poco la realidad que hubo.

 

Y muchas veces lo que se da es algo entrelazado: hay una poesía, una imaginación que se sabe que no es real, pero existe cualquier palpitar de la gracia que dice: “Hijo mío, hay algo verdadero dentro de eso sin que puedas distinguir bien qué es, saborea porque en medio de ese gusto existe el sabor de la verdad.”

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