San Elías, Profeta 20 de julio

Publicado el 07/19/2017

¿qué decir de quien obtuvo fuego del cielo, hizo que la lluvia cesara, y denunció, además del rey, a la corte y a los sacerdotes?

 


 

La vida del profeta Elías puede ser dividida en etapas: el enfrentamiento con el rey Acab y el arrebatamiento en un carro de fuego.

 

El hombre del Dios de Israel

 

En la primera de ellas, vemos a Elías delante del pueblo de Israel, bien amado de Dios, pero gobernado por el rey Acab, que a su vez era dominado por su esposa Jezabel, una mujer impía. Ésta había introducido el culto al dios inmoral e impúdico de Baal, entre el pueblo elegido.

 

Delante de esa situación, Elías predicaba contra Baal y hacia todo lo posible para que el rey y la reina se convirtieran, dando así el buen ejemplo, y para que los judíos volvieran al culto del verdadero Dios. Pero en realidad sus palabras no tuvieron resultado. Los soberanos seguían en la idolatría.

 

Se comprende que dentro de esa situación de tal forma pésima, la cólera de un hombre altamente virtuoso como Elías alcanzara límites extraordinarios, pues no había otro camino. Comienza él, entonces, a dar lo mejor de su vida.

 

¿“Quién sabe si vuestro dios está durmiendo?”

 

En efecto, evidentemente por orden de Dios, él cerró el cielo y no llovió durante tres años. Y aquel pueblo, que vivía de la agricultura y de la ganadería, no conseguía mantenerse: las hierbas se debilitaban, el ganado no tenía que comer; el hambre, la desolación y la miseria se instalaban por toda parte.

 

Pasados tres años, por orden de Dios, Elías fue al encuentro del monarca, desafiando a los sacerdotes de Baal a una confrontación en lo alto del Monte Carmelo.

 

Elías, con majestad, obtuvo su victoria sobre los baalitas: “¡Escojan un buey para el sacrificio y hagan un altar! Después comiencen a pedir a su dios que envíe fuego y consuma la víctima del holocausto. Luego yo haré lo mismo. El dios que oiga será el verdadero.”

 

Ellos empezaron a implorar, a llamar y a realizar danzas religiosas, probablemente impúdicas, pues Baal era el dios de la inmoralidad y de la inmundicia; nada sucedía. Elías los provocaba: “¡Quién sabe si su dios está durmiendo! ¡Griten más alto”! Y ellos gritaban, danzaban con más frenesí y comenzaron entonces a cubrirse con sangre, cortándose ellos mismos, para que Baal los oyera.

 

Pero, cuando el sol llegó a su punto más alto, cesó el plazo designado por Elías. Entonces él, abstrayéndose de la presencia de aquella gente, construyó un altar, lo mojó en abundancia, para disipar cualquier duda de que hubiese algún artificio o fraude, y después invocó a Dios para que Él hiciera bajar fuego del cielo.

 

¡Imaginemos la grandeza de esa escena! El pueblo de Israel y delante de él un pequeño altar sencillo, pero enormemente respetable, con un buey descuartizado sobre el mismo, todo mojado y rodeado también por un canal lleno de agua; todos atentos.

 

Consideremos la majestad del momento de la invocación de Elías. Hombre venerable, ya con la barba blanca, probablemente con una túnica alba que le llegaba hasta los pies, él reza al Señor, pidiendo que finalmente viniese fuego del cielo para probar que Él era el verdadero Dios.

 

Elías, con una oración sencilla, llena de belleza, obtuvo la venida el fuego. Podemos imaginar un fuego lindísimo, con llamas azules y rojas, que bajaban del cielo y penetraban en la carne de aquel buey; un fuego de tal manera devorador que consumió las piedras del altar e hizo evaporar toda el agua colocada a su alrededor. A medida que el fuego bajaba, Elías se volvía más majestuoso y grandioso, y, cuando todo estaba quemado, el pueblo reconoció: “Tú eres verdaderamente el hombre del Dios de Israel”, se postró por tierra y adoró a Dios.

 

Exaltabit caput suum

 

La segunda fase de la vida de Elías es misteriosa. En un carro de fuego, tirado por caballos de fuego, él es arrebatado en un torbellino.

 

Elías delante de Acab

Su vida nos abre perspectivas ciertamente deslumbrantes. Porque para ser glorificado así se necesita haber pasado por humillaciones incontables. ¡Sólo fundan instituciones muy seguras los hombres que pasaron por todas las inseguridades! ¡Sólo fundan naciones muy intrépidas los hombres que se expusieron a todos los riesgos! ¡Sólo abren grandes surcos de gloria en la Historia los hombres que sufrieron toda clase de humillaciones! De torrente in via bibet, propterea exaltabit caput suum – beberá del torrente en el camino; por eso, erguirá su frente[1]. Se trata de parcelas de hielo que se derriten y bajan a lo largo de los cerros; y un viajero pobre y desamparado de recursos se apoya sobre sus manos y rodillas para beber en el piso, como un animal. Ese se encuentra en el máximo de la humillación. Él bebió del torrente. ¡Por eso, su cabeza, su frente, será exaltada!

 

Y su gloria se les manifestó

 

Debemos recordar también otro hecho grandioso: Elías en el monte Tabor, en el día de la Transfiguración. ¡Qué predilección extraordinaria! Nuestro Señor Jesucristo se va transfigurando y su gloria interna se va manifestando a los Apóstoles que no caben en sí de deslumbramiento. Al lado de Él se aparecen dos figuras. Nuestro Señor, no contento con manifestar su gloria, quiso mostrarla en dos siervos eminentes, por Él especialmente amados: Moisés y Elías.

 

Imaginemos todas las glorias que hubo en la Historia: los generales que obtuvieron las victorias más brillantes; los demagogos aclamados por las multitudes más estrepitosas; los monarcas que recibieron los homenajes más reverentes; los sabios que hayan sido objeto de veneración de los hombres más ilustres y más admirados; los santos delante de los cuales se hayan doblado las mayores multitudes. ¿Qué representa todo eso en comparación con la gloria de Elías al lado de Nuestro Señor en el Tabor?

 

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(Revista Dr. Plinio, No. 148, julio de 2010, págs. 11-15, Editora Retornarei Ltda., São Paulo – Extraído de conferencias del 20/7/1991, 24/11/1990 y 20/7/1983)

[1] Sl 110, 7.

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