La Iglesia, vista en su totalidad, posee una armonía de aspectos opuestos pero afines, que muestra toda su belleza. San Esteban fue un ejemplo de esa armonía: incomparable en toda forma de misericordia, pero por eso mismo un hombre fuerte, combativo, que luchó intrépidamente por el bien.
Las fichas a ser comentadas hoy versan sobre la vida de San Esteban, Rey de Hungría, sacadas del libro Vida de los Santos, de Rohrbacher1.
Particular devoto de la Santísima Virgen
San Esteban es el gran monarca a cuyo bautismo se debió la conversión de la nación húngara, hasta entonces pagana. Lo que Clodoveo fue para Francia, él lo fue para Hungría, con la inmensa diferencia de que Clodoveo se convirtió pero quedó muy lejos de ser un santo. Mientras que, por el contrario, Esteban fue un verdadero santo. Los descendientes inmediatos de Clodoveo tampoco fueron santos, pero San Esteban tuvo un hijo canonizado, San Américo, sucesor de su padre en el trono real.
Estatua ecuestre de San Esteban Budapest, Hungría
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Esta primera ficha nos trae un dato especial sobre San Esteban: su devoción a Nuestra Señora.
San Esteban siempre manifestó predilección particular por la Santísima Virgen. Por medio de un voto especial, colocó a su persona y su reino bajo la protección de Nuestra Señora. En cuanto a los húngaros, al referirse a la Madre de Dios, no le daban el nombre de María o cualquier otro; decían sólo “La Señora”, o “Nuestra Señora”. A la simple mención de esas palabras, inclinaban la cabeza y doblaban la rodilla. El santo rey mandó construir en Alba Real una magnifica iglesia en honra de la Reina del Cielo. Los muros del coro eran adornados de esculturas, el piso de mármol; poseía varias mesas de altar de oro puro, enriquecidas de pedrerías, y un tabernáculo para la Eucaristía maravillosamente trabajado. El tesoro estaba repleto de vasos de oro y plata, cristal y ricos ornamentos.
San Esteban siempre deseó y pidió en sus oraciones que su muerte se diese el día 15 de agosto, Asunción de la Santísima Virgen. Su voluntad fue satisfecha. Antes de expirar, irguiendo las manos y los ojos, exclamó: “Reina del cielo, co-redentora del mundo, a vuestro patrocinio entrego la Santa Iglesia, con los obispos y el clero, el reino con sus grandes y el pueblo”; y habiendo recibido la Extrema Unción y el Santo Viático, rindió su alma.
Guerrero y juez
La segunda ficha nos menciona otro aspecto de su personalidad: San Esteban, guerrero y juez.
A la piedad y el celo de un apóstol, San Esteban de Hungría juntaba el coraje y el heroísmo de un guerrero. En las instrucciones a su hijo, San Américo, él mismo observa que pasó toda su vida en la guerra, repeliendo invasiones de naciones extranjeras. Desde que subió al trono, siendo aún Duque – lo fue hasta convertirse, cuando el Papa lo elevó a la dignidad de Rey de Hungría –, procuró mantener la paz. Sin embargo, dirigidos por los hidalgos, sus súbditos, aun paganos, se rebelaron. Pillaban ciudades y campos, mataban a sus oficiales e insultaban al propio Duque.
El Duque Esteban reunió sus tropas y, llevando en sus estandartes la imagen de San Martín y San Jorge, marchó contra los rebeldes que sitiaban a Vesprém. Habiéndolos derrotado, consagró sus tierras a Dios.
En 1002, cuando su tío Gyula, Duque de Transilvania, atacó a Hungría varias veces, Esteban marchó contra él, lo hizo prisionero, así como a su familia, y juntó sus Estados a la monarquía húngara. Venció y mató con sus propias manos a Kean, Duque de los Búlgaros. Con el mismo éxito repelió a los Bessos, pueblo vecino de Bulgaria. Pero su justicia igualaba a su valor. Atraídos por su fama, sesenta bessos de la nobleza dejaron sus tierras llevando consigo familias y riquezas, y pidieron al Santo Rey permiso para establecerse en el Reino de Hungría.
Los siervos de un comandante de frontera, llevados por la codicia de los despojos, los atacaron de improviso matando a algunos, hiriendo a otros y arrebatando sus bienes. San Esteban dio orden para que el comandante y sus tropas se presentasen en la Corte.
Al presentarse en frente de esta gente les recriminó su falta de espíritu humanitario, y les comunicó que haría lo mismo con ellos. Inmediatamente los mandó ahorcar de dos en dos en todas las avenidas del reino, a fin de que los súbditos supieran que la Panonia estaba abierta a los extranjeros y que en ella encontrarían hospitalidad y protección.
El Papa Silvestre II corona a San Esteban – Basílica de San Juan de Letrán, Roma, Italia
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La Civilización Católica es la fuente de todo bien y de toda grandeza temporal
Aquí encontramos esas verdaderas maravillas de la Iglesia Católica sobre las cuales jamás será suficiente insistir. Al encontrarnos con una acusación a la Iglesia, debemos buscar su unilateralidad pues, en general, tratándose de una acusación histórica, entra alguna mentira; siendo una acusación doctrinaria, hay una unilateralidad. Los adversarios de la Iglesia no quieren tomar en consideración que Ella, vista en su totalidad, tiene una armonía de aspectos opuestos pero afines, que le da toda su belleza a la Esposa de Cristo. Por cierto, también en el universo, los contrarios armónicos constituyen la belleza del orden creado por Dios. No se puede poseer verdaderamente el espíritu de la Iglesia si no se tienen los ojos vueltos para esta verdad y el espíritu maravillado con ella.
Esas dos fichas nos dan la fisonomía completa de San Esteban y, por lo tanto, de la Iglesia que lo canonizó. Porque cuando la Esposa de Cristo canoniza a alguien, declara que ese santo tuvo perfectamente el espíritu de Ella. De manera que cada santo, a su modo, es una imagen del espíritu de la Iglesia. Así, si raciocinamos con una lógica elemental, con un sentido común primario, encontramos la plena justificación de ambos aspectos en la vida de San Esteban.
Primero, el espíritu varonil y enérgico. San Esteban está frente a enemigos irreductibles que lo odian por no ser pagano; quieren destronarlo porque desea llevar la luz del Evangelio a su pueblo, y por eso se rebelan contra él dentro del Reino, o marchan desde afuera hacia sus dominios para exterminarlo y eliminar la porción de la nación húngara que ya adhirió a la verdadera fe. Esos hombres son los invasores, rebeldes y enemigos de la salvación eterna del pueblo húngaro.
El pequeño príncipe Américo siendo instruido por el obispo San Gerardo Sagredo Székesfehérvár (Alba Regia), Hungría
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Al mismo tiempo son enemigos de la soberanía del pueblo húngaro, de su derecho a escoger la verdadera fe, de atender el llamado de Nuestro Señor Jesucristo, de esa libertad que el hombre tiene cuando obedece a Dios.
Por tanto, San Esteban veía a su pueblo atacado en sus bienes espirituales más altos, porque la fe es la fuente de todos esos bienes, y agredido en su propia soberanía, en lo que ella tiene de más importante, porque el distintivo de la soberanía de una nación es la misma cosa que el sello de la libertad de un hombre: consiste en poder obedecer y servir a Dios sin obstáculos. Esa es la propia definición de libertad. Negar al pueblo húngaro esa libertad era rehusarle su soberanía en lo que ella tiene de más esencial. Significaba, además, comprometer el progreso del pueblo húngaro, porque la Civilización Católica, correspondiendo enteramente a los principios del orden natural y dando al hombre las fuerzas sobrenaturales para obedecer a los principios de ese orden, es la fuente de todo bien y de toda grandeza temporal. De manera que querer apartar a un país de la fe católica es desear mantenerlo en un paganismo abyecto e impedir su verdadero progreso. En consecuencia, todo cuanto constituía en una razón de ser y de vivir para Hungría, estaba empeñado en esa lucha de San Esteban.
El centro de la resistencia de un país era el rey
En aquel tiempo el alma y el centro de la resistencia del país era el rey. El modo de desmantelar esa resistencia era matando al monarca. Si un rey pagano pretendía eliminar a San Esteban, ¿no era bonito, simbólico y noble que el rey santo lo eliminase con su propia espada y sus propias manos, y que así la infamia cometida por una sangre regia fuese reparada por la fidelidad de otra sangre regia? ¿No es algo conveniente y bonito? San Esteban cumplió sus deberes de soberano, defendiendo así a su pueblo y a la Santa Iglesia Católica.
¿Por qué actuó de un modo tan enérgico con los individuos que mataron y robaron a esas personas que iban a asilarse en Hungría? Ellas pertenecían a la propia nación del rey a quien él había dado muerte o a quien iba a matar. Eran personas de categoría que, descontentos con el rey pagano y queriendo convertirse, pasaban con sus rebaños y sus economías al territorio de Hungría. Llegan a la frontera, naturalmente deseaban bautizarse, y piden: “Queremos ingresar al reino de Esteban y al reino de Cristo”. Pedimos permiso para entrar pacíficamente nosotros y los nuestros”. Se consulta al rey, quien afirma: “¡Pueden entrar! Yo les garantizo la salvaguarda de sus personas y de sus bienes”. Se abre la frontera y ellas entran con toda confianza, dejando sus armas de lado, pues en aquel tiempo todo hombre, sobre todo el jefe de familia, era un guerrero. Pero aparecen unos bandidos infames que los asaltan y matan algunas de esas personas para quedarse con sus bienes. Son asesinos vulgares, con agravantes por el aspecto de la traición. Entonces, San Esteban, que castigaba con pena de muerte un asesinato común, ¿no había de mandar castigar a esos hombres? Alguien dirá: “Pero ellos fueron muchos”. Mayor prueba aún de que se debía castigar con pena de muerte, pues si son muchos los criminales, eso deja claro que el pueblo no está muy distante de la práctica de esos crímenes. Y entonces es necesario punir para que el crimen no se repita.
Practicó la justicia y la misericordia al mismo tiempo
Cumplió el deber inherente a la majestad regia. El rey tiene los poderes Legislativo, Ejecutivo y Judicial. Es el supremo juez del país. Y los antiguos, por cierto muy acertadamente, consideraban el Poder Judicial más alto que el Legislativo. Porque las Leyes fundamentales son hechas por Dios, y el rey es el juez que juzga de acuerdo con las Leyes fundamentales. El monarca no posee la plenitud del Poder Legislativo, pero el Poder Judicial lo tiene en el sentido de que aplica la Ley de Dios. Por lo tanto, San Esteban actuó perfectamente bien.
En consecuencia, este hombre podía, por tanto, cuando rezaba a Nuestra Señora, dirigirse a Ella con el espíritu completamente tranquilo, con la conciencia enteramente distendida, y verdaderamente llamarla Madre de Misericordia, implorar la compasión de Ella porque él usó de misericordia. Al castigar a esa gente, San Esteban fue misericordioso con los que eran o podrían llegar a ser víctimas de esos malos hombres, si no fuesen intimidados; es decir, practicó al mismo tiempo la justicia y la misericordia, por lo cual deducimos que San Esteban actuó perfectamente bien.
Tenemos entonces la imagen del perfecto guerrero y devoto de María. Incomparable en perdonar, en la estima y en toda forma de misericordia; pero, por eso mismo, un hombre fuerte y valiente que pasó el tiempo entero en la lucha.
Fisonomía del combatiente Católico por excelencia
El Papa Silvestre II corona a San Esteban – Basílica de San Juan de Letrán, Roma, Italia
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Recuerdo que cierta vez, conversando con un señor de una lógica muy estricta, muy clara, con base en premisas extremadamente pobres y limitadas, que abarcaba siempre una parte infinitesimal del horizonte, me decía:
“No me gusta el libro la Imitación de Cristo. Lo leí y no lo comprendo, pues si yo fuese a hacer constantemente lo que está allí –dar la otra mejilla, no tomar en consideración el mal que otros nos hacen, perdonar siempre, etc. – ¡yo me dejaría robar, saquear! Es la conclusión lógica de la Imitación de Cristo”.
Yo pensé entonces conmigo mismo: para este hombre no hay explicación posible. O le hago un simposio, que de ningún modo quiere oír, o él no puede entender eso, porque se puso previamente fuera de las perspectivas necesarias para esa comprensión.
Es necesario comprender que la Imitación de Cristo fue escrita, exactamente, para un ambiente en el cual esos principios que he presentado eran clarísimos. Y existía incluso la tendencia a exagerar el lado belicoso. Por esto, la Imitación de Cristo constituía una nota dentro de un concierto, o sea, la insistencia en una de las vías que, conjugada con la otra, da en el equilibrio y la perfección de la moral católica.
Sin duda, siempre que fuere posible es preferible perdonar, practicar la mansedumbre y no la violencia. Pero no siendo posible ¡es necesario remangarse y luchar!
En esto, por el auxilio y bendición de Nuestra Señora, se ve nuestra fidelidad a los principios de la Iglesia Católica. A veces las personas no comprenden la intrepidez con que enfrentamos lo que imaginan que es la opinión pública. De otro lado, tampoco entienden cómo somos de corteses, gentiles, amables y nunca tomamos la iniciativa del ataque. Sin embargo, cuando somos atacados, ¡combatimos! Es la fisonomía del combatiente católico por excelencia: mientras no me agredan, no agredo. ¡Pero, ay de quien me agreda, porque respondo “con una caliente y dos hirviendo!” 2 Es una pequeña aplicación de lo que acabamos de ver en la vida de San Esteban.
(Extraído de conferencia del 10/9/1971
1) Cfr. ROHRBACHER, René François. Vida de los Santos, Sao Paulo: Editora das Américas, 1959, vol. XV, pág. 423, 428-430 y 442.
2) Antigua expresión popular portuguesa, que significa aquí una reacción inmediata e indignada.