San José de Anchieta: Dedicación heroica a los indios

Publicado el 06/08/2017

Gran taumaturgo, con una esmerada cultura europea y excelentes dotes naturales, San José de Anchieta se colocó completamente a disposición de la Divina Providencia, sirviendo como un instrumento eficaz de la gracia para la conversión de los indígenas.

 


 

Hace muchos años leí una biografía del Padre José de Anchieta que me agradó bastante, pero después de olvidé de los hechos, y su figura se me salió un tanto de mi espíritu. Y ahora me llegó a las manos una estampa con una síntesis biográfica suya, con algunos detalles curiosos y una belleza propia, que me parece adecuada para un comentario. En la estampa dice lo siguiente:

 

Recibió el título de “el nuevo Adán”

 

El Padre José de Anchieta nació en San Cristóbal de la Laguna, en la isla de Tenerife, en 1534.

 

Después de mencionar varios lugares donde él estudió, continúa:

Ejerció un poder tan extraordinario sobre los animales que mereció el nombre de “el nuevo Adán”.

 

Es un lindo título. Por el Génesis sabemos que cuando Adán fue creado, todos los animales del Paraíso desfilaron delante de él. Y Adán le fue dando a cada uno un nombre de acuerdo con su naturaleza 1 , es decir, una especie de definición, de clasificación científica de los animales. Y él tenía un dominio absoluto sobre los animales 2 .

 

Noten bien la lógica interna de esos dones que el Padre José de Anchieta recibió. Él fue un misionero enviado a Brasil para dominar una naturaleza ingrata y rebelde al hombre, a fin de permitir que los católicos pudiesen implantar aquí su dominio y abrir camino a la civilización cristiana.

 

Por lo tanto, había en él en primer lugar, por orden de ejecución, el aspecto de un luchador contra la naturaleza bravía, no dominada aún, no bautizada, por así decir, como lo es la naturaleza europea.

 

Pero además, él también fue el fundador de una ciudad 3 que habría de tener un papel enorme en la vida de un país y de la Contra-Revolución. Es decir, él está en el origen de una serie de fundaciones.

 

Entonces, en cuanto batallador contra la naturaleza agreste él fue dotado de un dominio especial sobre los animales, que eran los mayores enemigos del hombre en el orden de la naturaleza salvaje. En cuanto fundador, fue dotado con el don de profecía. Él fue un profeta y esto se puede ver en el encanto y en la belleza de los hechos de su vida aquí contados.

 

Dominio sobre las aves…

 

Desde la ventana del cuarto donde residía, llamaba a las aves que venían a su lado.

 

¡Vean qué bonito! En el Patio del Colegio 4 , bien temprano en la mañana, el Padre Anchieta se despierta y ve un bello pájaro. Lo llama junto a sí, el ave posa, él pasa un poco lamano por sus plumas. El pájaro, sintiendo el carisma del santo y agradado con toda esta manifestación de él, vuela de nuevo. Y las personas allí presentes se pasman con este nuevo Adán, que domina la naturaleza de esta forma.

 

Noten bien la variedad de los dones de la Providencia. A un San Francisco Solano, en Paraguay, Ella le da un violín que al ser tocado aquieta a los indios. Aquí, el Padre Anchieta, que estuvo preso como rehén de los indios, la Providencia no le dio el don de tocar violín. Él escribió con un palo cualquiera, sobre la arena, su famoso poema a Nuestra Señora, en latín, pero no aquietó a los indígenas; estuvo en medio de ellos, corriendo un gravísimo peligro de vida, y no fue muerto. No obstante, le fue dado el don de aplacar a los animales.

 

Podemos imaginar cómo ese don impresionaba a los indios. Porque la ciudad era muy frecuentada por indígenas mansos, los cuales, a su vez, tenían contacto con los indios agresivos. Y se difundía la fama de que el “gran sacerdote blanco” dominaba completamente la naturaleza. Sin duda alguna, eso auxiliaba mucho en la conversión de los indígenas.

 

Vemos así, bajo una forma muy poética, elevada y noble, a ese hombre de hierro, un hijo de San Ignacio de los grandes tiempos, que subía a pie la Sierra del Mar. Pues bien, un hombre así abre la ventana de su cuarto en una São Paulo llena de neblina, de llovizna, frente a una plaza con árboles, donde se encuentran indios, esclavos negros y portugueses, llama a dos o tres pájaros y les da alguna cosa de comer y los despide. Es el primer momento de distracción de un santo, antes de un día lleno de trabajo.

 

…las fieras y las cobras

 

Aquí son narrados otros hechos interesantes:

 

Hasta las fieras y las serpientes venenosas ablandaban su ferocidad ante él, y perdían el veneno natural. Muchas veces bastó la invocación de su nombre para librar a sus devotos de las mordeduras venenosas.

 

Las cobras eran el terror de Brasil en aquel tiempo. Eran una amenaza constante para los bandeirantes 5 y para todo el mundo que venía a vivir aquí, inclusive para los indios. Y además del peligro de las serpientes, también había otros animales salvajes: la pantera, por ejemplo.

 

Cuando él era atacado o veía a alguien siendo agredido por una fiera, la mandaba a retroceder y era obedecido o, si fuese una cobra, la misma perdía el veneno.

 

Alguien definió en una ocasión que una cobra sin veneno es una lombriz. Por lo tanto él “alombrizaba” a las cobras, reduciéndolas a nada.

 

Consideren qué cosa bonita: en una entrada de monte aparece una serpiente que está por armar una celada contra un niñito. El Padre Anchieta le ordena: “¡Pare!” La cobra se queda inmóvil y se deja capturar. Van a examinar, ya no tiene veneno. Él sonríe y los padres del indiecito piden ser bautizados. Es uno de los efectos del Padre Anchieta en la selva.

 

Cosas como estas deberían ser contadas en los cursos de Historia de Brasil. ¿Eso no le daría otro perfume a nuestra Historia?

 

Resucitó muertos y tuvo el don de profecía

 

En los procesos de beatificación que todavía se conservan, juraron los contemporáneos numerosísimos prodigios del gran taumaturgo, tales como resurrecciones obradas en Bahía…

 

Es decir, ¡ese hombre resucitó muertos en Bahía!

…y muchas profecías, como la del desastre de Alcazarquivir, en el cual pereció el Rey Don Sebastián de Portugal.

 

Fue la famosa batalla en la cual el Rey Don Sebastián atacó a los moros y él, junto con la flor de la nobleza portuguesa, fueron diezmados. El trono de Portugal quedó vacante y poco después pasó a la Casa de Austria, que gobernaba a España. Y eso representaba, durante algunas décadas, el fin de Portugal.

 

El Padre Anchieta también previó el día de su muerte y, cuando se acercaba la fecha de su fallecimiento, hizo todas las visitas de despedida, como para un viaje. Entraba en las casas de las personas conocidas por él – más o menos toda la aldea –, se sentaba y decía: “Quería agradecer sus atenciones, sus gentilezas, y les prometo que voy a rezar por ustedes en el Cielo.

Voy a morir el día tal, de modo que vine aquí a despedirme.”

 

¡Imaginen la sensación de los miembros de la familia, al recibir la visita de un hombre al cual ellos vieron detener panteras, llamar a los pájaros, profetizar la caída de Portugal y ahora prevé la fecha de su propia muerte! Después él se levanta, saluda y pregunta:

– ¿No quiere nada del Cielo?

– ¡Ah!, encomiéndeme a Santa Ana, a Nuestra Señora de la Asunción, Patrona de São Paulo, rece por mí, arregle tal caso…

– Con mucho gusto, voy a providenciar eso.

Anchieta murió exactamente el día previsto por él.

Eso es tan bonito, de tal modo encantador, que vale la pena comentarlo en una reunión nuestra.

 

El encuentro con un indio anciano que esperaba conocer la verdadera Religión

 

En aquellas andanzas del Padre Anchieta selva adentro, no en busca de esmeraldas, sino de almas, a cierta altura él encontró sentado en un tronco de árbol a un indio muy viejo. Conocedor de varios dialectos indígenas, el Padre Anchieta se dirigió afablemente al hombre, preguntándole si necesitaba alguna cosa.

 

El indígena le explicó que estaba ahí esperando la hora de la muerte.

– ¡¿Cómo que la hora de su muerte?! – preguntó el Padre Anchieta.

El indio respondió:

– Soñé que cuando estuviese viejo, vendría un hombre vestido con ese traje negro con el cual Ud. está, y me enseñaría la Religión verdadera, que durante toda mi vida quise conocer.

Hace tiempo me siento en este tronco a la espera de ese hombre. Hoy Ud. vino; por favor enséñeme la verdadera Religión.

 

¡Podemos imaginar la conmoción del Padre Anchieta! Le enseñó las verdades esenciales de la fe, lo bautizó, y después el hombre murió en la paz de Dios.

 

El pobre indio tenía tal deseo, que si la Providencia no hubiese tenido pena de él y le abriese esa excepción, él moriría habiendo recibido el bautismo de deseo.

 

Pero, ¡cómo vale la pena ser bautizado con agua! Vale tanto, que ese indígena anciano, que podría haber recibido el bautismo de deseo, recibió de la Providencia el beneficio de quedarse esperando, hasta llegar el hombre que pudiese pronunciar la fórmula y derramar sobre él el agua mil veces querida y respetable.

 

Imaginemos el lugar en el que se dio esa escena:

 

En aquella época, ¿qué era una franja de civilización portuguesa en Brasil, llevada por el Padre José de Anchieta en medio de selvas que un ente civilizado nunca había pisado? Por lo tanto, todo el mundo ignoraba ese hecho, que sucedía sin publicidad.

 

En la selva, con algún mirlo cantando, algunas mariposas azules revoloteando de un lado a otro, un rayo de sol que entra en medio de la vegetación, el indio encantadísimo, y Anchieta derramando sobre él el agua de un [río] Tocantins cualquiera, diciendo con la voz serena, armoniosa: “Yo te bautizo en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.”

 

En esa hora, el indio entra en la Iglesia Católica sin que nadie en la Tierra – a no ser él y el Padre Anchieta – sepa que la Esposa de Cristo tiene allí un nuevo hijo. Hecho ignorado, que ni siquiera es suburbano, sino del último extremo, de la última franja, de la franja más alejada de la civilización.

 

Y así nace para la Iglesia un hijo procurado dentro de la gentilidad y llevado con amor – después de una revelación en un sueño – junto a un tronco, donde él encontró la salvación.

 

Salvado por un milagro, contribuyó a salvar innumerables almas

 

Doy otro ejemplo. Anchieta estaba escribiendo aquel poema a Nuestra Señora – al cual me referí –, un poema lindo, compuesto en un latín muy puro, en las arenas todavía vírgenes del litoral brasileño. ¡Escribir un poema en latín! Podemos imaginar lo que eso representa de contraste con todo el ambiente que lo rodeaba.

 

Como no tenía tinta ni papel, él escribía con la punta de una vara en la arena y memorizaba. Después de haber memorizado – él tenía buena memoria –, componía un poco más.

Evidentemente era una cosa movediza, porque la noche llega, la marea sube y borra todo, y no quedaba nada de lo que él había escrito. Por lo tanto, o guardaba en la memoria, o no servía de nada.

 

Hubo un tratado entre los portugueses y los indios, por el cual los primeros se comprometían a determinadas obligaciones para con los indígenas. Pero éstos se quedaron desconfiados de que los portugueses no cumpliesen su parte. Entonces, el jefe de los portugueses entregó al Padre Anchieta como rehén y dijo: “Si nosotros no cumplimos, mátenlo.” Y como él todavía no sabía hablar la lengua de los indios, tenía mucho tiempo libre y lo aprovechó para escribir ese poema, mientras aguardaba el desenlace del caso.

 

Él estaba redactando de espaldas al mar – seguramente por causa de la posición del sol, de un juego de luz –, y no se percató de lo que se estaba dando atrás de él. La marea estaba subiendo, subiendo… Los indios, viendo lo que sucedía, comenzaron a refugiarse en algunas elevaciones próximas. Ellos percibían que habría un momento en que el mar deglutiría al Padre José de Anchieta. Entonces gritaban frases que el santo misionero no entendía, pero que querían decir más o menos lo siguiente: “¡Ponga atención! ¡Tenga cuidado! ¡El agua está llegando!”

 

Pero, impresionado con la belleza de lo que estaba componiendo y, más aún, con la incomparable pulcritud de Aquella en honor de quien él escribía, el Padre Anchieta no se incomodó.

 

En determinado momento, por los gestos de los indígenas, el santo misionero se dio cuenta de que estaban señalando alguna cosa atrás de él. El Padre Anchieta miró, y era el mar que había formado una pared, pero no lo cubría, porque Dios no permitía. Y los indios, por ser muy emotivos y porque lo apreciaban, comenzaron a gritar, pues no querían que el Padre Anchieta muriese. Sólo entonces se dio cuenta de la situación y salió corriendo. El mar lo fue acompañando, sin deglutirlo, hasta una distancia donde se explayó naturalmente en la línea del litoral.

 

Él se había salvado por un milagro y se salvaron innumerables almas de indios que, encantados con eso y viendo que había algo sobrenatural, comenzaron a creer en lo que él decía.

 

En todo eso vemos el papel de la gracia, ese don de Dios recibido en el bautismo, que nos hace participar de la propia vida divina y nos confiere una energía, una claridad de vistas, una superioridad, mayores que aquellas que nos son propias según la naturaleza. Y comenzamos a entender y a hacer cosas mayores de las que seríamos capaces naturalmente. Es el don más alto que una criatura puede recibir.

 

Cuando lleguen las horas difíciles, tal vez haya momentos en los cuales juzguemos que todo está perdido. Acordémonos de que esas son las horas de ganar todo; no dudemos de nuestra victoria, pues Nuestra Señora es quien combate por nosotros. Si rezamos a Dios por su intermedio, confiando en María Santísima contra todas las apariencias, las aguas se levantarán a nuestro alrededor y no nos deglutirán, tal como sucedió con el Padre José de Anchieta.

 

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1) Cf. Gn 2, 19.

2) Cf. Gn 1, 28-30.

3) São Paulo, fundada em 1554.

4) Situado en el centro antiguo de São Paulo.

5) Miembros de una bandeira (expedición), que iba a explorar las regiones apartadas del interior brasilero.

(Revista Dr. Plinio, No. 195, junio de 2014, p. 25-31, Editora Retornarei Ltda., São Paulo – Extraído de conferencias del 11.10.1971, 7.6.1981 y 27.2.1993).

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