Al ver en los acontecimientos de su vida la voluntad divina, a ella se abandonó. Era el sembrador y al mismo tiempo el grano de trigo lanzado en el surco para morir y germinar.
Militia est vita hominis super terram — ¿No es acaso milicia la vida del hombre sobre la tierra?” (Jb 7, 1). ¿Quién puede negar la gran verdad inmortalizada en estas palabras del santo Job? Estamos en este mundo en estado de prueba, en un campo de batalla. Los trabajos o las penitencias nos cuestan; nada, no obstante, es tan difícil como la lucha.
En el combate es cuando las dificultades internas o externas se abaten sobre el hombre, amenazando tumbarlo, y es cuando logra la verdadera humildad. Y al reconocerse contingente y necesitado del auxilio divino alcanzará, sin desfallecer, la promesa del divino Redentor: “Al vencedor le concederé sentarse conmigo en mi trono, como yo he vencido y me he sentado con mi Padre en su trono” (Ap 3, 21).
Así fue la vida de San José de Calasanz: una ardua lucha y casi ininterrumpida a lo largo de sus 92 años de existencia. Llamado a la sublime vocación de santificar a los niños para, por ese medio, rescatar ciudades enteras, su vida no fue sino una continua batalla, tanto más dolorosa “cuanto le llegaban las persecuciones de los que más obligados estaban a sostenerlo”.1
Prenuncio de los dotes futuros
Nació en el pueblo español de Peralta de la Sal, en los límites de Aragón y Cataluña —quizá en 1556, dice una antigua tradición—, en el seno de una piadosa familia de hidalgos, cuyo padre era el administrador de la ciudad.
Sabiendo que el demonio era el peor enemigo de Dios y de los hombres, con tan sólo 5 años decidió exterminarlo. En su mente infantil, pensaba que ese malhechor tenía un cuerpo visible. Se armó con un puñal y, como no lo encontró en su casa, se resolvió ir al campo a buscarlo. Un batallón de niños se le fue juntando y todos se detuvieron en un olivar: ante aquellos ojitos asustados, el maligno se apareció en forma de una pavorosa sombra y se acomodó en lo alto de un olivo. Con el arma entre los dientes, el pequeño héroe subió valientemente por el tronco, dispuesto a matarlo. Sin embargo, el príncipe de las tinieblas hizo que se rompiese la gruesa rama en la que se encontraba, para acabar con él. Pero la Virgen Santísima lo protegió y el muchacho se levantó del suelo ileso. Era el primer encuentro de un largo combate que duraría toda la vida del santo. “Más tarde, al exorcizar a un energúmeno, confesará el demonio que en aquel momento no tenía en el mundo enemigo más grande que José”.2
Algunos hechos más de su infancia revelan los dones que había recibido, teniendo en vista su futura misión. Previó proféticamente numerosos episodios ocurridos en familia y, preanunciando la esencia de su vocación religiosa, solía reunir a los niños, se subía en una silla como un púlpito improvisado y les transmitía, con mucha seriedad, las lecciones de catecismo que recibía. Después rezaban el Rosario, con cantos de himnos y salmos. Era el pedagogo que ya latía en su corazón, atrayendo a los pequeños hacia el seno de la Iglesia.
Esmerada educación
Recibió las primeras letras de sus celosos padres y alrededor de los 10 años se fue a estudiar Gramática y Humanidades en Estadilla. Nunca salió de sus labios una palabra impertinente o inmodesta, permaneciendo intacta su inocencia bautismal.
Alto y robusto, tenía la complexión perfecta para seguir la carrera de las armas, que su padre deseaba. Pero José lo convenció para que le dejara estudiar Filosofía en la Universidad de Lérida, cátedra considerada por entonces como base de todas las carreras. Su vivacidad e inteligencia lo condujeron a brillantes resultados. Esto le agradó mucho a su padre, que lo incentivó a estudiar Derecho Civil y Canónico. La propuesta iba al encuentro de su anhelo: ser sacerdote.
Siguiendo la costumbre de la época, en 1575 recibió la primera tonsura de manos del obispo de Urgel, diócesis a la que pertenecía su tierra natal, en una ceremonia en la iglesia del Santo Cristo, en Balaguer, e hizo también voto de virginidad perpetua a los pies de una imagen de la Virgen.
A los 20 años empezó a estudiar Teología en la Universidad de Valencia, donde enfrentó el primer combate en defensa de su pureza. Para huir del asedio de una dama, se trasladó a la Universidad de Alcalá de Henares.
Primeros años de sacerdocio
La trágica muerte de su hermano mayor le hizo regresar a la casa paterna, donde tuvo que enfrentar nuevas batallas. Su padre, a quien respetaba y quería mucho, deseaba verlo perpetuar el nombre de la familia y fue penoso para el santo mantener el voto que había hecho. En ese ínterin, también falleció su madre.
Vencidas todas las dificultades, fue finalmente ordenado sacerdote el 17 de diciembre de 1583. Los primeros años de su ministerio estuvieron llenos de importantes encargos que hablan mucho de la excepcional madurez, piedad y buena formación del joven sacerdote. De Peralta de la Sal marchó a la diócesis de Barbastro, donde auxiliaría al nuevo obispo, el dominico Felipe de Urries. Tras su muerte, fue secretario y confesor de monseñor Gaspar de la Higuera, obispo de Lérida; y habiendo fallecido éste volvió a Urgel, donde ejerció con ejemplar dedicación los oficios de la secretaría capitular y maestro de cermonias.
En su diócesis de origen, además de desempeñar con habilidad delicados encargos pastorales y diplomáticos, se dedicó con ahínco a las labores propias de la vida sacerdotal: escuchaba confesiones, predicaba, enseñaba el catecismo, visitaba hospitales y asistía a los encarcelados. “En este período español de la vida del santo —afirma uno de sus biógrafos contemporáneos más conocidos— debemos encontrar, descubrir, por lo menos en germen, al gran Calasanz del período romano, santo, educador, apóstol social”.3
“Ve a Roma”
Hallándose al servicio del obispo de Urgel, empezó a oír una clara voz en su interior:
— Ve a Roma.
Y en sueños le parecía estar en la Ciudad Eterna, rodeado de niños que parecían ángeles; les enseñaba a vivir como buenos cristianos, les bendecía y los acompañaba a sus casas. Para auxiliarlo en aquella misión de caridad se unía a él un gran número de ángeles.
Con el apoyo de su director espiritual, marchó a Roma en febrero de 1592, sin saber muy bien qué era lo que Dios le reservaba…
Una vez allí, el cardenal Colonna lo eligió como teólogo y auditor, y lo tomó como orientador y confesor de toda su familia. Se trasladó entonces al palacio de los Colonna decidido a vivir en la más estrecha pobreza personal, respetando, no obstante, las exigencias de la dignidad de sus funciones y nacimiento, las cuales le obligaban, por ejemplo, a vestirse de seda. Por otra parte, aumentó los ayunos y mortificaciones, el tiempo de las oraciones y redujo las horas de sueño.
Sus carismas empezaron a manifestarse con más brillo. Liberaba poseídos, obraba milagros y preveía acontecimientos futuros por donde pasaba. De los numerosos casos registrados por los cronistas, mencionamos aquí uno de los más bonitos, el cual ocurrió en la iglesia de San Juan de Letrán, con una posesa que fuerza humana alguna podía con ella. Llevándola tan sólo con los dedos pulgar e índice, nuestro santo la hizo entrar en el templo y expulsó al demonio. A los que se maravillaban con tal prodigio les decía: “Es que no sabéis la virtud que poseen estos dedos por el contacto cotidiano con la Sagrada Eucaristía”.4
Se delinea la voluntad divina
Cinco años de trabajo pastoral en Roma lo pusieron en contacto con la juventud pobre de esa ciudad, y no sólo veía sus vicios desenfrenados, sino también su extraordinaria ignorancia. Esos muchachos “no sabían ni siquiera las cosas necesarias para salvarse”.5 Esa infancia abandonada comprometía las generaciones futuras. De niños bien educados en su tierna edad se espera hombres buenos todo el transcurso de la vida: “Educa al muchacho en el buen camino: cuando llegue a viejo seguirá por él” (Pr 22, 6). Por eso la extrema necesidad de una educación católica gratuita a los desprovistos de medios económicos.
Buscó a alguien que pudiera abrazar esta causa, pero las escuelas establecidas no disponían de recursos y los maestros de profesión no podían trabajar sin salario. Un día, andando por las calles romanas, oyó aquella misma voz interior que lo había llevado al centro de la cristiandad:
— Mira, José.
Volviéndose, vio a un grupo de niños que se distraía con juegos indecentes. Y la voz le repitió esta frase de los salmos: “A ti se encomienda el pobre, tú socorres al huérfano” (Sal 9, 35). Estaba delineada la voluntad divina a su respecto.
Tardaba en tomar decisiones, sin embargo, una vez convencido de los designios de Dios tenía gran firmeza de carácter e indomable energía para vencer los obstáculos que aparecieran. Aconsejándose con sus directores y doctos amigos, y en medio de oraciones y mortificaciones, recordó las sabias palabras de Santo Tomás: “Aquellos sujetos elegidos por Dios para una misión son preparados y dispuestos por Él de modo que sean idóneos para desempeñarla”.6 No lo dudó más: toda su vida no había sido sino una preparación para esta obra.
Nacen las Escuelas Pías
En otoño de 1597, en el Trastévere, barrio pobre de Roma, nacían las Escuelas Pías. Consiguió la casa parroquial de la iglesia de Santa Dorotea y empezó con tres sacerdotes más a dar la instrucción clásica —lectura, escritura, aritmética y gramática—, pero su objetivo final era la piedad y las buenas costumbres. En la primera semana se presentaron más de cien niños.
Pasaban los años y, en atención a las solicitudes procedentes de varias ciudades, las Escuelas Pías se expandieron no sólo en los reinos de la Península Itálica, sino en otros países. Aumentaban las vocaciones para profesores sacerdotes y el naciente instituto religioso tomaba cuerpo con el inicio de la vida comunitaria en su nueva casa madre, contigua a la iglesia de San Pantaleón, cuyo uso más tarde les fue concedido.
En 1617 el Papa Pablo V erige la Congregación Paulina de los Clérigos Regulares Pobres de la Madre de Dios de las Escuelas Pías —conocida enseguida como la de los Escolapios—, con votos simples y vistiendo como hábito una capa corta sobre la sotana. Nombrado superior general, el P. Calazanz hizo los votos en las manos del cardenal Benedetto Giustiniani, que representaba al Santo Padre, y tomó el nombre de José de la Madre de Dios. Él mismo recibió los votos de sus catorce primeros hijos espirituales y les impuso el hábito en una ceremonia privada en San Pantaleón.
En el crisol se purifica el oro
Con la muerte de Pablo V, en 1621, el cardenal Alessandro Ludovisi viajó de Bolonia a Roma para participar en el conclave y se hospedó en la casa de las Escuelas Pías de Narni. Aquí se encontraba el P. Calasanz escribiendo las constituciones del instituto y predijo la inminente elevación del purpurado al Solio Pontificio. No se equivocó el santo: pocos días después fue elegido Papa con el nombre de Gregorio XV. En noviembre de ese mismo año aprobaba las referidas constituciones, elevando la congregación a Orden religiosa, con votos solemnes y perpetuos.
Sin embargo, surgieron calumnias y deseos de venganza de parte de una minoría de religiosos que, por ambición y orgullo, no se encuadraban en las reglas del instituto. También hubo quien quiso matar al fundador; apareció un falso escolapio que robó en varios países haciéndose pasar por miembro de la Orden; pero lo peor fue cuando aparecieron los traidores dentro de sus santos muros, denigrándolo de tal modo que levantaron desconfianza y sospechas en la Santa Sede. A pesar de su larga y santa vida, cuajada de milagros conocidos, José llegó a ser preso por el Santo Oficio y se constituyó una comisión cardenalicia para estudiar el caso.
Las cartas y consejos del santo a sus hijos espirituales durante todo ese período dan un admirable testimonio de la grandeza de ánimo con que enfrentaba esa batalla tan dura y degradante: “El enemigo del género humano persigue a todos los hombres en general y a cada uno en particular: se ve esto principalmente en las órdenes religiosas, y hoy nos toca a nosotros. Tienta a todos los que encuentra débiles en la virtud, y especialmente en la virtud de la humildad”;7 “La perfección de la virtud consiste en soportar con paciencia las calumnias y los ultrajes que nos vienen de aquellos a quienes hemos hecho bien, y en hacerles más bien todavía por amor de Dios”;8 “No hay mal tan grande que no tenga remedio, y estoy cierto de que suplirá Dios en lo que hayan faltado los hombres. Permita la Divina Misericordia que todas nuestras cosas se terminen a mayor gloria suya”.9
Los alumnos de las Escuelas Pías no se vieron afectados en nada por la persecución que sufrían sus maestros, porque las actividades escolares continuaron en todas las casas, como si no ocurriese nada. En San Pantaleón, foco del litigio, daba San José de Calasanz ejemplo de paz de alma y templanza, sin alterarse jamás o dejar sus clases.
En medio de las pruebas le fue dado conocer el porvenir de su Orden, que sería destruida, pero renacería más pujante que nunca para continuar su misión en la Iglesia: “Espero que todo lo que se ha hecho se deshará con la ayuda de Dios, y que triunfará la verdad sobre la envidia. Tened constancia como los que aman el Instituto, porque llegará un día en que renacerá más glorioso que nunca”.10
De hecho, se realizó una visita apostólica totalmente manipulada por sus enemigos que, distorsionando la realidad con falsos testimonios y acusaciones, consiguieron la condenación pontificia, firmada el 16 de marzo de 1646. Al día siguiente el secretario del cardenal vicario reunió a todos los sacerdotes en el oratorio doméstico de San Pantaleón y leyó el breve de reducción de la Orden a una congregación sin votos, lo que suponía “una supresión camuflada, una condena a muerte lenta, pero inexorable. […] Al terminar la lectura, en el silencio embarazoso y dramático del momento, se oyó la voz del ya definitivamente destituido general, P. José Calasanz, que repetía las palabras de Job: ‘El Señor nos lo dio; el Señor nos lo quitó. Como plugo al Señor, así se hizo. Bendito sea su nombre’ [1, 21]. Era el final. La hecatombe”. 11
¡Era destruida una obra de 50 años! No podía haber humillación más grande. Con todo, sabía él que los hombres pasan, pero las obras de Dios permanecen y florecen cuando son depuradas por las pruebas: es en el crisol donde se purifica el oro…
De la cruz a la gloria
Su única “venganza” consistió en rezar por sus enemigos. “En las grandes desgracias que nos han venido, sería gran locura detenernos en las causas segundas que son los hombres, no viendo a Dios que las envía para nuestro mayor bien”,12 le dijo en confidencia a uno de sus sacerdotes. “Cuanto más nos humillemos, más nos exaltará Dios”,13 afirmó la víspera de su muerte. En su proceso de beatificación declaró el cardenal Crescenzi: “No puedo dejar de decir que su mayor milagro fue la paciencia, y sin embargo era de carácter fogoso e inclinado a la cólera”.14
En agosto de 1648, dos años después de aquellos terribles acontecimientos, llegó la hora de despedirse de esta vida. La Providencia le hacía beber el cáliz de las amarguras hasta el final; porque le revelaba todas las penurias y dificultades por las cuales pasarían sus hijos espirituales en los ocho años siguientes, hasta que la Orden se restableciese. Sin embargo, acompañada de 250 escolapios fallecidos hasta esa fecha —todos se habían salvado, excepto uno—, la Virgen fue a visitarlo y lo consoló prometiéndole que lo auxiliaría en sus últimos momentos, como lo había hecho durante toda la vida.
El día 22 sintió cercano su fin y recibió el viático. Tres días después entregaba su alma al Creador. Multitudes acudieron a verlo por última vez y se obraron milagros en cantidad. La vox populi ya lo exaltaba, anticipándose a lo que la Iglesia declararía cien años más tarde, concluyendo un proceso con documentos y pruebas indiscutibles: José de Calasanz había practicado las virtudes en grado heroico.
En la actualidad existen al menos otras once congregaciones religiosas dedicadas a la educación que reconocen haber encontrado su fuente de inspiración en la Orden Escolapia. “La semilla que él sembró en Santa Dorotea del Trastévere hace cuatrocientos años ha fructificado y se ha extendido por todo el mundo. Las Escuelas Pías hoy están implantadas en 26 países de cuatro continentes y los conceptos de gratuidad y universalización de la enseñanza que preconizan se aceptan ya en casi todos los sistemas educativos”.15
Con cuánta razón afirmó Pío XII, al conmemorar el tercer centenario de su beatificación: “A Calasanz bien puede ser aplicado de modo súper excelente la promesa del Salmo: Qui seminant in lacrimis, in exultationen metent (Ps 125, 5). […] El 25 de agosto de 1648 todavía era el tiempo de la dolorosa siembra, de las lágrimas, de la crucificante prueba, mientras, al mismo tiempo que sembrador, era el grano de trigo lanzado en el surco para morir y germinar. Pero he aquí que el trigo nace, crece, madura y el sembrador, viviendo en la eternidad de luz, ve, anima, bendice a los segadores”.16
1 TIMON-DAVID, SCJ, Joseph- Marie. Vida de San José de Calasanz, fundador de las Escuelas Pías. Zaragoza: La Editorial, 1905, p. XXIII.
2 Ídem, p. 3.
3 SÁNTHA, SchP, György. Prenotandos históricos. In: SAN JOSÉ DE CALASANZ. Su obra. Escritos. Madrid: BAC, 1956, p. 9.
4 TIMON-DAVID, op. cit., p. 44.
5 SÁNTHA, op. cit., p. 57.
6 SANTO TOMÁS DE AQUINO. Suma Teológica. III, q. 27, a. 4.
7 SAN JOSÉ DE CALASANZ. Carta al P. Melchior Alacchi, en 1633, apud TIMONDAVID, op. cit., p. 245.
8 TIMON-DAVID, op. cit., p. 252.
9 SAN JOSÉ DE CALASANZ. Carta al P. Gavotti, del 16/3/1646, apud TIMONDAVID, op. cit., p. 341.
10 SAN JOSÉ DE CALASANZ. Carta del 3/3/1646, apud TIMON-DAVID, op. cit., p. 339.
11 GINER GUERRI, SchP, Severino. San José de Calasanz. Madrid: BAC, 1985, p. 254.
12 TIMON-DAVID, op. cit., p. 360.
13 Ídem, p. 383.
14 Ídem, p. 450.
15 DOMÈNECH I MIRA, Josep. José Calasanz. In: Perspectivas: revista trimestral de educación comparada. UNESCO: Oficina Internacional de Educación. París. Vol. XXIII. N.os 3-4 (1993); pp. 819-820.
16 PÍO XII. Discurso con motivo del III centenario de la beatificación de San José de Calasanz, 22/11/1948.