Hombre de tenacidad indomable, supo esperar con paciencia la hora de Dios en cada etapa de su vida, trazando con letras de oro admirables líneas en las páginas de la historia americana y universal.
Hijo, ve entrando en el servicio de Dios, persevera firme en la justicia y en el temor y prepara tu alma para la tentación. Humilla tu corazón, y ten paciencia: inclina tus oídos, y recibe los consejos prudentes, y no agites tu espíritu en tiempo de la oscuridad o tribulación. Aguarda con paciencia lo que esperas de Dios. Estréchate con Dios, y ten paciencia, a fin de que en adelante sea más próspera tu vida” (Eclo 2, 1‑3).
SAN JUNÍPERO SERRA
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¡Cuánta sabiduría encierran estas palabras del Eclesiástico!
Con respecto a este pasaje, el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira comenta: “La victoria es dada a quien sufrió con paciencia. Paciencia aquí no es indolencia, sino esa virtud fuerte con la que se aguanta el dolor de la espera”.1
Es lo que se podría afirmar de San Junípero Serra, franciscano mallorquín cuya vida fue coronada con la victoria y las riquezas celestiales por haber dicho siempre fiat a la voluntad divina, sufriendo con paciencia y entera incondicionalidad las demoras de Dios en cada etapa de su vida, volviéndose, así, “digno de ser contado entre los imitadores de los Apóstoles”.2
Bajo la égida del carisma franciscano
Nació en Petra, un pueblo de la isla española de Mallorca, el 24 de noviembre de 1713, y ese mismo día recibió en la pila bautismal el nombre de Miguel José.
Sus padres, Antonio Serra y Margarita Ferrer, eran honrados labradores y terciarios franciscanos del convento de San Bernardino. Su infancia y juventud transcurrieron bajo la égida del carisma franciscano: desde pequeño frecuentó la iglesia de la Orden y estudió con los frailes las primeras letras, solfeo y canto gregoriano, destacándose en el coro infantil de la comunidad por su hermosa voz.
A los 15 años, decidido a ser hijo de San Francisco en cuanto religioso, se trasladó a la capital, Palma de Mallorca, para estudiar Filosofía, viviendo en casa de un canónigo, de quien aprendió mucho. Después de un año de estudios, solicitó el ingreso en la Orden.
Entonces comenzaron las pruebas de las demoras de Dios en su larga existencia… Al ser algo enfermizo y de baja estatura, no fue admitido de inmediato. Tuvo que esperar que algunos sacerdotes conocidos le dieran al superior provincial testimonio de sus cualidades espirituales y humanas, para que fuera aceptado en el convento de Jesús.
De novicio leía la vida de los santos, en especial la de sus hermanos de hábito, y la idea de ser misionero ya le entusiasmaba. En su vía de esperas, no obstante, este anhelo sólo llegaría a realizarse casi dos décadas después.
Predicador y catedrático
Cumplido el año de noviciado, profesó solemnemente, con enorme alegría, el 15 de septiembre de 1731, tomando el nombre religioso de fray Junípero, en honor del humilde discípulo que había sido objeto de la elogiosa exclamación de su Seráfico Padre: “Hermanos míos, ¡pluguiera a Dios que de tales Juníperos tuviera yo un gran bosque!”.3
Flexible a la voz de la obediencia, característica que lo marcaría toda su vida, fue enviado al principal convento de Palma, a fin de prepararse para el sacerdocio. Obtuvo rápidamente el título de maestro en Filosofía e inició un largo período como docente.
En marzo de 1736 fue ordenado diácono junto con otros veintisiete religiosos y ascendió al presbiterato al año siguiente, aunque unos meses más tarde que sus compañeros, pues tuvo que esperar a la edad exigida. Recibió en 1738 las “licencias ministeriales para predicar” 4 y comenzó a recorrer las aldeas y pueblos de la isla.
Se doctoró en Teología en la Universidad Luliana de Mallorca y fue nombrado profesor titular en esta institución. Dos de sus alumnos se destacaron como misioneros junto con él, más tarde, en California: fray Juan Crespí y fray Francisco Palou, su primer biógrafo y compañero durante cuarenta años.
Comienzan los “cristianos atrevimientos”
Brillaba como catedrático y predicador, pero sentía en su alma la necesidad de atender a la llamada interior de la Providencia, mantenida en secreto hasta entonces, y pedir para trabajar en la mies del Señor en tierras lejanas.
Rezó y se encomendó a María Santísima y a San Francisco Solano, el apóstol de América del Sur, rogando que le enviaran un compañero como señal de que ese era su camino. Y no pudo contener las lágrimas cuando fray Palou le confió sus aspiraciones misioneras diciéndole: “al mismo tiempo que yo pedía a Dios tocase el corazón a alguno, sentía mi total inclinación hacia vuestra reverencia; sin duda será la voluntad de Dios”.5
Sin embargo, ya no había más plazas para misioneros aquel año de 1746… Dócil a las esperas de Dios, continuó con sus clases y predicaciones durante tres años más. En la Cuaresma de 1749 estaba predicando en su ciudad natal cuando fray Palau recibe una comunicación del encargado de las misiones franciscanas en la que le ordenaba que marchara junto con fray Junípero hacia Cádiz, porque algunos religiosos se habían retirado de la expedición que iría a América y había sitio para los dos.
Con júbilo, pero con mucha discreción, en dos semanas prepararon el viaje, sabiendo que ya no regresarían a su patria. El domingo de la octava de Pascua se despidieron de la comunidad reunida en el refectorio, acusándose de sus faltas y pidiendo perdón a todos. Fray Junípero fue “besando los pies de todos los religiosos, hasta el menor de los novicios”.6 Recibida la bendición del superior, embarcaron en una pequeña nave inglesa con destino a Málaga, y de aquí hasta Cádiz, para comenzar sus “cristianos atrevimientos”.7 El principal objetivo de fray Junípero era California, la cual aún tardaría más de una década en conocer…
Viaje a Nueva España
El barco zarpó el 30 de agosto de 1749; en él iban veinte franciscanos y siete dominicos. Según fray Palou, el viaje hasta el puerto mexicano de Veracruz duró noventa y nueve días, y presentó muchas “incomodidades y sustos”.8
La vida de los santos leídas en el noviciado ya le entusiasmaban con la idea de ser misionero, pero Dios lo llamaba para una vida de esperas… Interior de la iglesia de la Misión San Carlos Borromeo de Carmelo, en cuyo cementerio está enterrado San Junípero – Carmel-by-the-Sea (EE. UU.)
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San Junípero jamás se dejó abatir, encontrando fuerzas en la cruz de Cristo, que llevaba en el pecho. Salvo en los días de tempestad, celebraba la Misa diariamente, confesaba a tripulantes y pasajeros, y ya por entonces “lo veneraban todos como a muy perfecto y santo, por el gran ejemplo que les daba con su humildad y paciencia”. 9 Tuvieron que desembarcar en San Juan de Puerto Rico, donde permanecieron dieciocho días, tiempo que lo religiosos aprovecharon para predicar una fructuosa misión.
Al aportar en Veracruz, los franciscanos debían dirigirse al Colegio Apostólico de San Fernando, en Ciudad de México, a unos 500 kilómetros de distancia. Mientras los demás viajaban en mula o a caballo, nuestro santo, seguido de fray Palou, obtuvo permiso para recorrer todo el camino a pie, “sin más guía ni viático que el breviario, y su firme confianza en la Divina Providencia”.10 Partieron el 15 de diciembre y, por el camino, fueron agraciados con prodigios y auxilios sobrenaturales especialmente de San José, a quien se habían encomendado.
Una picadura de insecto, no obstante, provocó en la pierna de fray Junípero una herida que ya nunca cicatrizaría, causándole a menudo hinchazón y sangrado. Esa herida y el asma fueron las cruces que soportó hasta su muerte, pero jamás le quitaron el ánimo o le impidieron trabajar en pro de la evangelización.
Primera misión: Sierra Gorda
Habiendo llegado al Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe el último día del año, pernoctaron allí, para celebrar la Santa Misa junto a Ella el primer día de 1750, consagrándole el apostolado al que se dedicarían.
En aquella misma mañana continuarían hacia el Colegio de San Fernando. Los colegios apostólicos franciscanos “fueron fundados para la formación de un cuerpo selecto de hombres de exaltados ideales espirituales, preparados para difundir el cristianismo entre los aborígenes americanos”.11 En ellos se vivía en comunidad conventual; el superior, llamado padre guardián, tenía jurisdicción independiente, como un provincial. Durante el primer año los religiosos aprendían los idiomas locales, el modo de dirigir una misión, en fin, se aparejaban para las tareas misioneras, antes de meterse de lleno en ellas.
Transcurridos tan sólo cinco meses, conversando con un grupo de misioneros recién llegados, el padre guardián les comentó cómo la mies allí era grande y pocos los obreros, y les expuso las necesidades de las misiones de Sierra Gorda de Querétaro, para alentar el surgimiento de voluntarios. Sin titubear, fray Junípero se presentó, imitando al profeta: “Aquí estoy, mándame” (Is 6, 8). Varios más le siguieron y el superior los distribuyó entre las cinco misiones de Sierra Gorda, que atendían a los indios jonaces y pames. Para fray Junípero, California continuaría estando en las demoras de Dios, pues permanecería años en aquella misión.
Su método de acción y celo apostólico se fundamentaban primordialmente en la benevolencia, para vencer la desconfianza de los nativos. Algunos ya habían sido bautizados, pero vivían en el nomadismo e indolencia de la vida salvaje. Había que enseñarles de todo: leer, escribir, contar, cantar y sobre todo ¡trabajar! Habilitados para oficios diversos —agricultores, ganaderos, albañiles, carpinteros, herreros, pintores—, podían mantener su subsistencia y colaborar en las construcciones de la misión, especialmente la de la iglesia, junto con los misioneros que con ellos se ponían manos a la obra. Las mujeres no eran olvidadas; también tenían sus quehaceres: tejer, hilar, coser, cocinar.
Un conjunto de normas regulaba la comunidad misionera y gracias a ellas los indígenas eran instruidos en la doctrina cristiana, auxiliados en sus necesidades e incentivados a frecuentar los sacramentos. Además, los misioneros les enseñaban a convivir “en la paz y la caridad cristianas, sin permitir escándalos o malos ejemplos”.12
Misionero entre los cristianos
Florecían aquellas misiones cuando, en septiembre de 1758, la voz de la obediencia llamó a fray Junípero para evangelizar a los belicosos apaches y comanches, en la Misión de Santa Cruz de San Sabá, en la actual Texas.
Unos meses antes había sido destruida por los comanches, que masacraron a los misioneros y arrasaron con las instalaciones. Lejos de desanimarse, el superior del Colegio de San Fernando convocó a otros religiosos para que recomenzaran el trabajo evangelizador. Sin embargo, con mucho pesar para fray Junípero, la falta de seguridad y la inesperada muerte del virrey hicieron que se suspendiera todo.
Así, nuestro santo pasó nueve años más de espera en la Ciudad de México, como misionero entre los cristianos… Recorrió también las diócesis de Puebla, Valladolid, hoy Morelia, y Oaxaca, desplazándose siempre a pie. A pesar de andar cojeando debido a la hinchazón de la pierna, caminó cerca de 10 000 kilómetros durante ese período.
Benigno con todos, pero riguroso consigo mismo, arrostraba grandes peligros, como animales salvajes, serpientes venenosas y epidemias, a fin de visitar conventos de religiosas, aldeas y haciendas, lugares muy distantes entre sí, algunos de los cuales no habían visto a un sacerdote en dieciocho años…
Por fin la gran aventura: ¡California!
Contaba con casi 54 años cuando, finalmente, empezaría a trabajar en California. Tal oportunidad se dio en 1767, debido a la expulsión de los jesuitas de los dominios españoles, por orden del rey Carlos III. El entonces visitador general de España en México, José Gálvez, ordenó que los franciscanos los sustituyeran en la Baja California. Fray Junípero fue elegido superior de la misión de Loreto, centro militar, marítimo y religioso de la región.
Pero debido a inesperadas conminaciones políticas estuvieron poco tiempo allí. Rusia había hecho incursiones en América, desde el Pacífico Norte, y se expandía hacia el sur. Informado de tal amenaza, el Gobierno español decidió tomar medidas urgentes para frenar la expansión rusa. Este factor fue el que detonó la gran empresa misionera de fray Junípero, marcando la historia americana y universal. “Quizás nunca se hubiese preocupado España de fundar misiones y evangelizar a los indígenas de la Alta California; pero Dios se sirvió de la política para llevar el mensaje del Evangelio a aquellos pueblos”.13
Por haber sabido esperar las demoras de Dios, cuando encontró el cammemopo abierto para actuar, fray Junípero Serra hizo brillar su tenacidad indomable: dio lo mejor de sí en los últimos dieciséis años de su existencia, pasados allí, lo que le valió el título de Apóstol de California.
Si no tenía órgano para la Misa inaugural de una misión, una salva de cañonazos suplía la falta del instrumento musical, y el humo de la pólvora sustituía al incienso, que también escaseaba. Su determinación lo llevaba a plantar cruces y erguir campanarios en las misiones, para atraer y conquistar nuevas almas para Cristo, por las cuales estaba dispuesto a dar su vida.
Fundó nueve misiones y encabezó una expedición de reconocimiento y exploración del Pacífico Norte, que marcó los destinos de América. No lo paraban las dificultades materiales ni los inevitables problemas con algunas autoridades, ni siquiera la traición de los indios que llegaron, a veces, a destruir el asentamiento que ellos mismos habían ayudado a construir.
Un nombre que se perpetúa
Después de su muerte sus sucesores fundaron más de 21 misiones, dandoorigen a igual número de ciudades Escultura de Alberto Pérez Soria que representa a fray Junípero – Plaza del Templo de la Santa Cruz, Querétaro (México)
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Imposible sería narrar en tan cortas líneas la portentosa labor desarrollada por fray Junípero a lo largo de más de treinta y cinco años de vida misionera, durante los cuales administró cerca de ocho mil bautizos y cinco mil Confirmaciones, realizadas como ministro extraordinario nombrado por el Papa.14
La piedad en la celebración de la Santa Misa, la devoción a María Santísima, a quien denominaba “Purísima Prelada”,15 y a los santos, “sus amigos y hermanos del Cielo”,16 eran el sustentáculo de tan proficuo apostolado.
Después de su santa muerte, el 28 de agosto de 1784, sus sucesores fundaron veintiuna misiones más, las cuales dieron origen a igual número de ciudades; además de esto, prestaban asistencia espiritual a varios poblados, aunque no los hubieran fundado ellos, como el de Los Ángeles. Poco antes de partir hacia la eternidad, había prometido que intercedería por las misiones y por la conversión de todos los paganos. “Vemos que se va cumpliendo, pues mucho está aumentando el número de cristianos en todas las misiones, desde la muerte de su fervoroso fundador”,17 atestiguaría fray Palou.
Por haber esperado las horas de Dios con total docilidad, el nombre de fray Junípero fulgura en la saga misionera franciscana. La Santa Iglesia lo elevó a la honra de los altares y el poder temporal reconoció la grandeza de su obra colocando su estatua en el Capitolio de Washington, junto a las de otras grandes figuras que forjaron la nación americana.
Se realizaba, así, el vaticinio de fray Palou: “No se apagará su memoria, porque las obras que hizo cuando vivía han de quedar estampadas entre los habitantes de esta Nueva California que, a pesar de la voracidad del tiempo, se han de perpetuar en la conservación”.18
1 CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Ai do homem a quem a espera não dói; ai do homem que não aguenta a dor da espera! In: Dr. Plinio. São Paulo. Año XV. N.º 172 (Julio, 2012); p. 32.
2 FONT, OFM, Pablo. Carta a Fray Jaime Alaxó, apud PEÑA, OAR, Ángel. Beato Junípero Serra. Apóstol de California. Lima: Libros Católicos, 2012, p. 91.
3 MORAIS, Durval de. I Fioretti de São Francisco de Assis. 7.ª ed. Petrópolis: Vozes, 1985, p. 187.
4 GALMÉS MÁS, OP, Lorenzo. Fray Junípero Serra. Apóstol de California. Madrid: BAC, 1988, p. 39.
5 PALOU, OFM, Francisco. Relación histórica de la vida y apostólicas tareas del venerable padre fray Junípero Serra. Ciudad de México: Felipe de Zúñiga y Ontiveros, 1787, p. 8.
6 Ídem, p. 11.
7 CAMÕES, Luis Vaz de. Os Lusíadas. C. VII, n.º 14. 2.ª ed. Porto: Companhia Portugueza, 1916, p. 60.
8 PALOU, op. cit., p. 14.
9 Ídem, ibídem.
10 Ídem, p. 17.
11 PEÑA, op. cit., p. 25.
12 MIGLIORANZA, OFM, Contardo de, apud PEÑA, op. cit., p. 29.
13 PEÑA, op. cit., p. 37.
14 Cf. MOLINA PIÑEDO, OSB, Ramón. Beato Junípero (Miguel) Serra. In: ECHEVERRÍA, Lamberto de; LLORCA, SJ, Bernardino; REPETTO BETES, José Luis (Org.). Año Cristiano. Madrid: BAC, 2005, v. VIII, p. 1039.
15 PEÑA, op. cit., p. 93.
16 Ídem, ibídem.
17 PALOU, op. cit., p. 285.
18 Ídem, pp. 284‑285.