San Lorenzo, Mártir

Publicado el 08/08/2017

Colocado sobre una parrilla y asado vivo, San Lorenzo pasó a la Historia como un ejemplo para siglos futuros…

 


 

Haremos algunos comentarios, con base en un texto de la obra de Rohrbacher “La vida de los santos”, con respecto a San Lorenzo, mártir.

 

San Lorenzo – Basílica de San

Lorenzo extramuros – Roma, Italia.

La persecución de Valeriano se intensificó sobremanera en el año 258. El Papa San Sixto fue apresado con algunos miembros de su clero, cuando estaba en el cementerio de Calixto para celebrar los Santos Misterios. Cuando lo llevaban al suplicio, Lorenzo, el primero de los diáconos de la Iglesia Romana, lo seguía llorando y diciendo: “¿Adónde vais, Santo Pontífice, sin vuestro Diácono? No estáis acostumbrado a ofrecer el sacrificio sin ministro. ¿En qué os desagradé? Comprobad si soy digno de la elección que hicisteis de mí, para confiarme la dispensa de la Sangre de Nuestro Señor.” Sixto le respondió: “No soy yo quien te deja, hijo mío, pero un combate más grande te está reservado. A nosotros ancianos nos tratan con indulgencia, pero tú me seguirás dentro de tres días.”

 

Entretanto, el Prefecto de Roma, pensando que los cristianos tenían grandes tesoros escondidos y queriendo certificarse de ello, mandó a llamar a Lorenzo, quien como primer Diácono de la Iglesia Romana era el custodio. Le pidió que le entregase los tesoros de los cristianos y Lorenzo le respondió que se los entregaría, después de hacer el cómputo total de lo que poseían. Reunió a todos los pobres y enfermos de Roma, mostrándoselos al prefecto como los únicos y los más grandes tesoros de la Iglesia. Los pobres eran oro, las vírgenes y viudas, las perlas y demás piedras preciosas.

 

Furioso, el prefecto ordenó la muerte del Diácono, pero exigió que fuese lenta y cruel. Lo desnudaron y lo acostaron sobre una parrilla, que tenía por debajo brasas encendidas. Los que asistían al suplicio vieron el rostro del mártir rodeado de un esplendor extraordinario. Después de mucho tiempo, dijo el supliciado al verdugo: “Haced que me den vuelta. Ya estoy bastante asado por este lado.” Después que lo voltearon, dijo aún: “Está asado, podéis comer.” Mirando entonces al cielo, rogó a Dios por la conversión de Roma y expiró. Senadores, convertidos por el ejemplo de su constancia, cargaron el cuerpo en sus espaldas y lo enterraron en el Campo Verano, cerca de Tivoli, en una gruta.

 

El sacrificio de un mártir

 

Hay un gran número de datos preciosos en este texto. El primero de ellos es el diálogo de San Lorenzo con el Papa San Sixto. El Santo Sacrificio de la Misa es la repetición incruenta del Santo Sacrificio de la Cruz. De tal suerte que ofrecer el Sacrificio de la Cruz y ofrecer el Sacrificio de la Misa es la misma cosa. Por otro lado, cuando el mártir se ofrece en holocausto, ofrece de algún modo un sacrificio de sí mismo y, sin renovar el Sacrificio de la Cruz, sin embargo imita a Nuestro Señor Jesucristo, que se inmoló a sí mismo. Por lo tanto, hay un

conjunto de correlaciones entre el Sacrificio del Calvario, la Misa y el martirio. Y en torno a esas correlaciones giró el diálogo, entre todos admirable, del Papa San Sixto con su Diácono.

 

El Papa fue apresado y conducido a la muerte. Y su Diácono, San Lorenzo, le decía: “Vos ofrecisteis tantas veces el sacrificio conmigo – el papel del Diácono consistía en ayudar al Papa en la celebración de la Misa – ¿Vos no lo queréis ofrecer ahora? ¿Me vais a dejar en esta Tierra en el momento en que vuestro sacrificio va a ser realizado? Es como vuestra Misa. ¿Yo no soy vuestro Diácono? Llevadme a morir con Vos; ya que os serví la vida entera al pie del altar, quiero serviros también al pie de la muerte.”

 

Después de esa maravilla de diálogo, San Sixto profetizó: “Voy a tener una muerte suave en comparación con la tuya. Los jóvenes van a ser tratados con menos indulgencia que nosotros, los ancianos. Dentro de tres días llegará tu ocasión y morirás.”

 

Prenuncio del vínculo feudal

 

Realmente, esa fidelidad de San Lorenzo a San Sixto trae consigo un primer vislumbre de la Edad Media. Se trata de una fidelidad que gira en torno de relaciones de carácter eclesiástico, pero es una fidelidad feudal. El servidor se une a aquel a quien sirve por un vínculo mucho más grande que un contrato de arrendamiento de un servicio; es un vínculo de amor y de dedicación con toda el alma, de consagración de la vida entera, de tal manera que él siente que no hay ninguna razón de existir a no ser en función de aquel a quien sirve. En la fuerza de ese vínculo vemos prenunciado el feudalismo, en el cual existen vínculos de fidelidad, en ese entonces de orden temporal, pero concebidos religiosamente, porque la fidelidad es una virtud religiosa, aun cuando sea practicada en el ámbito temporal.

 

En ese vínculo que unía el Diácono al Papa, vemos desabrochar el alma feudal, toda hecha con el sentido de servicio, con el sentido de alienación y con el sentido de la honra, pues aquél que sirve, de hecho coloca su honra en servir a aquél a quien se vinculó. Vemos ahí una alienación admirable, todo lo contrario de la desalienación miserable que los revolucionarios desean. Y una pregustación de la Edad Media, donde todas las articulaciones de las personas que constituían la sociedad tenían como base una alienación, una entrega, una protección. Todo el perfume de la Edad Media comienza a elevarse en esa lealtad, en esa dedicación, en ese sentido de honra, en esa entrega, en esa alienación de San Lorenzo para con el Papa San Sixto.

 

Los tesoros de la Iglesia…

 

Por otro lado, encontramos el episodio admirable con los pobres.

 

Cuando el prefecto oyó decir que los cristianos eran riquísimos, mandó a llamar a San Lorenzo, al cual, de acuerdo con la organización de la Iglesia en aquel tiempo, como Diácono, le cabía la guardia de los objetos que constituían el tesoro de la Iglesia romana. Pobre tesoro primitivo: algunos objetos donados por la nobleza romana o por las personas ricas de Roma para el culto. Era una cosa que no se comparaba con los tesoros actuales de la Iglesia.

 

Exigió, entonces, que San Lorenzo los entregase. El santo Diácono le dijo: “Sin duda alguna. Los voy a traer. Necesito algún tiempo para reunirlos todos, para ver cuántos son; después los traigo.” El prefecto respondió: “Está bien. Haga eso, entonces.”

 

El día marcado aparece un gran número de pobres de Roma, viudas, estropeados, por quienes los romanos tenían un desprecio soberano; el poco caso de los romanos con relación a

los pobres era una cosa incomparable. San Lorenzo afirmó: “Aquí están los tesoros de la Iglesia.” Es una admirable lección de espíritu sobrenatural.

 

¿Por qué el pobre es un tesoro? Ante todo, porque es hombre, es cristiano, bautizado, hijo de la Iglesia Católica. Y lo que vale en el hombre no es lo que tiene, lo que sabe, lo que puede o lo que hace; sino el hecho de ser, por encima de todo, una criatura de Dios. En segundo lugar, fue redimido por la sangre infinitamente preciosa de Nuestro Señor Jesucristo. En tercer lugar, costó las lágrimas indeciblemente preciosas de Nuestra Señora. Esos títulos hacen de cualquier hombre, aun cuando sea un harapo, un verdadero tesoro, porque Nuestro Señora Jesucristo se habría encarnado y muerto en la cruz aun cuando fuese sólo por su causa.

 

Ahora bien, dos cantidades iguales a una tercera son iguales entre sí. Si aquel hombre vale la sangre de Cristo, como la sangre de Cristo tiene un valor infinito, aquel hombre tiene de algún modo un valor infinito. Entonces, por ser hombre, por ser hijo de la Iglesia, un pobre tiene un valor inconmensurable. Pero tiene un valor todavía más grande, no por el simple hecho de ser hombre, sino de ser pobre. No en el sentido revolucionario de que sólo el pobre tiene valor. A los ojos de Dios hay una serie de predicados humanos, hasta opuestos entre sí, si bien que no sean contradictorios, los cuales hacen al hombre digno de un especial amor de Dios, bajo cierto título.

 

¡El sufrimiento es una forma de predilección!

 

El Dr. Plinio durante una conferencia,

en la década de 1990.

Por ejemplo, “simples de espíritu”, en el sentido corriente y actual de la expresión – no en el sentido antiguo – quiere decir personas poco inteligentes. Dios ama a los simples de espíritu de un modo especial; los ama en su fragilidad porque están desnudos intelectualmente de los recursos necesarios para vivir, y la Providencia Divina posa sobre ellos y los protege. Eso no quiere decir que Dios no ame al sabio. El hecho de que Dios ame con una protección especial a aquél que es carente desde el punto de vista intelectual, no excluye que Él, a otro título, ame inmensamente a un Santo Tomás de Aquino, o a Nuestra Señora, cuyo conocimiento de todas las cosas dejaba el de Santo Tomás de Aquino más lejos que lo que el de Santo Tomás dista de nosotros.

 

Son títulos diferentes, según los cuales Dios ama cada cosa. En cierta forma, eso ocurre con el hombre que se encanta con la rosa, la reina de las flores, porque ella se abre lindísima y se muestra en su esplendor. No obstante, ¿el hombre no se maravilla con la violeta por la razón contraria? Porque ella se esconde, es apagada, delicada, pequeñita. Decir que Dios ama al pobre no significa que Él no ama al rico. En la pobreza hay un título especial por el cual el Creador ama a quien es pobre. ¿Y cuál es ese título?

 

Ese título es: Dios ama a los que sufren: bien entendido, a los que padecen con resignación, en unión con Él; el sufrimiento es una prueba de predilección. De tal manera que quien ve a un pobre porque sufre, ve en el pobre un tesoro. Lo cual significa que si yo debo amar la pobreza de un pobre, el pobre también necesita amar su pobreza. Es evidente.

 

Eso no quiere decir que el pobre no deba trabajar para dejar de ser pobre. Pero mientras no consigue salir de la pobreza, él necesita, al mismo tiempo, ver en ella un sufrimiento, pero debe cargarla con resignación. Y nosotros, viendo a un pobre, debemos lamentar que él sea pobre, y en la medida en que podamos y haya una razón, necesitamos ayudarlo; pero debemos dar gracias a Dios, que no sólo creó a los ricos, sino también a los pobres. Porque hay una excelencia especial del alma humana en la aceptación de la pobreza.

 

Es como, por ejemplo, la enfermedad. No se puede imaginar en qué grado de degradación habría caído el mundo si no hubiese enfermedades. ¡Qué cúmulo de inmoralidades habría en la Tierra si ellas no existiesen! La Iglesia es la que más hace para acabar con las enfermedades, pero Ella da gracias a Dios por el hecho de existir enfermedades invencibles, porque es necesario para el hombre que haya enfermedades. Así, con ese equilibrio muy grande de las cosas, se puede y se debe decir que el pobre, la viuda, el huérfano, son verdaderos tesoros reales dentro de la Iglesia Católica. San Lorenzo le dio una lección admirable al prefecto de Roma.

 

Una lección para todos los siglos

 

La última lección él la dio para todos los siglos: fue su martirio. No se puede comprender sin un milagro, y un milagro de primera clase, que un hombre aguante lo que él soportó. San Lorenzo fue colocado sobre una parrilla, por debajo de la cual pusieron brasas. Y él se fue asando poco a poco. Podemos imaginar lo que representa el dolor de ser asado de esa forma.

 

martirio de San Lorenzo – Iglesia de

San Andrés (Asola, Italia);

Y San Lorenzo, con placidez y con el rostro translúcido de alegría, cuando se dio cuenta de que una parte de su cuerpo estaba quemada – es otro milagro que él no hubiese muerto sólo con eso –, dijo: “Un lado ya está asado, ahora pueden asar el otro lado.” Le dieron la vuelta y a la hora de expirar pidió la conversión de Roma; y fue atendido. Varios senadores que asistieron a su martirio cargaron su cuerpo hasta la sepultura. Es decir, él, un mero Diácono de la Iglesia, que vivía como un perseguido en las catacumbas, es cargado por componentes del órgano legislativo más alto de la Tierra en aquel tiempo, que era el Senado Romano, llevado en hombros por aquellos que él convirtió con su sufrimiento.

 

¿Cuál es el resultado de la humildad?

 

Ese fue el resultado de su humildad. En el Magnificat, Nuestra Señora dijo: “Deposuit potentes de sede et exaltavit humiles” – “Dios destituyó de sus cátedras a los poderosos y exaltó a los humildes.” Vimos lo que le sucedió a San Lorenzo. ¿Quién oye hablar hoy en día del Emperador Valeriano? Se deshizo en polvo, señalado como un horror para todos los siglos, cuando no está en el olvido.

 

Uno de los palacios más célebres del mundo conmemora la gloria de San Lorenzo: el Escorial, construido por Felipe II. Era fiesta de San Lorenzo y Felipe II tendría una batalla muy ardua contra los franceses. Entonces el Rey le prometió a Dios que haría construir una Basílica magnífica en honor a San Lorenzo, si ganase aquella batalla. Él desbarató a los herejes y mandó a construir una gran obra de arte, el Escorial, que tiene exactamente la forma de una parrilla, para celebrar el instrumento de martirio de San Lorenzo. Y todos los turistas y peregrinos del mundo entero que van al Escorial, conocen las glorias de San Lorenzo. Sin hablar, naturalmente, del culto que le presta la Iglesia Universal.

 

El mártir sacrosanto está en lo más alto del Cielo, exaltado por Nuestra Señora y por los ángeles, siendo objeto de la predilección de Dios; hasta el fin del mundo se celebrará su memoria y por toda la eternidad los ángeles van a cantar su gloria en el Paraíso.

 

Y los poderosos, hijos de la iniquidad que se enorgullecían de su poder, fueron lanzados al piso. ¿Dónde estará Valeriano?

 

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(Revista Dr. Plinio, No. 161, agosto de 2011, pp. 10-13, Editora Retornarei Ltda., São Paulo – Extraído de una conferencia del 9.8.1969).

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