San Martín de Tours Incansable apóstol y taumaturgo

Publicado el 11/11/2016

En este mes de noviembre, el Dr. Plinio nos da a conocer algunos bellos y conmovedores aspectos de la vida de San Martín de Tours, uno de los más célebres héroes de la Fe en los albores de la Cristiandad medieval, venerado por sus grandes virtudes y denodado celo por la salvación de las almas.

 


 

Para comprender bien el elemento de unidad de la vida de San Martín de Tours – cuya fiesta se celebra el 11 de noviembre – debemos considerar lo que ya hemos dicho con respecto a los santos suscitados por la Providencia para ser misioneros, evangelizadores, reyes, príncipes, y de aquellos de cuyo apostolado resultó el nacimiento de naciones enteras para la Cristiandad.

 

Factótums de Dios

 

Hay santos llamados a pasar su existencia en los orígenes de la vida religiosa de un pueblo, y cuando esa trayectoria espiritual se comienza a consolidar, surgen otros apóstoles con una vocación definida para continuar el trabajo de aquellos. Fundan órdenes religiosas, universidades, son predicadores que estimulan las almas, etc.

 

Otros tienen la curiosa tarea de “hacer de todo un poco”. Sin prisa, sin dispersión, con un perfecto dominio de sí, se envuelven en toda clase de acontecimientos. Sustentan la buena causa por toda parte donde necesite un auxilio, y en las más variadas condiciones en que esa ayuda les es solicitada. Son, por así decir, los factótums de Dios, los que realizan todo lo que Nuestro Señor y su Santísima Madre desean.

 

Comprenderemos la vida de San Martín si analizamos bajo ese prisma. De lo contrario, nos quedaremos apenas en un conjunto de informaciones biográficas, sin un mayor sentido unitario.

 

Ejemplo de caridad cristiana

 

Veamos entonces algunos datos sobre él, presentados por Don Guéranger:

 

Martín nació en Panonia, Hungría, en el año 316.

 

Por lo tanto, vivió en una época remota y en tierras que en aquél tiempo eran semi- bárbaras. Algo semejante a la selva Amazónica, si no era peor.

 

Alistado desde muy temprano en los ejércitos romanos, se hace conocido solamente cuando comparte su manto con un pobre a las puertas de Amiens.

 

El Imperio Romano poseía algunos destacamentos militares en Amiens, situada en las Galias, actual Francia. Debido a transferencias internas, él fue enviado de Panonia a esa ciudad gálica.

 

No se sabe con seguridad cuándo se convirtió San Martín, pero en determinado momento se hizo catecúmeno, es decir, se preparó para recibir el bautismo. En esa ocasión se dio el famoso episodio: estando montado a caballo, en un período muy frío, se encontró con un mendigo que vagaba por las puertas de Amiens, desamparado y sin abrigo. Conmovido por la miseria del prójimo, con extrema bondad el santo dividió su propio manto en dos partes, entregándole la mitad al indigente.

 

Ese hecho tiene significado mayor en Europa, donde el invierno es mucho más riguroso y agresivo al cuerpo humano que en nuestras regiones tropicales. Puede que un brasileño no tenga manto, pero sí tiene suéteres. Cuando enfría, permanece calentado dentro de su casa, o, si necesita salir, usa algún vehículo que le permite mantenerse protegido de la baja temperatura. El frío molesta un poco y después no se piensa más en él.

 

Sin embargo, en el continente europeo el invierno es bastante serio. En esas condiciones, andar leguas a caballo sin manto, o con la mitad del mismo, redunda en un gran sacrificio. Por eso, el gesto de San Martín conmovió a toda la Edad Media como siendo la propia expresión de la caridad cristiana, opuesta a la dureza del paganismo romano.

 

De manera tal que ese episodio puede ser considerado el primer hecho simbólico de su vida, recordado en la era medieval a través de vitrales, medallas, ilustraciones en miniaturas, cuadros, etc., mientras crecía la devoción a San Martín de Tours.

 

Apostolado y milagros

 

Tan pronto fue bautizado, deja el ejército y se va a estudiar con el gran doctor de las Galias, Hilario de Poitiers. El deseo de convertir a sus parientes, que eran paganos, lo condujo a Panonia.

 

Se nota cómo la existencia de San Martín es fecunda, sembrada de viajes, de encargos, de misiones evangelizadoras, etc. Él había sido un legionario romano en su Panonia natal, de donde pasó a las Galias. En determinado momento se convirtió, abandonó las filas militares y fue – él, un “botocudo” 1 de Hungría – a estudiar teología y filosofía con San Hilario de Poitiers.

 

En seguida lo vemos retornar a Hungría, a fin de convertir a sus padres. Después de ese tiempo al lado de su familia regresó a las Galias, donde fundó el monasterio de Ligugé, el primero de Francia. Pasó a llevar una vida contemplativa, practicando muchos milagros que lo hicieron célebre, y después afluyeron discípulos para poblar su soledad. Así, después de ser un santo que buscó a las personas, se dirigió a un exilio en el cual fue buscado por ellas.

 

Obispo de la Diócesis de Tours

Continúa la biografía:

 

Con motivo de la muerte de San Hilario, huye de los habitantes de Poitiers, que querían tenerlo como obispo. La población de Tours será más hábil. En el 371 lo confiscan en una especie de armadilla, y lo convencen de ordenarse sacerdote para ser elevado al episcopado.

 

Ese esquivarse de las honras no es un fenómeno muy común en nuestra época, como tampoco lo es la carrera de los pueblos atrás de un santo para que se haga obispo.

 

Ahora bien, en el siglo IV, período histórico llamado de decadencia y miseria, los santos pululan y los hombres se apresuran a seguir sus huellas. ¡Qué diferencia con el pseudo-progreso, con el pseudo-esplendor de la era contemporánea!

 

San Martín, entonces, se deja ordenar Obispo, pero sabe que la vocación contemplativa persiste en él. Fundó Marmoutier, un convento situado a tres kilómetros de Tours, su diócesis. Esa casa religiosa floreció, se convirtió en un seminario, centro de estudios y escuela donde se graduaron varios futuros obispos. Fue un trabajo muy importante, pues de un buen seminario surgen buenos sacerdotes y un buen episcopado.

 

Y nuevamente constatamos cómo la vida de San Martín fue extremamente fértil y rica en realizaciones por la causa de la Iglesia.

 

Obrando milagros, el “salvaje” de Hungría, el ex-legionario romano, puesto al frente de la formación de las almas, preparó una generación de sacerdotes y de futuros sucesores de los apóstoles.

 

Un gran batallador hasta el fin

 

Muchas veces se dirigía a la soledad de Marmoutier, donde fue favorecido con visiones de Nuestra Señora, pero también fue aguijoneado por las persecuciones del demonio. Es la condición propia de los que se aíslan: por un lado, son visitados por las consolaciones del Cielo; por otro, son importunados a menudo por el enemigo de la salvación.

 

Para San Ignacio de Loyola, la mejor prueba del éxito de un retiro espiritual es el hecho de que el alma es objeto, al mismo tiempo, de gracias extraordinarias y de embestidas del demonio.

 

Así siendo, se comprende que San Martín estuviese sujeto a esas vicisitudes en su aislamiento. De todas formas, ahí se acrisolaba en el amor a Dios y al prójimo, traducidos en un incansable esfuerzo de evangelización:

 

Su celo por los pueblos excede los límites de su diócesis. Es visto en las diócesis vecinas y hasta en Artois, Picardie; en Trèves, Bélgica, y aún más en España. Por toda parte su palabra, sustentada por los milagros y la caridad, obra maravillas.

 

Sin abandonar sus prerrogativas episcopales, este hombre se transforma en un infatigable misionero, recorre las regiones más distantes en una época en la cual tales desplazamientos no se hacían sin grandes incomodidades, y realiza verdaderas maravillas con sus sermones y milagros.

 

Ese amor de Dios lo lleva a Flandes en noviembre de 397, para allí establecer la concordia entre los monjes, problema siempre difícil. Y allí, él, anciano de más de 80 años, falleció en la paz del Señor.

 

He aquí el fin sereno, en medio de la lucha, de un gran apóstol y taumaturgo. Ejemplo elocuente el de estos hombres de Dios, que cultivan y recogen los frutos de las semillas que otros santos plantaron.

 

1) En sentido figurado: perteneciente a los Botocudos, tribu indígena de Brasil.

(Revista Dr. Plinio No. 80, noviembre de 2004, p. 22-25, Editora Retornarei Ltda., São Paulo)

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