Santa Adelaida: pecadora por naturaleza, emperatriz por la gracia

Publicado el 12/15/2017

Generalmente se tiene la idea de que una santa siempre se conforma con la situación en la cual se encuentra, por peor que sea, y nunca osa enfrentar las dificultades con heroísmo. Muy por el contrario, Santa Adelaida empleó todos los medios legítimos para librarse del yugo bajo el cual se encontraba.

 


 

El 16 de diciembre se celebra la memoria de Santa Adelaida, Emperatriz, respecto a la cual Omer Englebert, en la “Vida de los santos”, dice lo siguiente 1 :

 

Esposa del Emperador Otto I

 

Santa Adelaida fue una maravilla de gracia y de belleza, según escribió San Odilón de Cluny, quien fue su director espiritual y biógrafo.

 

Santa Adelaida – Iglesia de San Esteban, Alsacia (Francia).

Hija de Rodolfo II, Rey de Borgoña, nació en 931, casándose a los 15 años con Lotario II, Rey de Italia. La hija de este matrimonio fue, más tarde, Reina de Francia. Adelaida tenía 18 años cuando su marido murió, según se cree envenenado, por su rival Berengario. Este, en breve, se proclamó Rey de Italia y ofreció la mano de su hijo a la viuda de su víctima. Negándose Adelaida a hacer su voluntad, Berengario se apoderó de sus Estados y la mantuvo presa en el castillo de Garda. Ahí ella sufrió los mayores ultrajes, pero nadie consiguió disuadirla.

 

Consiguiendo huir, se dirigió al castillo de Canossa, propiedad de la Iglesia. Desde esa fortaleza inexpugnable envió un apelo a Otto I, Rey de Germania, quien corrió en su auxilio con un poderoso ejército. Ciñó él la corona de Italia en Pavía, y más tarde fue consagrado Emperador en Roma. Y se casó con Adelaida. El hijo de ese segundo matrimonio, Otto II, sucedió a su padre y, en un principio, se rebeló contra su madre. Temiendo por su vida, ella se refugió en Borgoña. Fue entonces cuando conoció a San Odilón, y difundió beneficios por los monasterios franceses. Más tarde, al volver a Alemania, envió el más rico de los mantos usados por su hijo, ya por ese entonces arrepentido, a la tumba de San Martín.

 

“Cuando llegues a la tumba del glorioso San Martín – escribió ella a aquél que había encargado de esa misión – decid: ʻObispo de Dios, recibid estos humildes regalos de Adelaida, sierva de los siervos de Dios, pecadora por naturaleza, emperatriz por la gracia. Recibid también este manto de Otto, su hijo único, y vos, que tuvisteis la gloria de cubrir con vuestro propio manto a Nuestro Señor en la persona de un pobre, orad por élʼ.”

 

Tan pronto como presintió llegar su fin, Adelaida se hizo transportar a un monasterio para morir y reposar junto a la tumba de Otto, el Grande, su segundo marido.

 

Encarcelada, consigue huir de la prisión

 

Aquí vemos otro tipo de miniatura medieval. No es la de la santa que vive en el convento, por lo tanto en el recogimiento y en la paz del claustro, sino la de la heroína. La Edad Media fue fecunda en héroes y heroínas que pasaron por las mayores aventuras, por los mayores riesgos, y no tienen ningún ideal de seguridad social, de jubilación, sino que quieren y ven en el riesgo, en la lucha, en la incerteza – cuando están al servicio de una causa elevada, en defensa de derechos efectivos y legítimos –, algo que le da sentido a la vida.

 

La existencia de Santa Adelaida fue una sucesión de altos y bajos. Era hija de Rodolfo II, Rey de Borgoña, y se casó con Lotario II, Rey de Italia; tuvo una hija que fue Reina de Francia. Cuando la santa tenía 18 años, su marido murió, y Berengario, al parecer, lo había mandado a envenenar.

 

San Odilón

Este se proclamó rey de Italia y quiso que ella se casase con un hijo suyo. Ella debería, por lo tanto, contraer matrimonio con el hijo del asesino de su propio esposo; tendría una vida fácil, agradable, y seguramente no sufriría lo que sufrió. Habiéndose ella negado, fue encarcelada y durante mucho tiempo quedó expuesta a los peores ultrajes. Pero, de repente, huyó.

 

¡Cómo me agrada la fuga de esa santa! ¡Qué diferente de la idea que habitualmente se tiene de una bienaventurada! Según esa concepción, la santa presa se queda sentada a un lado, llorando, pensando en todo, menos en huir, e incapaz de hacerlo; tiene dificultad para moverse, y no tiene ninguna astucia, no sabe burlar a los carceleros, ni hacer un gesto hábil para saltar algún obstáculo y salir corriendo.

 

La inocencia de la paloma y la astucia de la serpiente

 

Pero esta es una santa diferente. Infelizmente, el autor no nos cuenta cómo fue su fuga. Es una santa que corresponde a la imagen verdadera de los santos, y no a esa figura caricaturesca que hice. El santo tiene la virtud de la fortaleza y de la prudencia. Y con fortaleza y prudencia la persona huye de todos los lugares de donde deba y pueda huir. Santa Adelaida, por lo tanto, necesitaba huir del lugar donde estaba presa, desde que materialmente fuese posible. Ella huye, y así se libra del tremendo yugo bajo el cual se encontraba.

 

Ella supo, sin embargo, a dónde huir, porque en vez de ir a un lugar cualquiera, se dirigió a Canossa, la terrible fortaleza de la Edad Media, que se hizo ilustre por el hecho de que San Gregorio VII recibió allí a Enrique IV, que le fue a besar los pies, pidiéndole perdón. Canossa era un feudo de la Iglesia, y por eso no podía ser invadido por un soberano temporal. Santa Adelaida estaba ahí, por lo tanto, enteramente tranquila; ella no sólo sabía huir, sino también dónde refugiarse. Era buena política; tenía la inocencia de la paloma y la astucia de la serpiente.

 

Fuerza de alma, denuedo e intrepidez

 

Y en ese lugar ella hizo una cosa que tampoco se esperaría de una santa: buscó un marido, y bien escogido. Le escribió al Rey de Germania, eventual heredero del Emperador del Sacro Imperio Romano Alemán, rogándole ir a defenderla. Él fue y después la pidió en matrimonio. Comienza entonces para ella una nueva vida.

 

¡Noten cuántos cambios en esa existencia, cuánta fuerza de alma, cuánto denuedo, cuánta intrepidez suponían esas alteraciones, y cuánta verdadera virtud en esa magnífica santidad!

 

El emperador Otto I

Él fue consagrado Emperador en Roma y se casó con la santa. El hijo de ese matrimonio, no obstante, fue un hombre malo y ahí comienza otra tragedia; se rebeló contra su propia madre, y por eso ella tuvo que huir nuevamente y se dirigió a Borgoña. En esa región de Francia ella conoció a San Odilón y se hizo célebre; seguramente Santa Adelaida poseía bienes, dadas las liberalidades que le hizo a los conventos de Borgoña.

 

Pero su hijo se arrepintió, y creo que se debió a las oraciones de Santa Adelaida. Porque el hecho de que ella le enviase un manto a San Martín tiene todo el aspecto del pago de una promesa, como quien le dijese a ese santo: “Si vos convirtiereis a mi hijo, yo os enviaré su manto.”

 

Tomar la iniciativa de la lucha

 

Ella entonces escribió un magnífico mensaje, cuyo hecho más bonito es el título que ella encontró para sí: “Adelaida, pecadora por naturaleza, emperatriz por la gracia.” Es un contraste tan grande de títulos, hay una grandeza tal en la simplicidad de ese contraste, que merecería ser el epitafio de ella: “pecadora por naturaleza”, porque todos los hombres por naturaleza son pecadores; aun cuando sean santos y no pequen, en su naturaleza son pecadores; “emperatriz por la gracia”. Es una cosa que quedaría bien en un vitral, debajo de la figura noble, serena y fuerte de ella: “Santa Adelaida, pecadora por naturaleza, emperatriz por la gracia.”

 

Ruinas del Castillo de Canossa, Italia

Pidamos a Santa Adelaida que nos dé una gracia que tenga relación con eso: el espíritu de lucha, de intrepidez y – no dudo delante de la expresión – el espíritu de aventura.

 

Santo Tomás de Aquino dice que el auge de la virtud de la fortaleza sucede cuando, siendo necesario, oportuno y ponderado, el hombre no espera que el enemigo llegue a él, sino que toma la iniciativa de la lucha, crea la situación y embiste contra el adversario.

 

Debemos pedir ese espíritu de fortaleza, pero al mismo tiempo, ese espíritu de prudencia, esa sagacidad, esa capacidad de discernir, de percibir, de escoger las situaciones, de disponer de los medios adecuados para llegar a los fines que tenemos en vista.

 

Y entonces, en nuestro epitafio se podrá escribir: “Fuimos luchadores e incluso amamos el riesgo, no llevado hasta la temeridad, sino hasta un extremo que los tontos dirían ser temeridad. Habremos sido pecadores por naturaleza; sin embargo, fuimos soldados intrépidos de Nuestra Señora por la gracia.”

 

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1) No disponemos de los datos bibliográficos de la obra citada por el Dr. Plinio.

 

(Revista Dr. Plinio, No. 189, diciembre de 2013, p. 28-31, Editora Retornarei Ltda., São Paulo – Extraído de una conferencia del 16.12.1968)

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