SANTA ÁNGELA DE LA CRUZ

Publicado el 11/03/2015

 

Al frente y bien cerca de Jesús Crucificado

 

Niña cándida y de trato amable, joven de vida austera, monja trabajadora y humilde, pertinaz en su deseo de estar siempre “al frente y bien cerca” del Crucificado –tal es la encantadora historia de esta santa canonizada por San Juan Pablo II.

 


 

Quien no conoce Sevilla, no vio maravilla…, afirman los sevillanos.

 

Y el visitante comprende de buena gana esa ufanía, al considerar la belleza del río Guadalquivir, al contemplar la imponente Torre del Oro o la majestuosa Catedral, al lado de la grandiosa torre de la Giralda y albergando a la Virgen de los Reyes y el cuerpo incorrupto de San Fernando de Castilla. Lo comprende igualmente al ver pasar las magníficas procesiones portando imágenes de la Virgen con ricos mantos bordados en oro. Sin hablar de las grandiosas fortalezas que recuerdan las batallas y victorias del temerario pueblo español.

 

“Soy de Dios y trabajaré para perder la tierra y

ganar el Cielo”. Santa Ángela de la Cruz

Pero tal vez muy pocos visitantes de esta ciudad conozcan aún una gran maravilla que Dios puso ahí, escondida en su simplicidad y discreción, como una perla dentro de la ostra. Un alma humilde, que se hizo grande por su pequeñez, por la generosidad de su corazón y su amor a Cristo Crucificado: Santa Ángela de la Cruz, fundadora de la Compañía de la Cruz y conocida como la “Madre de Sevilla”.

 

Invito pues a todos los lectores –hayan visitado esta ciudad o no– a peregrinar por la vida de esta sevillana canonizada el 4 de mayo del año pasado, con ocasión del viaje apostólico del Santo Padre a España.

 

Nacimiento e infancia

 

María de los Ángeles Guerrero González nació en los alrededores de la capital andaluza el 30 de enero de 1846, siendo bautizada tres días después. Sus piadosos padres, Francisco Guerrero y Josefa González, trabajaban como empleados del convento de la Santísima Trinidad, cocinando, remendando y lavando la ropa de los frailes.

 

La familia Guerrero tenía a su cuidado uno de los altares de la iglesia parroquial, a la que sus hijos consideraban como una prolongación de su propia casa. Desde los 3 o 4 años, Angelita –como era llamada nuestra santa pequeñita– acostumbraba pasar horas arrodillada ante la imagen de la Santísima Virgen de la Salud, conversando con Nuestra Señora y llamándola Madre. También le gustaba pasear por los altares laterales, lanzando besos a las imágenes de los santos.

 

Casi no fue a la escuela. Aprendió a leer, escribía con letra vacilante y muchos errores ortográficos, pero conocía el Catecismo a la perfección. Un día escuchó a su padre pedir a su esposa algunas monedas de “un cuarto”, que circulaban en aquella época. En su cándida inocencia, Angelita le dijo al padre, con toda seguridad:

 

–¿El cuarto? ¡Honrar padre y madre!– refiriéndose al cuarto Mandamiento de la Ley de Dios.

 

Los padres sonrieron, causándoles gracia aquella niña que tomaba tan en serio los asuntos religiosos. Por esta causa, hizo la Primera Comunión a los ocho años de edad, algo poco común en esos tiempos. Más tarde comentará en sus escritos, que recibió a Jesús Eucaristía con mucha compenetración y recogimiento.

 

Siempre muy limpia, aprendió de su madre la máxima: “Donde hay limpieza, la pobreza nunca degenera en miseria”. E hizo cuestión de mantener este principio en la Compañía de la Cruz, que fundó años después.

 

El oficio de zapatera

 

A los 12 años comenzó a ayudar en el presupuesto de casa, aprendiendo el oficio de zapatera en el taller de la Sra. Antonia Maldonado, que era una maestra en el arte de confeccionar zapatos finos. Las damas de sociedad encargaban ahí botas altas y ajustadas, polainas de seda con broches y otros calzados de moda en aquel tiempo. Cumpliendo siempre sus obligaciones con rapidez y alegría, Angelita aprendió el oficio en seguida.

 

Antonia Maldonado era muy religiosa y cuidaba de sus funciones como si fuera la hermana mayor o incluso como madre. El taller tenía un ambiente serio, de silencio y trabajo constante. Al final de la tarde, todas se reunían en una sala que servía de capilla, donde rezaban juntas el rosario.

 

En pocos meses Angelita se volvió el centro de las atenciones del taller por su competencia, simpatía y bondad. La Sra. Antonia decía que ahí estaba el futuro de la niña, ya que tenía las manos hechas para ejecutar obras artesanales primorosas.

 

Con el paso del tiempo se refinó el espíritu religioso de la niña. Ya adolescente, sin ninguna pretensión de éxito o ascenso social, Angelita llevaba una intensa vida de oración y hacía impresionantes penitencias. Dormía sobre una tabla con una piedra por almohada. Los viernes ayunaba en honra de los dolores de Cristo, y los sábados en honra de la Virgen. Así preparaba Dios aquella alma, simple y elegida, para los rigores de la Compañía que habría de fundar más tarde.

 

Santa Ángela de la Cruz, fundadora de la

Compañía de la Cruz y conocida como la

“Madre de Sevilla”

Dirigida por un virtuoso confesor

 

Antonia Maldonado siempre se confesaba con el Padre Torres Padilla, que tenía fama de santidad en Sevilla, y en quien ella depositaba una confianza total. Una mañana, al amanecer, corrió la buena señora a contarle algo extraordinario que había ocurrido en su taller la tarde anterior.

 

Estaban todas rezando el rosario, como de costumbre después del trabajo. De repente, todas notaron que Angelita, arrodillada, estaba suspendida en el aire, en éxtasis, y de ella salía un rayo de luz. Atónitas, interrumpieron la oración y observaron a la niña, que tenía sus ojos cerrados y una sonrisa en los labios. Sin decir nada salieron, dejando a Angelita en sus arrobos sobrenaturales. Todo duró exactamente una hora. Cuando volvió al taller, sólo se quejó de que la habían dejado durmiendo…

 

El sacerdote quiso conocer a esa jovencita de 16 años, alma escogida de Dios, y se convirtió en su confesor y guía espiritual, conduciéndola por las sendas de su singular vocación.

 

Monja sin convento

 

Bajo la orientación de su confesor, Angelita decidió ser religiosa. A nadie le sorprendió esta decisión, pues veían el florecimiento de una vocación formada a la vista de todos.

 

Ya con 19 años, buscó a las Carmelitas Descalzas de Sevilla, con la recomendación del P. Torres Padilla, pues sentía atracción por la vida contemplativa. Pero la superiora, viéndola de porte pequeño y salud débil, creyó que no soportaría los rigores de la regla y no quiso recibirla como postulante.

 

Cuatro años más tarde lo intentó en otra congregación, esta vez de vida después a Valencia, esperando que el cambio de clima la favoreciera. Pero sin nada que la hiciera mejorar, no quedaba otra salida más que volver a casa.

 

Regresó al trabajo en el taller. Pero llevaba la vida austera de una religiosa. Su vocación era auténtica. En 1873, hizo votos privados, convirtiéndose en monja sin convento. La Divina Providencia estaba reservándole una nueva fundación, como una nueva estrella en el firmamento de las órdenes religiosas de la Santa Iglesia.

 

Nace una nueva institución

 

Con la orientación del P. Torres, Angelita escribía sus pensamientos más íntimos, sus deseos y lo que llevaba en su alma como fundamento de la institución a la que quería pertenecer. Así, fue elaborando las reglas y explicitando el carisma que guardaba en su espíritu. Estaba naciendo la Compañía de la Cruz, de la que sería fundadora.

 

Su amor a Jesús Crucificado la hacía desear vivir crucificada con Él, en una cruz que estuviera “al frente y bien cerca” de su Amado. Así manifestaba ese deseo en su primer escrito: “Nuestro Señor levantado en una Cruz, en el Calvario. Otra cruz de la misma altura. Pero no a la derecha ni a la izquierda, sino al frente y bien cerca. Al ver a mi Señor crucificado, deseaba imitarlo con todas las fibras de mi corazón. Sabía que debería crucificarme en esa cruz que estaba frente a mi Señor, con toda la igualdad que es posible a una criatura.”

 

Las virtudes que más amaba eran la pobreza, el desprendimiento de las cosas terrenales y la humildad. Se hizo pobre con los pobres. Para ayudar a los más necesitados, se desprendió de todo lo que fuese material. Puso en práctica una regla casi más rigurosa que la propia regla carmelita y fue de una humildad eximia, reconociendo su pequeñez en todo.

 

Adoptó el nombre de Ángela de la Cruz, para acordarse de que estaba clavada junto a Cristo en el Calvario, “en frente y bien cerca”…

 

Ella quería construir un Calvario. En vez de camas, tablas para servir de colchón y almohada. Comida escasa. Mucha oración y completa donación a los enfermos y necesitados. Una devoción extremada al Santísimo Sacramento y a María Santísima eran los pilares de la vida sobrenatural de cada hermana que ahí quisiera crucificarse. Deberían vivir de la completa confianza en la Divina Providencia.

 

Reuniendo consigo a tres jóvenes valerosas, comenzó su Compañía en una pequeña pieza arrendada. Poco a poco llegaron otras y se hizo necesario conseguir una casa.

 

Siempre en un ambiente de limpieza y saludable alegría, estas nuevas religiosas recogían niñas huérfanas y las mantenían pidiendo limosnas. Con una mano recibían y con la otra distribuían.

 

Siempre andaban de dos en dos, era parte de la regla; y como una patrulla silenciosa, recorrían los barrios más pobres, entrando a las casas de los enfermos, limpiándolo todo, cocinando, lavando y vistiendo con ropas limpias y decentes a aquellos infelices, y sobre todo, dándoles asistencia espiritual. Creció la Compañía de la Cruz. Falleció el P. Torres y otros sacerdotes ayudaron a la Madre Ángela, como empezó a ser conocida en toda Sevilla. Debió enfrentar muchas luchas. Casi desistió de la Fundación. Por fin, el decreto aprobando a la Compañía fue firmado por el Papa San Pío X, en 1904.

 

La gloria de los altares

 

Fallecida en 1932, Santa Ángela tiene su cuerpo incorrupto venerado en la

capilla de la casa madre de la Compañía de la Cruz, en Sevilla

Dejando una pléyade de hijas espirituales esparcidas por Europa y América, tan valientes como ella, la Madre Ángela falleció el 2 de marzo de 1932, tras nueve meses de penosa enfermedad. Durante tres días Sevilla entera pasó frente a su cadáver, venerando a la que consideraba madre suya. La Corporación Municipal se reunió para rendirle homenaje, poniendo su nombre a una calle de la ciudad.

 

El cuerpo de santa Ángela se conserva incorrupto en la capilla de la Casa Matriz. Y hasta nuestros días puede verse, caminando en parejas por Sevilla, la silenciosa patrulla de hijas suyas, con el hábito original ideado por ella, buscando enfermos a los que ayudar, crucificándose con Jesús, “al frente y bien cerca”.

 

Santa Ángela de la Cruz, elevada a la honra de los altares –por lo tanto, ya “al frente y bien cerca” de Jesús en el Cielo– nos deja un mensaje por las palabras del Papa, en la homilía de la Misa de su canonización: “Sus obras, que admiramos y por las cuales damos gracias a Dios, no se deben a sus fuerzas o a la sabiduría humana, sino a la acción misteriosa del Espíritu Santo que suscitó una adhesión inquebrantable a Cristo crucificado y resucitado y el propósito de imitarlo. ¡Queridos fieles católicos, déjense interpelar por estos maravillosos ejemplos!”.

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Los Caballeros de la Virgen

“Caballeros de la Virgen” es una Fundación de inspiración católica que tiene como objetivo promover y difundir la devoción a la Santísima Virgen María y colaborar con la “La Nueva Evangelización” , la cual consiste en atraer los numerosos católicos no practicantes a una mayor comunión eclesial, la frecuencia de los sacramentos, la vida de piedad y a vivir la caridad cristiana en todos sus aspectos. Como la Iglesia Católica siempre lo ha enseñado, el principal medio utilizado es la vida de oración y la piedad, en particular la Devoción a Jesús en la Eucaristía y a su madre, la Santísima Virgen María, mediadora de las gracias divinas. Sus miembros llevan una intensa vida de oración individual y comunitaria y en ella se forman sus jóvenes aspirantes.

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