Bertoldo, marqués de Meran y conde de Tiro, duque de la Carintia y de Istría, se había casado con Inés, hija del conde de Rottech. La feliz pareja tuvo varios hijos, de entre los cuáles Edwiges, nacida en el año 1174 en Andechs, en Baviera (Alemania).
A los seis años Edwiges fue enviada al monasterio de Kicing, para ser educada por las religiosas, y con doce años se casó con Henrique, duque de Silésia (la mayor parte de esa región pertenece a la actual Polonia), y más tarde también duque de la antigua Polonia, generando seis hijos (de los cuales dos fallecieron con corta edad).
Habiendo recibido la educación dada por las religiosas, Edwiges era dotada de un gran autocontrol, que manifestó desde la infancia y que la acompañó en la vida adulta. Procuró hacer de la casa una iglesia doméstica, y su esposo para eso colaboró mucho, pudiendo ambos ser considerados una pareja ejemplar. Pero infelizmente el ejemplo de los padres no fructificó en los hijos, que les dieron motivos para amargos sufrimientos.
La templanza, virtud siempre perseguida
Valoraba ella, entre las virtudes, la templanza, lo que supo muy bien aplicar a la castidad matrimonial según las costumbres de la época.
Después de veinte años de vida conyugal Edwiges y su marido comparecieron delante del obispo para prometer continencia hasta el fin de sus vidas, lo que cumplieron con fidelidad, buscando fuerzas en la oración, en el ayuno y en la abstinencia (Henrique terminó su vida treinta años después).
Antes de enviudar Edwiges se había transferido para el monasterio de Trebnitz (fundado por su marido), acompañada de unas pocas señoras que la servían y algunas amigas. No escogió para sí habitaciones lujosas, optando por vivir en el fondo del monasterio: cuarto pobre, muebles pobres; la rica duquesa se hizo pobre entre las pobres religiosas.
Especial consideración por los miembros de las familias religiosas
Diversos monasterios fueron fundados por Edwiges, que atrajo a Silesia religiosos de varias órdenes y congregaciones, inclusive franciscanos y cistercienses, con lo que dotó a la región de nuevas formas de espiritualidad.
Edwiges se decía una gran pecadora, pero consideraba a las religiosas como santas, y así las cosas que ellas usaban eran, para la duquesa, reliquias. El agua servida con la cual las religiosas habían lavado los pies era usada por Edwiges para lavar los ojos, y hasta toda la cabeza, siendo a veces ingerida con veneración. Los asientos y reclinatorios usados por las religiosas eran reverentemente brsados, así como las toallas.
Precedencia para los pobres
Se recusaba ella a tomar su comida antes de dar de comer a los pobres, y lo hacía de rodillas. A veces, antes de tomar agua, pasaba el vaso a un pobre para que la tomase antes. En varias ocasiones propició copiosas comidas para los pobres, a los cuales personalmente servía los alimentos (pero ella, tomando los alimentos solamente después de haberlos servido con precedencia, se contentaba con lo que había de más simple). Algunos hijos de nobles hicieron el sutil comentario: los mendigos comían mejor en las comidas servidas por la duquesa que ellos en las mesas de los príncipes…
Podría ella, al haber enviudado, hacer la profesión religiosa y emitir los votos de pobreza, castidad y obediencia. Pero al hacer el voto de pobreza extinguiría así la posibilidad de ayudar los pobres con los bienes que tenía, y, por lo tanto, se mantuvo pobre de espíritu, viviendo la pobreza evangélica aún continuando poseyendo gran fortuna.
"Aprended de Mí, que soy manso y humilde de corazón"
Edwiges renunció a todo. Sobre la cabeza, no había corona ni velos lujosos; en el cuello o pecho, nada de ricos collares; en los dedos, ningún lujoso anillo. Esa exterioridad era reflejo de la humildad interior. Desde la promesa de la continencia conyugal Edwiges renunció a los adornos del mundo: no vistió más trajes coloridos, adoptando el gris como color, y solo en las grandes solemnidades se mostraba mejor vestida que de lo habitual, en reverencia a Dios.
"Estuve preso y Me visitaste"
Los encarcelados y condenados eran motivo de especial atención de Edwiges. Durante los varios años en que fue construido el monasterio de Trebnitz ningún condenado a la muerte fue ejecutado: la duquesa consiguió que ellos fuesen a trabajar en las obras, permitiéndoles enmendarse de sus faltas y llegar a la conversión. Y durante los largos años en que vivió en este mundo dirigió ella la mirada a los que se encontraban privados de libertad, visitándolos y proporcionándoles ropas y alimentos, siendo varios de ellos adversarios de su marido.
En diversas ocasiones intercedió ella junto a Henrique pidiendo que sus desafectos encarcelados volvieran a su favor, consiguiendo así para ellos la alegría de la libertad (y para Henrique la posibilidad de, junto con ella, hacer el bien).
En cierta ocasión un clérigo cometiera un crimen de sacrilegio, siendo sentenciado por el juez a la pena capital. La duquesa se conmovió profundamente por lo que ocurría con el infeliz, pero al mismo tiempo mirando a una santa institución, la Iglesia Católica, en la cual el actuaba: un electo de Dios condenado a una muerte infame. A pesar del crimen, Edwiges consideraba el estado clerical digno de gran veneración: pidió, suplicó y oró por el condenado, consiguiendo finalmente librarlo de la sentencia fatal, y después se empeñó en la conversión de aquel cuya vida había salvado.
Protectora de las viudas, huérfanos, pobres, peregrinos y endeudados
Para las viudas y huérfanos Edwiges era una madre, abogada y consoladora. A los peregrinos que se dirigían a los Lugares Santos, Edwiges contribuía con dinero para sus necesidades de viaje, sintiéndose así participante de las peregrinaciones y de sus méritos.
Cierto día se demoro ella más tiempo en las oraciones, que hacía en sus aposentos. Mendigos, al lado de afuera, después de larga espera pasaron ellos a lamentarse, en alta voz: "hoy la señora se escondió de nosotros", y otras blandas manifestaciones de pedidos de limosnas. Una de las siervas informó a Edwiges que los pobres estaban allí quejándose de que la duquesa no les diera todavía las limosnas, a lo que ella determinó: "ve deprisa, agarra el cofre donde está el dinero para los pobres, y de a cada uno conforme el Señor la inspire".
Santa Edwiges adquirió fama como protectora de los endeudados porque, cuando algunas personas estaban en esa situación (o presos, no pudiendo pagar los débitos financieros que habían contraído), ella saldaba las deudas con su propio dinero, o obtenía el perdón para los deudores.
Parte para el Paraíso
Edwiges, duquesa de Silésia y de Polonia, acostada en un pobre lecho entregó su alma a Dios en el año 1243, el día 15 de octubre. Esa fecha, como es habitual en la Iglesia, pasó a ser el día de su festividad litúrgica, la cual fue después mudada para el día siguiente (para dar lugar a la conmemoración de Santa Teresa de Ávila, patrona de los profesores). Habiendo siempre sido humilde y dotada de gran perfección en vida, Santa Edwiges se habrá alegrado, en el paraíso, en ver concedida la precedencia a esa otra gran santa de la constelación de la Iglesia.
Por el P. Rodrigo Solera, EP
Fuentes: Vida de Santa Edwiges (Pe. Ivo Montanhese CSSR, Editora Santuário, 1884); Dix Mille Saints (Les Bénédictines de Ramsgate, Brepols, 1991); Heavenly Friends (Rosalie Marie Levy, St. Paul Editions, 1984).