Santa Gertrudis de Helfta – Heraldo del amor divino

Publicado el 11/16/2016

“Su existencia sigue siendo una escuela de vida cristiana, de camino recto, y nos muestra que el centro de una vida feliz, de una vida verdadera, es la amistad con Jesús, el Señor”.

 


 

Silencio, oración, estudio, eximia práctica de la liturgia… He aquí algunas de las principales características del estado monástico, abrazado a lo largo de los tiempos por numerosas almas escogidas. Una vida de completa renuncia a las glorias mundanas que, paradójicamente, hizo de los monasterios una eficaz estela de la cultura y de la fe, en tantas épocas de la Historia.

 

Siempre fueron, afirma un conocido historiador, "focos de luz, de calor religioso, de vida litúrgica, que no sólo mantuvieron encendida la fe y el fervor en los pueblos cristianos, sino que evangelizaron y civilizaron a naciones enteras, ganadas para la Iglesia de Roma".1

 

En el siglo XIII, la vida social y religiosa de Europa era iluminada por la Orden del Císter, cuyas abadías irradiaban el ora et labora de los benedictinos, renovado por la santidad, fuerza de personalidad y elocuencia arrebatadora de San Bernardo.

 

Santa Gertrudis de Helfta  Museo de Arte Religioso de Puebla (México)

En Helfta, en el centro de la actual Alemania, florecía uno de esos monasterios benedictinos de la rama femenina, el cual, habiendo adoptado usos y costumbres cistercienses, se convirtió en escenario de grandes manifestaciones místicas.

 

En esa época relucían allí los primeros albores de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús y convivieron tres grandes santas que marcaron la historia del monacato: Santa Matilde de Magdeburgo, Santa Matilde de Hackeborn y Santa Gertrudis Magna, "una de las místicas más famosas, la única mujer de Alemania que recibió el apelativo de ‘Grande', por su talla cultural y evangélica".2

 

Alma elegida colocada en vergel oloroso

 

No se conoce casi nada de la primera infancia de Santa Gertrudis, ni siquiera quiénes eran sus padres o dónde había nacido.

 

Se supone que fue en Eisleben, en la Alta Sajonia. Lo que se sabe con seguridad es que vino a la luz en la fiesta de la Epifanía, el 6 de enero de 1256, y que ingresó muy pequeña en el monasterio de Santa María de Helfta, donde fue acogida en la escuela claustral, recibiendo elevada formación intelectual y religiosa.

 

En el panegírico que inicia la compilación de sus escritos se la describe así: "alma elegida que [Dios] ha colocado, por pura gracia, como un lirio resplandeciente en el jardín de su Iglesia, en un vergel oloroso, esto es, entre las almas santas, pues a los cinco años la arrancó de los trabajos del mundo y la escondió en el tálamo de la vida religiosa, y aumentó en grado tal su pureza con todo género de flores que apareció graciosa a los ojos de todos e inclinó hacia ella el ánimo de muchos".3

 

Más tarde, el mismo Cristo reveló el motivo de haberla elegido tan pequeña, sin padres o parientes: "La he elegido para habitar en ella, porque me deleito de que todo cuanto en ella se ama, es obra mía, de modo que quien no consigue entender los dones interiores, esto es, espirituales, que posee, al menos ame en ella mis dones exteriores que en ella resplandecen, como son su inteligencia, su elocuencia, y otros que proceden de mí, por lo cual yo la he apartado de todos sus parientes para que nadie la amase por el parentesco, sino que yo sea la causa del amor que le profesen sus amigos".4

 

Corazón inocentísimo, inteligencia brillante

 

De hecho, había sido favorecida por Dios con una inteligencia brillante y con muchos dones naturales, y en su juventud demostraba verdadero entusiasmo por los estudios, adquiriendo una sólida cultura universal.

 

Estudió latín, filosofía y teología, y se complacía con la lectura de autores clásicos como Virgilio, Cicerón y Aristóteles. También le gustaba mucho la mú- sica. Se destacaba por su bonita voz y recibió el encargo de segunda cantora en los actos comunitarios del monasterio.

 

La liturgia de las horas canónicas y el ceremonial le atraían sobremanera, y contribuyeron bastante a su continuo crecimiento espiritual. "En la sagrada liturgia hallaba pábulo su espíritu para altas contemplaciones místicas, y con ocasión de un versículo, de una antífona, de un responsorio, de un canto o de una acción ritual, se elevaba y se unía a Dios con el amor más encendido".5

 

Gertrudis era afable, simpática, comunicativa y poseía un temperamento muy vivo. Su pureza relucía en su modo de ser y nunca se fijó siquiera en la fisonomía de un varón, manteniendo intacta no sólo la virginidad del cuerpo, sino sobre todo la del corazón, conservándose inocentísima. Eximia en el cumplimiento de la regla, era dócil, obediente y servicial en todas las funciones de la vida comunitaria, edificando a quien con ella se relacionase.

 

Se inicia la convivencia con el divino Esposo

 

Sin embargo, como suele ocurrir con las almas escogidas, se consideraba tan sólo una monja correcta, que cumplía sus deberes con tibieza y estaba dividida por un demasiado interés por la cultura y por los estudios. En el Adviento de 1280, estando a punto de cumplir 26 años, sentía que le pesaba la carga de la observancia regular, lo que la sumergió en gran melancolía y tinieblas interiores. Se creía orgullosa y decía que vivía en una torre de vanidad y curiosidad, "en la cual habría crecido mi soberbia, que, ¡oh dolor!, llevaba el nombre y el hábito de la Religión".6

 

El 27 de enero de 1281 -una fecha inolvidable en su vida- tiene lugar la primera visita mística de Jesús, la que llama de "conversión", e inaugura una serie ininterrumpida de convivencia con su divino Esposo. Después de Completas, estando en su dormitorio, relata Gertrudis, "vi a un joven amable y delicado como de dieciséis años, cuyo aspecto exterior no dejaba nada que desear a mis ojos. Con rostro seductor y una voz dulce, me dijo: ‘Pronto vendrá tu salvación.

 

¿Por qué te consumes con tristezas? ¿Por ventura no tienes quien te aconseje, que así ha cambiado el dolor?'". 7 Aunque supiera que físicamente continuaba en el dormitorio, le parecía, no obstante, que se hallaba en el coro, en el lugar exacto donde hacía sus oraciones.

 

Entonces el joven le dijo: "No temas, te salvaré, te libertaré". Y estrechándole la mano derecha en su diestra tierna y suave, añadió para ratificar sus promesas: "Lamiste la tierra con mis enemigos (Sal 71, 9) y la miel entre las espinas, por fin vuélvete a mí y yo te embriagaré con el torrente de mi divino regalo (Sal 53, 9)".8

 

Luego vio un valle que la separaba de Él, de una anchura tal que no era posible divisar su principio ni su final, y cuya parte superior estaba cubierta de espinas. Ardía en deseo de estar al lado de Aquel que tanto la atraía y no encontraba medio para ello. Entonces fue arrebatada hacia Él y pudo, finalmente, contemplar las joyas de las sagradas llagas que brillaban en esas manos, reconociendo, pues, la identidad de su Creador y Redentor.

 

Rindiéndo le sus más humildes y apasionadas gracias, quedó cautivada por Él para siempre: "pacificada por una alegría espiritual enteramente nueva, me he dispuesto a seguir tras el suave olor de tus perfumes y comprender cuán dulce es tu yugo y ligera tu carga (Mt 11, 30), lo cual antes me parecía insoportable".9

 

Renunció a la literatura y la retórica para entregarse sin reservas al amor de Dios. Su "conversión" también fue intelectual, porque a partir de esa experiencia mística cambió los estudios profanos por los sagrados, dedicándose con ahínco a la teología escolástica y mística, a la Sagrada Escritura y a los grandes Padres y doctores de la Iglesia, principalmente San Agustín, San Gregorio Magno y San Bernardo.

 

Espiritualidad de la unión y del abandono

 

La íntima unión con Dios y el abandono a su sacratísima voluntad marcaban la espiritualidad de Santa Gertrudis. Un día de invierno encontró una breve oración que le pedía al Señor respirar en Él, como aire ameno, y desearlo como verdadera felicidad. Además, pedía que sus santísimas heridas se imprimieran en el corazón, "a fin de que se excite en mí el dolor de tu compasión y se encienda en mí el ardor de tu amor. Dame también que toda criatura sea nada para mí y sólo tú seas dulce para mi corazón".10

 

Santa Gertrudis de Helfta Museo de los Descalzos, Lima (Perú)

Esa oración le gustó tanto y explicitaba de tal modo el anhelo que llevaba en su alma, que la repetía incontables veces, con fervor creciente. Pasados algunos días, después de Vísperas, cuenta ella, "repasando con devoción en mi memoria estas cosas, sentí que, en lo más hondo de mi indignidad, yo recibía todo lo que en dicha oración había pedido, esto es, que en lo interior de mi corazón y, por así decirlo, en los lugares determinados, se imprimían los estigmas, dignos de respeto y de adoración, de tus santas llagas, llagas por las cuales tú has sanado mi alma y la has embriagado con el néctar de tu amor".11

 

En otra ocasión le manifestó a Jesús las llamaradas que consumían su alma: "Lo que yo deseo, más que todas las delicias, es que se cumpla, en mí y en todas las criaturas, tu dulcísima y laudabilísima voluntad. Y para que se realizase esto, estaría dispuesta a exponer cada uno de mis miembros a cualquier sufrimiento". A lo que le respondió el Señor: "Ya que con una piedad tan viva te has entregado a promover mi voluntad, he aquí que, según mi acostumbrada benevolencia, recompenso tus esfuerzos concediéndote que aparezcas tan agradable a mis ojos como si nunca en la más mínima cosa hubieras omitido mi voluntad".12

 

A pesar de la falta de salud que la obligaba a guardar cama con frecuencia, no eran pocos los que iban a aconsejarse con ella, debido a su gran fama de santidad. Para todos, "tenía una palabra dulce y penetrante, su elocuencia tan hábil y su discurso tan persuasivo, eficaz y seductor, que la mayor parte de los que oían sus palabras daban testimonio evidente al espíritu de Dios que hablaba en ella. […] A unos inspiraba por sus palabras el arrepentimiento del corazón, que debía salvarlos, a otros iluminaba con respecto al conocimiento de Dios, o con respecto a sus propias debilidades, a algunos les otorgaba el alivio de alegre consuelo, e inflamaba los corazones de otros con el fuego ardiente del amor divino".13

 

Comienzos de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús

 

Precursora de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús -consagrada por Santa Margarita María Alacoque tan sólo en el siglo XVII- con algunos centenares de años de anticipación, penetró Santa Gertrudis en el amor íntimo de su Esposo, no con la vocación de víctima expiatoria por los pecados del mundo, sino reclinando la cabeza en su pecho y degustando sus divinas y misericordiosas pulsaciones, como San Juan Evangelista. Por eso se puede afirmar que ella es teóloga del Sagrado Corazón, horno ardiente de caridad, cuya llaga le representa una puerta flameante de deleites, donde encuentra refugio y se purifica.

 

Un día, durante la Santa Misa, en el momento de la elevación, al ofrecer al Padre la Sagrada Forma en reparación por sus imperfecciones y negligencias, conoció que su alma había sido aceptada por la divina Majestad del mismo modo que, en ese instante, acogía la oblación del Cordero sin mancha sobre el altar. Mientras daba gozosas gracias por tan maravilloso favor "el Señor le hizo comprender que cuantas veces alguien asiste con devoción a la Misa, uniéndose a Dios, que en este sacramento se ofrece a sí mismo por la común salvación del mundo, Dios Padre verdaderamente le contempla con la misma complacencia que a la Hostia sacrosanta que a Él se ofrece".14

 

Conocedora de la entrañable unión entre Madre e Hijo, Gertrudis sabía por experiencia mística que la devoción a María es esencial para la intimidad con el Corazón de Jesús, al ser agradabilísimo sagrario de la Sabiduría eterna y encarnada. Por eso le pidió que le diera "un corazón tan adornado de diversas virtudes, que a Dios también le agradara habitar en él",15 con similar gozo al que sentía por habitar en Ella. Los Ejercicios espirituales -otra de sus obras que han llegado hasta nosotros- presentan admirables paráfrasis de textos litúrgicos, con precisión teológica y fascinante poesía. Sin embargo, en El heraldo del amor divino es donde registra la infinita misericordia del Sagrado Corazón de Jesús.

 

Ante cierta reticencia de parte de nuestra santa en anotar lo que le era revelado, insiste el divino Salvador: "Si tú sabes que mi voluntad, a la que nadie puede resistir, es que escribas este libro, ¿por qué te inquietas? Yo mismo insto a la que escribe a que lo haga, y la ayudaré fielmente y guardaré ileso lo que es mío. […] Este libro se llamará Mensaje de la misericordia divina, porque en él se gustará de algún modo la sobreabundancia de mi piedad. […] Por virtud de mi divinidad concedo que cualquiera que con fe sincera, humilde devoción y piadosa gratitud, para gloria mía, leyere y buscare en él su edificación, conseguirá el perdón de sus pecados veniales y alcanzará gracia, un consuelo espiritual y disposición para gracias más elevadas".16

 

Una escuela de vida cristiana

 

Fallecida el 17 de noviembre de 1302, Santa Gertrudis figura hoy como estrella de primera grandeza entre los místicos católicos. Sus escritos, que revelan una vida de insigne santidad y eminente doctrina, bien pueden estar al lado de los de Santa Teresa de Jesús, Santa Catalina de Siena, Santa Teresa del Niño Jesús o Santa Hildegarda de Bingen, las grandes doctoras de la Iglesia.

 

"La existencia de Santa Gertrudis sigue siendo una escuela de vida cristiana, de camino recto, y nos muestra que el centro de una vida feliz, de una vida verdadera, es la amistad con Jesús, el Señor. Y esta amistad se aprende en el amor a la Sagrada Escritura, en el amor a la liturgia, en la fe profunda, en el amor a María, para conocer cada vez más realmente a Dios mismo y así la verdadera felicidad, la meta de nuestra vida".17

 

 

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“Caballeros de la Virgen” es una Fundación de inspiración católica que tiene como objetivo promover y difundir la devoción a la Santísima Virgen María y colaborar con la “La Nueva Evangelización” , la cual consiste en atraer los numerosos católicos no practicantes a una mayor comunión eclesial, la frecuencia de los sacramentos, la vida de piedad y a vivir la caridad cristiana en todos sus aspectos. Como la Iglesia Católica siempre lo ha enseñado, el principal medio utilizado es la vida de oración y la piedad, en particular la Devoción a Jesús en la Eucaristía y a su madre, la Santísima Virgen María, mediadora de las gracias divinas. Sus miembros llevan una intensa vida de oración individual y comunitaria y en ella se forman sus jóvenes aspirantes.

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