La santidad llevada en la existencia de la corte y en el claustro, impregnada del perfume del ambiente medieval, es el marco de la vida de esta princesa francesa del siglo XIII.
He aquí un hecho poco conocido: San Luis, Rey de Francia, tuvo una hermana igualmente santa, canonizada, cuya memoria se celebra el 22 de febrero.
En el palacio, una existencia monacal
En la Vida de los Santos, el Padre Rohrbacher nos proporciona algunos datos biográficos con respecto a ella:
Hija de Luis VIII y Blanca de Castilla, Isabel de Francia nació en 1225. Con menos de dos años de edad perdió a su padre, pero la madre le dio una educación completa, auxiliada por la señora de Buisemont, mujer culta y virtuosa.
Desde niña, Isabel mostró aversión a todo lo que pudiese apartarla de Dios, decidiendo más tarde consagrarse a su servicio. Así, cuando Luis IX y Blanca de de Castilla le insistieron que se casase con Conrado, hijo de Federico II [Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico], pues esa unión era provechosa para Francia, Isabel se negó terminantemente. Una carta de Inocencio IV, por ese entonces en el trono pontificio, puso fin a cualquier duda sobre el problema: felicitó a la joven por su resolución y la aconsejó a perseverar.
Desde entonces, en el propio palacio, Isabel pasó a llevar una vida semejante en todo a la del claustro, dedicándose principalmente a los pobres y a los enfermos. Dios le envió a su sierva muchas pruebas: largas y graves enfermedades; la muerte de la Reina madre, que la afectó mucho; el fracaso de su hermano en Tierra Santa. Cuando éste regresó, liberado, Isabel dejó el castillo real y fundó en Longchamp una casa de la Orden de San Francisco para jóvenes, después Convento de la Humildad de Nuestra Señora, del cual más tarde sería superiora.
Como abadesa, siempre enferma, fue favorecida con gracias y éxtasis, llegando, antes de fallecer, a saber la hora y el día exactos en que dejaría el mundo.
Santa Isabel de Francia falleció en 1270. Revestida con el hábito de Santa Clara, fue sepultada en el mismo convento por ella fundado, conforme a su deseo. Dicen que sus funerales fueron muy solemnes. Después de nueve días su cuerpo fue exhumado y no presentaba ninguna señal de descomposición.
El 3 de enero de 1521, el Papa León X permitió que la Abadía de Longchamp celebrase su fiesta con un oficio propio.
En vez de placeres y orgullos, oración y cuidados de los pobres
Ante todo, es necesario observar que esos datos constituyen un ejemplo más para desmentir la leyenda contraria a las cortes, que las presenta siempre como un lugar de placeres desordenados, de sensualidad y de exaltación del orgullo, donde no florece la virtud.
Aquí vemos a dos santos: uno de ellos está sentado en el trono, y su hermana en las gradas del solio regio, ambos tributando a Dios toda la gloria de la cual eran capaces. Y no distante de ellos, brillaba la persona de Blanca de Castilla, que, aunque no fuese santa, fue no obstante insigne por su austeridad y por varios predicados morales.
Estando enferma se santificó de modo más rápido
Ella reside en el castillo real, donde lleva una vida de monja. Y cuando el Rey regresa, deja el lugar y funda un convento. Su formación religiosa está completa.
Sin embargo, durante ese período es atormentada por graves enfermedades, que evidentemente constituyen un contratiempo para sus obras de caridad, inclusive para sus prácticas piadosas. Muchas veces habrá tenido dificultad para rezar por causa de sus enfermedades. Estuvo enferma la vida entera. No obstante, a lo largo de los años adquirió abundantes méritos y se santificó.
La Providencia quiso que Isabel enfrentase un gran obstáculo, el cual, en realidad, fue un medio para alcanzar la perfección. Al enfermarse, se santificó más rápidamente y mejor que si hubiese disfrutado de buena salud. Es el hecho concreto.
El Convento de la humildad de Nuestra Señora
Así se constata cuán equivocado es pensar que todas las obras de apostolado deben salir de un modo fácil, alcanzando siempre un buen resultado, sin encontrar dificultades internas ni externas. Tal pensamiento está equivocado y denota un espíritu naturalista, dado a la manía del happy end1, exaltado por el cine.
Esto nos sirve de lección. A veces, algunos de nuestros emprendimientos apostólicos no logran el éxito que deseábamos, o hasta fracasan. Desconfiemos: cuando una obra sigue su camino sin toparse con ningún contratiempo, no es obra de Dios.
Quería llamar la atención para el lindo nombre del monasterio que Santa Isabel fundó y escogió como lugar de su recogimiento: el Convento de la humildad de Nuestra Señora.
Ese título nos da la impresión de que en esos corredores, en los claustros, en las celdas y sobretodo en la capilla, sobrevolaba como un manto de humildad de Nuestra Señora, abrigando a las religiosas en el aniquilamiento de todas sus vanidades y de todo su orgullo. Y al mismo tiempo, protegiéndolas, propiciándoles las alegrías anticipativas del Cielo.
La noticia de la muerte, un premio recibido de Dios
Todos los santos son glorificados por el Altísimo, por más que eso suceda en el último minuto de su existencia. Santa Isabel supo exactamente el año y la hora en los cuales habría de morir, y permaneció serena.
Infelizmente, la mayor parte de las personas demuestran el miedo de saber cuándo van a fallecer. Esa no era, sin embargo, la actitud de Santa Isabel de Francia. Ella consideraba la muerte como una liberación. Supo la fecha de su fallecimiento como si fuese un premio de Dios, y se preparó para ir al Cielo, así como una esposa se atavía a fin de encontrarse con su esposo. Se comprende, así, la extrema belleza de la cual se reviste esa manera de morir.
Dice la Escritura que la muerte de los justos es preciosa a los ojos de Dios (Cf. Sl 116, 15). Realmente, se nota que Santa Isabel tuvo una muerte tranquila y serena, porque sabía cuándo iba a llegar Dios.
Imaginemos lo que sucede en el cuarto de un moribundo justo en el momento en el cual exhala el último suspiro. ¡Es juzgado por Dios y ese mismo día puede estar contemplando al Señor cara a cara, libre de tanta miseria y tristeza, de tanto infortunio y riesgo de salvación eterna!
Así debió haber sido la muerte de Santa Isabel de Francia. Que ella interceda por nosotros, peregrinos en este valle de lágrimas, a fin que alcancemos, nosotros también, un fin sereno y la eterna bienaventuranza.
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1) Mentalidad inculcada por las películas de Hollywood – difundidas por el mundo entero después de la II Guerra Mundial –, según la cual la vida no debe ser encarada con seriedad, pues todo tiene un “final feliz”.
(Revista Dr. Plinio, No. 107, febrero de 2007, p. 26-29, Editora Retornarei Ltda., São Paulo.)