Santa Juana de Valois. Museo de Bellas Artes, Rouen, Franci
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Santa Juana de Valois fue despreciada por todo el mundo, inclusive por su padre y finalmente hasta por su propio marido. Pero ella se mantuvo a lo largo de su vida con dignidad y serenidad. Fundó una Orden Religiosa y gobernó muy bien el feudo adquirido después de su separación conyugal. Después de su muerte, fue elevada a la honra de los altares.
A pesar de todo lo que de ella pudieran decir, solo una cosa importaba: ella era católica apostólica y romana, y eso bastaba. Su tarjeta de presentación era ser católica: ¡Es un título lindísimo!
Esta ufanía de ser católico es la raíz de aquello que Camões llamaba “los cristianos atrevimientos”. Cuando tenemos esa ufanía es cuando nos atrevemos a lanzarnos. No porque seamos más en el orden humano, tal vez hasta seamos menos que algunos. Pero eso no importa, lo importante es el hecho de ser católicos, el haber recibido el Bautismo y ser hijos de la Santa Iglesia Católica, Apostólica y Romana.
(Extraído de conferencia de 15/6/1967)
Biografia – Santa Juana de Valois
La segunda hija del matrimonio formado por Luis XI de Francia y Clotilde de Saboya nació en Nogent-le-Roi el 23 de abril de 1564. Su llegada al mundo no fue bien acogida por su padre, que hubiese preferido un varón para garantizar la continuidad dinástica. Además, era físicamente poco agraciada y tenía la cadera desviada, lo que desembocó en una cadera progresiva. Luis XI la envió al Castillo de Linières, donde fue educada por François de Linières y su esposa Anne de Culan. Juana tenía cinco años y nunca más volvió a ver a su madre.
Repudiada, pero útil: cuando entró en la adolescencia, su padre concertó -con el fin de conseguir sus objetivos políticos- su matrimonio con su pariente el duque de Orleans. Este, en un principio, se negó pero las amenazas de su suegro surtieron efecto. Después, apenas la hablaba o la miraba.
Muerto Luis XI, le sucedió su hijo Carlos VIII, hermano menor de Juana, que no tuvo descendencia; el siguiente en el orden sucesorio era el marido de Santa Juana, que asumió el trono bajo el nombre de Luis XII. Una de sus primeras decisiones fue pedir la anulación de su matrimonio. Lo consiguió, hizo a su antigua esposa duquesa de Berry y la envió a un convento en Bourges, en el centro de Francia.
Allí Santa Juana, que nunca se quejó de su minusvalía ni de las bajezas que tuvo que padecer, llevó una vida de intensa espiritualidad, pero no permaneció de brazos cruzados: creó la Orden de la Anunciación para honrar a la Virgen María. Tomó los hábitos en 1504 y murió al año siguiente. Fue canonizada en 1950 por Pío XII.