El Corazón de Jesús la llamó para que fundara una congregación en su honor, pero permitió que en ésta se volviera una desconocida. En medio del silencio, del olvido y del dolor fue donde alcanzó la plenitud de las virtudes heroicas.
Al analizar la vida de los santos, nos entusiasma el contemplar a las almas que, incendiadas por las llamas del divino Espíritu Santo, no retroceden ante las mayores decepciones o derrotas. La osadía de sus metas, la férrea oposición que enfrentan para alcanzarlas, una íntima unión con Nuestro Señor, como puntal para soportar atroces sufrimientos, las hacen brillar cuales estrellas rutilantes en el firmamento de la santidad.
Pero no pensemos que ese género de vocaciones siempre se distingue por la abundancia y grandeza de sus obras, pues enseña el divino Maestro que “en la casa de mi Padre hay muchas moradas” (Jn 14, 2). De ciertas almas esper a prodigiosas realizaciones; a otras llama a la renuncia y al sacrificio o, incluso, a ser víctimas de su propio fracaso. Tanto unas como otras son grandes a los ojos de Dios, que no juzga por las apariencias exteriores, sino por la docilidad a sus designios.
De ciertas almas Dios espera prodigiosas realizaciones; a otras llama a la renuncia y al sacrificio Santa Rafaela María en la época en que era superiora general
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Santa Rafaela María del Sagrado Corazón es uno de los más bellos ejemplos de abandono absoluto en las manos de la Providencia, ya que le fue pedido verse relegada a una aparente inutilidad, mientras su corazón ardía en deseos de conquistar el mundo entero.
Un alma hecha para lo sobrenatural
Rafaela María Porras Ayllón nació en Pedro Abad, un municipio español de la provincia de Córdoba, el 1 de marzo de 1850. Sus padres, católicos fervorosos y de fortuna acomodada, la educaron con esmero en el amor a la virtud y en la práctica de los Mandamientos.
Sus primeros años transcurrieron en la tranquilidad de su pequeño pueblo natal. A pesar de que tenía muchos hermanos, las circunstancias hicieron que a partir de los 7 años sólo tuviera como compañera en sus quehaceres y diversiones a su hermana Dolores, cuatro años mayor que ella. Llevaba una vida similar a la de las demás chicas de su edad, aunque parecía que estaba hecha más para la contemplación de las cosas celestiales que para las preocupaciones terrenales.
A los 15 años entrega su corazón a Dios para siempre, haciendo secretamente el voto de perpetua castidad, en la iglesia de San Juan de los Caballeros. Era el 25 de marzo de 1865, fiesta de la Encarnación del Verbo, en la cual se conmemora el “fiat” de la Santísima Virgen como “esclava del Señor” (Lc 1, 38). Y cuando su familia empezó a hacer planes de boda para las hermanas Porras, las dos jóvenes ya habían escogido “la mejor parte” (Lc 10, 42).
Descubre su vocación religiosa
Quería el Altísimo que Rafaela siguiera la vida del abandono en sus divinas manos. Para ello, le exigía a cada paso un completo desapego de las cosas terrenales, como ella misma comenta acerca de un episodio que le ocurrió cuando tenía 18 años: “Algunos hechos de mi vida en que he visto patente la misericordia y providencia de mi Dios: la muerte de mi madre, a quien yo le cerré los ojos por hallarme sola con ella en aquella hora, abrió los ojos de mi alma con un desengaño tal, que la vida me parecía un destierro. Cogida a su mano, le prometí al Señor no poner jamás mi afecto en criatura alguna terrena”.1
Transcurridos los meses, la existencia de Rafaela María, así como la de su hermana, se transformó de modo radical. Pasaban el tiempo junto a la cabecera de los más indigentes y repugnantes enfermos, rezando el Rosario o distribuyendo limosnas a los pobres. Tuvieron que enfrentar no pocas objeciones de su propia familia, según cuenta Dolores: “Huérfanas del todo mi hermana y yo y bien perseguidas de nuestros más allegados parientes, después de cuatro años de lucha, que fue terrible, decidimos hacernos religiosas”.2
¿En qué instituto religioso ingresarían? Muchas posibilidades se les presentaban. En 1874 se trasladaron a Córdoba, adonde, en principio, habían pensado hacerse carmelitas. No obstante, se recogieron cierto tiempo en el convento de las clarisas y, a instancias de algunas autoridades diocesanas, acabaron entrando en negociaciones con las salesas a fin de establecer en la ciudad un pensionado dirigido por la Orden de la Visitación.
Fue entonces cuando conocieron al P. José Antonio Ortiz Urruela, sacerdote que las orientaría y acompañaría en los primeros pasos de su vocación, y aconsejadas por él se unieron a la Sociedad de María Reparadora. Se trataba de un instituto de reciente creación, no sujeto a la rigurosa clausura monástica, cuyo objetivo era conjugar la devoción eucarística a las tareas de apostolado, al servicio de la Iglesia universal.
De novicia a fundadora
En marzo de 1875 algunas religiosas de esa congregación, procedentes de Sevilla, se trasladaron a Córdoba para fundar un noviciado, aprovechando el espacioso edificio que les había sido ofrecido por la familia Porras. Las dos hermanas empezaron allí el postulantado y, en poco tiempo, otras jóvenes siguieron su ejemplo.
Según la costumbre de la época, al recibir el hábito, Rafaela y Dolores debían cambiar de nombre para significar la nueva vida que llevarían. Se llamarían María del Sagrado Corazón y María del Pilar, respectivamente.
La vida de novicia les parecía un trozo del Cielo en esta tierra. Todas admiraban la humildísima virtud de Rafaela e intuían el llamamiento especial que la Providencia le había reservado. Sin embargo, le esperaban numerosas perplejidades…
En 1876, tras una serie de desavenencias con el nuevo obispo, las reparadoras regresaron a Sevilla. Pero Rafaela discernía que Dios la quería en Córdoba, aunque eso implicara la creación de un nuevo instituto. Y para no imponer su opinión a las demás, permanecía en profundo silencio.
Las otras novicias tenían clara su elección: harían lo que Rafaela hiciera. Su ejemplo les había atraído a la vida religiosa y era bajo el mismo impulso que deseaban continuar. Cuando supieron que ella y Dolores permanecerían en la ciudad, bajo la dirección del P. Antonio Ortiz, decidieron acompañarlas. Tan sólo cuatro novicias siguieron a las religiosas de María Reparadora a Sevilla.
Rafaela, para su sorpresa, fue nombrada superiora de la nueva institución. Nunca se le había pasado por la cabeza tener que mandar en alguien, sobre todo en su propia hermana. Dolores era de un temperamento vivísimo, intuitivo y brillante, y decían que poseía la capacidad para gobernar un reino, si fuera necesario. No obstante, ella se había acostumbrado a obedecer y escuchar.
Al aceptar el cargo que le imponían, no hizo más que lo que había hecho toda su vida: someterse a lo que les pareciera mejor a los otros. Desde entonces era novicia y maestra de novicia al mismo tiempo. A Dolores le cupo el oficio de administrar los bienes temporales de la comunidad, lo cual ejecutó con perfección. Las dos hermanas se transformaron en fundadoras del nuevo instituto que nacía.
Primeros obstáculos
Cuando se acercaba la primera emisión de votos, algo vino a perturbarlas: el obispo, Mons. Zeferino González y Díaz Tuñón, OP, quiso examinar las constituciones y en ellas introducir diversas modificaciones, pues deseaba dar al nuevo instituto una nota más dominica. Consideraba excesivo exponer diariamente el Santísimo Sacramento, quería someterlas a un régimen más restricto de clausura y establecer cambios en el hábito. Y les concedía 24 horas para que aceptaran las alteraciones que les proponía.
Dios, sin embargo, había inspirado en el corazón de las fundadoras que adoptaran las reglas de la Compañía de Jesús y, al tomar conocimiento de aquellas imposiciones, las novicias exclamaron al unísono: “¡Queremos las Reglas de San Ignacio!”.3
No les quedó otro remedio que mudarse a la vecina ciudad de Andújar, perteneciente a la diócesis de Jaén. Lo hicieron de noche, sin previo aviso y de común acuerdo entre sí. Llegadas a su destino, se hospedaron en un hospital de beneficencia. Pasados unos días, un agente de la autoridad local se presentó en busca de las religiosas desaparecidas de Córdoba, con la acusación de ser contrabandistas. La denuncia era tan ridícula que las religiosas se echaron a reír…
En medio a estas y otras muchas dificultades, Rafaela Maria “es la más alegre y la que más alegra a las demás”,4 decían las novicias, aunque su interior estuviera inundado de dolor y perplejidades.
La vida de la nueva congregación
Después de idas y venidas, las “fugitivas” acabaron estableciéndose en Madrid, donde el arzobispo Primado de España, el cardenal Juan de la Cruz Ignacio Moreno y Maisanove, las acogió. La nueva congregación fue aprobada por él con el nombre de Instituto de Hermanas Reparadoras del Corazón de Jesús, que más tarde el Vaticano cambiaría por el de Esclavas del Sagrado Corazón de Jesús.
El entusiasmo invadía el piso en el que se habían instalado en el centro de la ciudad, aunque fuera paupérrimo. Era tan pobre que si alguien quisiera ir a visitarlas le recomendaban que se llevara su propia silla…
Como primera devoción tenían la Sagrada Eucaristía y enseguida pidieron autorización para mantener en su capilla la reserva del Santísimo Sacramento. La licencia, no obstante, dependía de Roma. Rafaela no se desanimó y, sin titubear, le escribió al Papa en estos términos: “Humildemente postradas a los pies de Vuestra Santidad, encarecidamente le rogamos y suplicamos se digne concedernos la gracia inestimable de tener reservado en nuestra capilla, para nuestro mayor consuelo y principal objeto de nuestra reunión, a Jesucristo sacramentado”.5
De Roma, todas las cosas tardan, le decían… Pero la Providencia procuró atender de forma inusual los anhelos de las jóvenes devotas: terminada la Misa diaria, al capellán, sin quererlo, se le quedaban algunas partículas de formas en la patena o entre los manteles del altar y las religiosas, exultantes, pasaban horas adorando aquellos pequeños fragmentos de Jesús sacramentado. El hecho era inexplicable: “Cuanto más cuidado pongo al limpiar la patena, más grandes son las partículas”,6 comentaba el piadoso sacerdote.
Arraigado en el fervor eucarístico y en la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, el instituto se expandía. En 1885 ya contaba con casi cien religiosas. Las fundaciones se multiplicaban, florecían las obras de apostolado: “escuelas populares, colegios, casas de ejercicios, congregaciones marianas y de adoradoras del Santísimo Sacramento, etc.”.7 La nueva asociación iba adquiriendo la característica tan deseada por Santa Rafaela María: “universal como la Iglesia”.8
Tras horribles sufrimientos soportados con heroísmo, expiró santamente de la misma forma como había vivido: humilde y en el abandono Cuerpo incorrupto de la santa, venerado en la iglesia del Sagrado Corazón de Jesús de la Via Piave, Roma
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Las virtudes en el alma de Rafaela también se intensificaban y llegó a ser calificada como “la humildad hecha carne”.9 A sus hijas espirituales les inculcaba la necesidad de estar unidas para enfrentar las futuras pruebas: “Ahora, queridas mías, que aún estamos en los cimientos, ahondémoslos bien, que los vendavales que vengan después no derriben el edificio; y todas a una, que no quede por ningún lado rendija al diablo donde pueda meter la uña de la desunión; todas unidas en todo, como los dedos de las manos, y así saldremos con cuanto queramos porque a Dios nuestro Señor lo tenemos por nuestro”.10
Los vendavales de la desunión
No tardó mucho, sin embargo, que los vendavales de la desunión llegaran a alcanzar el edificio sagrado de las Esclavas del Sagrado Corazón. Críticas injustas, incomprensiones y desconfianzas, procedentes de religiosas que formaban el núcleo del gobierno del instituto, iban en aumento con relación a Rafaela, hasta el punto de relegarla al total aislamiento. Todos los que la habían apoyado desde el principio, ahora la abandonaban y la culpaban de los males que pudiera sufrir la congregación. La Madre María del Sagrado Corazón no tuvo otra salida que la de renunciar al generalato en las manos de su hermana Dolores.
¿Qué explicación darles a las religiosas acerca de la renuncia de Rafaela, a quien consideraban la más santa dentro del instituto? Empieza a difundirse por todos los ambientes que ya no tenía capacidad mental para gobernar y se le estaba yendo la razón…
Enviada a la casa de Roma, Rafaela María veía los días pasar con una quietud abrumadora. Aislamiento, incertezas, silencio, inutilidad: este sería su destino durante más de treinta años. Hasta entonces su vida había sido empleada en un continuo trabajo, en acciones apostólicas de toda clase. De Roma asistiría al desarrollo de su obra, “adivinando sólo por indicios, por pequeñas señales, sus problemas, sus dolores y sus alegrías”.11
La cruz del abandono y del olvido
Sabiendo Rafaela que “ningún obediente se ha condenado”,12 resolvió hacer, sin descanso, todo lo que estaba en sus manos. “Si logro ser santa hago más por la congregación, por las hermanas y por el prójimo que si estuviera empleada en los oficios de mayor celo”.13
Ya no tendría autoridad alguna sobre su instituto. Las religiosas más antiguas la cubrían con el velo del silencio, y de ellas sólo recibiría humillaciones e ingratitud. Aquellas que desde la “fuga” de Córdoba la habían seguido con tanto entusiasmo, se convirtieron ahora en los verdugos de su crucifixión.
Aceptó el amargo cáliz del abandono que el Señor le ofrecía y se volvió una desconocida dentro de la obra que había fundado. “Sin extrañarse nadie, verán a la madre, ya anciana, ayudando a poner las mesas a una postulante coadjutora recién llegada. […] Cada vez más desconocida, llega un momento en que ni aun las que viven en la congregación saben que la fundadora es ella”.14
Grandes tribulaciones atormentaban su puro corazón, como escribiría ella misma: “Siempre mi vida ha sido de lucha, pero de dos años a esta parte son penas tan extraordinarias que sólo la omnipotencia de Dios, que milagrosamente cada momento me sostiene, no he dado con mi cuerpo en tierra. […] Todo mi ser está en una continua angustia y desamparo, y previendo que esto va largo y muy largo. ¿Por esto creo que estoy desamparada de Dios? No”.15
Humildad y servicio hasta el final
En medio a tantos sufrimientos, Rafaela se distinguía en la comunidad por no dejar nunca de estar dispuesta a ayudar a las demás, salvándolas de cualquier apuro. A pesar de su avanzada edad, se hizo esclava de todas para que su Señor fuera plenamente servido. Cualquier pena le parecía un consuelo por saber que la gloria futura sobrepasa cualquier infortunio.
¿De dónde le venían las fuerzas necesarias para soportar tanto el abandono de los más cercanos como el aparente desamparo de la Providencia? ¡No eran raras las horas que pasaba ante el Santísimo Sacramento! Con el transcurso de los años aprendió a quedar constantemente en oración, transformando las tareas más serviles en la más alta contemplación. Ante Dios infinito, centro de su amor, depositaba su vida, sus angustias, sus sacrificios. Al ofrecerle sus quehaceres, todo trabajo le era suave y todo dolor agradable.
Debido a las continuas horas que permanecía arrodillada adorando a la Sagrada Eucaristía, acabó contrayendo una enfermedad en la rodilla derecha que, poco a poco, la llevaría a la muerte. Aunque tenía dolores agudísimos, nunca hizo de su dolencia una disculpa para dejar de servir a todas. Se preocupaba antes por las dificultades ajenas que por las propias.
El 6 de enero de 1925, tras horribles sufrimientos soportados con heroísmo, expiró santamente de la misma forma como había vivido: humilde en la consolación y en el abandono.
Únicamente asistieron a su entierro tres personas… Pero aquella alma enamorada de Dios alcanzaría la plenitud de las virtudes en medio del silencio, del dolor y del olvido más completos. Participaría, desde el Cielo, del crecimiento de su obra, fruto del sacrificio de su vida.
1 YAÑEZ, ACI, Inmaculada. Amar siempre. Rafaela María Porras Ayllón. Madrid: BAC, 1985, p. 9.
2 Ídem, p. 10.
3 Ídem, p. 17.
4 Ídem, p. 23.
5 Ídem, p. 28.
6 Ídem, ibídem.
7 SÁNCHEZ, ACI, Evelia. Santa Rafaela María del Sagrado Corazón. In: ECHEVERRÍA, Lamberto; LLORCA, SJ, Bernardino; REPETTO BETES, José Luis (Org.). Año Cristiano. Madrid: BAC, 2002, v. I, p. 158.
8 Ídem, ibídem.
9 Ídem, ibídem.
10 DESCALZO, José Luis Martín. Prólogo. In: YAÑEZ, ACI, Inmaculada (Ed.). Santa Rafaela María del Sagrado Corazón. Palabras a Dios y a los hombres. Cartas y apuntes espirituales. Madrid: Congregación de las Esclavas del Sagrado Corazón de Jesús, 1989, p. 19.
11 YAÑEZ, Amar siempre. Rafaela María Porras Ayllón, op. cit., p. 67.
12 SANTA RAFAELA MARÍA DEL SAGRADO CORAZÓN. Carta n.º 116, a la M. María de la Paz. Madrid, septiembre de 1883. In: YAÑEZ, Santa Rafaela María del Sagrado Corazón. Palabras a Dios y a los hombres. Cartas y apuntes espirituales, op. cit., p. 144.
13 SÁNCHEZ, op. cit., p. 160.
14 Ídem, p. 161.
15 SANTA RAFAELA MARÍA DEL SAGRADO CORAZÓN. Carta n.º 380, al P. Isidro Hidalgo, SJ, Roma, 29/9/1892. In: YAÑEZ, Santa Rafaela María del Sagrado Corazón. Palabras a Dios y a los hombres. Cartas y apuntes espirituales, op. cit., p. 420.