Abandonó el palacio en el que había nacido para vivir como ermitaña en cuevas húmedas y oscuras. En ellas encontró la prueba y el dolor, pero también la luz de lo sobrenatural, la íntima y asidua convivencia con Jesús, María y los ángeles.
Yo, Rosalía, hija de Sinibaldo, señor de Quisquina y de las Rosas, por el amor de mi Señor Jesucristo, me determiné a vivir en esta cueva”. Son estas las palabras grabadas en la roca de una lúgubre caverna por las manos de una joven princesa que, dejando atrás las riquezas del palacio, prefirió ocultarse en el interior de las montañas para darse enteramente a su único Amado. La vida de esta angelical ermitaña, poco conocida fuera de Italia, es uno de los más bellos ejemplos del cumplimento de la promesa hecha por el Redentor a los que dejan casa, padre, madre o campos a causa de su nombre (cf. Mt 9, 29). Ella recibió el céntuplo en favores celestiales, ya en esta tierra, y la gloria en la eternidad. Conozcamos, pues, algunos rasgos de su historia.1
Amor ardiente por Jesús desde la infancia
Santa Rosalía, por Andrea Sacchi – Museo del Prado, Madrid
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Rosalía era hija del duque Sinibaldo, cuyo feudo se extendía entre la provincia de Palermo y la de Agrigento. Este noble descendía del emperador Carlomagno y gozaba de la estima del rey de Sicilia, Roger II. Su madre era pariente próximo del monarca.
Corría el año de 1130 cuando nació esta dulce niña, en la misma ciudad de Palermo. El nombre escogido por sus progenitores es una contracción de las palabras latinas rosa y lilia —rosa y lirios—, flores que simbolizan la realeza y la pureza, respectivamente. Así, ya en su nombre se prenunciaban dos de las virtudes que la distinguirían.
Sus padres la educaron con esmero, como exigía su elevada condición. Aunque se encontrara cercada del lujo, la mundanidad y las comodidades de la corte, la Providencia le había inspirado desde tierna edad un amor ardiente y exclusivo a Nuestro Señor Jesucristo y el deseo de pertenecerle por entero.
Transcurridos los años, el objetivo de sus padres era el de casarla con un noble pretendiente, elegido de entre muchos que aspiraban a su mano. No obstante, la Santísima Virgen velaba especialmente por la pureza de la joven y un día se le apareció y la invitó a que abandonara el mundo para seguir a su divino Hijo.
Llena de júbilo, Rosalía se dispuso enseguida a marcharse. Y las únicas riquezas que llevó consigo fueron algunos libros espirituales, instrumentos de disciplina, un crucifijo y una corona de avemarías.
Joven anacoreta en una gruta oscura y húmeda
Rosalía tenía tan sólo 14 años cuando dejó para siempre el palacio de su familia. Cuenta la tradición que lo hizo guiada por “dos ángeles, uno armado de caballero y otro vestido de peregrino”.2 Se dirigieron al monte Quisquina, localizado a 60 kilómetros de Palermo, donde le señalaron la caverna que debería ocupar como morada.
Se accedía por un pasillo estrechísimo y bajo; su interior, oscuro y húmedo debido al constante goteo de agua, estaba dividido en pequeños compartimentos unidos entre sí por ajustados corredores. Hoy todavía se ve una pequeña fuente que cavó para recoger el agua que se filtraba por las paredes. También hay un altar rústico y una piedra lisa y larga, sobre la cual descansaba. En esa gruta distante, resguardada por densa vegetación y escondida en el interior de la roca, Rosalía viviría en absoluta soledad.
Lo que pasó durante los largos años que la virginal ermitaña allí estuvo es así descrito por hagiógrafos contemporáneos: “Sumida en continua oración, padeció las asechanzas del común enemigo que quería apartarla de su santo propósito, pero que fue continuamente vencido por ella, y allí recibió la visita y comunicación de los ángeles, con lo que el Señor premiaba la heroicidad de su propósito”.3
La Santísima Virgen velaba especialmente por la pureza de la joven y un día se le apareció y le invitó a que abandonara el mundo Glorificación de Santa Rosalía, por Anton van Dyck – Museo de Historia del Arte, Viena
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Según ciertos autores, las brumas del tiempo obligarían a parar la narración por aquí, descartando de antemano la posibilidad de conocer con seguridad más detalles de su vida. Sin embargo, parece útil para fortalecer la fe que nos adentremos por las sendas que unen lo sobrenatural y lo legendario de la mano de uno de los antiguos biógrafos de Santa Rosalía, el franciscano Juan de San Bernardo.4 Consideremos algunos de los piadosos episodios relatados por él.
Celestial convivencia… e incesantes luchas
El inicio de su nueva vida en Quisquina estuvo impregnado de consolaciones. Las más terribles privaciones y las más ásperas mortificaciones le parecían suaves. Se alimentaba de hierbas, raíces y frutas silvestres que recogía en los bosques adyacentes y estaba expuesta a los rigores de la intemperie. Vivía ignorada por los hombres, pero conocida por Dios, su Madre Santísima, sus ángeles y santos, que la visitaban frecuentemente y con ella mantenían una intensa convivencia. Siguiendo siempre las instrucciones y enseñanzas angélicas, dividía el tiempo entre oraciones, penitencias, trabajos manuales y, ante todo, coloquios con su amado Jesús.
Habiendo pasado cerca de un año, el Señor dispuso que empezaran las tribulaciones, permitiéndole al demonio que embistiera con violencia contra ella. Fenómeno tan frecuente en la vida espiritual: a una mañana luminosa de gran consolación, le sigue la sombría noche de la tempestad… Pero es Dios que, en su infinita sabiduría, prepara tales momentos para probar a sus elegidos, templando sus almas como una espada en la forja, a fin de concederles una corona de gloria mayor y más resplandeciente.
Rosalía padecía fuertes dolores de cabeza y de estómago, junto con sensaciones de frío y de calor tan intensas que parecían penetrarle hasta los huesos. El demonio le recordaba las comodidades del palacio que había abandonado y le sugería la idea de que todo lo que había hecho hasta entonces era una locura y que no sería capaz de soportar los sufrimientos de aquella vida. Le hacía experimentar profunda tristeza y melancolía, lo que le dificultaba la práctica de los ejercicios espirituales. Fue con vistas a esas luchas que su ángel le había inspirado a que grabara en la roca de la entrada de la cueva el motivo por el cual había elegido vivir allí.
Sucesión de terribles pruebas
Una de las pruebas más difíciles a las que tuvo que enfrentarse fue la de las tentaciones contra la pureza. El demonio se insinuaba en su imaginación, imprimiendo representaciones torpes y pensamientos infames. La joven, que jamás había conocido tales impulsos, sufría horriblemente a causa de ellos. Tal era la intensidad de la prueba, que ella temía considerar que estaba a punto de caer. Recurría a las armas de la oración y de la mortificación, y entre lágrimas suplicaba el socorro divino. Sus clamores fueron escuchados, y el adversario, derrotado.
Dos ángeles la condujeron hasta la cueva, situada en el monte Quisquina Pintura del monasterio de San Pelayo de Antealtares, Santiago de Compostela (España)
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Entonces el enemigo infernal pasó a otra suerte de embestida, tomando formas visibles y tratando de perderla de diversas maneras. Se le apareció como un joven galán, con el objetivo de conquistarle el corazón y desviarlo del amor a Cristo. Una vez más fue vencido por esa virgen, que, con el crucifijo en sus manos, imploraba el auxilio de su Redentor.
En cierta ocasión, los demonios asumieron el aspecto de cortesanos, y entre ellos el de un gentilhombre que servía a su padre.
Este se le presentó como enviado de Sinibaldo, diciéndole con dulzura que había ido a buscarla para que regresara a la corte, donde sus padres la esperaban con gran ansiedad. Para Rosalía aquella fue una de las peores pruebas, no porque se sintiera inclinada a volver, sino por el terror que le inspiraba esa misma idea. Casi sin fuerzas, solamente pudo dirigir la mirada al cielo, en una súplica silenciosa… Entonces se le apareció Cristo crucificado, cuya luz y esplendor ahuyentaron de allí todas las sombras del Maligno. El Señor la exhortó a la perseverancia en medio a los padecimientos y, pidiéndole que se acercara, la estrechó contra su divino pecho.
Superadas esas pruebas, Rosalía salía fortalecida del combate y las tentaciones se volvieron más fáciles de soportar. Pero viendo el enemigo que le era imposible infligir su horrenda marca sobre aquella alma pura e inocente, intentó atormentarla físicamente. La maltrataba con golpes y bofetadas, llegando a dejarla en tal estado de convalecencia que al no poder cuidar de sí misma los ángeles se hacían visibles para tratarla, consolarla y servirla. En esas ocasiones ellos eran los que le preparaban el alimento y le aplicaban los remedios. Cierta vez, se presentó la propia Virgen Santísima para ayudarla y hacerle compañía.
Tres fiestas conmemoradas con Jesús y María
A despecho de todo, mantuvo inalterada su rutina de oración y recogimiento. Meditaba en los misterios de la vida del Señor, según el tiempo en que son celebrados por la Iglesia, y recibía de Dios un clarísimo conocimiento al respecto. Solía rezar o cantar el Oficio de Nuestra Señora, acompañada y auxiliada por su ángel custodio siempre que se encontraba debilitada o enferma.
Conmemoraba las principales solemnidades con gran fervor y todo culto exterior que le era posible. Había tres fiestas de su particular devoción: la Navidad, la Pascua y la Asunción de María. En esos días el mismo Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote, celebraba una Misa en la cueva, ayudado por San Pedro, que hacía el sermón. Los ángeles servían como acólitos y músicos, y la Reina de los Cielos participaba en la celebración al lado de Rosalía. En la noche de Navidad, Ella le hacía un obsequio especial: le dejaba que llevara en sus brazos al Niño Jesús. Al día siguiente a esas tres fiestas, las conmemoraciones continuaban con un espléndido banquete preparado por los ángeles.
Traslado al monte Pellegrino
Transcurridos algunos años, determinó el Señor que la joven anacoreta se mudara a otro lugar. Algunas fuentes dicen que la razón de ese traslado era que sería descubierta si permanecía en Quisquina, ya que su familia aún estaba buscándola. Otros creen que los habitantes de las regiones vecinas, habiendo tomado conocimiento de que en aquella montaña habitaba una santa, acudían a ella en cantidad para pedirle oraciones. Así pues, escoltada de nuevo por un destacamento angélico, se marchó de su querido santuario.
Muerte de Santa Rosalía, por František Tkadlík.
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Los ángeles la condujeron hacia Palermo y, al final de una larga jornada, llegó al monte Pellegrino. Elevación imponente y, en aquel tiempo, de difícil acceso, su cima estaba expuesta al violento viento del norte. La gruta escogida, incrustada entre peñascos altísimos, nunca era alcanzada por los rayos del sol y el agua goteaba sin ininterrupción. “Tales condiciones hacían necesariamente que allí dentro imperara un perpetuo y rigidísimo invierno”. 5 Su nueva morada, más sombría, áspera e inhóspita que la anterior, le agradó mucho.
En este lugar Rosalía pasó los últimos años de su existencia terrena. Después de dieciocho años de vida austera y solitaria, entregó su hermosa alma a Dios el 4 de septiembre de 1160.
Glorificación “post mortem”
Todo lleva a creer que los habitantes de las ciudades y campos vecinos no ignoraban la existencia de una virtuosa ermitaña que vivía en las cuevas del monte Pellegrino y del Quisquina. No se podría explicar de otro modo la rápida difusión de su culto: “El pueblo de Palermo inmediatamente la honró como santa, y a partir de finales del siglo XII muchas iglesias y capillas fueron dedicadas a ella en Sicilia y en el sur de Italia”.6 Su cuerpo, sin embargo, no había sido encontrado.
Transcurrieron los siglos y, en el año de 1624, Palermo fue asolada por una terrible peste, que se llevó por delante a miles de víctimas. Fue esa ocasión la escogida por Santa Rosalía para aparecérsele en sueños a una mujer, a la que le indicó con precisión el lugar de la cueva del monte Pelle grino donde yacía su cuerpo. Tras penosas e insistentes excavaciones, el 15 de julio fue encontrada una gran piedra de alabastro, bajo la cual se hallaba el precioso tesoro. Tal sepulcro sólo podría haberle sido preparado por los ángeles. Junto con sus huesos estaban “un crucifijo de terracota, una cruz griega de plata y algunas cuentas que usaba para rezar”7 el salterio mariano.
Las reliquias fueron trasladadas a la capilla del arzobispo de Palermo, el cardenal Giannettino Doria, el cual, para certificarse de su autenticidad, ordenó una investigación. Mientras tanto la peste continuaba devastando la región y numerosos enfermos eran curados al invocar a Santa Rosalía. Terminado el proceso, en junio de 1625 las reliquias de la santuzza, como era llamada cariñosamente por los palermitanos, fueron llevadas en solemne procesión por toda la ciudad y la peste súbitamente cesó.
En 1630, el Papa Urbano VIII la incluyó en el Martirologio Romano, con dos fiestas: el 15 de julio, en conmemoración del hallazgo de las reliquias, y el 4 de septiembre, su dies natalis.
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Cueva donde la santa murió, en el monte Pellegrino, hoy transformada en santuario
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Al analizar la vida de Santa Rosalía llama la atención la radicalidad con la que correspondió a cada invitación de la gracia. Las relaciones con lo sobrenatural dominaban todo su ser, relegando las cosas materiales a un plano secundario. Así debe ser un alma verdaderamente católica en el seguimiento de su propia vocación.
Y si el mundo actual parece haberse olvidado de la realidad celestial —la más alta y verdadera de todas las realidades— ¿no será porque se ha volcado pecaminosamente hacia aquello que es vano y pasajero?
“Hemos sido creados para el mismo fin que los ángeles; como ellos, hemos sido elevados al orden sobrenatural; y, en aquella eternidad ante la cual la vida terrena es un mero instante, deberemos participar de la sociedad espiritual de los ángeles, contemplando, amando, alabando y sirviendo a Dios. […] Al igual que en el Cielo, esa finalidad es real en la vida terrena”.8
Que Santa Rosalía nos auxilie con su ejemplo e intercesión a participar aún aquí en la tierra “en la sociedad bienaventurada de los ángeles y de los hombres, unidos en Dios”.9
1 Para la cronología de la vida de Santa Rosalía, seguiremos en este artículo los datos ofrecidos por GUÉRIN, Paul (Org.). Les petits Bollandistes. Vies de Saints. 7.ª ed. Paris: Bloud et Barral, 1876, v. X, pp. 485-486. “Gran parte de lo que se conoce sobre ella se ha reconstruido a partir de las tradiciones locales, inscripciones y pinturas” (BUTLER, Alban. Butler’s Lives of the Saints. New Full Edition: September. Tunbridge Wells- Collegeville [MN]: Burns & Oates; The Liturgical Press, 2000, p. 35).
2 LEITE, SJ, José (Org.). Santos de cada dia. 3.ª ed. Braga: Apostolado da Oração, 1987, v. III, p. 23.
3 ECHEVERRÍA, Lamberto; LLORCA, SJ, Bernardino; REPETTO BETES, José Luis (Org.). Año Cristiano. Madrid: BAC, 2005, v. IX, pp. 114-115.
4 Cf. JUAN DE SAN BERNARDO, OFM. Vida y milagros de Santa Rosalía, virgen. Sevilla: Herederos de Tomás López de Haro, 1717, pp. 39-95.
5 SANFILIPPO, SJ, Pietro. Vita di Santa Rosalia. 2.ª ed. Palermo: Francesco Lao, 1840, p. 21.
6 BUTLER, op. cit., p. 35.
7 Ídem, ibídem.
8 CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. A contemplação terrena, prenúncio da visão beatífica. In: Dr. Plinio. São Paulo. Año IV. N.º 42 (septiembre, 2001); p. 21.
9 CCE 336.