Una pequeña capilla de Roma señala el lugar donde San Juan Evangelista fue sumergido en un gran caldero lleno de aceite hirviendo, y del que salió no solamente ileso, sino rejuvenecido.
Aproximándome hace pocos días a la antigua Puerta Latina –otrora uno de los principales accesos a la ciudad me topé con un pequeño edificio octogonal que, curiosamente, se levanta en medio de la calle, obstruyendo el paso a los vehículos. Aunque cosas de este género no son tan raras en Italia, se despertó mi curiosidad y quise conocerlo por dentro.
Capilla de San Giovanni in Óleo junto a la Puerta Latina
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Un pequeño letrero indica que se trata de la capilla de San Giovanni in Óleo (San Juan en el Aceite), agregando el siguiente trecho del Evangelio de San Juan: “Cuando Pedro vio al discípulo, preguntó a Jesús: «Señor, ¿y este qué?» Jesús le respondió: «Si quiero que éste permaneciese hasta que yo venga, ¿a ti qué? Tú sígueme». Por esto corrió entre los hermanos el rumor de que aquel discípulo no moriría” (Jn 21 21-23).
¿Qué relación existe entre esta capilla y las misteriosas palabras de Nuestro Señor grabadas a su entrada?
El martirio de San Juan Evangelista
El año 94 se desencadenó la terrible persecución promovida por el Emperador Domiciano. Los cristianos eran apresados y martirizados uno tras otro.
Un día, llegó al conocimiento de la policía imperial que en Roma se encontraba una gran personalidad cristiana, cierto hebreo de nombre Juan. Por lo que se decía, era uno de los líderes más respetados de la “secta”, pues había conocido al mismo Cristo. Enseguida procedieron a capturarlo. Tal como lo hiciera el Redentor años antes, San Juan Evangelista se dejó llevar sin oponer resistencia.
El Emperador lo condenó sumariamente a la muerte por envenenamiento.
Sin perder tiempo, los verdugos lo llevaron a la Puerta Latina y pusieron en sus manos un vaso rebosante de la más mortífera de las pociones. Habían oído que los cristianos consideraban inmortal a ese hombre y, llenos de presunción, le ordenaron vaciar todo su contenido.
Sereno, el Discípulo Amado llevó el vaso hasta su boca y lo bebió por completo. Pasaron unos instantes… nada. Otros minutos más… ¡y nada!
Los enfurecidos verdugos prepararon ahí mismo un gran caldero de aceite hirviendo, seguros que sería más eficaz que el veneno.
Mientras se calentaba el aceite, cortaron sus cabellos –en señal de ignominia– e hirieron su cuerpo con objetos punzantes.
Cuando lo sumergieron en el caldero se llevaron una gran sorpresa, pues el Evangelista no daba muestra alguna de dolor. Sorpresa transformada luego en terror incontenible, al ver que el cuerpo del venerable anciano se revitalizaba en el aceite hirviente.
Llenos de pavor, los verdugos lo sacaron del caldero y volvieron a toda prisa para contar lo sucedido al César, que en vista de ello no consideró recomendable seguir insistiendo en dar muerte a un hombre tan protegido por los Cielos, y lo condenó al exilio en la isla griega de Patmos.
“En este lugar Juan bebió el cáliz del martirio”
La capilla de San Giovanni in Óleo indica el sitio exacto donde, según la tradición, se dieron estos hechos. Al cruzar sus umbrales, el visitante se depara con una particular atmósfera sobrenatural rica en significados, una especie de silencio elocuente. Este ambiente impone un inmenso respeto, tanto como para inhibirme de hacer comentarios o hasta sacar de inmediato una fotografía.
Esas paredes, que se alzan como un monumento a la victoria del Evangelista sobre la muerte, parecen querer atestiguar el prodigioso acontecimiento que ahí ocurrió. En ellas hay representaciones del martirio del Apóstol, así como un sintético relato:
“En este lugar Juan bebió el cáliz del martirio, cuando el aceite hirviendo lo fortificó en lugar de corromperlo. Y en este lugar permanecen hasta hoy el aceite, el caldero, la sangre, las tijeras y los cabellos, que fueron conservados para ti, oh ínclita Roma”.
Capilla de San Giovanni
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Una bruma de misterio inunda la capilla de San Giovanni in Óleo y desafía la agudeza de los estudiosos: en aquel sitio Dios preservó a un hombre de la muerte, contrariando las leyes de la naturaleza que Él mismo creó. ¿Por qué?
La solución de tal enigma ha sido buscada durante siglos. Algunos sostienen que San Juan fue salvado para cumplir nada más las palabras del Señor. Otros afirman que fue protegido de manera tan prodigiosa para que pudiera escribir el Evangelio y el Apocalipsis. Unos pocos van todavía más lejos, asegurando que no tan sólo en aquella ocasión fue salvado de la muerte , sino que sigue vivo, esperando la anunciada venida del Redentor.
En vano se ha querido escrutar en los arcanos divinos, a la busca de una aclaración definitiva e incontestable. El misterio que encierra la respuesta de Nuestro Señor a San Pedro, permanece de pie: “Si quiero que éste se quede hasta que yo venga, ¿a ti qué?”.