Un fervoroso adorador del Santísimo aún después de su muerte

Publicado el 05/16/2017

San Pascual Bailón fue un santo franciscano que vivió en el siglo XVI y se hizo famoso por su devoción al Santísimo Sacramento.

 


 

Un fervoroso devoto de la transubstanciación

 

Para comprender bien el sentido de la ficha que va a ser leída, debemos saber qué es la Misa, y dentro de ella, la Consagración.

 

La misa es la renovación incruenta del Sacrificio del Calvario. Es el mayor acto de culto de la Religión Católica, porque Nuestro Señor Jesucristo se ofrece a sí mismo al Padre Eterno.

 

Cuando el padre pronuncia las palabras de la consagración, la hostia y el vino se transubstancian, y pasan a ser el Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo.

 

Ese es el momento en el cual se da la renovación incruenta del Sacrificio del Calvario, uno de los misterios más augustos de la Religión Católica.

 

Por lo tanto, es comprensible que una persona piadosa dé una gran importancia al hecho de estar presente en la misa. Y todas las otras oraciones de la Iglesia se estructuran teniendo en vista la parte más importante de la misa.

 

De ese modo comprendemos cómo un santo, con una devoción eucarística acendrada2, tenga lo mejor de su devoción vuelta hacia la transubstanciación, en la cual Nuestro Señor Jesucristo se ofrece nuevamente.

 

Veamos, entonces, la vida de San Pascual Bailón2.

 

Un acto de adoración en un momento extremo de la vida

 

San Pascual Bailón, cuyo cuerpo reposa en el Convento de los Franciscanos de Valencia, en España, nació en la provincia de Aragón. Dado que tenía que apacentar su rebaño, asistía a Misa siempre que podía, y si era imposible asistir, mantenía sus oídos atentos al sonido de la campanilla que tocaba con ocasión de la elevación.

 

Se ve que el prado donde él apacentaba el rebaño cuando niño, era muy próximo a una iglesia, y él, desde afuera de la misma, podía oír la campanilla que tocaba en el momento de la elevación.

 

Tan pronto oía la campanilla, se arrodillaba, y en cualquier lugar donde se encontrase, adoraba con fervor el Santísimo Sacramento, el Salvador bajado desde Cielo hasta el altar.

 

A la edad de 24 años entró, en calidad de hermano lego, en el Convento de los Franciscanos Descalzos de Valencia, donde mostró el mismo fervor ardiente por el Santísimo Sacramento.

 

Dios le recompensó ese fervor, al llamarlo a Sí en el momento de la elevación. Después de haber recibido el Santo Viático, San Pascual preguntó si la misa solemne ya había comenzado en la iglesia del convento. Y como le dijesen que la elevación se acercaba, se tomó de una alegría extraordinaria y puso mucha atención para oír el tintinear de la campanilla desde el lugar donde estaba. Cuando lo oyó, exclamó: “¡Jesús mío! ¡Jesús mío!”, y expiró.

 

Su entierro fue marcado por un gran milagro: habían colocado su féretro en la iglesia y el Oficio Difuntos acababa de comenzar. He aquí que en la elevación de la Hostia, el cadáver se movió, abrió los ojos, y cuando el padre levantó el cáliz, hizo el mismo gesto del padre.

 

Eso no sucedió sólo una vez. Cuando su cuerpo fue colocado en una sepultura al lado del altar mayor, dio muchas muestras de veneración por el Santísimo Sacramento cada vez que se celebraba la misa en ese altar. Cuando llegaba el momento de la elevación, se oía un movimiento en el interior de la sepultura, como convidando a los fieles a hacer un acto de adoración más ardoroso. En nuestros días todavía se percibe, a veces, ese movimiento en la sepultura. Varios santos padres que celebraron el Santo Sacrificio de la Misa delante de la sepultura de San Pascual Bailón, el piadoso Domenico Maso entre otros, informaron haber sido testigos de ese milagro.

 

Es algo lindísimo, cuya belleza merece ser analizada un instante.

 

Nuestro Señor le dio a ese santo durante toda su vida una gracia especial para adorar el Santísimo Sacramento. Talis vita, finis ita: así como fue la vida, así también es el fin. Dada su fidelidad a esa gracia, Nuestro Señor hizo coincidir la muerte de él con el momento de la elevación. En ese instante Dios llamó su alma a Sí, como queriendo decir que durante toda la vida su alma se estuvo madurando para ese supremo acto de adoración al Santísimo Sacramento. Y cuando él alcanzó la santidad propia de ese momento extremo, en el cual hizo esa adoración extrema, él había llegado a la plena madurez para ir el Cielo. Esa madurez la había realizado en un acto de adoración al Santísimo Sacramento. Vino la Providencia y se lo llevó al Cielo.

 

Misión póstuma para la mayor gloria de Dios

 

Con frecuencia los santos, cuando van al Cielo, tienen cierto pesar de no poder hacer más apostolado en la Tierra. Parece increíble que una persona, yendo al Cielo, tenga pesar por alguna cosa que en la Tierra no quedase como quería. Vemos a San Pascual Bailón que, aún después de muerto, su cadáver hace un acto de adoración al Santísimo Sacramento. Además, en la sepultura todavía se mueve cuando hay una celebración, invitando a los fieles a adorar el Santísimo Sacramento. Es un apostolado eminente, hecho por su cadáver.

 

¿Podemos enunciar un deseo análogo? ¿Podemos desear algo de ese género?

 

Yo desearía que todos nosotros, después de muertos, cuando alguien pronunciase nuestro nombre o se recordase de nosotros por cualquier motivo, o pasasen cerca de nuestra sepultura, si fuesen hijos de la luz, recibiesen un aumento en la devoción a Nuestra Señora, una participación en el espíritu de Ella. Si fuesen hijos de las tinieblas, se sintiesen incomodados, humillados, combatidos, obstaculizados y perseguidos en lo que tuvieren de malo, de tal manera que abandonen su maldad. Desearía combatir para convertir a los malos o para evitar que ellos perjudiquen a los buenos. De modo que el número de los elegidos se completase exactamente como Dios quiere.

 

Para eso debemos ser dos cosas hasta el fin de la vida: primero, heraldos de Nuestra Señora; segundo, piedras de contradicción, de escándalo, para salvación y perdición de muchos, exactamente como el Profeta Simeón dijo respecto a Nuestro Señor Jesucristo (cf. Lc 2, 34).

 

Podemos pedirle a San Pascual Bailón que nos dé esa gran gracia.

 

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1) (N. del T.) Acendrado: puro y sin mancha ni defecto.

2) No disponemos de los datos bibliográficos de la ficha referida.

(Revista Dr. Plinio, No. 218, mayo de 2016, p. 28-29, Editora Retornarei Ltda., São Paulo – Extraído de una conferencia del 23.8.1974).

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