Un varón escogido por Dios para ser esposo de María
San José, esposo de María, también fue muy amado por la Providencia. Sin embargo, su vocación era mucho más alta que la de su homónimo de Egipto. A él le fue confiado el cuidado del propio Hijo de Dios y de su Madre Santísima, siendo así galardonado con la mayor prueba de confianza que Dios otorgó a un hombre en toda la Historia de la humanidad.
San José con el bastón florido – Vitrales de la iglesia de Santa María Magdalena, Troyes (Francia)
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Al corresponderle el papel de padre en la Sagrada Familia, en cierto sentido la presidía, recibiendo por ese motivo el homenaje y la obediencia del Rey de los reyes y de la Reina de los ángeles. En efecto, el fruto concebido mediante un milagro en el seno virginal de María le fue confiado a San José en calidad de hijo, como lo indica la orden que el ángel le dio de imponerle el nombre: “Dará a luz un hijo y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados” (Mt 1, 21). Y he aquí que el Padre eterno, por quien el Verbo es engendrado en el seno de la Trinidad, confía a su Hijo amadísimo en las manos de ese hombre justo, para que lo custodie, lo eduque, lo sustente. Es decir, José sustituía en la tierra al propio Padre celestial, ante su Hijo encarnado. Mayor signo de predilección es difícil de hallar, a no ser en la predestinación de María.
Sirva esta consideración para aumentar nuestra confianza en el patrocinio del glorioso Patriarca, tan amado y escogido por Dios. Acudamos confiados a San José seguros de su poder de intercesión, porque en el Cielo, en cierta medida, los sentimientos de afecto y reverencia de Jesús con relación a su padre terrenal continúan por toda la eternidad.
Eximia virginidad del custodio de Cristo
La virtud de la castidad refulgió en José con una luz especialísima, digna de prefigurar la virginidad purísima y viril de San José, esposo de María y custodio de Jesucristo, nuestro Señor.
El sueño de San José – Vitrales de la iglesia de Santa María Magdalena, Troyes (Francia)
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Durante un tiempo se difundió entre varios autores el error inoculado por los apócrifos de Santiago y Pedro, que atribuyen a San José la paternidad directa de los “hermanos” del Señor, citados en los Evangelios. Sin embargo, la Tradición de la Iglesia ha ido proclamando con voz universal y siempre más alta la virginidad perpetua de San José. Su primer paladín fue San Jerónimo, que enfrentó al hereje Helvidio, mostrándole que el verdadero parentesco de Cristo con esos tales “hermanos” consistía en determinada consanguinidad de segundo o tercer grado, lo que, por cierto, hoy día es moneda corriente entre los exegetas.
Siguen sus pasos San Agustín, Teodoreto, San Beda y San Ruperto, entre otros. Pero San Pedro Damián afirma con la fuerza y la rutilancia de un toque de clarín: “Es de fe de la Iglesia que también aquel que hizo las veces de padre fue virgen”.2 Santo Tomás3 se hará eco de esa genuina tradición y aportará una sublime razón teológica: “Si el Señor no quiso encomendar [desde lo alto de la cruz] la custodia de la Virgen Madre sino a un [discípulo] virgen, ¿cómo es posible sostener que su esposo no fuera virgen y en ello empeñarse?”.4
Por lo tanto, podemos creer, en unión con la Iglesia, esposa inmaculada y santa del Cordero divino, que San José, honrado por los hombres con el título de padre de Jesucristo, fue virgen durante toda su vida, y de una pureza única en la Iglesia.