En uno de los monasterios que Benito había construido en los alrededores, había un monje que durante la oración no podía quedarse en su lugar, sino que en cuanto los hermanos se inclinaban para entregarse a la oración, él salía afuera, y con la mente distraída se entretenía en cosas terrenas e intrascendentes. Habiendo sido advertido reiteradas veces por su abad, fue llevado al hombre de Dios quien a su vez lo reprendió duramente por su necedad. De regreso al monasterio, apenas si se acordó durante dos días de la amonestación del hombre de Dios; al tercero volvió a su antigua costumbre, y otra vez empezó a dar vueltas durante el tiempo de la oración. El asunto fue comunicado al servidor de Dios, por el padre que él había constituido para esta casa. Benito dijo: “Yo iré y lo corregiré personalmente”.
El hombre de Dios llegó al monasterio, y a la hora fijada, concluida la salmodia, los hermanos se aplicaron a la oración. Entonces observó que un negrito arrastraba hacia fuera por el borde del vestido a aquel monje que no podía permanecer en la oración. Benito, al ver esto les dijo secretamente al padre del monasterio, de nombre Pompeyano, y al servidor de Dios Mauro: “¿No ven quién es el que arrastra hacia afuera a este monje?”. A lo que ellos respondieron: “No”. Les dijo: “Recemos, para que también ustedes vean a quién sigue este monje”. Después de haber orado durante dos días, el monje Mauro lo vio, pero Pompeyano, el padre del monasterio, no pudo verlo.
Al día siguiente, terminada la oración, el hombre de Dios salió del oratorio, sorprendió al monje que estaba afuera, y para curar la ceguera de su corazón le golpeó con una vara. A partir de aquel día, el monje ya no sufrió de ningún modo el engaño del negrito, sino que permaneció sin moverse durante la oración. Así, el antiguo enemigo ya no se atrevió a influir en su imaginación, como si él mismo hubiera recibido el azote.
De la vida y milagros de San Benito, por San Gregorio Magno, Papa