Quien conoce puede llegar a amar y quien ama sin duda desea servir. Como muestra de esta verdad están los numerosos grupos de “martitas” que, partiendo de las clases de catequesis, se formaron orgánicamente en la parroquia de Nuestra Señora de las Gracias.
Una vez más se encontraba Jesús en la confortable heredad de Betania, propiedad de los hermanos Lázaro, Marta y María. Mientras ésta se entretenía sentada junto a los pies del Maestro, embelesada escuchándole y contemplándole, Marta se ocupaba de las tareas domésticas, afanándose en proporcionarle al Señor la mejor acogida posible.
Y trabajo había suficiente para las dos… Marta no temió expresarle su apuro al divino Huésped: “Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola para servir? Dile que me eche una mano” (Lc 10, 40). Penetrando a fondo en aquella alma dilecta, Jesús le responde con una afectuosa reprensión: “Marta, Marta, andas inquieta y preocupada con muchas cosas…” (Lc 10, 41).
Al ser virtuosa, aceptó con alegría y amor la corrección y, ordenando su espíritu conforme a la voluntad del Maestro, continuó sirviéndole con toda diligencia, pero sin excitación alguna. Así pues, Santa Marta pasaría a la Historia como ejemplo de dedicación en el cuidado de las cosas prácticas relativas a Dios.
No resulta difícil entender, por tanto, la razón por la cual se acordó denominar “martitas” a las niñas que colaboran de distintas formas en el apostolado de la parroquia de Nuestra Señora de las Gracias. Presentes en mayor o menor medida en las catorce capillas que la integran, actualmente componen un numeroso, variado y alegre conjunto.
Saludable problema de apostolado
A mediados de 2010 los sacerdotes y religiosos responsables de una de las capillas de la mencionada parroquia se vieron ante un saludable problema de apostolado. Aún no se había cumplido un año del comienzo de las actividades de los Heraldos del Evangelio en medio de aquel grupo de feligreses y pronto un considerable número de niños y adolescentes, alumnos de la catequesis, empezaron a frecuentar las misas dominicales, manifestando un continuo y creciente interés por conocer más la religión.
Era evidente la necesidad de proporcionarles a aquellos niños y niñas, en su mayoría de condición humilde, una formación religiosa y cultural más completa.
En el caso de los niños, la cuestión se resolvería incrementando las actividades del incipiente grupo de monaguillos. Faltaba, no obstante, algo especialmente dirigido a las niñas, sobre todo las que, habiendo recibido los sacramentos de iniciación cristiana, pedían con insistencia seguir participando en los programas.
No pasó mucho tiempo para que, más o menos espontáneamente, surgiera un pequeño coro compuesto por algunas de esas jóvenes. Las hermanas se encargaron de los ensayos y de la organización general, lo que dio oportunidad a la elaboración de un bonito vestido como uniforme del nuevo coro, idea recibida por todas las jóvenes con notable entusiasmo. Destacando la importancia de este pormenor, Juliana de Oliveira Torres, de 14 años, recuerda su impresión al tomar contacto con el movimiento: “Lo que más me llamó la atención fue los uniformes, que son súper bonitos. Cuando los vi, enseguida quise ser una martita. Ya frecuentaba la capilla, pero sólo en esa ocasión me sentí verdaderamente atraída por la Iglesia”.
Nace el primer grupo de martitas
Así fue como, de una manera muy orgánica, nació el primer grupo de martitas de la parroquia de Nuestra Señora de las Gracias, compuesto inicialmente por niñas de entre 8 y 15 años.
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Tamires da Silva Lourenço, hoy ya con 16 años, manifiesta: “Con los Heraldos del Evangelio aprendí a rezar, a valorar la Santa Misa, a contemplar a nuestra Madre y Reina y, ante todo, a amar a Dios sobre todas las cosas. Hice la Primera Comunión y la Confirmación, me consagré a la Virgen, a los ángeles y a San José; todo gracias a la formación de los Heraldos. Recibí muchas enseñanzas sobre Nuestro Señor Jesucristo, sobre la vida de los santos y el mundo de los ángeles, y también pude realizar cursos de artesanía, confección de rosarios, bordado y pintura. Las niñas que forman parte del grupo y yo estamos muy agradecidas por todo lo que nos viene siendo proporcionado a lo largo de todos estos años”.
“Por mí, lo haría todos los días de mi vida”
El buen éxito de esta experiencia llevó a los Heraldos a extender el proyecto a las demás capillas de la parroquia. La perseverancia de esas jóvenes es una de las notas características de tal apostolado. Una de ellas, de 13 años, cuenta: “En algunos momentos pensé desistir de ser martita, pero perseveré, gracias a las enseñanzas de religión que recibí, a las oraciones de mi madre y a la gran protección de la Virgen, y tengo confianza de que continuaré por ese camino”.
Concurre a la constancia en la práctica de la religión el hecho de que las jóvenes reciban responsabilidades en la organización, limpieza y decoración de la capilla. Trabajando en conjunto con las hermanas, muchas veces les toca encargarse de los arreglos florales para el altar, cuidar del material de la sacristía y disponer lo necesario para las celebraciones. Nicole Almeida Ferreira, de 13 años, comenta: “Me gusta mucho poder ayudar así a los sacerdotes y me siento bien cuando estoy en medio de las hermanas. Deseo bastante, y espero conseguirlo, traer a más niñas a la capilla, para que también se hagan martitas”.
Recordando con añoranza el inicio de su participación en el grupo de las martitas, Ana Karolina Derideri Tauyer, de 17 años y martita desde los 11, afirma: “Con esos primeros pasos pude experimentar el amor de la Virgen y de Jesús por mí, y comencé a buscar la santidad, en la alegría de caminar en la verdadera fe. Tengo una profunda admiración por Mons. João Scognamiglio Clá Dias, por su gran ejemplo y por haber fundado esta obra, donde encontramos sacerdotes y hermanas siempre dispuestos a anunciar con alegría y belleza el mensaje de Cristo, la devoción eucarística y el amor a María Santísima”.
El testimonio de la joven Melissa Cunha de Brito ilustra cuán sólidos son los vínculos que se establecen mediante ese apostolado: “Hace ocho años empecé a amar a la Iglesia como a una madre. Cuando tenía 10 años oí hablar de la capilla a través de un sacerdote que llevaba la sagrada comunión a mis abuelos. Me invitó a que fuera a Misa y a que me preparara para recibir los sacramentos. Un domingo me desperté más temprano y tomé la decisión de ir. Me sentí tan feliz que nunca más he faltado. Me inscribí en la catequesis, fui bautizada e hice la Primera Comunión. Guardo con cariño el vestido que usé aquel día, que fue, sin duda, el mejor de mi vida. Le tengo un aprecio enorme a esa capilla —que es de hecho una ‘Madre del Perpetuo Socorro’, como reza la advocación de la Virgen que le da el nombre—, y les estoy muy agradecida a los sacerdotes que con sus consejos me ayudaron en los momentos más difíciles por los que pasé hasta hoy”.
Y prosigue: “Me siento muy contenta cuando las hermanas me llaman para cuidar de ese bendito lugar. Por mí, lo haría todos los días de mi vida, con un placer enorme. En fin, mi vida se resume en esta capilla. Mientras Dios me dé salud, quiero frecuentarla siempre. Le pido a la Santísima Virgen la gracia de que, en la hora en que Él me llame a su lado, yo esté aquí, asistiendo a Misa”.
Catequesis, cultura y apoyo en la práctica de la fe
A la manera de la semilla que germina en suelo pedregoso, carente de las condiciones para que profundicen sus raíces, muchas veces los buenos propósitos nacidos en las almas de los jóvenes fenecen rápidamente. Considerando ese factor, en el trabajo con las martitas se busca incentivarlas en las prácticas de piedad, enseñándoles la necesidad imprescindible de la gracia divina para mantenerse firmes en la fe. Pero también hay otro auxilio importante con el cual pueden contar siempre que les haga falta, como lo atestigua Priscila Vieira Trindade, de 15 años: “El apostolado que llevan a cabo los sacerdotes y las hermanas es incomparable. De ellos no sólo he recibido las enseñanzas de la catequesis, sino también cultura y una formación para toda la vida. Además de ayudarme a que mi familia se aproximara a la Iglesia, me apoyaron cuando sufrí dificultades en el colegio por practicar la religión”.
Juegos en el patio de la capilla Monte Calvario;
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Ketlyn Divina Simões Rocha, de 16 años, agradece el estar recibiendo clases de español por parte de una de las hermanas, oportunidad ofrecida este año a las martitas de su capilla. Sin embargo, reconoce que es objeto de un desvelo aún mayor cuando se trata de su vida espiritual: “Además de tener la gracia de confesarme semanalmente, uno de los beneficios más grandes que recibo en la capilla es el auxilio y empeño que los sacerdotes y las hermanas tienen en ayudarme a practicar la virtud y hacer que huya del pecado. Con consejos e incluso correcciones, me muestran que la verdadera felicidad está en ser virtuosa”.
En esa misma dirección van las palabras que María Luisa da Silva, de 12 años, le dirige a Mons. João en una carta: “Le agradezco que haya enviado a sacerdotes tan bondadosos y apostólicos para que cuiden de las capillas, pues nos abrieron los ojos a lo sobrenatural, ayudándonos en todas las dificultades y pruebas y haciendo que empecemos una vida siguiendo verdaderamente a la Iglesia. Sé que son así por usted, por la formación que han recibido”.
“Como madre, me siento privilegiada”
Cabe mencionar aquí el reconocimiento de los que siguen de cerca los pasos de esas niñas con el transcurso del tiempo. Ejemplo entre muchos es el relato de Jandira Neri de Souza, cuyas hijas, una de 17 años y otra de 13, forman parte del coro de las martitas desde 2015: “El apostolado que es hecho con las niñas les trajo un fuerte incentivo para que no estuvieran en la calle. Además del conocimiento de la doctrina católica, paseos y diversiones, se descubrió que tienen dotes musicales. Como madre, me siento privilegiada y gratificada por tamaña dedicación para con nuestros hijos. Que Dios les dé al sacerdote y a las hermanas paciencia, ánimo, coraje y fuerza para continuar esa misión”.
Por el mismo estilo es el testimonio de Rosângela Carvalho Araujo, también madre de dos martitas: “A pesar de haber sido siempre buenas hijas, hoy día son mucho mejores, se desapegaron de las cosas del mundo, se sienten más comprensivas con las dificultades y problemas de la familia, más cariñosas y serviciales en casa y con los demás; y sobre todo se volvieron personas de fe. Empezaron a interesarse por la música, por la lectura religiosa; cambiaron la manera de vestir, pasando a usar una ropa más adecuada a una hija consagrada a María, sin que yo tuviera que hacerles ninguna observación al respecto, y están siempre dispuestas a participar en los eventos y trabajos de la iglesia. Hasta la organización de sus cosas personales mejoró bastante”.
Testimonio de una experimentada pedagoga
Observadora atenta de la realidad de los niños y adolescentes de la Sierra de la Cantareira, la profesora Carmen Rachas acumuló experiencia en el área de la Educación, y con gran satisfacción manifiesta: “Fui coordinadora de la guardería municipal Nair Monteiro Arnoni y profesora durante casi tres décadas en la escuela pública Dr. Ozilde Albuquerque Passarella. Por eso prácticamente conozco a todas las familias de la región. Hubo alumnos que estuvieron conmigo desde los 3 años hasta los 18.
clases de música en el exterior de la iglesia de San Judas
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“Cierto día me quedé sorprendida con la llegada de los Heraldos del Evangelio. Enseguida percibí que eran un reflejo del amor divino y que nos traían esa caridad sin límites, esa fraternidad que debe imperar entre las criaturas humanas. Y cuando empezaron su labor con los niños, vi que eran verdaderos agentes transformadores.
“Poco a poco fui notando el cambio. Más fe, más compromiso… la alegría traslucía en los ojos de los niños, que ahora tenían otro brillo. Creció el interés por la catequesis, por la Misa dominical, y la armonía pasó a reinar entre ellos.
“Tal mudanza es mérito de los siempre dedicados Heraldos del Evangelio, en los que los niños han podido ver lo que es la fe vivida y practicada. Por medio de ellos, la educación se volvió algo más presente, una realidad accesible. En consecuencia, el saber y el aprendizaje también mejoraron. Estoy infinitamente agradecida a nuestro maestro mayor, el que está en el origen de todo esto, el Rvdmo. Mons. João Scognamiglio Clá Dias”.
Formación para toda la vida
Tal vez las declaraciones que demuestran sin lugar a dudas cómo dicha labor es acompañada por especiales bendiciones del Cielo son las que proceden de quienes, por razones coyunturales, ya no participan en los grupos de martitas. Este es el caso de Daniela da Silva Mendes, de 19 años, que recientemente ingresó en una universidad de otro estado brasileño y desde allí escribió algunas letras: “Infelizmente por aquí no hay ninguna iglesia de los Heraldos, pero sigo yendo a Misa en mi nueva parroquia, todos los domingos, y rezando el Santísimo Rosario. Siempre llevaré conmigo todas las enseñanzas que recibí durante los cinco años que estuve con las hermanas y los demás heraldos en la capilla, lo cual les agradezco muchísimo, principalmente por haberme enseñado la verdadera devoción a la Virgen”.
Jéssica Nascimento Santana, de 20 años, siempre fue una niña muy activa en la capilla a la que pertenecía. Se casó en 2016 y aún mantiene vivos recuerdos: “Me gustaba mucho participar en los cortejos, ayudar en las ceremonias, pero, ante todo, servir tan de cerca al Señor en la Eucaristía. Hasta hoy, cuando estoy en la capilla, procuro ver si está todo en orden, del modo que me enseñaron. Quiero ahora transmitirle a mi hija todos esos tesoros que los Heraldos del Evangelio me concedieron con tanta generosidad”.
martitas de las comunidades de Nuestra Señora de Lourdes y Nuestra Señora de Fátima cantando durante una Misa en la iglesia de Nuestra Señora del Carmen
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Por otra parte, el testimonio de Gabriela Araujo, de 24 años, que en breve se graduará en una universidad Juegos en el patio de la capilla Monte Calvario; clases de música en el exterior de la iglesia de San Judas; martitas de las comunidades de Nuestra Señora de Lourdes y Nuestra Señora de Fátima cantando durante una Misa en la iglesia de Nuestra Señora del Carmen “El apostolado que es hecho con mis hijas les trajo un fuerte incentivo; incluso se descubrió que tienen dotes musicales” Lucio Alves Plinio Veas Sergio Miyazaki de São Paulo, capta acertadamente lo que hay de más profundo en las actividades de las martitas: “Al formar parte del coro, mi hermana y yo no sólo aprendimos cantos gregorianos, sino también historias de santos, y recibimos buenos ejemplos de rectitud, dignidad, seriedad, honradez. Le agradezco a los Heraldos del Evangelio y especialmente a Mons. João Clá Dias todo eso, pues en un mundo tan deficiente de cosas buenas, me siento resguardada en un oasis donde hay una verdadera fuente de lo que es bueno y correcto. Y una fuente que, en vez de mantenerse dentro de los límites de ese oasis, se expande y convierte el suelo árido y estéril del mundo en tierra feraz y fructífera, pues acerca a las personas a Dios, en esta época en que todo parece cada vez más distante de Él”.
En efecto, ser martita no significa únicamente buscar la santidad y servir a la Iglesia sin pretensiones y con alegría. Es eso, pero no sólo eso. Se trata de una misión que comporta también atraer al redil de Nuestro Señor Jesucristo a los que se alejaron. El hermoso ejemplo de esas niñas resuena en muchas almas, repitiendo la invitación que Marta le hizo un día a María “diciéndole en voz baja: ‘El Maestro está ahí y te llama’ ” (Jn 11, 28).