Al ver cómo su obra se deshacía, el Dr. Plinio decidió ofrecerse como víctima expiatoria. Así pues, con plena conciencia y claridad, en aquel mismo momento se puso en las manos de la Virgen. Treinta y seis horas después la Providencia asentía y recogía su holocausto.
En diciembre de 1974 la situación del Grupo1 del Dr. Plinio había llegado a un enorme marchitamiento, que no haría más que agravarse en los primeros días de 1975. Estaba viendo que su obra se deshacía y luchaba para evitar, en medio de muchos otros males, el desastroso efecto de los egoísmos y de los mutuos rencores existentes entre sus hijos, síntoma característico de que estaban ajenos a las más altas aspiraciones.
El Dr. Plinio en la sede Reino de María, a mediados de la década de 1960
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El 1 de febrero de 1975 era sábado. Según su costumbre, después de la cena se reunió con algunos miembros del Grupo en el salón de su residencia. Se trataba de la Conversa de Sábado por la Noche, una institución que había surgido de modo natural y espontáneo, cuyos participantes le hacían preguntas sobre los temas más variados, siempre relacionados con la vida del Dr. Plinio y su misión. Era un ambiente de una convivencia muy íntima, con particular armonía entre todos, así como de una paternidad llena de consideración y estima en el trato que le daba a cada uno.
Pero aquella noche el Dr. Plinio trató sobre el estado en el que se encontraba el Grupo y, a medida que hablaba, iba analizando la coyuntura e iba dándose cuenta, cada vez con más acuidad y precisión, de cuán trágica era.
Años después, recordando esta conversación memorable, explicaría la perspectiva que se presentó ante sus ojos: “Estábamos considerando el panorama general, y debo reconocer que las circunstancias internas del Grupo, altamente preocupantes, predominaban con mucho sobre las externas”. Este recelo estaba motivado, sobre todo, por la ingratitud de tantos delante de los favores que habían recibido de la Providencia con la vocación: “Muchas gracias fueron recibidas con el entusiasmo de los primeros momentos, pero después fueron siendo rechazadas gradualmente, y lanzadas en esa fosa de las almas que se llama mediocridad. Sí, la mediocridad extendía sus alas de cuervo sobre el Grupo, y no se veía bien cuál era el modo de atajar aquella situación”. Además, también hizo referencia a los terribles estragos causados entre los miembros de su obra con la llegada de la “Bagarre azul”.2
E hizo una descripción de lo que ocurriría si llegara a fallecer en aquellos días. Se imaginaba su cuerpo siendo velado en la capilla de la sede principal de su movimiento, y comentaba que, entre sus hijos, habría un cierto dolor y abatimiento, tal vez llanto, durante los primeros veinte minutos. Después, ya se habrían olvidado de él, y alrededor de su cadáver comenzarían las escenas de mundanismo: solamente se interesarían por la importancia y prestigio social que obtendrían junto a sus familiares, reunidos para el entierro.
El Dr. Plinio siguió comentando que sólo veía una solución para el Grupo: el sacrificio de alguien que se entregara como víctima expiatoria. A lo largo de la reunión se preguntaba quién podría ser el que se ofreciera, y percibió que él era el único. Así, con plena conciencia y claridad, en aquel mismo momento se puso en las manos de la Virgen para todo lo que Ella quisiera, con vistas a impedir el fenecimiento de su obra y hacer que aquellos hijos fueran rescatados y salvados, como declaró más tarde recordando estos hechos.
Es necesario considerar que no pensaba únicamente en sus seguidores en cuanto conjunto, sino que se preocupaba por cada uno de modo individual, temiendo que desfallecieran en los caminos de la vocación y no perseveraran. “Verdaderamente, me ofrecí en esa ocasión por la sed de almas. Tenía sed, sobre todo, de las almas de los miembros del Grupo. Como veía que estaban en un período de depresión, de falta de entusiasmo y vitalidad, entonces me ofrecí para lo que Nuestra Señora pudiera querer de mí, a fin de evitar el desastre de un gran número de defecciones”, decía.
¿En ese momento estaba haciendo un acto de entrega de su propia vida? Al seguir los pasos de Nuestro Señor Jesucristo, el Dr. Plinio estaría dispuesto a morir por amor a los suyos si fuera necesario, pero sabía que la promesa que contenía la sonrisa de la Madre del Buen Consejo de Genazzano en 19673 no le permitía inmolarse como víctima expiatoria en aquella circunstancia. Por lo tanto, se sentía obligado a respetar en sí mismo esta garantía en cuanto al cumplimiento de su misión: “Si no hubiera sido por la gracia de Genazzano, habría ofrecido mi vida. Temía entonces que si lo hiciera estaría cometiendo una infidelidad a esa gracia y, por castigo, Nuestra Señora me llevaría”. Y en otra ocasión añadiría: “Tomando esto en consideración, ofrecería lo que me quedaba, que eran ventajas, comodidades o aquello que yo pudiera tener y de lo que Nuestra Señora quisiera disponer”.
O sea, se entregó enteramente, decidido a pasar por el sufrimiento que más le agradara a la Santísima Virgen, y así lo manifestó en un almuerzo: “Le pedí a Nuestra Señora que hiciera de mí lo que mejor le pareciera, como el que tiene dinero en el banco: saca cuanto necesita. Que Nuestra Señora sacara cuanto quisiera de este modesto banco llamado Plinio Corrêa de Oliveira”.
En el momento de la despedida, los que participaban en aquella conversación sintieron que alguna tragedia se estaba configurando en el horizonte interior del Dr. Plinio. “Me fui a dormir tranquilo”, concluía tras relatar lo ocurrido esa noche del sábado para el domingo, la madrugada del 2 de febrero de 1975.
Perseguido por la idea de ser víctima expiatoria
Llamado por la Providencia a ser mártir de su propia obra, el Dr. Plinio tuvo siempre presente el papel desempeñado por las víctimas expiatorias en la vida de la Iglesia. Especialmente emocionado por la historia de Santa Teresa del Niño Jesús, había hecho ya un ofrecimiento de su vida, en los primeros meses de su pertenencia a la Congregación Mariana. Décadas más tarde, durante una serie de conferencias para los veteranos del Grupo, mostró la importancia que tenían las víctimas expiatorias y comentó un pasaje que le había impresionado mucho de cierta obra dedicada a los milagros de Lourdes, de autoría de un escritor de gran talento. De acuerdo con aquella narración, el origen de las gracias que allí se obtienen no estaba solamente en la iniciativa que había tomado Nuestra Señora, sino también en otro factor, menos conocido. Sobre ello tejía consideraciones conmovedoras:
“Según cuenta Huysmans, 4 hay un monasterio de la Orden de Santa Clara en Lourdes, cuyas monjas tienen la misión de sufrir y expiar para conseguir conversiones y curaciones en el santuario. Así, en aquellas procesiones luminosas y bonitas, con el pueblo alegre glorificando a Nuestra Señora, nadie se acuerda del convento de las clarisas, donde hay personas que están muriendo, debilitándose, sufriendo arideces tremendas y desolaciones interiores, para que otros sean felices. Pero, a los ojos de Nuestra Señora, la fuente de esa alegría se encuentra en ese monasterio. Además, ¡asumen el compromiso de no pedir su propia curación! Pregunto, pues: ¿hay algo en la tierra que sea más digno de admiración? Yo, francamente, ¡no lo conozco!”.
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El Dr. Plinio saliendo de la sede del barrio Alto da Lapa, São Paulo, en enero de 1975.
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Se llenaba de respeto y emoción al considerar una vocación de un idealismo tan sublime. Y en otra ocasión añadía: “A mí siempre me perseguía, por decirlo así, la idea de ser víctima expiatoria”. Ahora bien, el día 1 de febrero de 1975 ya poseía una noción más clara de cuáles eran los designios que la Providencia tenía respecto a él, y deseaba entregarse en holocausto, de un modo aún más explícito de lo que lo había hecho antes.
Un presentimiento durante el viaje hacia Amparo
El lunes por la mañana, 3 de febrero, el Dr. Plinio partía hacia Amparo5 para comenzar allí un trabajo, que iba a ser de los más osados y decisivos de todos los que ya había escrito.
Antes de salir había estado despachando con un miembro del Grupo. A continuación, se subió al automóvil, un Mercedes-Benz burdeos, pero se detuvo todavía en el mirador de Pacaembú, y permaneció unos veinte minutos caminando de un lado a otro, tratando con otra persona sobre graves asuntos relativos a una de las casas de su institución. Allí fue donde tuvo una premonición de lo que le iba a suceder, como narraría años más tarde: “Mientras estaba andando, me pasó más de una vez por la mente esta idea: ‘¿Quién sabe si estos son los últimos pasos normales que daré en mi vida, porque mi sacrificio ha sido aceptado y voy a quedarme imposibilitado de caminar?’ ”.
Nuevamente en camino, decidió aprovechar el viaje para descansar, a fin de poder comenzar el trabajo en cuanto llegara a la finca. Entonces se puso en el asiento delantero, cosa que hacía únicamente en los trayectos largos, pues así iba más cómodo. La parte trasera la ocupada sólo un acompañante.
En este momento le asaltó otra duda: ¿no sería más aconsejable que se pasara al asiento de atrás? Casi diez años después, contaba: “En el momento en que me senté tuve un extraño presentimiento: ‘De repente nos damos un trompazo y me muero al estar aquí delante… Me dormiré y ¿quién sabe si no me despertaré herido o, tal vez, ante el juicio de Dios?’. Pero luego pensé: ‘¡No hay que darle importancia a esas impresiones!’. Me senté, recé y me dormí”.
El cielo estaba cubierto y había llovizna. El Dr. Plinio salió de São Paulo acompañado por dos vehículos más, uno delante y otro detrás; enseguida la lluvia arreció, haciéndose torrencial.
En la carretera de Jundiaí, el accidente
Ahora bien, el que conducía el automóvil del Dr. Plinio quería llegar cuanto antes a Amparo y regresar a toda prisa el mismo día, a tiempo de participar en una excursión con otros miembros del Grupo, haciendo el descenso de la Sierra del Mar. De manera que comenzó a acumular imprudencias, pese a que el Dr. Plinio se lo advirtiera, al despertarse y retomar el sueño varias veces. A pesar de estar lloviendo, el conductor se lanzó por la autopista Anhanguera a una velocidad inadecuada, aumentando el malestar del Dr. Plinio al tomar las curvas, acosar al conductor de delante para que también acelerara y obligar al de atrás a alcanzarles; y los ocupantes de ambos coches, sin darse cuenta de la gravedad de tal actitud, charlaban entre sí jocosamente y bromeando, en un ambiente de irresponsabilidad y optimismo. El convoy dejó la autovía para continuar por la carretera de Jundiaí a Amparo, cuya estrechez exigía aún más prudencia, pero su proceder no cambió. El Dr. Plinio seguía durmiendo.
A la una y diez de la tarde, todavía a una velocidad excesiva, llegaron a una curva bastante pronunciada a la derecha. Era la más peligrosa del camino, conocida por todos y bien señalizada. Entonces sucedió lo inevitable: el primer vehículo derrapó, colisionó de frente con un camión que venía en sentido contrario y se quedó atravesado en la calzada. Como se había despertado, el Dr. Plinio presenció el choque y preguntó:
—¿Ese coche es nuestro?
El camión se salió de la carretera y rodó por la ladera, pero detrás de él se acercaba un autobús, cuyo chófer, al ver lo ocurrido, disminuyó la velocidad y se fue hacia el arcén. Mientras tanto, el conductor del Dr. Plinio intentó evitar la colisión con el vehículo del Grupo que se había quedado en mitad del asfalto y comenzó a frenar, haciendo que el Mercedes derrapara hacia la izquierda; al darse cuenta de que perdía el control del automóvil trató de manera instintiva de protegerse y giró el volante de tal forma que se estrelló contra la parte frontal del autocar precisamente por el lado donde estaba el Dr. Plinio . Y toda la fuerza del impacto se concentró en él.
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El Dr. Plinio en su residencia durante el período de convalecencia tras el accidente
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Nadie resultó tan herido como el Dr. Plinio. Al tener la pierna izquierda cruzada sobre la derecha, su rodilla izquierda se golpeó contra la guantera y su cadera no resistió el choque: el fémur, que también sufrió daños, la hundió, rompiéndola. Al mismo tiempo, su cuerpo salió despedido contra el salpicadero y se fracturó dos costillas. Y como había levantado la mano izquierda para protegerse, todos los huesos de ésta se rompieron al dar en el cristal, contra el que chocó también el codo derecho, partiéndose el húmero. La cabeza se golpeó igualmente contra el parabrisas, lo que le hizo perder dos dientes delanteros y que se le cortara el labio superior de arriba abajo, ocasionándole una gran pérdida de sangre. El párpado izquierdo, a su vez, se desgarró casi por entero y se quedó colgando, ocurriéndole lo mismo a la ceja. Aparte de todo esto, el que ocupaba el asiento trasero salió proyectado hacia adelante y cayó encima de él.
Treinta y seis horas después de haberse ofrecido como víctima expiatoria, la Providencia había asentido y recogido el holocausto del Dr. Plinio, permitiendo que su integridad física fuera afectada de un modo trágico en un tremendo accidente de automóvil. Años después lo reconocería diciendo: “Muchos factores me llevan a creer que Nuestra Señora aceptó el sacrificio aquel mismo lunes”.
En medio de los dolores, amor al orden del universo
Ensangrentado e inconsciente, sacaron al Dr. Plini o del automóvil y lo pusieron sobre el asfalto, bajo la lluvia. Muchos vehículos pasaban por allí, pero nadie se ofrecía a socorrerlo, y varias personas comentaban que no iba a sobrevivir. Por fin, un policía, que estaba presente en el lugar desde el momento del accidente, paró a una camioneta y le ordenó al conductor que se llevara al Dr. Plinio. Entonces lo pusieron en la parte trasera y lo trasladaron a un hospital de Jundiaí. En ese momento ya estaba consciente, pero padecía tremendos dolores, y el fortísimo golpe que había sufrido en la cabeza le había causado un trauma neuropsíquico que no le permitía tener una noción íntegra y clara de la realidad.
Lo ingresaron inmediatamente en el quirófano de Urgencias, donde fue atendido por un especialista en cirugía plástica de los mejores de Brasil, que estaba allí de guardia, por una providencial coincidencia, cercana al milagro.
Apremiaba transferirlo a algún hospital de São Paulo. Sin embargo, entre las medidas de atención que precisaba y a la espera de una ambulancia apropiada al estado en que se encontraba, hubo que aguardar hasta las diez de la noche, intervalo en el que se dieron algunas escenas emocionantes. Aunque estuviera bajo el efecto de la conmoción, el Dr. Plinio se mantenía en una paz completa y manifestaba su conformidad diciendo:
—Si Nuestra Señora quiere esto, desde ya está todo aceptado por Ella.
Y exteriorizaba su afecto en relación con los miembros del Grupo que se acercaban, dirigiéndole a cada uno palabras de aliento y confianza.
En el momento de la salida, cuando lo estaban pasando de una camilla a otra, los enfermeros lo movieron con poco cuidado y el Dr. Plinio gimió de dolor. Entonces, siempre en estado de traumatismo, fue cuando exclamó:
—¡Cuidado! ¡Quien toca en mí, toca el orden del universo!
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La Sagrada Imagen de Nuestra Señora de Fátima en una de sus visitas a Brasil en la década de 1970
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Era, sin duda, la voz de la seminconsciencia, pero, sobre todo, la voz de la inocencia que afirmaba una gran verdad. En ese instante emergió todo su amor al orden puesto por Dios en la Creación, que desde la infancia se había sentido llamado a comprender, defender y representar, con el fin de poder instaurarlo entre los hombres. Toda la misión del Dr. Plinio traspareció en este clamor, en medio de los dolores y las aflicciones de una terrible convulsión.
Una expresión de tristeza en el rostro de la Madre
Aquel mismo 3 de febrero de 1975, pasado ya el mediodía, dos miembros del Grupo entraban en una casa del barrio de Vila Formosa, en São Paulo, llevando a la Sagrada Imagen de Nuestra Señora de Fátima6 que iba a visitar a la familia que allí vivía. Se había reunido en ese lugar un público relativamente numeroso a fin de recibirla, y la estaban esperando con ansiosa expectativa. Ahora bien, al formarse el cortejo para conducirla al salón principal de la residencia, varios de los presentes comenzaron a exclamar mientras la miraban, dejando atónitos a los dos que la portaban:
—¡Dios mío! ¡Parece que se va a desmayar!
Ellos se fijaron en aquella fisonomía que tan bien conocían, y se quedaron espantados. El rostro estaba lívido y alargado, con oscuras ojeras. Los labios habían perdido el color y se mostraban más abiertos que antes, causando una impresión de profunda tristeza y abatimiento.
La dueña de la casa cayó de rodillas delante de la Sagrada Imagen, permaneciendo así por largo tiempo. El singular fenómeno se prolongó hasta las dos de la tarde, aproximadamente, momento en que, poco a poco, los colores fueron volviendo al semblante de la Santísima Virgen, y recuperó su expresión habitual.
Algunas horas después, los dos acompañantes de la imagen peregrina recibieron la noticia de lo que había sucedido en la carretera entre Jundiaí y Amparo. Durante el exacto período en que había ocurrido aquella inexplicable alteración fisonómica, el Dr. Plinio había sufrido el accidente, y se consumaba su holocausto.
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El 15 de junio de 2005 Mons. João y 14 discípulos del Dr. Plinio fueron ordenados presbíteros en la basílica de Nuestra Señora del Carmen, São Paulo
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Los frutos de un holocausto
En los primeros momentos después del accidente, aquellos que habían presenciado las terribles escenas de la carretera de Amparo y del centro de urgencias de Jundiaí, llenos de estupor y de compasión, no disponían de los elementos necesarios para penetrar en el significado más profundo de aquellos acontecimientos. Sin embargo, el espectáculo de aquel varón fuerte, robusto y lleno de vitalidad, postrado en el asfalto, derramando sangre por innumerables heridas, siendo trasladado a un quirófano y, lo peor de todo, privado de su plena conciencia por un tiempo cuya duración nadie podía prever, representó un marco histórico esencial para su obra.
La infidelidad de las sucesivas generaciones de seguidores del Dr. Plinio, desde el núcleo inicial de sus compañeros de la Congregación Mariana, había llevado al Grupo a un estado de decaimiento en el que todo parecía irremediablemente atascado.
Después de incontables tentativas y emprendimientos hacia la institucionalización de su obra y para reencender el fervor, las circunstancias parecían indicarle que tal situación sólo podría revertirse por medio de un gran sacrificio. Y la brevedad con la que los hechos se precipitaron, desde aquella noche del sábado hasta la tarde del lunes, 3 de febrero de 1975, prueban hasta qué punto el Dr. Plinio había visto con exactitud el camino de la solución, y de qué modo la Divina Providencia había acogido su ofrecimiento.
Sí, el precio había sido pagado. A partir de ese holocausto la vida del Grupo siguió otro rumbo, transformada por un nuevo flujo de gracias, y las instituciones internas florecerían con un vigor irresistible.
Extraído, con adaptaciones, de: “El don de la sabiduría en la mente, vida y obra de Plinio Corrêa de Oliveira”. Città del Vaticano-Lima: LEV; Heraldos del Evangelio, 2016, v. IV, pp. 476-546.
1 Cuando, al principio de la década de 1930, el Dr. Plinio formó un incipiente conjunto de discípulos con quienes se reunía regularmente, se forjó en los medios católicos la expresión Grupo de Plinio. Y de tal manera dejó huella en los ambientes internos que, décadas después, la palabra Grupo continuaba siendo usada para designar al conjunto de su obra. De este modo se ponía de relieve el trato afectuoso y familiar que el maestro daba a sus seguidores, llamados miembros del Grupo.
2 Con la expresión “Bagarre azul” el Dr. Plinio designaba el período histórico iniciado diez años después de la Segunda Guerra Mundial, con el desarrollo industrial de los países antes golpeados por los enfrentamientos. En aquella época, mientras el proceso de decadencia moral y religiosa avanzaba, se hablaba de “milagro italiano”, “milagro alemán” y otros brotes fabulosos de progreso económico, prometedores de una prosperidad indefinida, a la manera de un cielo sin nubes, azul y esplendoroso.
3 En un momento de una enorme prueba en el año 1967, el Dr. Plinio recibió una insigne gracia al contemplar una reproducción del fresco de Nuestra Señora del Buen Consejo, venerado en la ciudad italiana de Genazzano. Sin oír propiamente una voz, sintió en el fondo de su alma como si la Santísima Virgen le dijera: “Hijo mío, no te perturbes. Confía, porque tu obra será concluida y cumplirás por entero tu misión”. Esa promesa interior era llamada por el Dr. Plinio como la gracia de Genazzano.
4 Cf. HUYSMANS, Joris- Karl. Les foules de Lourdes. In: OEuvres Complètes. Paris: G. Crès, 1934, v. XVIII, p. 211.
5 Con ese nombre era designada una hacienda situada en la ciudad de Amparo, en el interior del estado de São Paulo, en la cual el Dr. Plinio se retiraba con frecuencia para dedicarse a trabajos intelectuales o descansar.
6 Imagen peregrina de la Virgen de Fátima que en 1972 lloró milagrosamente en la ciudad de Nueva Orleans, Estados Unidos. En su visita a Brasil en la década de 1970, la imagen permaneció bajo la custodia de los discípulos del Dr. Plinio.