Cuando reina en la familia el verdadero amor a Dios, la alegría de ver a un hijo llamado a la vida religiosa habla más alto que las dificultades terrenas. Y todos se benefician de las mismas gracias, espiritualidad y carisma.
El estado religioso constituye, de acuerdo con Santo Tomás de Aquino, un verdadero y propio “estado de perfección”, que lleva a quien a él es llamado a consagrarse totalmente al Creador y, por así decirlo, a ofrecerse “como holocausto a Dios”.1
La vocación para la vida religiosa es, por tanto, “una gracia excepcional que supone siempre, por parte de Dios, un gran misterio de predilección hacia una determinada alma”.2 Los institutos de perfección en los que ella se desenvuelve son objeto de constante solicitud por parte de la Iglesia, que los aprueba, bendice y organiza, reconociéndolos públicamente como escuelas de santidad. Según el P. Royo Marín, “la poca estima de los mismos —aunque no llegue al desprecio formal— es señal inequívoca de mal espíritu, de egoísmo sectario y de una desorientación completa en torno a los caminos de Dios”.3
No obstante, basta recorrer rápidamente las páginas de la hagiografía católica para encontrarse con numerosos casos de almas llamadas al estado religioso que fueron incomprendidas en su entrega a la vocación, incluso hasta por sus más íntimos: los familiares.
Vivir de la savia de un mismo carisma
A guisa de ejemplo, mencionemos a San Luis Gonzaga. Cuando le comunicó a su padre, el marqués de Castiglione, su decisión de entrar en la Compañía de Jesús, recibió como respuesta una explosión de cólera e indignación. El propio Santo Tomás de Aquino, al entrar en la Orden de Predicadores, fue secuestrado por su madre y sus hermanos, que le exigían que cambiara de instituto religioso, y pasó un tiempo prisionero en la torre del castillo de la familia.
Podemos recordar también a Santa Clara de Asís, que huyó de casa la noche del Domingo de Ramos para recibir el hábito de manos de San Francisco en Santa María de la Porciúncula, pues sus parientes más cercanos nunca aceptarían dejarla vivir según el carisma franciscano al que se sentía llamada.
Si en la familia, no obstante, hay auténtico amor de Dios, la alegría de ver a un hijo llamado a una tan elevada vocación habla más alto de lo que cualquier dificultad terrena. E incluso los familiares del religioso acaban beneficiándose, de acuerdo con su propio estado, de las gracias, carisma y espiritualidad del respectivo instituto religioso.
Es lo que a menudo se verifica en el cuadro de los Heraldos del Evangelio: hijos, padres, y a veces familias enteras, pasan a vivir de la savia del mismo carisma suscitado por el Espíritu Santo. Hemos recibido y guardado con mucho aprecio incontables testimonios que demuestran este hecho, algunos de los cuales ofrecemos a nuestros lectores en la presente edición.
“Los Heraldos transformaron completamente nuestras vidas”
Confirmando esta realidad, Marcelo Liberto de Vasconcelos Arruda y Mónica Harumi Furutani Arruda, un joven matrimonio de São Paulo, narran cómo empezaron a pertenecer a la gran familia de los Heraldos del Evangelio: “Siempre hemos sido católicos, cumplidores del precepto dominical en familia, sin embargo, no frecuentábamos o participábamos en ninguna parroquia o comunidad específica. La verdad es que cada domingo íbamos a una iglesia diferente, con la esperanza de encontrarnos en nuestra religión, pues sentíamos que nos faltaba sustancia de la doctrina católica, algo que nos completara y confirmara definitivamente nuestra fe, pero no sabíamos a ciencia cierta lo que era. Fuimos a conocer la basílica de los Heraldos en la Serra da Cantareira. Nunca habíamos visto una iglesia con tanta belleza, con tanto ceremonial. A partir de entonces comenzamos a frecuentar la basílica y nunca más procuramos otra Misa, porque era aquello lo que tanto buscábamos.
“Nuestra hija se encantó muchísimo con las hermanas y siempre nos pedía que quería participar en el Proyecto Futuro y Vida, de los Heraldos. Poco tiempo después empezó a participar en el proyecto, y no sólo ella, sino que nosotros también iniciamos el curso de consagración a la Virgen, por el método de San Luis María Grignion de Montfort. Hoy podemos decir que los Heraldos del Evangelio transformaron completamente nuestras vidas. Tenemos siempre cursos de formación, aprendemos el verdadero significado de amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo por amor a Dios. Sentimos en el fondo de nuestras almas la verdadera paz y felicidad que solamente puede ser alcanzada cuando nos entregamos totalmente en las manos de nuestra Madre Santísima. Tenemos la alegría de tener a nuestra única hija en la Orden II,4 y ver la belleza de su formación espiritual y su progreso cada día. Ya no podemos imaginarnos lejos de esa convivencia con nuestra familia de almas”.
La convivencia con ellos nos lleva a servir mejor a Dios
Cuando se trata de manifestar un creciente amor a las cosas de Dios, muchas veces es difícil expresar lo que se lleva en el corazón, como dice Analuiza Santos Lobo Leite de Almeida, de Campos dos Goytacazes (Río de Janeiro): “Faltan palabras para expresar todo lo que esta obra representa para el mundo y para mi familia especialmente. Fue aprobada por la Santa Sede, por Su Santidad el Papa San Juan Pablo II, el 22 de febrero de 2001, y desde entonces ¡cuántas cosas han hecho los Heraldos! Construyeron dos basílicas menores y colegios internacionales; promovieron la consagración a la Virgen, según el método de San Luis María Grignion de Montfort; sus sacerdotes son incansables, y mi familia es testigo de ello, en las actividades espirituales, a veces atendiendo hasta de madrugada; hacen visitas con la imagen peregrina de Fátima en misiones marianas a hogares, cárceles, asilos, hospitales, orfanatos; tienen el Fondo Misericordia que ayuda a instituciones de caridad, etc. En el corto espacio de algunas líneas es imposible relatar tantas actividades…
Estos Heraldos son verdaderos santos de Dios. Viven lo que predican. Mi familia tiene mucha amistad con ellos: tengo dos hijos que estudian en el colegio internacional de esta institución y el pequeño aún no tiene edad, pero frecuenta el programa de fin de semana. Siento en el fondo del alma el deseo de servir mejor a Dios y a la Virgen, y eso se debe mucho a la convivencia con los Heraldos”.
“La familia entera ahora es Heraldos del Evangelio”
Para los Heraldos del Evangelio es muy importante la integración familiar en sus actividades con los jóvenes. Padre e hijos crecen juntos en la fe y se vuelven más fervorosos. Es lo que afirma José Jackson Pereira de Araújo, de Recife (Pernambuco): “La convivencia con los Heraldos del Evangelio y el aprendizaje de la doctrina de la Iglesia cambiaron absolutamente el modo de ser de toda la familia. Con todos consagrados a la Virgen, encaminamos nuestras vidas para vivir en mayor medida conforme los preceptos dejados por nuestro Señor Jesucristo. Los cambios provocaron efectos impresionantes.
En diciembre de 2014, una de mis hijas ingresó en la rama femenina de los Heraldos, inmediatamente después de concluir el curso de Derecho, manifestando así la fuerte vocación para la vida religiosa que revelaba desde niña. En abril de 2015, la hija más pequeña tomó el mismo camino al comprender que la vida religiosa era una vía más segura para la salvación. En mayo de 2015, yo, mi esposa y nuestra hija mayor recibimos la túnica de cooperador, pasando a integrar la llamada ‘Orden III’, los ‘terciarios’. La familia entera ahora es Heraldos del Evangelio”.
Lo que une es el amor a Dios y la devoción mariana
Incluso las actividades culturales son compartidas entre padres e hijos, en un trato lleno de bienquerencia y respeto, como lo atestigua Valter de Moraes Moura, de Brusque (Santa Catarina): “Mi familia y yo somos muy agraciados con la influencia benéfica de esta institución. Por ejemplo, en la música: mi hijo mayor, de 13 años, empezó a gustarle la música y actualmente toca la trompeta, porque oyó la sugerencia de un heraldo sobre cómo los instrumentos de viento auxilian en el tratamiento de enfermedades relacionadas con el tracto respiratorio. En razón de esto, mi hijo, que tenía un cuadro de bronquitis, empezó a asistir a clase de trompeta y mejoró considerablemente de las crisis que lo afectaban, y pasó a gustar del instrumento y de la música. Con esta iniciativa, toda la familia se interesó por el mundo de la música, especialmente por la clásica. Por la práctica del hermano mayor, mi hijo pequeño también decidió aprender a tocar un instrumento y actualmente va a clases de violín, influenciado en gran parte por la convivencia con los Heraldos del Evangelio. Con esas pequeñas actitudes las notas escolares mejoraron y el raciocinio de los niños quedó más aguzado.
También somos beneficiados en la cultura, en la admiración por lo bello, en la participación en cursos, congresos y retiros espirituales, en la frecuencia de los sacramentos, en la formación de los jóvenes y en la convivencia con otras familias. Lo que une a las familias vinculadas a los Heraldos del Evangelio es el amor a Dios y la devoción mariana, y esa convivencia hace un bien astronómico a nuestras almas. El modo respetuoso y cortés con que los Heraldos se relacionan influencia sobremanera en el trato de los hijos con sus padres y viceversa. Se aprende y se aprende, en un ambiente cristiano, en que es posible desarrollar una buena conversación y sanas bromas, sin violar los mandamientos divinos, es decir, sin ofender a nuestro Señor Jesucristo”.
“Antes de conocer a los Heraldos nuestra vida era banal”
Los valores religiosos en nuestro mundo relativista y secularizado están relegados a un segundo plano en la vida familiar, incluso en aquellos que se dicen católicos, como lo reconoce Deise Adriani Willimann, de Joinville (Santa Catarina): “Antes de conocer a los Heraldos nuestra vida era banal, todo era fiesta con los amigos, diversión, todo ilusión. Ni siquiera íbamos a Misa, ni rezábamos. Sólo fuimos cuando nos casamos y bautizamos a nuestros hijos”.
Por eso los Heraldos del Evangelio se esmeran en dar una buena formación catequética y espiritual en su gran familia. Es lo que asevera también la misma señora catarinense: “Yo era una persona ignorante, porque no tenía el conocimiento que los Heraldos nos mostraron después que tuvimos la gracia de conocerlos, cuando nuestro hijo fue elegido en un sorteo del Proyecto Futuro y Vida. Entonces vimos el trabajo maravilloso que hacen con esos niños, muchos de los cuales no tienen estructura ninguna en casa. Mi marido se quedó encantado con la dedicación que tienen con nuestros hijos. Nuestra hija también empezó a frecuentar la Orden II y fue cuando sentí que nuestra vida iba a cambiar mucho, para mejor.
De hecho, nuestra vida ha cambiado por completo. Mi matrimonio se transformó, pues antes ni siquiera charlábamos, y hoy no hacemos nada sin conversar antes, hasta rezamos juntos, incluso el Rosario. Los Heraldos del Evangelio nos mostraron cuál era el verdadero amor por la Eucaristía, por la Misa. Fueron ellos los que nos mostraron realmente lo que es ser cristiano por entero”.
Una palabra que resume el testimonio: ¡gratitud!
Ser instrumento de acción de la gracia, he aquí la gran alegría para un heraldo del Evangelio. Así nos considera el matrimonio fluminense Patricia Werneck de Araújo Braga y Jounimax de Matos Braga, de Nova Friburgo (Río de Janeiro): “Hace seis años estaba mi esposo de rodillas en nuestra habitación, pidiendo la intervención divina por una situación bastante difícil que estábamos viviendo, por estar uno de nuestros hijos siendo víctima de un problema delicado en la escuela. Los Heraldos habían hecho una presentación del Proyecto Futuro y Vida en el colegio y mi hijo fue elegido en un sorteo. Como lo habíamos recién sacado de aquella escuela, la directora pidió que los Heraldos nos buscaran. Ellos nos visitaron y mi esposo fue invitado a acompañar a nuestro hijo a la sede de los Heraldos en Nova Friburgo. Para nosotros fue una respuesta, un auxilio inmediato, porque el Señor oyó nuestro clamor.
Vimos a nuestro hijo integrarse, rezar y hacernos rezar en familia, hábito que hasta entonces no cultivábamos. Pasamos a frecuentar la casa de los Heraldos en familia los fines de semana, tuvimos, y tenemos hasta hoy, catequesis, clases de canto… ¡Caramba! ¡Cuánto aprendizaje! A través de las enseñanzas allí adquiridas, empezamos a tener un amor, un respeto para con nuestro Papa, para con nuestro obispo diocesano, nuestro párroco y todo el clero. Fuimos animados a servir en nuestra comunidad, poniendo en práctica todas las enseñanzas que en los Heraldos aprendemos. Descubrimos el valor de la Adoración Eucarística, la devoción mariana, la frecuencia de los sacramentos, en fin, la esencia del verdadero catolicismo. La palabra que resume lo que hasta aquí intentamos expresar es ¡GRATITUD! ¡Muchas gracias, Heraldos del Evangelio!”.
1 SANTO TOMÁS DE AQUINO. Suma Teológica. II-II, q. 186, a. 1.
2 ROYO MARÍN, OP, Antonio. La vida religiosa. 2.ª ed. Madrid: BAC, 1968, p. 145.
3 Ídem, ibídem.
4 Con esta expresión indican su participación regular en las actividades de la rama femenina de los Heraldos del Evangelio, asociación privada internacional de fieles de derecho pontificio, y su deseo de llegar a formar parte, en un futuro, de la Sociedad de Vida Apostólica Regina Virginum.