De los monumentos de la Antigüedad cristiana, de las plegarias de la liturgia, de la innata devoción del pueblo cristiano, de las obras de arte, de todas partes recogió el Papa Pío XII elementos para instituir la fiesta de Santa María Reina.
A la Reina del Cielo, ya desde los primeros siglos de la Iglesia Católica, elevó el pueblo cristiano suplicantes oraciones e himnos de loa y piedad, así en sus tiempos de felicidad y alegría como en los de angustia y peligros; y nunca falló la esperanza en la Madre del Rey divino, Jesucristo, ni languideció aquella fe que nos enseña cómo la Virgen María, Madre de Dios, reina en todo el mundo con maternal corazón, al igual que está coronada con la gloria de la realeza en la bienaventuranza celestial. […]
Madre del Rey” y “Madre del Señor”
Con razón ha creído siempre el pueblo cristiano, aun en los siglos pasados, que Aquella de la que nació el Hijo del Altísimo —que “reinará eternamente en la casa de Jacob” (Lc 1, 32) y será “Príncipe de la Paz (Is 9, 6) y “Rey de los reyes y Señor de los señores” (Ap 19, 16)—, por encima de todas las demás criaturas recibió de Dios singularísimos privilegios de gracia.
Y considerando luego las íntimas relaciones que unen a la madre con el hijo, reconoció fácilmente en la Madre de Dios una regia preeminencia sobre todos los seres.
Por ello se comprende fácilmente cómo ya los antiguos escritores de
la Iglesia, fundados en las palabras del arcángel San Gabriel, que predijo el reinado eterno del Hijo de María (cf. Lc 1, 32‐33), y en las de Isabel, que se inclinó reverente ante Ella llamándola “Madre de mi Señor” (Lc 1, 43), al denominar a María “Madre del Rey” y “Madre del Señor” querían claramente significar que de la realeza del Hijo habría de derivar a su Madre una singular elevación y preeminencia. […]
Recordaremos igualmente que Nuestro Predecesor, de ilustre memoria, Sixto IV, en la bula Cum præxcelsa, al referirse favorablemente a la doctrina de la Inmaculada Concepción de la Bienaventura da Virgen, comienza con estas palabras: “Reina, que siempre vigilante intercede junto al Rey que ha engendrado”. E igualmente Benedicto XIV, en la bula Gloriosae Dominae, llama a María “Reina del Cielo y de la tierra”, afirmando que “el Sumo Rey le ha confiado a Ella, en cierto modo, su propio imperio”.
Por ello San Alfonso de Ligorio, resumiendo toda la tradición de los siglos anteriores, escribió con suma devoción: “Porque la Virgen María fue exaltada a ser la Madre del Rey de los reyes, con justa razón la Iglesia la honra con el título de Reina”. […]
Singular papel en la obra de la Redención
Como ya hemos señalado más arriba, Venerables Hermanos, el argumento principal, en que se funda la dignidad real de María, evidente ya en los textos de la Tradición antigua y en la Sagrada Liturgia, es indudablemente su divina maternidad. […]
Mas la Beatísima Virgen ha de ser proclamada Reina no tan sólo por su divina maternidad, sino también en razón de la parte singular que por voluntad de Dios tuvo en la obra de nuestra eterna salvación. […]
Ahora bien, en el cumplimiento dela obra de la Redención, María Santísima estuvo, en verdad, estrechamente asociada a Cristo; y por ello justamente canta la Sagrada Liturgia “Dolorida junto a la cruz de Nuestro Señor Jesucristo estaba Santa María, Reina del Cielo y de la tierra”.
Y la razón es que, como ya en la Edad Media escribió un piadosísimo discípulo de San Anselmo, “así como… Dios, al crear todas las cosas con su poder, es Padre y Señor de todo, así María, al reparar con sus méritos las cosas todas, es Madre y Señora de todo: Dios es el Señor de todas las cosas, porque las ha constituido en su propia naturaleza con su mandato, y María es la Señora de todas las cosas, al devolverlas a su original dignidad mediante la gracia que Ella mereció”. […]
Sublime dignidad de la Madre de Dios
No hay, por lo tanto, duda alguna de que María Santísima supera en dignidad a todas las criaturas y que, después de su Hijo, tiene la primacía sobre todas ellas.
“Tú finalmente —canta San Sofronio— has superado en mucho a toda criatura… ¿Qué puede existir más sublime que tal alegría, oh Virgen Madre? ¿Qué puede existir más elevado que tal gracia, que Tú sola has recibido por voluntad divina?”.
Alabanza, en la que aun va más allá San Germán: “Tu honrosa dignidad te coloca por encima de toda la Creación; tu excelencia te hace superior aun a los mismos ángeles”. Y San Juan Damasceno llega a escribir esta expresión: “Infinita es la diferencia entre los siervos de Dios y su Madre”.
Para ayudarnos a comprender la sublime dignidad que la Madre de Dios ha alcanzado por encima de las criaturas todas, hemos de pensar
bien que la Santísima Virgen, ya desde el primer instante de su concepción, fue colmada por abundancia tal de gracias que superó a la gracia de todos los santos. […]
Ella reina con Cristo en las mentes y en las voluntades
Además, la Bienaventurada Virgen no tan sólo ha tenido, después de Cristo, el supremo grado de la excelencia y de la perfección, sino también una participación de aquel influjo por el que su Hijo y Redentor nuestro se dice justamente que reina en la mente
y en la voluntad de los hombres.
Si, de hecho, el Verbo opera milagros e infunde la gracia por medio
de la humanidad que ha asumido, si se sirve de los sacramentos, y de sus santos, como de instrumentos para salvar las almas, ¿cómo no servirse del oficio y de la obra de su Santísima Madre para distribuirnos los frutos de la Redención? […]
Esperanza en el surgimiento de una nueva era
De los monumentos de la Antigüedad cristiana, de las plegarias de la liturgia, de la innata devoción del pueblo cristiano, de las obras de arte, de todas partes hemos recogido expresiones y acentos, según los cuales la Virgen Madre de Dios sobresale por su dignidad real; y también hemos mostrado cómo las razones, que la Sagrada Teología ha deducido del tesoro de la fe divina, confirman plenamente esta verdad.
De tantos testimonios reunidos se forma un concierto, cuyos ecos resuenan en la máxima amplitud, para celebrar la alta excelencia de la dignidad real dela Madre de Dios y de los hombres, que “ha sido exaltada a los reinos celestiales, por encima de los coros angélicos”.
Y ante Nuestra convicción, luego de maduras y ponderadas reflexiones, de que seguirán grandes ventajas para la Iglesia si esta verdad sólidamente demostrada resplandece más evidente ante todos, como lucerna más brillante en lo alto de su candelabro, con Nuestra Autoridad Apostólica decretamos e instituimos la fiesta de María Reina, que deberá celebrarse cada año en todo el mundo.
Y mandamos que en dicho día se renueve la consagración del género humano al Inmaculado Corazón de la Bienaventurada Virgen María.
En ello, de hecho, está colocada la gran esperanza de que pueda surgir una nueva era tranquilizada por la paz cristiana y por el triunfo de la religión.
Pío XII. Fragmentos de la encíclica “Ad Cæli Reginam”, 11/10/1954.