Monseñor João Clá Dias.
A lo largo de la historia de la Iglesia, Nuestro Señor ha revelado a los hombres de formas diversas los tesoros de su Sagrado Corazón. La devoción a Él se transformó en una luz de misericordia, de esperanza continuamente derramada sobre la faz de la tierra.
Una de esas manifestaciones divinas, no obstante, sobresale por el extraordinario contenido de su mensaje. Ella se dio en el bendecido retiro de un convento de Visitandinas erguido en el centro de Francia, en las márgenes de un río de límpidas y tranquilas aguas.
Fiel reproducción arquitectónica de la célebre abadía de Cluny, el monasterio de Paray-le-Monial fue construido en el siglo XII y hasta el día de hoy causa admiración por la grandiosa armonía de sus proporciones, la sobriedad y equilibrio de sus torres, la fuerza y altanería de su campanario octagonal. En el interior, la policromada maravilla de los vitrales que, tocados por el sol, difunden entre paredes de piedra y elegantes columnas romanas, una claridad propia a la oración y a la meditación.
En el siglo XVII, este ambiente de fe y austeridad era habitado por las religiosas de la Orden de la Visitación, fundada por San Francisco de Sales y Santa Juana de Chantal. Ahora bien, según deseo expreso de su Padre y Fundador, esas monjas eran muy devotas del Sagrado Corazón de Jesús y, de modo particular la Hermana Margarita María Alacoque. Hacia ello la movían la riqueza de sus virtudes, el entrañable fervor de una vida de oración que la unían cada vez más al Divino Maestro, así como también el hecho de ser favorecida por diversas visiones en las cuales Nuestro Señor le iba revelando poco a poco, los infinitos tesoros de su amor para con los hombres.
Entre esas apariciones se destacan cuatro por la importancia de las palabras y promesas que encierran. La primera de ellas sucedió el día 27 de Diciembre de 1673, fiesta de San Juan Evangelista. La fiesta parece haber sido escogida con cuidado por la Providencia, a fin de conferir a esa visión un significado especial.
Se encontraba la Hermana Margarita María en la capilla del convento, arrodillada junto a la reja del coro y en profunda adoración al Santísimo Sacramento, expuesto sobre el altar mayor. Súbitamente, se sintió asumida por esa divina presencia, de manera tan fuerte, que se olvidó de todo el resto, del tiempo y del lugar donde estaba, no viendo sino al Espíritu que había envuelto y cautivado su alma. Arrebatada así en éxtasis, oyó a Nuestro Señor que la convidaba para tomar a su lado el lugar que San Juan había ocupado en la Última Cena.
En su autobiografía, hecha por obediencia a sus superiores, la Hermana Margarita María describe el desarrollo de esa extraordinaria aparición:
“Jesús me hizo reposar largamente sobre su pecho, desvendándome las maravillas de su amor y los in- sondables secretos de su Sagrado Corazón. Lo hizo de manera tan efectiva y sensible, que no me dejó posibilidad alguna de duda. Me dijo: “Mi divino Corazón se encuentra tan repleto de amor por los hombres, y por ti en particular, que no pudiendo contener más las llamaradas de su ardiente caridad, se siente forzado a difundirlas por tu intermedio. Es menester que se manifieste a los hombres, para enriquecerlos con esos preciosos tesoros que te revelo, portadores de gracias santificantes y salvadoras, necesarias para rescatarlos de las vías de la perdición. Y Yo te escogí a ti, abismo de indignidad y de ignorancia, para la realización de ese gran designio, a fin de que todos vean de modo claro que todo esto es hecho por Mi”.
Bajo el influjo de esta visión, la Hermana Margarita María penetró más a fondo que nunca en los misterios del Sagrado Corazón de Jesús, manifestados a ella en anteriores apariciones, por así decir preparatorias de las grandes revelaciones que ahora comenzaban. Sobrepasando a las otras en importancia, la del día 27 de Diciembre de 1673 se daba en provecho de la Iglesia y de la humanidad entera. En este día Nuestro Señor apareció a la santa vidente, menos para consolarla e instruirla, que para encargarla de presentar al mundo los tesoros de misericordia y de gracias acumulados en su Sagrado Corazón.
El Maestro habló, y tan claramente, que la discípula no pudo dudar de la autenticidad de la orden que le era dada. Y santa Margarita María no que retrocedería delante de ningún obstáculo y sacrificio para obedecer la divina intimación.
A pesar de ello, en ese contacto tan luminoso y capital Nuestro Señor no le dijo todo aún a su amada sierva. “La gran dádiva que entonces me concedió -observa ella- no fue sino el fundamento de todas las que aún habría de otorgarme”.
Varias semanas pasaron desde la primera gran revelación hasta que se diese la segunda, cuya fecha no se puede determinar con exactitud.
Hay motivos para suponer que aconteció un día viernes, en el inicio de 1674. En carta dirigida a uno de sus confesores y biógrafos -el Padre Croiset- Sor Margarita María le habla en los siguientes términos de esa nueva aparición:
“Ese divino Corazón me fue presentado como sobre un trono de llamas, más resplandeciente que un sol y transparente como un cristal, con la llaga adorable bien visible y todo él circundado por una corona de espinas, significando las heridas que nuestros pecados le infligían. En la parte de arriba estaba una cruz, dando a entender que ella había sido plantada en él desde el primer instante en que fue formado (en las entrañas inmaculadas de María), y que a partir de entonces, estuvo lleno de todas las amarguras que le causarían, las humillaciones, dolores y desprecios sufridos por su humanidad santísima a lo largo de su vida y de su pasión.
Él me hizo ver que su ardiente deseo de ser amado por los hombres, y de sacarlos de la vía de la perdición en la cual Satanás los precipitó, lo llevó a formar ese designio de manifestar al mundo su Corazón, con todos los tesoros de amor, de misericordias, de gracias, de salvación y santificación en Él contenidos. Y a aquellos que procurasen amarlo, honrarlo y glorificarlo plenamente, Él los enrique- cería con la profusión y abundancia de esos divinos tesoros de su Corazón.
Enseguida, la santa vidente señala la necesidad de venerarse al Sagrado Corazón bajo la forma de una imagen que reprodujese la figura presentada a ella en esta aparición. Y concluyó:
“En todos los lugares donde esa imagen fuere expuesta y venerada, Nuestro Señor difundirá sus gracias y bendiciones, como un último esfuerzo de su amor en beneficio de los hombres… rescatándolos de la tiranía de Satanás y colocándolos bajo la dulce libertad del imperio de su amor, que Él quiere establecer en el alma de todos aquellos que procuren abrazar la devoción a su Sagrado Corazón.
En esta segunda aparición, reiterando los llamamientos que ya hiciera en la primera, Nuestro Señor muestra la grandeza de su amor por nosotros, reflejada en las gracias que Él tanto desea concedernos, así como en la magnitud de los sufrimientos que se dispuso a padecer por los hombres desde el primer instante de su Encarnación. De nuestra parte, espera que nosotros le retribuyamos este amor y promete sus bendiciones a quienes lo honraren y veneraren su imagen.
Esa ardiente caridad de un Dios con relación a sus débiles criaturas habría de manifestarse más intensa y conmovedoramente en la siguiente aparición.
La fecha de la tercera visión, es como la de la segunda, también incierta. En sus escritos, Sor Margarita María dice solamente que en ese día “el Santísimo Sacramento estaba expuesto” y parece insinuar que se trata de un viernes. De ahí la conjetura de que el hecho se dio a comienzos de junio de 1674, en la octava de Corpus Christi. Sea como fuere, he ahí el relato de la santa vidente:
“Una vez delante del Santísimo expuesto, y después de sentirme inmersa en un profundo recogimiento, mi dulce Maestro Jesucristo se aproximó de mí, reluciente de gloria, con sus cinco llagas brillantes como otros tantos soles. De todas partes de esa humanidad sagrada brotaban llamas, sobre todo de su admirable pecho, que parecía un horno. Abriéndose, me descubrió su amantísimo Corazón, fuente viva de esas llamaradas. Entonces me fueron reveladas las maravillas inexplicables de su amor purísimo y los excesos a que éste llegó en provecho de los hombres, recibiendo a cambio sólo ingratitudes y menosprecios. Jesús me dijo:
“Esa ingratitud me es más penosa que todos los sufrimientos que padecí en mi Pasión. Si en algo me retribuyesen ese amor, Yo tomaría como poco todo lo que hice por los hombres y estaría dispuesto a hacer más aún, si fuese posible. En ellos, entre tanto, sólo encuentro frialdades y rechazos delante de mis desvelos y bondades. Tú, al menos, alíviame supliendo la ingratitud de ellos en toda la medida que fueres capaz.”
Confesando entonces su indignidad y flaqueza, Sor Margarita María suplica al Divino Redentor que tenga compasión de su miseria y oyó de Él como respuesta: “Yo seré tu fuerza, ¡no temas! Queda sin embargo atenta a mi voz y a lo que te pido para cumplir mis designios. En primer lugar, me recibirás en el Santísimo Sacramento siempre que lo permitiere la obediencia, y deberás aceptar algunas mortificaciones y humillaciones como pruebas de mi amor. Además, comulgarás en los primeros viernes de cada mes y en todas las noches de jueves para viernes te haré participar de la tristeza mortal que se abatió sobre Mí en el Huerto de los Olivos. Para acompañarme en esa humilde oración que entonces presenté a mi Padre, te levantarás entre las once y la media noche, postrándote durante una hora conmigo, tanto para aplacar la cólera divina, pidiendo misericordia para los pecadores, como para suavizar en algo la amargura que sentí cuando me vi abandonado por mis apóstoles. Durante esta hora harás lo que Yo te indicare.”
En ese conmovedor y grave coloquio que mantuvo con su confidente, Nuestro Señor hace oír la queja secreta de su Corazón: ¡Él ama tanto a los hombres, y por éstos es tan poco amado! Y pide una reparación de amor que se traduzca en actos externos y fervorosos, como la comunión frecuente, la recepción de la Eucaristía en los primeros viernes de cada mes y la Hora Santa.
Sin embargo, el ciclo de las grandes revelaciones aún no estaba completo. Faltaba algo por ser dicho, para que el culto al Sagrado Corazón de Jesús tuviese su pleno florecimiento en la piedad cristiana.
La fecha de la cuarta aparición es más conocida que la de las dos precedentes, aunque no pueda ser fijada con toda seguridad. La santa religiosa se limita a decirnos que fue en un día de la octava de Corpus Christi de 1675. Ahora bien, se sabe que en aquel año tal fiesta cayó el 13 de junio, lo que sitúa la visión entre los días 13 y 20 del referido mes.
De ésta, que puede ser considerada la más importante de todas las revelaciones, nos dejó la elegida del Señor el siguiente relato:
Estando cierta vez delante del Santísimo Sacramento, en un día de su octava, recibí de Dios gracias excesivas de su amor y me sentí estimulada por el deseo de retribución, de pagarle amor por amor. Él me dijo: “Tú me darás mayor prueba de tu amor, haciendo lo que ya te pedí innumerables veces”. Entonces, descubriéndome su divino Corazón, agregó: He aquí el Corazón que tanto amó a los hombres, no ahorrando nada hasta agolarse y consumirse para testimoniarles su amor. En reconocimiento, sólo recibo ingratitudes de la mayor parte: por sus irreverencias y sacrilegios, por las frialdades y desprecios que ellos tienen por Mí en ese Sacramento de amor. Sin embargo, lo que más me hiere es el hecho de que así proceden corazones que me son consagrados.
Por esto, te pido que el primer viernes después de la octava del Santísimo Sacramento sea dedicada a una fiesta especial para honrar mi Corazón: comulgando en ese día y prestando a Él una solemne reparación, a fin de desagraviarlo por las indignidades que recibe cuando está expuesto sobre los al- tares. Yo te prometo también que mi Corazón se dilatará para difundir con abundancia los influjos de su divino amor sobre aquellos que le prestaren esta honra y se empeñen en que le sea tributada”.
Insistiendo en la necesidad de ser retribuido en su infinito amor hacia los hombres y de ser desagraviado por las incesantes ingratitudes que de ellos recibe, Nuestro Señor entregaba así a Santa Margarita María los secretos y anhelos más recón ditos de su adorable Corazón.