Introducción:
Dediquemos nuestra devoción de la Comunión Reparadora del Primer Sábado, pedido por Nuestra Señora en Fátima, a considerar el 3er Misterio Gozoso: El Nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo en Belén. En el despojo de una gruta vino al mundo Aquel “a quienes los cielos no pueden contener”, el mismo Hijo de Dios, nueve meses después de encarnarse en el vientre inmaculado de la Virgen María. Él vino para rescatarnos del pecado y abrirnos nuevamente las puertas de la bienaventuranza eterna. A diferencia de aquellos que negaron cobijo para que Jesús naciese, no cerremos nunca las puertas de nuestro corazón para las gracias y los dones de salvación que nos concede el Salvador.
Composición de lugar:
Imaginemos el interior de aquel establo abierto en una cueva en las montañas de Belén. María y José acaban de entrar allí y observan, al mismo tiempo resignados y perplejos, la pobreza del lugar donde el Rey del Cielo está a punto de nacer. José prepara el tosco pesebre, forrándolo con un poco de paja, mientras Nuestra Señora dispone los pañales con que envolverá a su divino Hijo. En cierto momento, aquel interior rústico es inundado de una luz espléndida, una sinfonía angélica envuelve todo el ambiente: “Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres por Él amados”.
Oración preparatoria:
¡Oh! Santísima Virgen de Fátima, gloriosa Madre de Dios y nuestra, Vos que disteis al Redentor a este mundo en la noche bendita de Navidad, alcanzadnos de Él las gracias y las disposiciones de alma necesarias para meditar bien el precioso misterio de su Nacimiento en la Gruta de Belén. Que bajo vuestra protección y amparo recojamos de estas consideraciones todos los frutos de piedad y santificación que la venida de tu Divino Hijo trajo a toda la humanidad y para que cada uno de nosotros en particular. Así sea.
San Lucas (2, 6-12)
“Y sucedió que, mientras estaban allí, le llegó a ella el tiempo del parto y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo recostó en un pesebre, porque no había sitio para ellos en la posada. En aquella misma región había unos pastores que pasaban la noche al aire libre, velando por turno su rebaño. De repente un ángel del Señor se les presentó; la gloria del Señor los envolvió de claridad, y se llenaron de gran temor. El ángel les dijo: «No temáis, os anuncio una buena noticia que será de gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor. Y aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre».
I –QUE HAYA LUGAR PARA CRISTO EN NUESTROS CORAZONES
Llegó el día en que María debía dar a luz a su hijo primogénito. Lo envolvió en pañales y lo recostó en un pesebre, ya que no había lugar para ellos en la posada. Estas frases, dice el Papa Benedicto XVI, nunca dejan de tocarnos el corazón. Llegó el momento en que el Ángel había anunciado en Nazaret: “Darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo”.
1- La humanidad no tenía lugar para Dios
Ha llegado el momento que Israel esperaba durante muchos siglos, de alguna manera el momento esperado por toda la humanidad en el que Dios vendría a cuidarnos, el mundo se salvaría y todo sería renovado. Podemos imaginar con cuánta vida interior, con cuánto amor, María se preparó para esa hora. La breve mención del Evangelio: “lo envolvió en pañales y lo recostó en un pesebre”, nos permite intuir algo de la santa alegría y del celo silencioso de tal preparación. Los pañales estaban prontos para que el Niño pudiese ser bien recibido. En la posada, sin embargo, no había sitio. De algún modo la humanidad espera el advenimiento de Cristo, pero cuando llega este momento no tiene lugar para Él. Los hombres están tan ocupados consigo mismos, sienten una necesidad tan imperiosa de todo el espacio y de todo el tiempo que sus propias cosas, que ya no les queda nada para los demás, ni siquiera para Dios.
2- Vino a los suyos y no lo acogieron
San Juan, en su Evangelio, parece interpretar las breves noticias de San Lucas sobre la situación de Belén, y por eso afirma que Jesús “vino a los suyos y los suyos no lo recibieron”. Esto se aplica en primer lugar a Belén: el Hijo de David llega a su ciudad, pero tiene que nacer en un establo, porque no hay lugar para Él en la posada.
Después se aplica a Israel: el enviado llega hasta los suyos y estos no lo quieren. En realidad, se aplica a toda la humanidad: Aquel por quien el mundo fue hecho, el Verbo creador entra en el mundo, pero no es escuchado, no es bienvenido.
En último análisis, advierte el Papa Benedicto XVI, estas palabras se aplican a nosotros, a cada individuo y a la sociedad en su conjunto. ¿Tenemos tiempo y espacio para Dios? ¿Puede entrar en nuestras vidas? ¿Siempre encuentra un lugar en nuestros corazones y pensamientos? ¿O somos tan egoístas y egocéntricos que sólo tenemos pensamientos centrados en nosotros mismos y los espacios de nuestra vida son ocupados únicamente con nuestras preocupaciones terrenas e inmediatas? ¿Tenemos ojos para nuestro prójimo que, no pocas veces, necesita nuestra ayuda, nuestro cariño, una palabra de consuelo y de apoyo? ¿Practico realmente el amor a Dios y al prójimo, que son esenciales en la existencia de un verdadero cristiano?
II –ESPEJOS DE LA LUZ DE CRISTO PARA EL MUNDO
Afortunadamente, en el nacimiento de Jesús no sólo encontramos circunstancias y actitudes de rechazo e ingratitud. Así como en San Lucas encontramos el amor de María y la fidelidad de San José, la vigilancia de los pastores y su gran alegría al adorar al Niño Dios, así como encontramos en San Mateo la visita y adoración de los Reyes Magos que vinieron de muy lejos; así también San Juan nos dice: “Pero a cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre.” (Jn, 1,12).
1- Quienes ven la Luz y la transmiten
De hecho, hay quienes lo acogen, y así, desde María, José y los pastores en la Gruta de Belén, crece silenciosamente la nueva humanidad abierta a la salvación que trae el Divino Infante. Sobre todo, la Navidad de Jesús nos lleva a contemplar a un Dios que no se deja separar de su pueblo ni ponerse fuera de la convivencia humana. Encuentra su espacio, aunque sea desde un establo, donde los justos ven su luz y la transmiten. Y así, como en el pasado, hoy, a través de la palabra del Evangelio y de la sagrada liturgia, la luz del Redentor entra en nuestras vidas y brilla ante nuestros ojos. Seamos pastores o sabios, la luz y el mensaje de Cristo nos invita a salir de la mezquindad de nuestros deseos e intereses, para encontrarnos con el Señor y adorarlo.
Seamos también espejos de la luz de Cristo para el mundo, con el ejemplo de una vida motivada por las virtudes cristianas y el deseo de santidad.
2- La humanidad amada por Él
Algunas representaciones del Pesebre nos muestran el establo de Belén como si se tratara de las ruinas de un palacio. Este modo de concebir la cueva donde nació Jesús expresa algo de la verdad que se esconde en el misterio de la Navidad. Cuando el Hijo de Dios vino al mundo, el trono de David estaba vacío. El descendiente de la antigua realeza de Israel es José, un simple carpintero. Por lo tanto, en la realidad el “palacio” se convirtió en una ruina y un establo. Y es este corral, en aquel Niño envuelto en pañales y colocado en un pesebre, comenzó de nuevo la verdadera realeza del Pueblo Elegido.
El nuevo trono, desde el cual este Rey atraerá al mundo hacía sí, es la Cruz. El poder que proviene de la Cruz, el poder de la bondad que se da: tal es la verdadera realeza. El corral se convierte en palacio: es precisamente desde este comienzo que Jesús constituye la nueva humanidad, que será redimida por Él en lo alto del Calvario, en el trono de la Cruz.
La misma humanidad cantada por los Ángeles de Belén, formada por personas de buena voluntad, inclinadas a la voluntad divina y especialmente amadas por Dios.
III – EL CIELO VINO A LA TIERRA
San Gregoria de Nisa, en sus homilías de Navidad, al comentar el pasaje del Evangelio de San Juan: “Y el Verbo de Dios se hizo carne y habitó entre nosotros”, destaca que la presencia del Dios encarnado con sus criaturas renueva el universo entero, hasta ahora herido y desfigurado por el pecado de nuestros primeros padres.
1- En la Navidad, la creación recuperó su belleza y dignidad
Así, cuando Jesús nació en la Gruta de Belén, no reconstruyó un palacio cualquiera. Vino a restituir a la creación su belleza y dignidad. Esta renovación comenzó en Navidad y regocijó a los Ángeles, quienes cantaron su cántico de gloria. La voluntad divina armonizó con la voluntad humana, y en esta armonía entre la voluntad humana y la voluntad divina, la realidad celestial y la realidad terrenal se unieron. Por tanto, dice el Papa Benedicto XVI, la Navidad es una fiesta de la creación reconstruida. Es en este contexto que los Padres interpretan el canto de los Ángeles en la Nochebuena: es la expresión de alegría por el hecho de que el cielo y la tierra están nuevamente unidos; del hombre estar nuevamente unido a Dios.
2- Toquemos la humildad y el corazón de Dios
Sí, en la Gruta de Belén el Cielo vino a la tierra y ambos se tocaron. Por eso, de esta Gruta emana luz y alegría para todos los tiempos. En la Nochebuena, comenta Benedicto XVI, el corazón de Dios se inclinó desde el cielo hacia el establo de Belén, donde el Rey eterno se vistió de insondable humildad. Y el Pontífice añade: “Si encontramos esta humildad, entonces tocamos el Cielo, entonces tocamos el corazón de Dios. Seamos también nosotros humildes, como lo fueron los pastores, y, en Nochebuena, acudamos al Niño en el pesebre. ¡Toquemos la humildad de Dios, toquemos el corazón de Dios! Entonces su alegría nos conmoverá y hará que el mundo sea más luminoso”.
CONCLUSIÓN
Al concluir esta meditación, dirijamos nuestros pensamientos a la excelsa Madre de Dios, Santa María. Predestinada desde toda la eternidad a concebir y dar al Salvador al mundo, fue Ella quien primero lo acogió en su seno virginal y lo llevó consigo durante nueve meses, como en un tabernáculo preciosísimo, hasta el momento bendito en la Gruta de Belén. Pensemos en San José, perfecto esposo y padre adoptivo, atento y consagrado al servicio del Hijo de Dios, para cuyo nacimiento no escatimó esfuerzos ni diligencia a su alcance para ofrecerle lo necesario para el cumplimiento de su misión redentora.
Pidamos a Nuestra Señora y a San José que nos concedan la gracia de ser también espejos de la Luz de Cristo para el mundo, para nuestros semejantes, especialmente para los más cercanos a nosotros. Que ambos, celosos y amorosos Padres del Verbo Encarnado, nos ayuden a acogerlo siempre en nuestro corazón, particularmente recibiéndolo en la Sagrada Eucaristía.
Y que, en esta Santa Navidad, nuestro mejor regalo para el Niño Dios sean nuestros propósitos de crecer en el amor a Él, por el camino del bien, la virtud y la santidad. Que María y José nos protejan para responder plenamente a nuestra vocación cristiana.
Con la plena confianza de hijos, acudamos a la Señora de Fátima y orémosle fervientemente:
Dios te salve, Reina y Madre…
Referencias bibliográficas
Basado en:
Santo Afonso Maria de Ligório, Meditações para todos os dias e festas do ano, Friburgo, Herder & Cia, 1921.
Papa Bento XVI, Homilia na Santa Missa de Natal, 25 de dezembro de 2007.