Introducción:
Realicemos nuestra devoción del Primer Sábado, meditando hoy en el 4to Misterio Gozoso: La presentación del Niño Jesús en el Templo y la purificación de Nuestra Señora. Aún recién nacido, por manos de María Nuestro Señor es ofrecido al Padre Eterno en nombre de todo el género humano, para la remisión de nuestros pecados. Entre todos los sacrificios realizados en el templo de Jerusalén, este fue sin duda el que más agradó a Dios.
Composición de lugar:
Imaginemos a Nuestra Señora, acompañada de San José, cargando al Niño
Jesús en su regazo y entrando al Templo de Jerusalén. San José trae consigo una canasta que contiene dos palomas. La santa pareja atraviesa los grandes edificios del templo, entre altas y gruesas columnas, hasta llegar al lugar donde un anciano sacerdote –el santo Simeón– los espera para acoger en sus brazos al pequeño Redentor y presentarlo a Dios.
Oración preparatoria:
¡Oh! Madre y Reina de Fátima, meditemos juntos este magnífico misterio de la
Presentación de Tu Divino Hijo y de tu Purificación en el Templo, y pidamos que nuestra inteligencia sea iluminada por los dones del Espíritu Santo y que nuestro corazón, por tu intercesión, sé fortalecido por Él. Pedimos gracia para aprovechar las lecciones reveladas por tu divino Hijo en este misterio, como Luz para iluminar a las naciones. ¡Así sea!
San Lucas (2,22-35)
“22 Cuando se cumplieron los días de su purificación, según la ley de Moisés, lo llevaron a Jerusalén para presentarlo al Señor, 23 de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: «Todo varón primogénito será consagrado al Señor», 24 y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: «un par de tórtolas o dos
pichones». 25 Había entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo estaba con él. 26 Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. 27 impulsado por el Espíritu, fue al templo. Y cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo acostumbrado según la ley, 28 Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: 29 «Ahora, Señor, según tu promesa, | puedes dejar a tu siervo irse en paz. 30 Porque mis ojos han visto a tu Salvador, 31 a quien has presentado ante todos los pueblos: 32 luz para alumbrar a las naciones | y gloria de tu pueblo Israel. 33 Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño. 34 Simeón los bendijo y dijo a María, su madre: «Este ha sido puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; y será como un signo de contradicción 35 —y a ti misma una espada te traspasará el alma—, para que se pongan de manifiesto los pensamientos de muchos corazones».”
I –EL SACRIFICIO MÁS AGRADABLE A DIOS
Cuando llegó el momento en que María Santísima, según la Ley, debía ir al
Templo para su purificación y presentar a su Hijo Jesús al Divino Padre, emprendió sin demora su camino acompañada de San José. El patriarca lleva las dos palomas para la ofrenda y María toma a su Hijo, el Cordero de Dios, para ofrecerlo al Altísimo, preludio del gran sacrificio que un día realizaría este Hijo en la Cruz. El Templo de Jerusalén, en todo su esplendor, nunca había acogido a alguien más importante: ¡el mismo Niño Creador, en los brazos de su Madre, para ser ofrecido al Padre! A pesar de ser aún tan niño, Jesús tiene pleno uso de razón y, por eso, su emoción fue grande al cruzar el portal de aquel edificio sagrado. La emoción tanto mayor cuanto que su Sagrado Corazón ya ardía en el deseo de ofrecerse como víctima expiatoria, para la remisión de nuestros pecados.
1- El Niño Jesús se ofrece al Padre por amor a la humanidad
Contemplemos cómo María entra al Templo y, en nombre de todo el género
humano, hace la oblación de su Hijo, diciendo a Dios: “He aquí, oh, Padre Eterno, tu amado unigénito, que es tuyo y también hijo mío. Os ofrezco como víctima de vuestra divina justicia, para reconciliaros con los pecadores. Acéptalo, oh, Dios de misericordia y ten piedad de nuestras miserias. Por amor de este Cordero inmaculado, recibe a los hombres en tu gracia”. Al ofrecimiento de María se unió también el del propio Jesús quien, a su vez,
dijo al Señor: “Aquí estoy, oh, Padre mío, te consagro toda mi vida. Me enviaste al mundo para redimir a la humanidad con mi sangre. Aquí está mi sangre y todo mi ser. Me ofrezco todo a Ti para la salvación del mundo”.
2- Gloria y satisfacción infinitas dadas a Dios
Nunca ningún sacrificio ha sido tan agradable a Dios como el que le hizo su
amado Hijo, desde Niño ya víctima y sacerdote. Si todos los hombres y todos los ángeles hubieran sacrificado su propia existencia, su ofrenda combinada
ciertamente no sería tan agradable a Dios como la de Jesucristo, ya que en esa sola ofrenda el Padre Eterno recibió infinita gloria e infinita satisfacción.
3- Aplicación a nuestra vida concreta
Aquí tenemos una primera lección que extraer de este misterio gozoso: si
Jesucristo ofreció su vida al Padre por amor a nosotros, es justo que también
nosotros le ofrezcamos nuestra vida y todo nuestro ser. Esto es lo que Jesús quiere de nosotros, como indicó a santa Ángela de Foligno, cuando le dijo: “Me ofrecí por ti, para que tú pudieras ofrecerte todo a mí”.
Ofrezcamos entonces a Dios, a través de las oraciones de María Santísima,
nuestro deseo de ser santos, renunciando a nuestros apegos terrenales y a nuestras malas inclinaciones, combatiendo nuestros defectos y debilidades. Pidamos a Nuestra Señora que nos conceda la gracia de presentar a Dios un corazón contrito, humillado y purificado.
II –IMITEMOS AL SANTO SIMEÓN
La ofrenda del Niño Jesús al Padre Eterno se hizo oficial cuando Simeón,
representante del pueblo judío, tomó al Cristo en sus brazos para entregarlo al
Padre.
1- Cristo se entrega en brazos de todas las almas fieles
Ante esta escena inmortalizada en el Evangelio, un santo autor comenta que
Nuestro Señor Jesucristo no sólo se ofrece aquí como ofrenda al Padre Eterno, sino que, además, por manos de la Virgen, es entregado hoy en los brazos de la Iglesia. y de todas las almas fieles, cuyo agente fue San Simeón, que representa la persona de la Iglesia. María nos dio lo mejor que tenía, que era este tesoro celestial, para nuestra medicina. Y nos lo entregó en brazos del santo Simeón, hombre humilde y temeroso del Señor, que esperaba ansiosamente la salvación de Israel. Aprendamos, por tanto, en la escuela del Niño Jesús cómo, siendo Dios tan alto, le agradan los corazones humildes en el Cielo y en la Tierra.
2- Imitemos al santo Simeón en nuestra relación con Jesús
Así como a Simeón se le prometió ver el Verbo Encarnado, a nosotros también
se nos prometió ver a Jesús. Para que esto suceda es necesario imitar a Simeón, ser justos, temer a Dios y esperar contra toda esperanza en medio de nuestros sufrimientos y pruebas. Sin embargo, recibimos más que Simeón, porque en el momento de la Comunión nuestra unión con Cristo es mucho más íntima que el encuentro que el santo sacerdote tuvo con Él en el Templo de Jerusalén. Consideremos, entonces, cómo han sido nuestras Comuniones: ¿Cuántas veces nos hemos acercado a Jesús en la Eucaristía y con qué disposiciones del alma lo recibimos? Que Simeón nos obtenga la gracia de comulgar diariamente como a él mismo le hubiera gustado hacerlo.
III – LA GRAN LECCIÓN DE MARÍA SANTÍSIMA
Como nos enseñan los doctores de la Iglesia, ni Jesús ni María estaban
obligados a cumplir las leyes de presentación y purificación. Sin embargo, las
obedecieron porque tenían devoción a la ley de Dios y para enseñarnos cuán
perfectamente debemos cumplir con esta misma ley.
1- Sumisión a la voluntad de Dios
Nuestra Señora es concebida sin pecado original, llena de gracia y, por tanto,
no tiene nada de qué purificarse. Sin embargo, se sometió a la Purificación para darnos ejemplo de cómo debemos seguir los mandamientos de la Santa Iglesia con amor y cuidado. Jesús es Dios mismo y no necesitaba ofrecerse. Pero también lo hizo para darnos la gran lección de humildad y sumisión a la voluntad del Señor.
A nosotros nos corresponde, pues, seguir el ejemplo luminoso de María y de Jesús: tomemos en serio las leyes divinas, porque si las leyes de los hombres deben cumplirse exactamente, mucho más las de Dios. Y estas han quedado grabadas en nuestros corazones desde el momento en que nuestras almas fueron creadas.
2. Amemos las cruces que nos envía Dios
Consideremos finalmente lo que el santo Simeón profetizó sobre Nuestra
Señora, cuando le dijo que una espada traspasaría su Inmaculado Corazón de Madre. Se refería al amargo dolor que sufriría María durante la Pasión de Cristo. Ella es la Corredentora del género humano y conoció todo lo que debía sufrir – en unión con su Divino Hijo – por la salvación del mundo. Ella es la Reina de los Mártires y, desde la Anunciación, sufrirá con Cristo, por Cristo y en Cristo. Esta es otra gran lección que Nuestra Señora nos ofrece en este 4º Misterio Gozoso, invitándonos a darle carácter de holocausto a los dolores que la Providencia nos permite a lo largo de nuestra vida. Tengamos amor por las cruces que nos convienen, uniéndonos a Jesús y María en esta gran escena de la Presentación.
Súplica Final
Oh, gloriosa Virgen de Fátima, María Santísima, que ofreciste a tu Divino Hijo
en el Templo para nuestra salvación, te suplico que presentes también mi alma y todo mi ser a Dios, pidiéndole que los purifique de todas sus imperfecciones y miserias, haciéndome así digno de adorarlo y contemplarlo por toda la eternidad, junto contigo y el glorioso San José. Dios te salve, Reina y Madre…
Referencias bibliográficas
Basado en: Santo Afonso Maria de Ligório, volume I, Editora Herder e Cia., Friburgo, Alemanha, 1922. Mons. João Clá Dias, Comentário ao Evangelho da Festa da Apresentação, in O Inédito sobre os Evangelhos, volume 7.