CABALLEROS DE LA VIRGEN

Artículos

Moral…, ¿manipulada?

En el mundo de ayer, nos acostumbramos al hecho de que los ordenadores lograron imitar paulatinamente todo lo que poseemos: copiaron nuestra lógica, ganaron más memoria, multiplicaron su capacidad de procesamiento en lugar de nuestra inteligencia; adquirieron cámaras en lugar de ojos, micrófonos en lugar de oídos, altavoces en lugar de boca… Podría decirse que el hombre ha servido de modelo para muchos inventos técnicos y que, a su vez, los técnicos también han buscado reproducir mediante la informática casi todas las actividades humanas.
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Total entrega a la Santa Iglesia

Suele decirse en teología que «la gracia no suprime la naturaleza, sino que la perfecciona».1 En efecto, hay un fenómeno curioso en los campos natural y sobrenatural: en general, el ser humano es creado por Dios con una serie de aptitudes que constituyen una forma ya pronta para recibir la gracia que Él mismo dará más tarde, de modo que el alma esté predispuesta a caminar en la dirección designada por la Providencia.
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Sed de almas

Conociendo perfectamente el origen de esa crisis, traté sobre eso con algunos miembros del Grupo en conversaciones personales más que en reuniones colectivas, porque en estas, aquellos a quienes incumbía prestar atención, no lo hacían.
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Mediador entre Dios y los hombres

El género humano ha experimentado siempre la necesidad de tener sacerdotes, es decir, hombres que por la misión oficial que se les daba, fuesen medianeros entre Dios y los hombres, y consagrados de lleno a esta mediación, hiciesen de ella la ocupación de toda su vida. […]
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¿Somos todos sacerdotes?

San Pedro afirma en su primera epístola que los bautizados constituyen «un linaje elegido, un sacerdocio real» (2, 9). Este sacerdocio común a todos los fieles exige que nos consagremos al servicio del Señor y de la Iglesia, ya que nos hace aptos para «ofrecer sacrificios espirituales agradables a Dios por medio de Jesucristo» (2, 5). Se trata, pues, de un compromiso de santidad personal y de apostolado, que anuncia al Señor mediante las buenas obras de una vida cristiana coherente, adornada con sacrificios y fortalecida por la frecuentación de los sacramentos.
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