A la procura de lo bello y de lo súper-bello

Publicado el 06/09/2023

En sus obras, Claude Lorrain compone lo bello e introduce lo súper-bello. Para eso, capta los “flashes” de los estados más bonitos de la naturaleza y los fija en el lienzo. Sin embargo, al pintar un paisaje no se limita a retratarlo como es, sino como él lo imagina.

Plinio Corrêa de Oliveira

Van a ser consideradas fotografías de cuadros de un pintor de origen lorenés, pero que pintó Italia y se hizo sobre todo célebre en Inglaterra. Su nombre es francés: Claude Lorrain1. Los cuadros corresponden al deseo de lo maravilloso que ilustraba el Ancien Régime2.

Flashes de los estados más bellos de la naturaleza

En los cuadros hay dos datos que nos interesa realzar.

En primer lugar, el modo elaborado y cultural de presentar la naturaleza, por donde queda vista en sus aspectos huidizos más bellos. Toma por así decir “flashes” de los estados más bellos de la naturaleza y los fija en el lienzo. Además, tiene la siguiente posición que es muy criticada por los modernos: componer lo bello. Es decir, al pintar un paisaje, no lo retrata como es, sino como él lo imagina. Pinta, por ejemplo, un golfo real, pero figura en el golfo una isla que no existe. Y en la isla, un castillo que tampoco existe. Y esto para poner dentro de lo bello lo súper-bello.

¿Cuál es la crítica que los modernos hacen a eso? Que no es real, las cosas no pasan así y se debe pintar la realidad. Sin embargo, ellos pintan en el lienzo a hombres monstruosos que gracias a Dios no existen, pero los partidarios de ese tipo de arte no llaman a eso “irrealismo”, sino surrealismo. Es decir, para ellos eso no sólo es la realidad, sino la súper-realidad. Ahora bien, ya se podría impugnar el título: ¿la súper-realidad es real o es la irrealidad? Además, algo que es la súper-realidad debería ser algo más bello que la realidad, y no lo monstruoso, que corresponde a la sub-realidad. Hay, por lo tanto, una inversión completa de conceptos y de valores.

Me parece que, en esta época de polución del aire, de la mente y del sentido estético, los cuadros de Claude Lorrain presentan algo muy formativo en este sentido, con las restricciones que se deben hacer a las cosas del Ancien Régime.

Ruinas que causan la impresión de que han sido hechas de piedras preciosas

En el primer cuadro tenemos un paisaje muy mezclado: es una especie de medio término entre el campo y la ciudad.

Para comprender mejor la belleza de esta obra de arte, es preciso haber tomado el gusto de las ruinas y ponerse en la perspectiva de lo bello típicamente italiano. Algunos de los monumentos están de tal manera en ruinas que las piedras de la parte de encima cayeron, y en su lugar nació una pequeña vegetación que no adorna ni un poco. En medio de todo eso están los campesinos divirtiéndose, conversando.

Noten, no obstante, un árbol de una forma hasta un poco extravagante, pero con una vegetación bonita, tupida; tiene una estampa muy noble y sus ramas cuelgan con mucha dignidad y distinción. Es, por así decir, un árbol muy cortesano.

Las columnas, a pesar de que constituyen ruinas, están bien conservadas, y sobre ellas incide una luz muy bonita iluminándolas con distinción, de manera que casi se tiene la impresión de que son de piedras preciosas o revestidas de alguna seda.

La ruina de un monumento, con tres columnas y un frontón encima, es muy bonita también. Esas columnas son esbeltas, distinguidas, nobles. Los arcos sólidos, vigorosos, hacen pensar en los desfiles de las legiones romanas victoriosas, que venían trayendo millares de vencidos de guerra, encadenados y que iban a ser llevados al Capitolio para la ceremonia fastuosa y terrible del triunfo romano, en la cual el rey adversario sería muerto. Venía a pie encadenado como un esclavo, para ser ejecutado en el Capitolio.

Belleza especial en apreciar el pasado

Se ve también un edificio romano abandonado, pero que conserva todas las columnas de su fachada aún de pie. Al lado, un caserío modesto, popular. Más adelante, una iglesia católica en estilo románico que debe datar de antes de la Edad Media, o tal vez de un poco después, quizás sea del Renacimiento, con una torre, teniendo en torno un convento o un caserío.

Los hombres de aquel tiempo pensaban que hay una belleza especial en apreciar el pasado, habiendo transcurrido encima el curso de los siglos. De manera que, sobre toda la grandeza y la desgracia del Imperio Romano, habían pasado siglos y siglos de abandono, de desmantelamiento, dejando ver, al mismo tiempo, la magnitud y lo efímero de las cosas de esta Tierra.

Entonces, las personas se ponían a pensar, rememorando hechos, haciendo filosofía de la Historia, bajo un cielo de un azul muy delicado y con unas nubes que ya pueden ser llamadas pre-románticas. Ellas no obscurecen el firmamento, pero son un poco obscuras e introducen en el paisaje cualquier cosa de melancólico.

En uno de los cuadros parece estar representado un personaje característico de los paisajes italianos: un mendigo. ¡Pero qué mendigo saludable, inteligente, que sabe sacar partido de la despreocupación, de lo incierto y de lo aventurero de su vida! Dos hombres del pueblo conversan con el mendigo, sobre la lluvia y el buen tiempo, sobre todo y nada; es la vida trivial de todos los días que continúa a los pies de las fastuosas ruinas que los hombres cultos admiran.

Fascinación de lo desconocido, de lo misterioso y de lo sublime

En otra pintura, Claude Lorrain representa un puerto de mar bajo un cielo cuyo colorido es parecido al que ya analizamos: un azul muy tenue con un mundo de pequeñas nubes que, en sus puntos más densos, tienden a quedar un poco obscuras. De manera que se tiene la bonanza, pero también algo que de lejos anuncia una tempestad, insinúa una preocupación.

Al lado se ve un bosque exuberante, con árboles muy altos que insinúan al espíritu la idea de frescor y de armonía de la naturaleza al pie de esos árboles.

Encontramos también dos edificios fastuosos, al gusto renacentista. El edificio que está bien junto al muelle puede ser perfectamente una iglesia, como también un tribunal o cualquier otra repartición pública. Está sobre una piedra que lo defiende del mar.

El otro edificio está sobre una especie de plataforma de donde se yerguen las columnas coronadas por una terracita, de manera que alguien puede salir del edificio y contemplar dos tipos de paisajes: el próximo y el remoto que, a su vez, presentan dos aspectos de la vida de la navegación, los cuales Claude Lorrain quiso hacer presentes en esta obra.

En primer lugar, la carabela muy bonita. Noten la elegancia de las banderolas tremolando en la punta de los mástiles, en lo alto de los cuales hay una especie de terraza para que ahí se queden los vigías, y la belleza de las velas enrolladas en un oblicuo elegante y distinguido. Se percibe la madera fastuosamente trabajada de la proa de ese navío. Nos reporta a los viajes distantes de las carabelas que iban a buscar princesas al Báltico para que se casen en Nápoles, o que partían a agarrar oro en las Américas para llevarlo a los puertos del Mar Mediterráneo o de la Península Ibérica; en fin, carabelas que pasaban por todas las aventuras, surcando los mares y cuya gesta es recordada por el sol que se pierde en el horizonte y cuyo reflejo es más nítido en el agua que en el propio cielo. Se tiene la impresión de un infinito que se va prolongando y del cual la carabela viene trayendo todos los misterios, todas las mercaderías, todos los extranjeros, todas las narraciones de aventuras de los varios países donde estuvo. Es la fascinación de lo desconocido, de lo misterioso y de lo sublime.

Al fondo hay algunos navíos de travesía menor, pero que también recuerdan las grandes navegaciones, en cierto modo.

Más cerca del puerto vemos un hormigueo de pequeños barcos. Es la vida comercial y social aquí representada: gente que va a sacar las riquezas de las carabelas y llevarlas a tierra, o recoger viajeros, muchas veces ilustres, y conducirlos hasta los muelles.

¿Acaba de llegar un personaje importante? Hay un grupo de personas que lo acompaña; alguien anda solícito, procurando ayudar. Es una escena de cierta distinción. Inclusive está puesta del lado de afuera una alfombra delante del edificio que bien puede ser un palacio.

Se ven personas que miran la escena, a otras ni les importa, están pensando en cosas diversas. Hay hombres dentro de los barquitos, o porque trajeron o van a llevar gente, o están descansando. De ese modo, en una misma escena está condensada una serie de circunstancias que, así, raras veces se encuentran, y dan la idea de vida, de movimiento, de la belleza casi pre-romántica de la naturaleza campestre y de la navegación, bien como del hormigueo de la vida comercial y social de todos los días. 

Notas

1Claude Gellée (*1600 – +1682).

2Del francés: Antiguo Régimen. Sistema social y político aristocrático vigente en Francia entre los siglos XVI y XVIII

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