Plinio Corrêa de Oliveira
Al rezar, debemos tener bien clara la idea de que Nuestra Señora no recibe nuestra oración como un clamor pequeño y anónimo, que se levanta en algún lugar del mundo y del cual Ella tiene una vaga noción.
Nuestra oración a María Santísima debe ser una súplica confiada en la Madre insondablemente buena, misericordiosa, delante de la cual es inútil querer esconder cualquier cosa, porque Ella ya sabe todo mejor que nosotros.
¡Nuestra Señora es nuestra Madre y, por eso, nuestra primera y gran aliada en la lucha contra el demonio!
Así, nunca desanimemos, nunca perdamos la esperanza. ¡Pidamos una y otra vez, que la Santísima Virgen nos atenderá y nos liberará de nuestros defectos!
Ella dice a cada uno: “Hijo mío, sabes que a los pies del trono de Dios estoy yo, Madre del Verbo Encarnado, y que pido por ti, individualmente. ¡En esta crisis tuya, en esta dificultad tuya, en aquel problema tuyo, estoy yo pidiendo por ti, como si sólo tú existieses!”
(Extraído de conferencia del 19/2/1989)